Blog de Pili: una maleta en la que cabe de TODO.
Desde: Viajes, experiencias, recuerdos, aventuras, anécdotas, historias y mucho más.
Siempre habrá espacio para ir rellenando huecos, contándolo desde un punto de vista diferente, el de Pili.
No tiene exceso de contenido.
La cuenta atrás ha llegado y toca despedirnos de un año más.
Para mí, sin duda, éste será un año que no olvidaré fácilmente. Nunca había
vivido tantas experiencias en un mismo año, por eso y por otras razones sé que
no será fácil de olvidar, tampoco pretendo que se vaya el recuerdo.
Este 2014 empezó de la mejor manera: con un proyecto mágico.
Sí, digo mágico, porque inicié el año sumergiéndome en “Con mis ojos” un
proyecto televisivo que hizo que viajase por muchos sitios de nuestra
geografía, conociera muchas actividades, anécdotas y sobre todo que conociera
gente maravillosa. Si dicen que el cine es mágico, porque saben convertir algo
bonito en precioso, eso es lo que hicieron mis compañeros con las imágenes que
les llevábamos de cada viaje y supieron hacer magia. Yo misma viví algo mágico,
a veces rodábamos varias secuencias y parecía vivir más de un día en el mismo
día. Normalmente no sueles hacer tantas actividades, con tanta emoción y
nervios en una misma jornada, por eso día lo de mágico.
Eso fueron casi seis meses, intensa mitad del año llena de
aventuras. Acabó el sueño televisivo y tuve la suerte de que me llamasen para
unas suplencias. Me pasé todo el verano realizando sustituciones de
recepcionista, en el mismo sitio donde había estado antes del proyecto
televisivo.
En ese mismo verano, llego mi cumpleaños y vencí la barrera del vértigo que da llegar a
los 30 haciendo puenting. Sí, me tiré de 30 metros. Algo que siempre había
querido hacer, pero nunca me había atrevido, ví la oportunidad de hacerlo y me
tiré de cabeza al vacío. Casi me quedo sin voz, pero descargué toda mi
adrenalina en ese salto.
Septiembre llegó y con él las vacaciones. Quise experimentar
la aventura del Camino de Santiago y ahí que nos fuimos. Una vez más, Kenzie me
demostró lo buena perra guía que es, aguantando como una campeona y sin dejar
de guiar. Fui acompañada de Kenzie y Carlos, dos grandes pilares en mi vida que
han estado presentes en muchas de mis aventuras, sin duda ésta ha sido una de
ellas. Fue duro en algunos momentos, en esos en los que piensas que no puedes
con tu alma, pero los pies siguen avanzando casi sin saber cómo, pero lo haces
y lo mejor, conseguirlo y llegar a nuestra meta. Una experiencia más para el
libro de la vida y un reto más conseguido. Todo es posible.
Después estuve en búsqueda activa de empleo, algo que no es
fácil, pero que no te tiene que desanimar y sigo sin rendirme.
Acabo el año trabajando y lo empiezo de la misma manera.
Creo y espero que eso significará algo, son suplencias y espero que esa
situación cambie. Quizás por ello para el nuevo año, aparte de pedir salud para
los que me rodean y para mí, quiero
encontrar empleo más estable, es por ello que sigo buscando trabajo sin tirar
la toalla.
Ahora ya se acerca el final de un año maravilloso…Cuando un
año es tan bueno da pena decir adiós. Llega otro y no sabes cómo será, la
incertidumbre se apodera de ti, y sabiendo que este ha sido tan positivo no
quiero renunciar a él. Pero si lo acabo con tan buenas sensaciones, con muy buen
sabor de boca, no tiene porqué ser malo lo que venga. Hay que afrontarlo con
positivismo, como todo en la vida. Solamente es un cambio de calendario, pero
la vida continua.
Este nuevo año no tengo pensado propósitos, más vale dejarse
llevar y no planear, dejarse llevar por lo que el destino nos tenga preparado.
Lo que venga bienvenido sea. No queda otra. Lo mejor es dejarse sorprender y
vivir cada momento de la mejor manera.
No quiero despedirme sin dar las gracias los que, de alguna
manera u otra, habéis formado parte de año. Sin vosotros este año no hubiera
sido tan maravilloso. A veces que algo sea maravilloso es porque estás rodeada
de personas extraordinarias. Gracias a todos!
Deseo que este nuevo capítulo titulado: 2015 se inicie y
termine de la mejor manera. ¡Por un año fabuloso! ¡Porque todos vuestros sueños
no se queden en sueños y sean una realidad! ¡Mucha suerte! Y
Rompiendo barreras: Por una sociedad igualitaria.Todos somos iguales.
Hoy, 3 de diciembre, es el día de las personas con
discapacidad. Este día se celebra desde que en 1992 se decreta en la Asamblea
general de las Naciones Unidas, para que las personas con discapacidad alcancen
una igualdad y consigan una inclusión en la sociedad, siendo así más visibles.
Pero, ¿Y qué pasa durante el resto del año? ¿Durante el
resto del año somos invisibles? Sé, que hay muchas fundaciones, asociaciones y
gente concienciada con el tema. Pero, lamentablemente, aún queda mucho por
recorrer. En España hay más de cuatro millones de personas con algún tipo de
discapacidad. Pero, siempre nos quedamos relegadas a un segundo plano. Para
algunas personas, desgraciadamente, aún somos “bichos raros”. No entienden que
tendremos alguna discapacidad, pero tenemos otras capacidades. Si no tienes una discapacidad, o alguien
cercano con alguna, parece un tema muy
lejano, el desconocimiento, los
prejuicios y el mirar hacia otro lado, se convierte en algo muy habitual en
personas que no están familiarizadas con el tema., Lo ven como algo raro, como
que no podemos hacer de todo, como que no estamos capacitados para enfrentarnos
al mundo laboral, entre otras cosas, pero… ¿y si algún día les tocase a ellos?
Nadie está excluido de tener una capacidad diferente, porque nosotros no hemos
elegido nacer, desarrollar o por algún accidente de la vida, tener que vivir de
una manera diferente. Me fastidia que por haber tenido la mala suerte de tener
que enfrentarnos a este mundo de otra manera, tengamos que demostrar cada día
más, y demostrar que podemos hacer las cosas, quizás de otra manera. Sí que es
verdad, nadie dijo que esta vida fuera fácil, pero si encima nos encontramos
más trabas que los que se consideran capacitados para todo, pues lo tenemos más
complicado.
Hay varios tipos de discapacidad: intelectual, psíquica o
mental, física y sensorial. Pero, más allá de esas, hay otras que son peores,
las que sufren algunas personas que no son capaces de ver más allá, no hay más
ciego que quien no quiere ver. Quienes padecen la intolerancia, la incapacidad
de no tolerar a otras personas, personas que sin elegirlo tienen que vivir de
otra manera, hacer las cosas de un modo distinto, enfrentándose cada
día a barreras, y no me refiero a las arquitectónicas, sino a las barreras que
hay en la mente de alguna gente que no tienen la capacidad de poder ponerse en
la piel de otras y empatizar. Hay tantas
discapacidades que están allí y no se ven…la de las personas que no saben
valorar lo que tienen, la de las que no son felices, las que infravaloran a
otras por vivir de un modo distinto a ellas…
Hay tanto que hacer todavía, pero es un camino que poco a
poco, quiero pensar, se va allanando, para que el camino sea menos pedregoso.
Fácil no va a ser, porque no lo es para nadie, pero que al menos no lo sea más
de lo que ya lo es. Por ir en silla de ruedas, usar audífonos, ir con perro
guía o bastón, no tenemos porque encontrarnos más trabas. Cada día es un reto,
el reto de salir a la calle y enfrentarte a los cruces, los bordillos, obras…No
nos pongáis más barreras. La accesibilidad no se rige solamente en las barreras
arquitectónicas, en las barreras comunicativas, las peores son las de la mente.
Si hubiera una plena integración, no tendríamos ni que
utilizar esa palabra, porque quizás es la sociedad quien tiene que integrarse,
nosotros no hemos hecho nada malo, para tener que sobrevivir cada día ante
prejuicios, miradas, comentarios y, lo peor, discriminación. Si hubiera plena
igualdad no hablaría del término discriminación, desde el momento que la
educación no es integrada para todos, ya hay una discriminación. Y, un tema que
me afecta más de cerca, a la hora de encontrar trabajo, es otro cantar. Hay
trabajo para personas discapacitadas y para personas que no llevan esa
etiqueta, pero… ¿no se supone que todos somos iguales? ¡Qué más da tener un
certificado! ¿No se supone que para acceder al ámbito laboral se tiene que
valorar: formación, experiencia (si es que alguna vez te han dado la oportunidad
de demostrar tu valía), capacidades y habilidades? Pues, dejad de lado la
discapacidad y empezad a valorar las capacidades que tenemos, por favor. Por supuesto, en ocasiones, quiero pensar, no
se hace solamente para llenar el cupo de personas con discapacidad que tiene
que haber en una empresa, según la ley LISMI,
y tampoco se hace para que esas empresas se lleven un beneficio fiscal por
contratar a personas con discapacidad…Quiero pensar que muchas empresas sí que
están sensibilizadas con el tema y quieren dar el máximo de oportunidades a
todo tipo de personas, quiero pensar que aún hay gente concienciada que sabe
empatizar y que solamente ponen que buscan a personas con certificado de
discapacidad, porque son puesto de trabajo que son accesibles y pueden estar
adaptados a las necesidades que tenemos, nuestra manera de trabajar diferente.
Quiero seguir pensando bien, porque de un tiempo a esta
parte no hay que negar que la cosa ha mejorado, y quiero pensar que va a ir
mejorando. Tendremos como siempre que luchar por nuestros derechos, seguir
demostrando más que los demás, para que vean, que somos capaces de hacer todo
lo que nos propongamos, porque si ya nos ponen barreras, nosotros no tenemos
que ponérnoslas.
Nos costarán las cosas más, tardaremos más, pero llegaremos.
Y lo mejor, cuanto más cuesta algo, mayor satisfacción y mejor sabor se te
queda, porque cuando las cosas son fáciles no las valoras como debieras.
Espero que algún día la cosa llegue a un cambio. Sobre todo,
espero que poco a poco, las personas que no están familiarizadas con nosotros,
dejen de vernos como algo raro, porque somos tan normales como ellos. Somos
personas, sí, con capacidades diferentes, pero somos personas.
No prejuzgues y deja que una persona con discapacidad te
demuestre de qué es capaz, te sorprenderás. Además, nadie es ajeno a ello,
porque algún día te puede pasar a ti. Nadie elige cómo quiere vivir su vida, lo
importante es vivirla, aunque sea de un modo distinto.
Nunca se me había pasado por la cabeza hacer el Camino de Santiago. A pesar de que, familiares y gente cercana, me lo habían recomendado, porque habían
venido muy contentos de la experiencia. Pero, yo era un poco reacia a hacerlo,
más que nada por mis pies, pensaba que sufrirían mucho y no valdría la pena. Sin embargo, algo cambió en mí.
Cuando estuve grabando el programa “Con mis ojos”, enGalicia entrevisté a unos peregrinos en la Plaza del Obradoiro, recién llegados
de la caminata. Al verlos tan emocionados y con la ilusión que desprendían sus
palabras, me entraron muchas ganas de vivirlo. Los ví tan emocionados, y eran
sinceros, no era todo genial, pero sí que valía la pena, ya que servía para
conocer paisajes, gente, pero, sobre todo, conocerte a ti mismo. Mi gran
preocupación: los pies, solamente es una parte del cuerpo, y la mente es mucho
más fuerte. Quería comprobarlo por mí misma, ver si valía tanto la pena. Por mucho que te puedan contar y explicar, cada uno lo vive de una manera diferente, lo que para uno ha sido algo alucinante, quizás para ti no lo es tanto. Incluso para quien ha podido ser lo más nefasto, para ti puede ser lo más maravilloso que te ha pasado. Así que para ello, no hay nada como calzarse las botas y ponerse en marcha, para poder comprobarlo por uno mismo.
Cuando llegué a casa se lo planteé a Carlos, y él
estaba encantado con la idea. Hay que decir, que ninguno de los dos somos muy
deportistas, ni siquiera senderistas, ni grandes caminantes, pero queríamos
vivir la experiencia. Él tenía vacaciones en septiembre, así que teníamos
tiempo para prepararlo. Sí, aunque sea por España, y digan que lo mejor
que hay que hacer es llevar el menos peso posible, nos teníamos que
organizar.
Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a informarnos a
una asociación de amigos del Camino de
Santiago, allí nos informaron de todo, con un trato muy amable. También nos
ofrecieron la credencial. La credencial es una cartulina pequeñita, donde pone
tus datos y hay unas casillas, para que en cada sitio donde estés te puedan
sellar, y así luego demostrar que has hecho los kilómetros
correspondientes, para que te puedan dar la Compostelana. Aunque, más que para que te den la Compostelana, yo creo que es un bonito recuerdo,
porque después vas recordando que en tal sitio estuviste alojado, en tal otro
comiste un pulpo delicioso y en tal otro conociste a unos peregrinos majísimos,
de todos los sitios, los sellos te traen a la memoria miles de anécdotas.
Queríamos hacer un tramo del Camino, ni muy largo, ni muy
corto, el justo para conseguir la Compostelana y para vivir la experiencia. Así
que el pueblo escogido fue: Sarria, en Lugo. Queríamos tener la experiencia de
hacer lo suficiente y llegar al gran destino: la Catedral de Santiago. Cuando
fuimos a informarnos a la Asociación de amigos del Camino nos aconsejaron coger
un tren, para ir por la noche y por la mañana ya empezar la etapa.
Sin embargo, descartamos de inmediato la idea, porque eran muchas horas de
tren de Barcelona a Galicia, y a pesar de que puedas ir durmiendo, no descansas lo mismo, además
era demasiado trote para Kenzie, muchas horas sin poder ir al lavabo, ni moverse.
Los meses se acercaban, ya teníamos el billete de avión
comprado. Solamente nos quedaba reservar los albergues. Yo prefería ir con el
alojamiento reservado, más que nada, porque así llegas al destino y ya sabes
dónde tienes que ir, y porque volvemos a lo mismo de siempre, aunque Kenzie sea
un perro guía y tenga derecho por ley a estar alojada en el sitio donde yo
elija, no quiero llevarme decepciones y prefiero que lo sepan de antemano, para
no llevarnos desagradables sorpresas. Así que comenzó la ardua labor de mirar
alojamientos, escribir correos electrónicos, llamadas…y justo unos días antes
de emprender la aventura, ya teníamos todo reservado. Teniendo alojamiento íbamos
más tranquilos. Sabiendo que al final de cada ruta no nos volveríamos locos buscando un sitio para descansar. Además no queríamos albergues en el que duermes con cuatrocientas personas a tu lado, con ronquidos, gente que se despierta a horas diferentes a las tuyas, con olores de todo tipo y personas que refresan de star de fiesta cuando tú ya estás en el tercer sueño. A parte de por todo ello, tampoco queríamos compartir habitación, ya que aunque Kenzie sea una perra guía y tenga todo el derecho del mundo de estar durmiendo justo a mi lado, si alguien venía más tarde y no sabía que había un perro se podía llevar un gran susto, porque no se espera que haya un perro, y por esa regla de tres, Kenzie también se podía asustar si le pillaban tranquila y dormida y le despertaban, ya que no es plato de buen gusto para nadie, incluida ella, que después de un día agotador te despierten.
Por supuesto, no faltó una visita al veterinario, porque si
nosotros sabíamos qué teníamos que tener en cuenta, quería saber qué medidas
había que tomar con la peluda de cuatro patas. El veterinario ante mi duda de
si Kenzie podría aguantar el tute que le íbamos a meter, me contestó que sí,
que seguro que lo aguantaría, se rió y aseguró que quizás tiraría más que nosotros. Eso sí, en una de las etapas que era de más de 30 kilómetros nos aconsejó dividirla en dos, tanto por ella como para nosotros. Me recetó una pomada para las almohadillas que
tendríamos que untarle unos diez minutos antes de empezar las caminatas, porque
hay que tener en cuenta que si a nosotros nos pueden salir ampollas, a los
perros también. Así que, con Kenzie lo que teníamos que tener en cuenta era
untarle con la crema que nos habían recetado y sobre todo, al igual que
nosotros, hidratarle mucho, ir parando y que bebiera el agua necesaria.
Todo estaba listo para iniciar la aventura. ¡Qué nervios!
¿Sabríamos llegar a Sarria? ¿Seríamos capaces de aguantar las rutas? ¿Cómo serían los
caminos? Un montón de preguntas se agolpaban en mi cabeza, tenía ganas de estar
allí y experimentarlo por mí misma, respondiendo a las preguntas. Con
nuestras mochilas en la espalda -pesadas con anterioridad, tienen que pesar
sobre un 10% de tu peso, para que puedas aguantar. Hay que tener en cuenta que, aparte de llevar nuestras mudas, también teníamos que cargar con la comida de
Kenzie para los días que íbamos a estar fuera. Con las mochilas en los hombros, las botas puestas y cargados de ilusión salimos hacia el aeropuerto.
El primer día hasta llegar a Sarria ya fue toda una
aventura, sin contar mucho con los pies, pero lo fue. Primero el madrugón para
coger el avión. Llegamos a Santiago y de allí teníamos que coger un autocar
hasta Lugo, pero el vuelo y el autocar no estaban sincronizados, así que tuvimos que esperar más de una
hora hasta que apareciera el autocar. Mientras esperamos, en la parada había
otra chica, también de Barcelona, que iba a hacer el Camino, también era su
primera vez. Se le veía muy nerviosa, porque además nos contó que pensaba empezar
ese mismo día, porque no tenía muchos días para realizar las etapas. A mí me
parecía impensable empezar a caminar, no sé cuándo llegaríamos al destino, pero
a ella le daba igual la hora, teniendo en cuenta que el tiempo jugaba en su
contra.
Una vez en el autocar, se nos hizo eterno hasta llegar a
Lugo, entre curvas y carreteras que no terminaban nunca. Pero, en el asiento
delantero conocimos a un melillense que amenizó el viaje, contando que él ya
había hecho el Camino y que menuda diferencia ir en autocar que caminando. Así
que lo que para mí estaba siendo largo, para él no era nada, porque caminando
se tarda mucho más, obvio. Nos dio consejos para llevar mejor el Camino, nos
recomendó sitios y nos contó anécdotas, para él ya acababa la aventura, pero
para nosotros solamente había hecho que empezar. A él solamente le quedaban los
recuerdos y las vivencias, en cambio a nosotros nos acompañaban las preguntas y
las inquietudes de empezar algo. Así que nos vino muy bien coincidir con él.
En Lugo tuvimos que coger otro autocar, con otra espera,
para llegar a Sarria. Después de tanto viaje, con sus diferentes medios de
transporte, llegamos a Sarria. Allí fue nuestra primera despedida, con la chica
que iba a empezar la ruta fuera la hora que fuese y pegase un Sol criminal, con
el melillense y su hijo y todos los del autocar. Todos se despidieron con una
frase que escucharíamos repetidamente durante los días que vendrían: “!Buen
Camino!”
En Sarria cargados con nuestras mochilas y mucha ilusión nos
dirigimos a nuestro albergue, San
Lázaro. Allí nos acogieron con los brazos abiertos. La dueña, Marisa, al
vernos ya supo quiénes éramos. Kenzie es una gran pista, más habiendo hablado
antes con ellos y diciéndoles que iba a ir con un perro guía, esa es una gran
pista, para que supiera quiénes éramos. Enseguida nos enseñó nuestra
habitación, solamente para nosotros. Nos enseñó las instalaciones: baños
compartidos, salón para desayunar y ver la televisión y por supuesto, algo que
se ve nada más entrar, un patio con mesas donde tomar la fresca y descansar.
Ese día nos dedicamos a visitar el pueblo, comprar algunas
cosillas: como un palo para Carlos, para que le sirviera de apoyo en momentos
de subidas o bajadas, a charlar con Marisa y sobre todo a reponer fuerzas para
el día siguiente.
Primera etapa: De Sarria a Portomarín- 23Km.
Nos levantamos bien temprano, sobre las seis de la mañana,
antes de que amaneciera. Desayunamos algo ligero, sobre todo un café, para ir
bien despiertos. Antes de todo ello, nos habíamos untado bien los pies con
vaselina y puesto los calcetines al revés, para que las costuras quedasen al
otro lado, así pudimos ponernos las botas con los pies bien protegidos. Kenzie
también llevaba puesta su crema en las almohadillas. Una vez preparados,
salimos a la calle, parecía de noche, no había luz, así que Carlos tuvo que
encender la linterna. Hacía algo de fresco de buena mañana, pero… ¡zas! Primera
cuesta, la cual cosa, hizo que nada más subir, tuviéramos que desquitarnos de
prendas, porque ya habíamos entrado en calor. Esos esfuerzos de primera mañana,
hace entrar en calor a cualquiera.
A primera hora no nos encontramos a nadie por el camino,
pero, por suerte, está bien indicado con flechas que te indican el camino a seguir. Poco, después de la gran subida, nos empezamos a encontrar a otros peregrinos.
A medida que la luz matutina se hacía presente, los caminantes también iban
apareciendo.
Amaneciendo y empezando la aventura
No sé cuántas horas estuvimos caminando, porque además nos
íbamos parando a cada paso. Cuando no era para hacer un descanso, era para
beber agua, y si no, era porque nos sorprendía cualquier cosa. Por el Camino
conocimos a unas mujeres americanas que viajaban en grupo, y en las paradas que
hicimos también nos las encontramos, siempre se acordaban de nuestros nombres,
incluyendo el de Kenzie, y siempre que nos veían nos saludaban gritando
nuestros nombres, me hacía mucha gracia.
Cuando quedaba poco para llegar al destino, parecía que no
íbamos a llegar nunca, las fuerzas empezaban a flojear, el calor hacía mella en
nuestro cansancio. Hubo un momento que ni me sentía los pies, yo creo que
andaban solos, por inercia.
Kenzie estuvo guiando como la gran campeona que es. Hubo en
un momento que pasamos por un riachuelo y nos encantó la idea de soltarle,
porque además había otro perro bañándose, y con lo que le gusta el agua a
nuestra pequeña, no podíamos desperdiciar esa oportunidad. Eso sí,
después me tocó ir agarrada de Carlos, hasta que se secase del todo y pudiera
ponerle de nuevo el arnés.
¿Por qué no quería llevarla suelta por todo el Camino?
Porque Kenzie en cuanto ve algo de hierba se pone a pastorear, como si fuera
una cabra. Porque se hubiera puesto hecha una marrana, ya que tiene una fea
costumbre de restregarse en el barro y en lo que no es barro. Porque no sé que
habría comido por ahí, y eso hay que controlarlo mucho, para que después no se
encuentre mal. Porque no en todas partes había campo, hubo trozos, aunque en
esta ruta no, que había bastante carretera y eso es peligroso. Y por supuesto,
porque a mí me servía de mucha ayuda, me daba fuerza, seguridad y autonomía
poder ir del arnés de mi pequeña de cuatro patas.
Cuando Carlos me dijo que había visto el cartel de
Portomarín casi no me lo podía creer. Pero, la sorpresa estaba por llegar…. Para
llegar al pueblo, tenías que subir no sé cuántos escalones. Ese pueblo está
hecho con mala leche. No puedes con tu alma y tienes que subir escaleras,
es criminal. Eso sí, después pude comprobar que valía la pena, pero en ese
momento estaba por no subirlas.
Cuando llegamos al albergue lo primero que hicimos fue
ducharnos. Sienta de maravilla una ducha después de una gran caminata, recomforta muchísimo. Después fuimos a comer, eran casi las tres de la tarde. Aunque, yo más que hambre lo que tenía era un cansancio bestial. Estaba contenta
por haber llegado a nuestro destino, pero no me sentía el cuerpo. Hacía un
calor terrible, yo todo el rato les decía a los gallegos que era muy raro el
tiempo que estaba haciendo para estar en Galicia, aunque mucho mejor eso que
lluvia, por supuesto. Pero, estábamos a más de 25 grados, algo increíble.
Después de comer, fuimos a descansar, después de un gran
madrugón y una larga caminata, no hay nada como dar una buena siesta. Una vez
repuestos dimos una vuelta por el pueblo, que sí que era bonito de verdad, y
una vez descansados se disfruta más del pueblo y de sus gentes.
Volvimos a madrugar, como es normal, para aprovechar más el
día y para que el Sol no nos diera tanto durante el recorrido. A pesar del
madrugón hizo un día, que más que estar rozando otoño, parecía verano en puro
estado. Por la mañana, fuimos con linterna y bien abrigados, pero nos duró
poquito, porque no sé si es aposta, pero enseguida nos debimos encontrar alguna
cuesta, de esas en las que sudas sangre para llegar, y al llegar te tienes que
quitar la ropa. Esta etapa la recuerdo como de las más duras, porque había
mucho trozo sobre asfalto, por carretera, y quieras que no, es más duro.
Nosotros que no estamos acostumbrados a grandes caminatas, sumado al peso
de la mochila más el calor se hizo horrible. Sufría por Kenzie en los tramos de
carretera, porque el asfalto le debía quemar las patitas, pero ella es muy
lista, y siempre que podía me llevaba por algo de hierba que encontraba.
Parecía que no fuéramos a llegar nunca, era una etapa larga, de las más largas
que teníamos, pero es que aparte a medida que había indicaciones, cuando se
supone que estás llegando, parece que no llega el momento final.
Mis rodillas se resentían mucho, sobre todo en las bajadas,
era un dolor punzante que me impedía seguir normalidad, bajaba el ritmo y
seguía como podía. Quien parecía que no mostraba síntomas de agotamiento, ni
dolor, ni cansancio era Kenzie, pero ella nunca se queja. ¡Por fin
llegamos al destino! Fuimos a nuestro alojamiento, comimos algo por ahí cerca y
a descansar. Sin embargo, cuando desperté de la siesta me dolía todo el cuerpo
y bajar alguna cuesta, aunque fuera con mis chanclas, era algo
impensable. Así que, hicimos una visita de rigor por la farmacia, y me
hizo gracia coincidir allí con otros peregrinos que habíamos visto por el
camino. Todos íbamos a curarnos nuestras heridas de guerra. En mi caso,
fue como una visita al médico, empecé a relatarle lo que me dolía, mis
síntomas, lo que me pasaba y me dejaba de doler. Era una situación algo cómica,
pero lo que me recomendó para el dolor, era algo milagroso, una pomada que
aliviaba un montón, creo que se llamaba Voltaren. Eso sí, se nos gastó enseguida, bueno nos duró los días que
eran necesarios, pero entre el dolor de hombros por la mochila, de rodillas, de
pies,, y claro, aunque Carlos no sea tan quejica como yo, él también estaba
fastidiado y también tuvo que hacer uso de la pomada.
Con Sol y asfalto
Con el cartel de Palas de Rei
3ª Etapa: Palas de Rei – Melide 14 km.
Empezamos con muchas ganas esta ruta. Iba a ser una ruta más
corta que las demás, porque la habíamos dividido en dos. No estábamos cómo para
hacer 30 kilómetros, además nos habían hablado tan bien del pueblo de Melide
que merecía la pena quedarse para comprobarlo por nosotros mismos. Melide tiene fama
gastronómica por sus pulperías, donde hacen un pulpo al más estilo gallego, con
su olla de cobre y a un precio de lo más asequible para los bolsillos. Así que teníamos el
objetivo de llegar, para darnos un gran homenaje gastronómico. Era el premio por
llegar al destino. Aparte de eso, el hecho de que fuera una etapa más corta
ayudó a que llegásemos antes de lo que teníamos previsto. El camino fue fácil,
cómodo y agradecido, porque eran senderos de bosques. Parecía que nos
hubiéramos metido en un cuento, en bosques mágicos, solamente nos faltaban encontrarnos
meigas por el medio del camino. Caminos preciosos, más viniendo de unos
urbanitas, así que cualquier árbol, arbusto o terreno rural nos sorprendía.
Pulpo gallego
Como digo, llegamos bastante pronto. A una hora de lo más
razonable, justo para descansar, cambiarnos, tomar algo e ir a comer el ansiado
plato de pulpo. Fuimos a una pulpería, me hizo gracia el nombre. Me gustó mucho
el sitio, un sitio amplio, con mesas gigantescas de madera, con bancos de
madera, donde sentarnos para degustar las delicias gallegas. Parecía estar en
otro tiempo, en una taberna, donde compartes mesa con gente que no conoces. Al
ser un sitio tan grande, había gente, pero no compartimos mesa, no me hubiera
importado, pero tuvimos nuestro sitio para comer solos. Por supuesto pedimos
pulpo y el famoso vino blanco que sirve para acompañar un plato como ese, unos
gachelos, y de postre, cómo no, un fabuloso trozo de tarta de Santiago.
¡Me encanta!
Entre el vinito, y la comilona, qué mejor que ir a
descansar…. ¡menos mal que no teníamos que proseguir la ruta! Algunos
peregrinos que nos encontramos por el camino, tenían la idea de parar en
Melide, simplemente para almorzar, coger fuerzas y seguir con la ruta. Nosotros
no teníamos prisa, así que, según mi punto de vista, la mejor manera de
degustar un buen plato es sin prisas.
Nos sentó de maravilla la comida, pero más la siesta. Se
notaba que era nuestro tercer día, y las agujetas y los dolores parecían
remitir, más sabiendo que la ruta había sido más corta que los días anteriores.
No podíamos estar más cansados, si lo hubiéramos estado, por mal camino íbamos.
Bosque mágico, lleno de árboles
4ª etapa: Melide – Arzúa 14 km.
De Melide a Arzúa a pesar de que también había tramos muy
bonitos, en los que la naturaleza era compañera inseparable de viaje, a veces
la abandonábamos para sumergirnos en: aldeas, en carretera y en tramos algo
complicados. Sí, se supone que era la mitad, pero no íbamos tan ilusionados,
como cuando fuimos a Melide. No nos esperaba un pulpo en el pueblo que íbamos,
no sabíamos cómo sería el destino. Las fuerzas, el cansancio acumulado,
empezaban a hacer mella en nosotros. En realidad, no llegamos tan tarde al
hostal en Arzúa, justo a la hora de comer. Nos aconsejaron un sitio para comer,
pero primero hicimos un alto en el camino para tomar algo. Estábamos en una
terracita, con una temperatura estupenda, totalmente veraniega, y con un trato muy amable, así que,
optamos por quedarnos en el primer sitio donde nos habíamos aposentado, total,
estábamos cómodos y ¿para qué nos íbamos a mover? Pues ahí nos quedamos y
comimos bastante bien. No sé cómo sería el otro restaurante, el que nos habían recomendado en el hostal, pero qué más daba, lo que no queríamos era movernos.
Por la tarde, fuimos a comprar algo de pan y embutido para cenar en el hostal. Sin embargo, no sé si fue buena idea. Era un hostal
fantasma, a pesar de tener una zona para descansar, con mesas y demás, no había
nadie estábamos solos. Claro, nosotros pensamos que habría más gente,
televisión o algo, pero el único ruido que se escuchaba era el de una máquina
de refrescos. Un poco triste. Cuando estábamos cortando el pan, apareció una
señora mayor que buscaba algo para comer en la máquina. Pero, no había nada, y
como buenos peregrinos ofrecimos lo que teníamos, para poder compartirlo con
ella. Estaba súper agradecida, pero ella no sabe lo agradecidos que estuvimos
de su presencia. Siempre te gusta compartir cosas del camino y fue la
oportunidad de hacerlo. Aunque en este caso, fue ella la que tenía muchas cosas
que contarnos. Venía de Estados Unidos, aunque era de Puerto Rico, estaba
haciendo el Camino ella sola con más de 70 años, y a pesar de que mucha
de su familia estaba preocupada por su idea, ella quería hacerlo por razones
religiosas. Nunca mejor dicho la fe mueve montañas, y en su caso así es, da
igual los años que tenga, lo que vaya a tardar, ella tenía la ilusión de
hacerlo, aunque fuera sola y así lo estaba haciendo.
Los días iban pasando y ya nos quedaba poco para llegar… ya
habíamos superado el ecuador de la aventura. ¡Sí! Las agujetas iban
desapareciendo, estaban casi olvidadas. Los dolores iban remitiendo, aunque no
del todo. Ahora teníamos que llegar a O Pedrouzo y yo jugaba con algo de
ventaja. Supimos que había un servicio en los albergues que te trasladaban la
mochila de un alojamiento a otro por solo 3 euros. Así que, no fui tonta y
pensé en mi espalda, no quería que mis hombros sufrieran innecesariamente, ya
habían padecido bastante los días anteriores el peso de la mochila, que por
fortuna, gracias a que la comida de Kenzie iba desapareciendo, pesaba menos. Sin
embargo, sabiendo que existía la posibilidad
de que te trasladasen la mochila a un precio más que razonable, no lo dudé.
Cargamos todo lo que pudimos en mi mochila, dimos la dirección del siguiente
hostal y así Carlos, aunque con mochila, iba con mucho menos peso, y yo sin
nada. Se me hacía raro ir sin mochila, pero me sentía mucho mejor, claro,
sin peso encima. Solamente agarrada del arnés de Kenzie, siguiendo el
Camino.
Al poco de iniciar nuestra penúltima ruta, se puso a llover.
Ya me extrañaba a mí estar en Galicia y que no estuviera presente el agua, eso
era raro. Habíamos llevado unas capelinas, porque al ser más anchas, puedes
cubrir la mochila. Por supuesto, Kenzie también llevaba su chubasquero, es una
perra muy fina y no le gusta mojarse, solamente si a ella se le antoja, pero
eso de guiar, caminar e ir mojándose no va con ella. Normal. Los tres
bien protegidos bajo la lluvia fuimos caminando, realmente no llovía
exageradamente, pero eran gotitas que poco a poco te van calando. Cuando
hicimos una pausa para almorzar, los dueños del establecimiento se reían
diciendo que eso no era llover…no lo sería, pero más vale ir protegidos. En
realidad, después de la pausa, ya no nos hizo falta el impermeable, así que fue
una falsa alarma. Además, se caminó mucho mejor, porque estaba algo nublado y
con esa temperatura es mucho más agradable caminar.
En O Pedrouzo nos costó encontrar nuestro hostal, una vez lo
hicimos nos encantó la habitación era muy amplia, de las más grandes que hemos
tenido. Renovados y cambiados fuimos a comer y nos encontramos con que en la
mesa de al lado también había otros peregrinos, no los conocíamos, no habíamos
coincidido, pero nos sonaban las conversaciones que se entrelazaban entre
ellos. Comimos muy bien, menú del peregrino, bastante asequible para el
bolsillo y de muy buena calidad.
Para cenar indagamos qué había por el pueblo, aunque no era
para perderse, tenía dos calles y poco más. Algunos establecimientos estaban
bastante llenos, más peregrinos, que parecía que ya estuvieran de fiesta. Se
notaba en el ambiente que solamente nos faltaba un día para llegar a Santiago. ¡Solamente
un día!
El último día había llegado, el día que si todo iba bien
llegaríamos a Santiago. Estábamos algo emocionados y con muchas ganas de
llegar. Queríamos cumplir nuestro reto, llegar a la meta. Aunque al poco de empezar el camino, en medio
de un bosque, yendo con linternas, empezó a caer una tromba de agua bastante
fuerte. Por suerte, estábamos resguardados por los chubasqueros y bajo los árboles. La alegría de llegar no
queríamos que se viera desdibujada por el mal tiempo que hacía, pero caminar sobre
fango, mojados y con resbalones no era fácil. Después de la lluvia, salió
un arcoíris, aunque yo no lo pudiera ver, era síntoma de que tras los
nubarrones siempre puede aparecer el Sol. Ese parón de lluvia, ese arcoíris y
esos rayos de Sol que empezaban a asomar daba muy buen rollo y muchos ánimo
para continuar.
Con el arco iris
Cuando quedaba poco para llegar a Santiago teníamos que
pasar por Monte do Gozo, donde resulta que hay buenas vistas de la ciudad, pero
nosotros no vimos mucho. Vimos a bastantes peregrinos en ese monte. Resultó
bastante difícil llegar hasta allí, porque es una subida considerable. Lo peor,
para mí, estaba por llegar, una bajada de lo más bestia, donde mi rodilla gemía
de dolor. Me hubiera gustado bajarla haciendo la croqueta y estar abajo en un
periquete, pero era carretera y en ocasiones nos teníamos que apartar a un lado
para que pasasen los coches. Al bajar, ya se escuchaban los típicos
sonidos de una gran ciudad: coches, camiones, motos, tráfico por todas partes. ¡Ya
estábamos rozando la gran ciudad de Santiago! Algo complicado, como había sido
la bajada del Monte do Gozo, sobre asfalto y siendo una bajada muy salvaje,
tenía su recompensa. ¡Ya estábamos cerca!
En la ciudad de Santiago de Compostela
Pero, como nos había pasado en otras etapas, cuando sabes
que ya queda poco para llegar, parece que los kilómetros se multiplican y parece
que no vas a llegar nunca. Ya estábamos pisando la ciudad de Santiago. Aunque,
desde que pisas Santiago, ves el cartel de la ciudad hasta que llegas al centro
histórico, la catedral, hay un buen trecho por en medio. Además, el
camino es por ciudad y se hace realmente duro. Yo iba sin mochila y era
la que tiraba de mi equipo, Carlos no podía con su alma, le pesaba la mochila y
hasta los pies, Kenzie no sabía por qué caminábamos tanto y no es que se
parase, pero iba lenta y con pasos torpes.
Estando cerca, casi en el centro histórico, parecía que las
indicaciones que habíamos visto durante todo el Camino las hubieran
desaparecido. No es fácil perderse y menos con tanta gente, siempre puedes
preguntar. Aunque no nos hizo falta, de repente ante el tumulto, apareció una
pareja, que nos conocía. Se alegró mucho de vernos, yo no sabía quiénes eran. Habíamos coincidido
con ellos el primer día, en Sarria, y nos explicaron que justo ellos había llegado
a Santiago el día anterior, nos cuentan las etapas más duras y cómo había ido
todo, y lo mejor: nos indicaron los pasos que debíamos dar para llegar a la Catedral.
Nos dijeron por dónde ir, pero nos dejaron, para que experimentáramos lo que
ellos habían vivido el día anterior, es tan emocionante que lo tenéis que vivir
solos.
Justo después de dejar a esa pareja, empezamos a escuchar un
sonido de gaita y me empecé a emocionar. Carlos pensaba me estaba emocionando
por la melodía de la gaita. A mí me gusta el sonido tan celta que transmite la
gaita, pero no me emocionaba simplemente el sonido, sino que sabía que estábamos
rozando la plaza. Yo no veía la Catedral, es lo que tiene no ver, pero el oído
en múltiples ocasiones es un gran aliado, y en esta ocasión lo fue. Yo ya había
estado en Santiago, unos meses atrás, y recordaba que justo en un soportal
lateral de la catedral se ponían a tocar la gaita, para dar la bienvenida a los
peregrinos. Bajamos unos escalones y ya estábamos en la plaza del Obradoiro,
enfrente de la catedral. ¡No me lo podía creer! ¡No nos lo podíamos creer! ¡lo
habíamos conseguido! ¡Habíamos llegado!
Queríamos la foto de rigor, recién llegados a la plaza, nos
hizo la foto una peregrina italiana, y sin conocerla de nada empezamos a
abrazarnos. Ella también estaba emocionada, también acaba de llegar, había
sufrido como nosotros y habíamos llegado a la meta. Estábamos exhaustos,
emocionados y radiantes de felicidad. Nos apartamos a un lado de la plaza y nos
tumbamos en el suelo, la primera en hacerlo fue Kenzie. Carlos, en ese momento,
contemplando la catedral fue cuando realmente fue consciente que habíamos
llegado, que después de tantos días, tanto sufrimiento, dolores, agujetas, calor,
lluvia, sudor y todas las aventuras, lo habíamos conseguido..
Nos quedamos ahí sentados un rato, pensativos, rememorando
todo lo que habíamos vivido. Se nos hacía raro no tener otra etapa, pensar que
ya habíamos llegado, habíamos cumplido nuestro objetivo. Estábamos en la gran
meta y era una satisfacción muy grande, un orgullo por haberlo conseguido, pero
también una mezcla de tristeza por saber que todas esas aventuras por el camino
se quedaban en el recuerdo, ya se había acabado.
Zombies perdidos, aún soñando fuimos al hotel, que lo
teníamos reservado muy cerca de la catedral, en el casco histórico. Comimos
allí mismo, no teníamos ganas de dar más vueltas. Nos aconsejaron que fuéramos
por la tarde a por la Compostelana y que nos preparásemos para hacer cola. Por
suerte no fue tanto rato el que estuvimos esperando. Con nuestra compostelana y
una sonrisa que no cabía en nuestra cara nos fuimos a buscar la Cotolaya.
La cotolaya es una credencial que justamente en el 2014 dan los franciscanos.
Nada más entrar a la Iglesia que nos habían dicho y ver a Kenzie, nos
preguntaron su nombre y le hicieron un certificado a ella también. Me hizo
mucha ilusión, porque para la Compostelana lo había preguntado y me dijeron que
no podían hacerle un diploma. Ella se lo merece tanto, o incluso más, que
nosotros. Por eso me hizo tanta ilusión que sin que yo dijera nada, preguntasen
por su nombre y empezaran a hacerle un diploma.
Cotolaya de Kenzie
Al día siguiente nos quedamos por Santiago, pudimos entrar
en la catedral, abrazar al Santo, ver el Botafumeiro y dar una vuelta por
la plaza y alrededores. Nos encantó encontrarnos con algunos compañeros de
viaje, con los que habíamos coincidido en algún momento de alguna etapa, saber
que ellos lo habían logrado nos hacía ilusión. Empezamos a abrazarnos como si
nos conociéramos de toda la vida, a hacernos fotos y contar anécdotas.
Era el momento de decir adiós a tierras gallegas.Por la tarde cogimos el avión para casa. Todo lo bueno se
acaba. Pero, ha sido una aventura mágica, ahora entiendo lo que sintieron los
peregrinos que entrevisté en el programa, las buenas palabras que todo el mundo
le dedicaba al camino, las recomendaciones de que lo hiciera. No me extraña.
Aparte de ser toda una aventura, una experiencia, un deporte, es una búsqueda
en ti mismo, el ver que todo si se quiere, con más esfuerzo o menos, con más
dolor o menos, con agujetas o sin, se consigue. De una manera u otra todo
se puede conseguir. Todo esfuerzo tiene su recompensa.
Nos ha encantado tanto la experiencia, que entiendo eso que
dicen que el Camino engancha, porque a nosotros nos ha entrado el gusanillo de
seguir. Ya estamos pensando qué ruta
haremos el año que viene. Hay múltiples de rutas que elegir, incluso diferentes
caminos. Nosotros hemos hecho el Camino Francés, pero hay diferentes: el
primitivo, el del Norte, el de la Plata. Tenemos dónde elegir, por opciones no
será. Sea como fuere, y vayamos por donde vayamos, queremos seguir caminando,
porque como decía Machado: “Caminante no
hay camino, se hace camino al andar”.
En general, la vida en sí es un largo camino, que tenemos
que recorrer día a día, sin dejar de caminar, sin que las fuerzas flaqueen y siempre
siguiendo hacia adelante….Así que, solamente puedo decir:
Durante estos
meses que he estado sin publicar ninguna entrada en el blog, he estado viviendo
experiencias maravillosas. He abierto y cerrado un paréntesis en mi vida. Pero,
a pesar de haber sido un paréntesis, ha sido algo que no olvidaré nunca. He
estado realizando un programa de televisión: Con mis ojos.
Un programa que me ha dado la oportunidad para introducirme
en un mundo, hasta entonces desconocido para mí, el mundo de la televisión.
Hasta entonces, la televisión solamente era ese aparato que está en casa y
sirve para ver cosas, a veces interesantes y entretenidas y otras no tanto.
Pero, en este caso he sabido lo complicado que es hacer un programa de
televisión: estar delante de las cámaras, las repeticiones. El tiempo que se
tarda en hacer un programa. No es lo mismo lo que se ve en pantalla, que el
tiempo que se invierte en los rodajes.
A pesar de que no ha sido un camino de rosas, porque no todo
ha sido fácil, me ha servido para aprender muchas cosas, y no solamente de las
cámaras y del planeta audiovisual, sino que ha servido para mucho más. He
tenido la gran oportunidad de estar viajando por España, conociendo sitios que
no había visitado, descubrir gente que me han enseñado miles de cosas, y
realizar actividades que nunca se me hubieran pasado por la cabeza. Ha sido una
experiencia única, maravillosa, y, como digo en el título de la entrada, todo
un regalo que el destino me ha puesto en el camino de la vida.
Todo esto no lo he hecho sola, una vez más Kenzie, mi perra
guía, me ha acompañado en toda esta aventura. No hubiera sido lo mismo hacerlo
sin ella. Ella también es protagonista del programa, sin duda alguno de los
momentos más divertidos los ha dado ella. Además, como de todo se aprende, a mí
me ha servido para afianzar, si cabe aún más, mi vínculo con ella. Aparte de
estar contentísima por la ayuda que me genera cada día, ella ha estado en
algunos de los momentos más importantes en mi vida, y, sin duda, éste ha sido
uno de ellos. Ha estado, como ha siempre, para guiarme en todos sentidos.
Pero, ella no ha sido la única que me ha acompañado. Un
grupo de profesionales, que desconocía, nos han escoltado durante toda esta
aventura. Me han enseñado muchas cosas, han tenido paciencia con mi
aprendizaje, y sobre todo; durante estos meses han formado parte de nuestra
familia. Porque no todo ha sido trabajo,
también ha habido convivencia, con lo que ello supone: confianza, risas,
enfados, malos y buenos momentos….pero siempre juntos. Y si he comentado que
con Kenzie me ha servido para acrecentar mi vínculo, con ellos ha servido para
crearlo. Hemos vivido muchas cosas juntos, han estado en momentos difíciles, en
los buenos y me han ayudado mucho. Me lo han puesto fácil, porque con los meses
han sabido ponerse en mi piel, entenderme y sabían mis límites. Han llegado a
conocerme tanto que, alguno de ellos, sin hablar sabían lo que estaba
pensando. Ahora que todo ha terminado, que el paréntesis se ha cerrado, los
echo en falta. Pero sé que con alguno de ellos mantendré el contacto, porque
han sido como hermanos para nosotras, y ahora ya forman parte de nuestra
familia. Sé que ha sido un trabajo, aunque para mí ha sido mucho más, pero,
como digo, aparte de trabajo, había convivencia, y hemos compartido muchos días
juntos. Así que, si no olvidaré toda experiencia: lugares, personas y
actividades que he realizado, por supuesto, tampoco los olvidaré a ellos,
quienes han sido testigos directos de todas mis andanzas, guiándome,
aconsejándome y estando siempre ahí.
Pero no me quiero olvidar de otra parte importante del
equipo, que no viajaban físicamente con nosotros, pero sí lo hacían desde la
sala de montaje, desde la sala de locución ó desde producción. El director
siempre estaba atento de cada paso que dábamos, y a la vuelta de cada viaje siempre estaba ahí
para dar algún consejo y preparar el siguiente viaje. A pesar de los consejos
que me pudo dar en los momentos más complicados, también tuvo la paciencia
suficiente con una novata en el sector
como yo. Me he sentido muy
arropada por todos ellos, por eso y por lo que callo les estoy muy agradecida.
La vida te depara muchas sorpresas, cada día, aunque sea una
palabra, un gesto o una sonrisa hace que el día te cambie la perspectiva.
Sabemos que, hay épocas mejores que otras, sin duda, este año lo he empezado de
la mejor manera, con un proyecto fantástico. Así que, no me queda otra que dar
las gracias a la vida. Eso sí, parece que solamente sepa dar las gracias cuando
todo va bien, pero es cuando mejor se ven las cosas.
Cabe decir que hemos realizado muchos viajes y muchas
actividades durante poco tiempo, por eso al haber estado todo tan comprimido,
ha sido más intenso. Ahora es el momento para revivirlo, pensar en todo lo que
he hecho y darme cuenta de la suerte que he tenido por haber sido elegida para
este proyecto. Ahora es el momento de asimilar todo, porque no he tenido ni
tiempo de hacerlo. Hoy en día, cuando recuerdo algún momento vivido, ya sea
malo o bueno, se me dibuja una sonrisa.
Estos meses que he estado sin dar señales por la maleta, es
cuando más la he utilizado. Hacía tiempo que no hacía y deshacía maletas con
tanta rapidez. Pensándolo bien, nunca había tenido que preparar tantas maletas
en tan poco tiempo. He tenido la gran suerte de no parar de viajar, de
descubrir un montón de sitios y gente nueva que me han acercado a la cultura y
tradiciones de los lugares que he visitado. Todo esto ha sido gracias a
un programa de televisión: Con mis ojos, donde Kenzie y yo hemos compartido con
vosotros nuestras sensaciones.
Pero, no he dejado de escribir. Después de cada viaje
recogía todo lo que había ido anotando, mis impresiones, y así me servía de recuerdo, para no olvidar
ningún detalle de todas nuestras andanzas. Incluso, si queréis podéis leer mis
sensaciones en la página web oficial del programa, aquí.
¡Gracias a todos! A
Fundación ONCE, a la productora Media 3.14, a TVE, a todo mi equipo, a Kenzie,
a mi familia y a todos los que habéis seguido domingo a domingo todas nuestras
aventuras. ¡Gracias!
Hace dos semanas reflotaron en mí recuerdos olvidados….No
surgen porque sí, así que se merecen un homenaje. La semana pasada, última de
enero, fue intensísima, llena de nuevas experiencias y momentos. Pero, esa
semana me la reservo, porque al haber sido tan intensa, aún la estoy
procesando. A veces, cuantos vives tantos momentos, y no tienes tiempo para
darte cuenta, es como si no hubiera pasado. ¡Ha pasado! Pero aún lo estoy
procesando, para ser consciente de tanto de lo que he hecho.
Ahora os dejo con los recuerdos que me vinieron a la
cabeza…. Si reaparecen es por algo, y aquí están.
Los recuerdos son imprevisibles, aparecen cuando menos te lo
esperas. Son flashes que se recrean en tu mente, sin venir a cuento. Bueno, en
cierta manera, no aparecen porque sí. Se reflejan por circunstancias. Por
ejemplo, puede que veas algo y te recuerde a algo que ya viste hace
tiempo. Sucede igual con los sueños, dicen que el mundo onírico no está
muy distanciado con la realidad. Depende de lo que hayas hablado, hayas hecho ó
dónde hayas estado, aunque sean de una forma difuminada después en tu
subconsciencia, mientras duermes, aparecen rastros de esas personas, lugares o
hechos de ese día o días anteriores. Nunca se sabe lo que vas a soñar. Pues,
sucede un poco igual con los recuerdos. Nunca sabes cuándo van a
aparecer. Depende de tus vivencias aparecen por arte de magia.
Durante esta semana, en la que por fin, estoy sumergida en
un proyecto innovador para mi vida, han aparecido rastros de vivencias pasadas.
Como es algo inédito lo que estoy haciendo, no puedo recordar algo similar.
Pero, durante esta semana he tenido que vencer miedos: miedo escénico, miedo al
hablar en público y en definitiva a hablar. Cuesta mucho arrancar, como siempre
que haces algo nuevo, es desconocido y te crea inseguridades. Es un terreno que
es ajeno al tuyo, desconoces y te siente fuera de onda. Pero, poco a poco, como
cuando empiezas un nuevo trabajo, vas aprendiendo y cogiendo la dinámica,
sabiendo cuál es tu función.
Me han venido recuerdos como: la primera vez que dí una
clase en un instituto. La primera vez, me temblaba todo el cuerpo. Tenía que
ser segura y estar delante de una clase. Afortunadamente, no fue una clase
numerosa. La cual cosa me facilitó la tarea de enseñar. Como no quería hacer
una clase monótona y en la que yo estuviera todo el rato hablando, pude hacer
una clase algo dinámica. En la que los alumnos formasen parte de esa enseñanza.
Porque, aunque ellos no lo supiesen, sabían del tema, solamente hacía falta hacerles
partícipes. Una forma de que la clase fuera interactiva, y de que ellos me
ayudasen. No es lo mismo una persona que puede ir mirando “la chuleta” que
alguien que lo tiene todo en la cabeza. Es un hándicap el hecho de no poder ver
y apoyarte en apuntes. A pesar, de que sí que los llevaba, a letra muy grande,
pero entre que enfocaba y veía dónde estábamos, casi que ni los mire, porque
eso de dejar espacios en blanco no está bien. Ni para ellos, que seguro que se
hubieran puesto a hablar de sus cosas, ó, hubieran desconectado. Como para mí,
que rompía la dinámica de la clase.
Por suerte, todos fueron partícipes de la clase, me
ayudaron, se ayudaron, y espero que aprendieran algo. La clase que dí, fue
sobre la publicidad y su lenguaje: El lenguaje publicitario. Hubiera estado muy
bien aportar algún vídeo sobre algún anuncio, para que a través de los ejemplos
viesen el lenguaje y las partes principales. Pero, empecé la clase
diciendo que en la publicidad, a veces una imagen vale más que mil palabras.
Pero, en ese caso, íbamos a convertir que mil palabras- las mías- valiesen más
que una imagen. Algo complicado. Pero, eso de que se de todo por hecho por tan
solo ver una imagen, es sencillo, porque entiendo que la vista es uno de los
sentidos que más utilizamos, pero no hay que dar todo por hecho. Sinceramente,
yo hay anuncios que no entiendo, porque creen que por poner una música y una
imagen ya han llegado al espectador, y será así, pero a mí ese tipo de
publicidad tan visual no me llama nada la atención. Así que, dejando de
lado lo que a mí me gusta o no, creo que también se puede enseñar, y hacer algo
dinámico sin poner soporte audiovisual. Quizás ellos no opinaron lo mismo,
aunque no lo dijeron, porque recurrimos a los anuncios que recordaban- allí me
dí cuenta de lo mayor que soy, ya que las generaciones no son las mismas, y ellos
no recordaban anuncios que para mí eran presentes, allí te das cuenta del salto
generacional-. A pesar de mis primeros nervios, al estar sentada en la
silla y ver lo que colaboraban los anuncios, por suerte fueron disipándose poco
a poco, hasta llegar al punto que la clase se me hizo corta. Corta hasta cierto
punto, porque uno de los puntos que hay que hacer a la hora de organizar la
clase es organizar el tiempo, y creo que con las explicaciones, ejemplos y
actividades cumplimos el tiempo estimado. Quedé muy satisfecha de la clase.
Ahora que pienso, todos los recuerdos que se han colado por
la rendija de la memoria son de la misma época….En todos ellos, no aparece
Kenzie, aún no había llegado a mi vida. Son de hace más de cinco años. ¡El
tiempo pasa que ni te das cuenta!. Otro de los recuerdos, es de antes de hacer
las practicas del CAP- el recuerdo anterior era de las prácticas del C.A.P-.
Este recuerdo es de una asignatura que elegí como libre elección. Era una
asignatura de Lingüística, pero que la escogí porque me parecía muy interesante
y de la que estaba segura que aprendería muchas cosas. La asignatura se llama:
Retórica. Quería aprender el arte del discurso. Sabía, porque el año anterior
la había hecho otra compañera, que al final de la asignatura tendría que
realizar un discurso en público y que, incluso, te grababan. A pesar de ello,
me lancé a hacer esa asignatura. Porque quería aprender a vencer mis miedos,
aprender a cómo efectuar un buen discurso. Vimos muchos ejemplos de discursos,
sobre todo de políticos, aunque no los escriben ellos, y juegan con el
telepronter y de un buen redactor detrás, pero ellos dan la cara. Aunque, juega
un papel muy importante el carisma que transmitan al público que les escucha.
En definitiva, llego el día del discurso. Cada una de nosotras, todas las de la
clase éramos chicas, teníamos que elegir un tema relacionado con nuestra
universidad- un sitio que te llamase la atención por algo, tanto por el sitio
en sí, como por llevarlo al ámbito personal-. Yo elegí, el jardín de la
universidad. Pensé en cómo hacerlo, haciendo una presentación: con su parte de
historia, su ubicación y su encanto. Pasando por el terreno de la anécdota
personal, esa de porqué había sido tan importante para mí, y concluyendo
invitando a todos a pasear por el locus amoenus que fluye por ese rincón que, a
pesar de estar en el centro de Barcelona, transmite tranquilidad y te sientes
en pleno contacto con la naturaleza.
Llegó mi turno, era la segunda en hablar, y aunque
tenía un atril no tenía nada que poner en él. Me hubiera gustado tener un
apoyo, pero mi vista no colaboraba en ello. No para leer todo el discurso, eso
es impensable, pero sí por si se me olvidaba algo. Pero, no tenía nada,
había estado memorizando mi discurso hasta la saciedad. Sin embargo, a
pesar de repetirlo y repetirlo, parecía que no recordaba nada de algo que había
escrito yo misma. Estaba temblando, porque teníamos que hacer el discurso de
pie y eso te impone más. Encima no hicimos el discurso en una clase cualquiera,
lo hicimos en la capilla, un lugar que impone aún más, porque la acústica es
mayor y se te escucha mucho más. Delante de mí, el atril, sin nada, bueno, creo
que, con una grabadora que había dejado el profesor y un micrófono. Más
adelante nuestro público, mis compañeras de clase y curiosos que se habían
acercado para escucharnos. No sabía cómo empezar, lo que más cuesta es
ponerse en marcha. Empecé a presentar el jardín con fechas que bailaban en mi
cabeza, datos históricos que bailaban, pero que estaban ahí. De repente el peor
momento, esos en los que deseas que la tierra se abra y te caigas dentro del
agujero y nadie te vea, me quedé en blanco. Totalmente en blanco. Un segundo,
dos segundos, tres segundos….todo en silencio y el motor seguía sin arrancar. Todo
fue porque me despiste, en medio del discurso, se abrió la puerta: empezó a
entrar más gente, y entre el ruido, el saber que había más gente escuchando o
no sé porqué hizo que me bloquease. Después de unos cuantos segundos, eternos
para mí, recuperé el hilo del discurso y continué, a pesar de la
interrupción que me fastidió mucho, pero que sirvió para pensar, centrarme y
continuar. Mi voz no era la mía, era una voz que temblaba. Al final pude
concluirlo, pero s e me hizo eterno, y no duro ni cinco minutos. Pero, cinco
minutos hablando delante de gente es muy duro. Después de mi
participación cambiamos de sitio, y yo pensando el porqué no se había hecho
antes el cambio de sitio. Durante esos días la universidad estaba muy revuelta,
había alumnos que se quedaban a dormir allí en protesta por el plan Boloña, y
había gente que dormía con sacos de dormr en la capilla, por lo tanto el
tránsito de gente alterada estaba por todas partes. No quiero justificar mi
bloqueo por la gente que entraba y salía, y por el revuelo que había, pero
quieras que no influye y te desconcentra que en medio de un discurso, entren,
salgan y armen jaleo.
Hablando con algunas compañeras que estaban entre el
público, me comentaron que lo habían pasado mal con mi bloqueo, porque vieron que
lo estaba pasando mal y no me podían ayudar y veían que no arrancaba.
Pero, que después lo había resuelto muy bien. Respiraron más tranquilas al ver
que proseguía. Sin embargo, transmití mi tensión, porque me pareció escuchar
que cuando, por fin, proseguí, un suspiro se hacía eco de mis palabras. Quizás
no fue más que mi suspiro interior que se alegraba de que el espacio en blanco
desapareciese.
Eso sí, cuando finalicé mi participación, respiré mucho más
tranquila y me sentí liberada. Servía de consuelo saber que no era la
única que estaba de los nervios antes del discurso. Por eso quise ser de las
primeras, para poder quitarme la angustia cuanto antes. Pero, qué bien te
quedas una vez lo has hecho. Me sentí realizada, a pesar de ese momento de pausa,
descargué adrenalina. Y ahora, le tocaba el turno a otra compañera. Como todas
teníamos que hacer lo mismo, se respiraba un compañerismo envidiable, todas
sabíamos lo que era estar delante del micrófono y nos respetábamos y
apoyábamos.
A parte de la grabación, esa grabadora que estaba en el
atril era para grabar nuestros discursos, el profesor estaba lejos , no sé
dónde grabándonos. He encontrado el vídeo que nos hizo. Por suerte, no sale el
momento del bloqueo, porque no está el discurso entero, sino que, hay
diferentes momentos de las tres o cuatro que participamos. Todos los discursos
están en Youtube, pero lo fue dividiendo por grupos y por partes de nuestra
participación. Dejo el vídeo, ya que ahora que ha pasado el tiempo, es un
bonito recuerdo del paso por la universidad, de esa asignatura y de ese
momento. ENLACE YOUTUBE
¿Por qué me han venido a la cabeza todos estos recuerdos? Ni
yo misma lo sé, no he elegido recordarlos, pero han aparecido. Como he dicho al
empezar, los recuerdos son retales de momentos que han formado parte de nuestra
vida. Esos momentos se han hecho presentes, quizás porque he tenido que hablar
en público, siendo clara y contundente. No ha sido así, los titubeos, las dudas
e inseguridades se han hecho presentes. Lo cual es un impedimento a la hora
de tener claro lo que quieres decir, modular la voz y estar tranquila. No os
vayáis a pensar que he tenido que hablar delante de mucha gente, ni encima de
un escenario, pero sí que ha sido algo similar.
Creo que lo de hablar en público es algo que superas con el
tiempo, y, sobre todo, con la práctica. Así que, seguiré practicando, para que lo
quiero expresar me salga de forma más clara, contundente y con más fluidez.
Tener claro lo que quieres decir, tener buena actitud y estar relajada
son claves fundamentales. Ahora me falta llevarlo a la práctica. Y estoy
dispuesta a ello, porque la mejor manera de proyectar la voz tal y como
quieres, es con practica. Hay miles de ejercicios que ayudan a ello, y los voy
a hacer, pero sobre todo, te tienes que enfrentar a las inseguridades y todo
aquello que te impide seguir hacia adelante. ¡Vamos a practicar!
Hace
quince días que estamos en otro año, y aún, no había dejado escrita ninguna
entrada. Sin duda, esta entrada se merece un recibimiento al nuevo año.
Aunque, ya lo hayamos inaugurado, más bien está olvidado el estreno. Pero,
nunca es tarde si la dicha es buena. Y ¿qué mejor dicha que dar la
bienvenida al nuevo año como se merece?.
Cada
vez me parece increíble, aunque parezca reiterativo, lo rápido que pasa el
tiempo. Debe ser que me hago mayor. Me guste o no, el tiempo pasa.
Este año no he hecho balance del año que hemos dejado atrás, porque no me
parecía justo hacerlo, ha pasado tan rápido que no me ha dado
tiempo a asimilar que lo dejaba atrás. Ahora que, he cambiado de calendario, y
poco a poco, voy dándome cuenta que estamos en otro año, con
otro número, prefiero pensar en lo qué vendrá , más que en lo qué he
dejado atrás.
No
sé cómo habréis empezado el año, pero espero que lo llevéis tan bien como las
expectativas que teniais antes de empezarlo. Imagino que el primer
paso para inaugurarlo fue comiendo las doce uvas. En España
el hecho de comer doce uvas la noche del 31 al 1 de Enero, es
una tradición muy arraigada. Es una costumbre que perdura con nosotros
desde hace más de un siglo. Y casi no hay en ningún hogar que
esa noche olvide poner las doce uvas para cada comensal.
Pero,
¿Sabéis cómo surgió esta tradición?
Para
todas las tradiciones hay un origen y esta tradición, tan emocionante y a la
vez divertida, no va a ser menos. El comer doce uvas al son
de las campanadas, es una forma de desear que el nuevo año, con sus doce
meses, vendrán cargados de suerte. Siempre y cuando te comas las doce
uvas amarillas, con su pepita incluida, al compás de las doce campanadas:
las cuales separan un día de otro. Un fin de mes, con un inicio de mes,
introduciendo un nuevo año en tu vida. Dicen que, a la vez que ingieres las
uvas tienes que ir pensando deseos , propósitos , para el nuevo año.
Demasiado trabajo. Porque entre la emoción, la exaltación, el jolgorio,
la concentración y el hecho de comerte las doce uvas al mismo tiempo que las
campanadas, en tan poco tiempo, tampoco da lugar para mucho más.
Una de las teorías sobre el origen de las doce uvas en fin de año,
se remonta a 1897, ya que se encuentra testimonio escrito. En el semanario
satírico: Gedeón encontramos lo siguiente:
“Es
costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que
separa el año saliente del entrante”.
De ahí podemos derivar que
durante el siglo XIX ya estaba instaurada esta tradición. Pero…
¿Por qué comer doce uvas ese
día?
En 1882 el alcalde de Madrid,
José Abascal, impuso que todos aquellos que salieran la noche que
venían los Reyes, día 5 de Enero, armando jaleo, serían sancionados. Quienes
incumpliesen tal norma, tendrían que pagar cinco duros, 25 pesetas. Esa
privación de disfrutar de una noche de fiesta, sumado a que los burgueses
no tenían ninguna carencia de pasarlo bien, hizo mella en la gente del
pueblo. La clase obrera no estaba dispuesta a aguantar que, mientras unos
disfrutaban sin limitaciones, ellos tuvieran que ser castigados. Entonces, a un
grupo de madrileños, se les ocurrió copiar el hecho de que el día de
Noche Vieja, los burgueses celebrasen tal día con uvas y champán,
ironizando esa situación les copiaron. Y, bastante gente se congregó en
la Plaza del Sol, enfrente del reloj de la plaza, para que cuando
llegasen las doce horas pudieran tomar doce uvas y después brindar.
Una forma de rebelarse contra el sistema, quienes no dejaban celebrar
la noche de reyes, como habían hecho siempre, pues, por tanto, buscaron otro
día, y encima dejaban en evidencia a las familias más acomodadas. Ya que estas
familias con más recursos habían copiado esta costumbre
de los franceses, y la gente del pueblo se reía de esa
costumbre tonta y petulante. Si ellos lo hacían todos lo podían hacer.
Muestra de los ostentosos
festines, que se regalaban los acomodados, es una publicación del 1 de Enero de
1897 publicado en: La correspondencia de España.
“En la hermosa residencia particular del
ilustre presidente del Consejo de Ministros se reunieron anoche casi todos sus
compañeros de gabinete y algunos otros distinguidos personajes. A las doce en
punto de la noche saludaron los ministros la entrada del nuevo año comiendo
ricas y bebiendo champagne, pronunciándose con este motivo entusiastas y
patrióticos brindis por el general Martínez Campos, por el ejército que tan
valientemente pelea en Cuba y por la pronta pacificación de la isla.”
Por
eso, la gente del pueblo, copiando esa costumbre, en forma de protesta
por la carencia de celebración, optaron por empezar esta
tradición arraigada hasta ahora.
Sin
embargo, hay otra teoría sobre el origen de la historia de la tradición….
En
esta hipótesis entra en juego la economía. En 1909 en Alicante, Murcia,
Almería y en otras huertas del país, hubo un gran excedente de uvas. Los
campesinos no querían tirarlas, era dinero, y pensaron rentabilizar esa
situación. Si ese año la cosecha había sido tan prolífica era por algo, y
propusieron acabar el año vendiendo uvas de la suerte. Esta
tradición, al cabo de los años, se fue extendiendo por toda España. Al
llegar diciembre, después de ese año, se vendían uvas de la suerte,
para que al comerlas, entrásemos en el nuevo año con suerte.
Era una manera de sacar al mercado las uvas sobrantes, y además era una forma
original.
En
mi opinión, no sé cuál de las dos historias es cierta, quizás las dos, no
es incompatible que las dos historias, o todas las que haya sean ciertas.
Pero, tal y como el mundo se rige, me da la sensación que la teoría de
sacar dinero de un exceso de producción, tiene más sentido. Nunca lo
sabremos, o sí, pero, de lo que no cabe duda, es que sea cual sea el
origen, nosotros año tras año, al llegar el 31 de diciembre, por
costumbre, tradición, o simplemente por diversión, no faltan la
docena de uvas en la mesa.
¿Os
habéis comido las uvas?
Conozco
a gente que no les gustan las uvas, por tanto si no les gustan, por muchas
tradición que sea no van a hacer una excepción ese día. Así que, se las
ingenian para pensar qué pueden comer esa noche, para que al compás de las
campanadas puedan ingerir y desear buenos augurios para el ciclo que
entra. Pues, en ocasiones, han comido piñones, lacasitos, o algún que otro
fruto seco. Hay que pensar que no puede ser algo muy grande.
Cualquier otra fruta sirve, como pudiera ser: doce gajos de mandarina. Bueno,
cada uno sabrá, lo que le apetece. Incluso, con los avances que hay, ahora ya
hay botes con las doce uvas , preparadas para ingerir: sin piel y sin
senilita, para que sean más fáciles de tomar. Aunque, según mi punto de
vista, eso es trampa.
Las
uvas simbolizan los meses que vendrán, las doce uvas. Y los meses no son
fáciles vienen con piel. Hay meses cortos, como las uvas pequeñas. Meses
muy largos, de esos que parecen que no van a terminar nunca, y ahí aparece la
uva grande y gorda, y con pepitas.
Aunque, cuando de verdad te encuentras una semilla, incluso dos
semillas grandes, el sabor es amargo, como los meses que no son tan
agradables: difíciles de digerir. Pero, hay algunas que son muy dulces. Hay de
todo, en la variedad está el gusto, pero no vale elegir, lo que venga está
bien. Al igual que no podemos escoger lo que nos depararán los siguientes doce
meses, es justo que no podamos elegir las uvas. Por supuesto son
uvas de la suerte, así que por muy gordas, por mucha semilla que
haya y porque casi te atragantes, no hay problema, es suerte para lo que
vendrá.
La
anécdota de nuestra Noche Vieja:
Como
todos los días de fin de año nos reunimos toda la familia. Cenamos juntos, intercambiamos
conversaciones y nos dirigimos los buenos propósitos para el nuevo año. Cuando faltaban
menos de diez minutos para las campanadas, empezamos a repartir la docena
de uvas para cada uno. Con el tiempo justo, miramos que todos tuviéramos nuestra
copa con las uvas. Como se suele hacer, comprobar la cantidad de uvas que
tenía cada uno. Entonces, uno empezó a decir que tenía 10, otra voz también tenía
10, y así se fueron sumando las voces. Yo no sé ni cuántas tenía,
porque se me había caído alguna, así que incluso tenía menos de diez. ¡Fantástico!
Pero, como estábamos a tiempo límite, ya no daba tiempo para más. Todos
en nuestros puestos, enfrente del televisor, preparados para
engullir las uvas al compás de las campanadas que anunciarían el inicio de un
nuevo año. Este año tendríamos más tiempo o para degustar las uvas,
sin tantas prisas, ya que a todos nos faltaban alguna que otra uva. La
persona que había organizado la cantidad de uvas, para cada comensal,
era mi abuelo. Cuando todos “protestaban” en su número de uvas, éste como si
fuera lo más normal, dijo que claro que había diez uvas. Todos nos
quedamos estupefactos ante su respuesta, estaba convencido que había puesto
diez, no había sido un error, sino que él pensaba que tenía que poner diez
para cada uno. Bueno, nos llevamos unas risas y nos las comimos mejor.
¡Qué más da comer diez que tres!
Incluso,
yo, personalmente, no sé ni cuántas comí. Con todo el jaleo de
las uvas, el tiempo pasó enseguida y de repente escuché un silencio aterrador
en el salón de mis padres, solamente se escuchaba la televisión y yo pensando
que qué concentrados todos en los cuartos, porque campanadas sí que se
escuchaban, pero no sé yo…normalmente se avisa cuando empiezan las campanadas.
La cuestión, es que me dí cuenta de que eran las campanadas, porque me
avisaron, pero un poco tarde, así que además de tener pocas, empecé tarde, por
lo tanto fue un desmadre de año,. Podría ser que sí el descuento,
se hubiera sumado a empezar dos campanadas después todo hubiera llegado
a buen inicio, pero me dí cuenta bastante tardé. Así que, cuando
todos empezaron a desear buenos deseos para este nuevo año, yo iba con las
uvas que me habían quedado por tomar en la mano. No me las había
terminado. A pesar de no haber ingerido todas las uvas, no iba a ser menos.
¡Qué más da! Lo importante es estar con los tuyos y felicitar el año
como se merece. Puede que, no me acabase las uvas, como en otros años,
pero las disfruté degustándolas una a una, todo a su debido tiempo.
Deseo
que durante este año, hayáis comido uvas o no, todos vuestros deseos, anhelos y
proyectos se cumplan. Yo estoy esperando con ansia realizar un
proyecto, y creo que durante este año se realizará, por lo menos ahí están las
ganas, ilusión y esperanza de llevarlo a cabo. Eso es bueno tener ganas,
sobre todo, ilusión en algo.
Además,
este año se conmemoran bastantes efemérides, pero una de ellas es: los cien año
de la primera guerra mundial. Esperando recordar a los caídos, y que
nunca más se cometan injusticias de ese tipo, ya que cualquier guerra es
algo injusto, para un bando u otro. Los que caen en la batalla nunca son los
que proclaman la guerra, son gente de a pie, quienes no tienen culpa de
nada. Ese 1914, al morir un príncipe, se desató todo. Espero que, a pesar
de, los tiempos están muy revueltos en todos los sentidos, no lleguemos
nunca a cruentas batallas de tal calibre.
Y
ahora sí, termino esta entrada, deseando los mejores pronósticos para este inicio
del 2014.