sábado, 27 de agosto de 2016

Aventuras diarias con Kenzie

Anécdotas diarias con Kenzie


Ir con Kenzie siempre es toda una aventura. No, porque ir con ella sea un riesgo, todo al contrario, ya que me salva de muchas. Si no, porque gracias a ella, siempre tengo alguna que otra historia que contar. Alguien que ha querido tocarle, alguien que ha hecho un comentario, alguien que le ha preguntado algo a ela como si le fuera a contestar, algo que ha hecho Kenzie y ha despertado asombro, sonrisas o simplemente ha hecho que el día fuera diferente.

Anécdota vial: Los perros no distinguen colores. No te dice cuando cruzar

Esta semana en el famoso semáforo no acústico que está enfrente de mi puesto de trabajo siempre requiero que alguien me asegure que puedo cruzar sin jugármela. El otro día al ver una sombra cerca de mí, pregunté si me podía avisar cuando pudiera cruzar. Ahí mi gran error, y despés comprenderéis porqué. Ya que siempre pregunto o debo preguntar si me puede avisar cuando esté verde. El hombre al principio me ignoró, pero seguramente al ver que le miraba y esperaba una respuesta, me contestó que si le había dicho algo, que llevaba los auriculares. Volvía repetírselo y me dijo que sí que ya me avisaría. Hasta ahí todo correcto.
Entonces me pregunta que si es que ese semáforo no pita, le digo que no, que ya lo he reclamado al Ayuntamiento. Y, la pregunta que me hizo a continuación es la que más me sorprende, aunque no sea la primera vez que me la hagan, aunque sepa que no es culpa suya, sino de la falta de información.
-        ¿y el perro no te dice cuando cruzar?
Le contesto que no, que no distingue los colores.
-        ¡Ay, pobret! 
Me quedo alucinada con su expresión de pena, como si Kenzie tuviera alguna enfermedad y no pudiera distinguir ella los colores, mientras los demás perros sí que lo hacen. Enseguida reacciono y en acto de defensa de mi perra y queriendo aplacar esa frase llena de lástima, salté.
-        No, no es que ella no pueda distinguir los colores. Ningún perro puede distinguir los colores. 
Me imaginé a Kenzie, que seguía centrada mirando al frente, sonriendo y diciéndome: “Así se hace, Pili”. Lo único que faltaba que ahora también nos dijeran los colores, si podemos cruzar o no, qué ropa ponernos, leernos lo que queremos. Creo que ya hacen bastante, para que tuvieran que hacer nada. No me indigné. Bueno, sí, pero porque pensase que mi campeona peluda tuviera algún problema, para no distinguir los colores y decirme cuando cruzar o no. Pero, por lo de que los perros nos digan si el semáforo está favorable para nosotros o no, ya me ha pasado en otras ocasiones y es debido al desconocimiento.
Además, creo que a veces la gente no se para a prestarme ayuda, porque se piensan que mi guía me va a pasar cuando esté verde. Ya que  son muy inteligentes,, y lo son. Pero, como siempre digo, esta labor es nuestra: decidir cuándo podemos cruzar o no, igual que si llevásemos el bastón.
Si llevase el bastón, lo he podido comprobar, vendría más gente a ofrecer su ayuda que cuando vamos con un perro guía.

Seguimos con la conversación mañanera del hombre desinformado y con auriculares. Cabe decir que era a primera hora de la mañana, me había costado encontrar a alguien que pasase por ahí, que no me ignorase y que quisiera ayudarme.
Al poco me dice que podemos cruzar, pero me da la sensación que él va más lento que yo, y de repente un brazo me coge por detrás y me para. Ese brazo era el del hombre que riendo me dice que me pare, que es que ahora pasan todos. Me giro indignada y le digo que si es que no está en verde, y me dice que no, pero que como no pasaban los coches….
Nos quedamos en medio de la carretera, entre la acera y las vías del tranvía, ahí en una separación estrecha entre coches y tranvía. Él también se queda atrapado en medio de la nada, en un lugar nada seguro. Y al cabo de unos instantes ya podemos cruzar, ya se paran los coches, ya está verde.

Sé que no lo hizo con mala intención, pero no lo pasé nada bien. Sé que fue culpa mía por no accionar bien la pregunta. Ya que pides ayuda, es mejor que te avisen cuando está verde para ti. En muchas ocasiones, cuando el semáforo sí que es acústico, mucha gente pasa y me dice que puedo cruzar que no pasa ninguno, pero les digo que ya me espero a que este verde, y se deben quedar alucinados pensando que cuándo lo sabré, y les digo que ya pitará cuando esté verde. En otras, me he sentido muy tonta, perdiendo el tiempo, pero sabiendo que tampoco va de un minuto, y cruzar con seguridad.

Ahí queda la anécdota vial de la semana.  

La anécdota que despertó sonrisas: Kenzie y sus travesuras

Ayer viernes Kenzie me regaló otra anécdota que despertó sonrisas, pero que me engañó de lo lindo. Cuando íbamos de camino al trabajo, noté que el modo aspiradora se ponía en marcha y succionaba algo, pero enseguida la corregí y pensé que ya habría tirado lo que fuese que hubiera cogida. Además, hasta llegar a la oficina guió de maravilla, sin detenerse, muy centrada. Nada más llegar a mi puesto, cuando estaba ordenando unos papeles, ella se tumbó y escuché como que comía algo: “Crac, crac, crac”. Terminé de hacer lo que hacía y fui a ver si comía algo, y, efectivamente le saqué de la boca algo alargado de madera. Un lápiz pensé, deseando que no se hubiera comido la goma, que no se hubiera comido mucho, y le quité todo lo que pude: su gozo en un pozo. Todo lo que encontré lo tiré en mi papelera.
Cuando llegó mi compañero, buscaba algo y pensé que buscaba su lápiz. Le dije que si buscaba su lápiz de madera que lo sentía que Kenzie se lo había comido, él pudo comprobar los restos que habían quedado en el suelo y se quedó alucinado. Le enseñé lo que le había sacado de la boca, para que comprobase si se había comido la goma o qué. Se quedó mirándolo y riendo me dijo que no era un lápiz. Era un palo de un árbol. Un palo pequeño, de la medida de un lápiz. Eso lo había traído de la calle. Ella había estado disimulando todo el camino, guiando de maravilla, con la intención, con su único objetivo de llegar tumbarse y ponerse a comérselo. Había disimulado, escondiéndoselo en la boca, sin moverla, para que no le pillase. Una vez más me ha demostrado lo lista que es, engañándome, para poder disfrutar de su hallazgo tranquilamente.
Sin embargo, aunque tarde, le pillé y se quedo sin su tesoro. Pero, sí que consiguió su objetivo: engañarme y llevárselo hasta la oficina.

Al fin y al cabo no pasó nada, no era nada malo, fue una travesura y nos alegró el día, despertando risas y haciendo que ese viernes acumulásemos una anécdota más en el libro de nuestra vida.    


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