Anécdotas diarias con Kenzie
Ir con Kenzie siempre es toda una aventura. No, porque ir
con ella sea un riesgo, todo al contrario, ya que me salva de muchas. Si no,
porque gracias a ella, siempre tengo alguna que otra historia que contar.
Alguien que ha querido tocarle, alguien que ha hecho un comentario, alguien que
le ha preguntado algo a ela como si le fuera a contestar, algo que ha hecho
Kenzie y ha despertado asombro, sonrisas o simplemente ha hecho que el día
fuera diferente.
Anécdota vial: Los
perros no distinguen colores. No te dice cuando cruzar
Esta semana en el famoso semáforo no acústico que está
enfrente de mi puesto de trabajo siempre requiero que alguien me asegure que puedo
cruzar sin jugármela. El otro día al ver una sombra cerca de mí, pregunté si me
podía avisar cuando pudiera cruzar. Ahí mi gran error, y despés comprenderéis
porqué. Ya que siempre pregunto o debo preguntar si me puede avisar cuando esté
verde. El hombre al principio me ignoró, pero seguramente al ver que le miraba
y esperaba una respuesta, me contestó que si le había dicho algo, que llevaba
los auriculares. Volvía repetírselo y me dijo que sí que ya me avisaría. Hasta
ahí todo correcto.
Entonces me pregunta que si es que ese semáforo no pita, le
digo que no, que ya lo he reclamado al Ayuntamiento. Y, la pregunta que me hizo
a continuación es la que más me sorprende, aunque no sea la primera vez que me
la hagan, aunque sepa que no es culpa suya, sino de la falta de información.
-
¿y el perro no te dice cuando cruzar?
Le contesto que no, que no distingue los colores.
-
¡Ay, pobret!
Me quedo alucinada con su expresión de pena, como si Kenzie
tuviera alguna enfermedad y no pudiera distinguir ella los colores, mientras
los demás perros sí que lo hacen. Enseguida reacciono y en acto de defensa de
mi perra y queriendo aplacar esa frase llena de lástima, salté.
-
No, no es que ella no pueda distinguir los
colores. Ningún perro puede distinguir los colores.
Me imaginé a Kenzie, que seguía centrada mirando al frente,
sonriendo y diciéndome: “Así se hace, Pili”. Lo único que faltaba que ahora
también nos dijeran los colores, si podemos cruzar o no, qué ropa ponernos,
leernos lo que queremos. Creo que ya hacen bastante, para que tuvieran que
hacer nada. No me indigné. Bueno, sí, pero porque pensase que mi campeona
peluda tuviera algún problema, para no distinguir los colores y decirme cuando
cruzar o no. Pero, por lo de que los perros nos digan si el semáforo está
favorable para nosotros o no, ya me ha pasado en otras ocasiones y es debido al
desconocimiento.
Además, creo que a veces la gente no se para a prestarme
ayuda, porque se piensan que mi guía me va a pasar cuando esté verde. Ya que son muy inteligentes,, y lo son. Pero, como
siempre digo, esta labor es nuestra: decidir cuándo podemos cruzar o no, igual
que si llevásemos el bastón.
Si llevase el bastón, lo he podido comprobar, vendría más
gente a ofrecer su ayuda que cuando vamos con un perro guía.
Seguimos con la conversación mañanera del hombre
desinformado y con auriculares. Cabe decir que era a primera hora de la mañana,
me había costado encontrar a alguien que pasase por ahí, que no me ignorase y
que quisiera ayudarme.
Al poco me dice que podemos cruzar, pero me da la sensación que
él va más lento que yo, y de repente un brazo me coge por detrás y me para. Ese
brazo era el del hombre que riendo me dice que me pare, que es que ahora pasan
todos. Me giro indignada y le digo que si es que no está en verde, y me dice que
no, pero que como no pasaban los coches….
Nos quedamos en medio de la carretera, entre la acera y las
vías del tranvía, ahí en una separación estrecha entre coches y tranvía. Él
también se queda atrapado en medio de la nada, en un lugar nada seguro. Y al
cabo de unos instantes ya podemos cruzar, ya se paran los coches, ya está
verde.
Sé que no lo hizo con mala intención, pero no lo pasé nada
bien. Sé que fue culpa mía por no accionar bien la pregunta. Ya que pides
ayuda, es mejor que te avisen cuando está verde para ti. En muchas ocasiones,
cuando el semáforo sí que es acústico, mucha gente pasa y me dice que puedo
cruzar que no pasa ninguno, pero les digo que ya me espero a que este verde, y
se deben quedar alucinados pensando que cuándo lo sabré, y les digo que ya
pitará cuando esté verde. En otras, me he sentido muy tonta, perdiendo el
tiempo, pero sabiendo que tampoco va de un minuto, y cruzar con seguridad.
Ahí queda la anécdota vial de la semana.
La anécdota que
despertó sonrisas: Kenzie y sus travesuras
Ayer viernes Kenzie me regaló otra anécdota que despertó
sonrisas, pero que me engañó de lo lindo. Cuando íbamos de camino al trabajo,
noté que el modo aspiradora se ponía en marcha y succionaba algo, pero enseguida
la corregí y pensé que ya habría tirado lo que fuese que hubiera cogida.
Además, hasta llegar a la oficina guió de maravilla, sin detenerse, muy
centrada. Nada más llegar a mi puesto, cuando estaba ordenando unos papeles,
ella se tumbó y escuché como que comía algo: “Crac, crac, crac”. Terminé de
hacer lo que hacía y fui a ver si comía algo, y, efectivamente le saqué de la
boca algo alargado de madera. Un lápiz pensé, deseando que no se hubiera comido
la goma, que no se hubiera comido mucho, y le quité todo lo que pude: su gozo
en un pozo. Todo lo que encontré lo tiré en mi papelera.
Cuando llegó mi compañero, buscaba algo y pensé que buscaba
su lápiz. Le dije que si buscaba su lápiz de madera que lo sentía que Kenzie se
lo había comido, él pudo comprobar los restos que habían quedado en el suelo y
se quedó alucinado. Le enseñé lo que le había sacado de la boca, para que
comprobase si se había comido la goma o qué. Se quedó mirándolo y riendo me
dijo que no era un lápiz. Era un palo de un árbol. Un palo pequeño, de la
medida de un lápiz. Eso lo había traído de la calle. Ella había estado
disimulando todo el camino, guiando de maravilla, con la intención, con su
único objetivo de llegar tumbarse y ponerse a comérselo. Había disimulado,
escondiéndoselo en la boca, sin moverla, para que no le pillase. Una vez más me
ha demostrado lo lista que es, engañándome, para poder disfrutar de su hallazgo
tranquilamente.
Sin embargo, aunque tarde, le pillé y se quedo sin su tesoro.
Pero, sí que consiguió su objetivo: engañarme y llevárselo hasta la oficina.
Al fin y al cabo no pasó nada, no era nada malo, fue una
travesura y nos alegró el día, despertando risas y haciendo que ese viernes acumulásemos
una anécdota más en el libro de nuestra vida.
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