sábado, 1 de noviembre de 2014

Nuestro primer Camino de Santiago

        El Camino de Santiago: un camino mágico                                                                                                                                          

Indicacion del camino
indicación del Camino
indicación para peregrinos
indicación para peregrinos













Nunca se me había pasado por la cabeza hacer el Camino de Santiago. A pesar de que, familiares y gente cercana, me lo habían recomendado, porque habían venido muy contentos de la experiencia. Pero, yo era un poco reacia a hacerlo, más que nada por mis pies, pensaba que sufrirían mucho y no valdría la pena. Sin embargo, algo cambió en mí.

Cuando estuve grabando el programa “Con mis ojos”, enGalicia entrevisté a unos peregrinos en la Plaza del Obradoiro, recién llegados de la caminata. Al verlos tan emocionados y con la ilusión que desprendían sus palabras, me entraron muchas ganas de vivirlo. Los ví tan emocionados, y eran sinceros, no era todo genial, pero sí que valía la pena, ya que servía para conocer paisajes, gente, pero, sobre todo, conocerte a ti mismo. Mi gran preocupación: los pies, solamente es una parte del cuerpo, y la mente es mucho más fuerte. Quería comprobarlo por mí misma, ver si valía tanto la pena. Por mucho que te puedan contar y explicar, cada uno lo vive de una manera diferente, lo que para uno ha sido algo alucinante, quizás para ti no lo es tanto. Incluso para quien ha podido ser lo más nefasto, para ti puede ser lo más maravilloso que te ha pasado.  Así que para ello, no hay nada  como calzarse  las botas y  ponerse en marcha, para poder comprobarlo  por uno mismo.    

Cuando llegué a casa se lo planteé a Carlos, y él estaba encantado con la idea. Hay que decir, que ninguno de los dos somos muy deportistas, ni siquiera senderistas, ni grandes caminantes, pero queríamos vivir la experiencia.  Él tenía vacaciones en septiembre, así que teníamos tiempo para prepararlo.  Sí, aunque sea por España, y digan que lo mejor que hay que hacer es llevar el menos peso posible, nos teníamos que organizar. 
Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a informarnos a una asociación de amigos del Camino de Santiago, allí nos informaron de todo, con un trato muy amable. También nos ofrecieron la credencial. La credencial es una cartulina pequeñita, donde pone tus datos y hay unas casillas, para que en cada sitio donde estés te puedan sellar, y así luego demostrar que has  hecho los kilómetros correspondientes, para que te puedan dar la Compostelana. Aunque, más que para que te den la Compostelana, yo creo que es un bonito recuerdo, porque después vas recordando que en tal sitio estuviste alojado, en tal otro comiste un pulpo delicioso y en tal otro conociste a unos peregrinos majísimos, de todos los sitios, los sellos te traen a la memoria miles de anécdotas.

Queríamos hacer un tramo del Camino, ni muy largo, ni muy corto, el justo para conseguir la Compostelana y para vivir la experiencia. Así que el pueblo escogido fue: Sarria, en Lugo. Queríamos tener la experiencia de hacer lo suficiente y llegar al gran destino: la Catedral de Santiago. Cuando fuimos a informarnos a la Asociación de amigos del Camino nos aconsejaron coger un tren, para ir por la noche y por la mañana ya empezar la etapa. Sin embargo, descartamos de inmediato la idea, porque eran muchas horas de tren de Barcelona a Galicia,  y a pesar de que puedas ir durmiendo, no  descansas lo mismo, además era demasiado trote para Kenzie, muchas horas sin poder ir al lavabo, ni moverse. 

Los meses se acercaban, ya teníamos el billete de avión comprado. Solamente nos quedaba reservar los albergues. Yo prefería ir con el alojamiento reservado, más que nada, porque así llegas al destino y ya sabes dónde tienes que ir, y porque volvemos a lo mismo de siempre, aunque Kenzie sea un perro guía y tenga derecho por ley a estar alojada en el sitio donde yo elija, no quiero llevarme decepciones y prefiero que lo sepan de antemano, para no llevarnos desagradables sorpresas. Así que comenzó la ardua labor de mirar alojamientos, escribir correos electrónicos, llamadas…y justo unos días antes de emprender la aventura, ya teníamos todo reservado. Teniendo alojamiento íbamos más tranquilos. Sabiendo que al final de cada ruta no nos volveríamos locos buscando un sitio para descansar. Además no queríamos albergues en el que duermes con cuatrocientas personas a tu lado, con ronquidos, gente que se despierta a horas diferentes a las  tuyas, con  olores de todo tipo y personas que refresan de star de fiesta cuando tú ya estás en el tercer sueño. A parte de por todo ello, tampoco queríamos  compartir habitación, ya que aunque Kenzie sea una perra guía  y tenga todo el derecho del mundo de estar durmiendo justo a mi lado, si alguien venía más tarde y no sabía que había un perro se podía llevar un gran susto, porque no se espera que haya un perro, y por esa regla de tres, Kenzie también se podía asustar si le pillaban  tranquila y dormida y le despertaban, ya que no es plato de buen gusto para nadie, incluida ella, que después de un día agotador te despierten.

Por supuesto, no faltó una visita al veterinario, porque si nosotros sabíamos qué teníamos que tener en cuenta, quería saber qué medidas había que tomar con la peluda de cuatro patas. El veterinario ante mi duda de si Kenzie podría aguantar el tute que le íbamos a meter, me contestó que sí, que seguro que lo aguantaría, se rió y aseguró que quizás tiraría más que nosotros.  Eso sí, en una de las etapas que era de más de 30 kilómetros nos aconsejó dividirla en dos, tanto por ella como para nosotros. Me recetó una pomada para las almohadillas que tendríamos que untarle unos diez minutos antes de empezar las caminatas, porque hay que tener en cuenta que si a nosotros nos pueden salir ampollas, a los perros también. Así que, con Kenzie lo que teníamos que tener en cuenta era untarle con la crema que nos habían recetado y sobre todo, al igual que nosotros, hidratarle mucho, ir parando y que bebiera el agua necesaria.

Todo estaba listo para iniciar la aventura. ¡Qué nervios! ¿Sabríamos llegar a Sarria? ¿Seríamos capaces de aguantar las rutas? ¿Cómo serían los caminos? Un montón de preguntas se agolpaban en mi cabeza, tenía ganas de estar allí y experimentarlo por mí misma, respondiendo a las preguntas.  Con nuestras mochilas en la espalda -pesadas con anterioridad, tienen que pesar sobre un 10% de tu peso, para que puedas aguantar. Hay que tener en cuenta que, aparte de llevar nuestras mudas, también teníamos que cargar con la comida de Kenzie para los días que íbamos a estar fuera.  Con las mochilas en los hombros, las botas puestas y cargados de ilusión salimos hacia el aeropuerto. 

El primer día hasta llegar a Sarria ya fue toda una aventura, sin contar mucho con los pies, pero lo fue. Primero el madrugón para coger el avión. Llegamos a Santiago y de allí teníamos que coger un autocar hasta Lugo, pero el vuelo y el autocar no estaban sincronizados, así que tuvimos que esperar más de una hora hasta que apareciera el autocar. Mientras esperamos, en la parada había otra chica, también de Barcelona, que iba a hacer el Camino, también era su primera vez. Se le veía muy nerviosa, porque además nos contó que pensaba empezar ese mismo día, porque no tenía muchos días para realizar las etapas. A mí me parecía impensable empezar a caminar, no sé cuándo llegaríamos al destino, pero a ella le daba igual la hora, teniendo en cuenta que el tiempo jugaba en su contra. 
Una vez en el autocar, se nos hizo eterno hasta llegar a Lugo, entre curvas y carreteras que no terminaban nunca. Pero, en el asiento delantero conocimos a un melillense que amenizó el viaje, contando que él ya había hecho el Camino y que menuda diferencia ir en autocar que caminando. Así que lo que para mí estaba siendo largo, para él no era nada, porque caminando se tarda mucho más, obvio. Nos dio consejos para llevar mejor el Camino, nos recomendó sitios y nos contó anécdotas, para él ya acababa la aventura, pero para nosotros solamente había hecho que empezar. A él solamente le quedaban los recuerdos y las vivencias, en cambio a nosotros nos acompañaban las preguntas y las inquietudes de empezar algo. Así que nos vino muy bien coincidir con él.

En Lugo tuvimos que coger otro autocar, con otra espera, para llegar a Sarria. Después de tanto viaje, con sus diferentes medios de transporte, llegamos a Sarria. Allí fue nuestra primera despedida, con la chica que iba a empezar la ruta fuera la hora que fuese y pegase un Sol criminal, con el melillense y su hijo y todos los del autocar. Todos se despidieron con una frase que escucharíamos repetidamente durante los días que vendrían: 
 “!Buen Camino!”  

En Sarria cargados con nuestras mochilas y mucha ilusión nos dirigimos a nuestro albergue, San Lázaro. Allí nos acogieron con los brazos abiertos. La dueña, Marisa, al vernos ya supo quiénes éramos. Kenzie es una gran pista, más habiendo hablado antes con ellos y diciéndoles que iba a ir con un perro guía, esa es una gran pista, para que supiera quiénes éramos. Enseguida nos enseñó nuestra habitación, solamente para nosotros. Nos enseñó las instalaciones: baños compartidos, salón para desayunar y ver la televisión y por supuesto, algo que se ve nada más entrar, un patio con mesas donde tomar la fresca y descansar.  
Ese día nos dedicamos a visitar el pueblo, comprar algunas cosillas: como un palo para Carlos, para que le sirviera de apoyo en momentos de subidas o bajadas, a charlar con Marisa y sobre todo a reponer fuerzas para el día siguiente.

Primera etapa: De Sarria a Portomarín- 23Km.
                                       
Nos levantamos bien temprano, sobre las seis de la mañana, antes de que amaneciera. Desayunamos algo ligero, sobre todo un café, para ir bien despiertos. Antes de todo ello, nos habíamos untado bien los pies con vaselina y puesto los calcetines al revés, para que las costuras quedasen al otro lado, así pudimos ponernos las botas con los pies bien protegidos. Kenzie también llevaba puesta su crema en las almohadillas. Una vez preparados, salimos a la calle, parecía de noche, no había luz, así que Carlos tuvo que encender la linterna. Hacía algo de fresco de buena mañana, pero… ¡zas! Primera cuesta, la cual cosa, hizo que nada más subir, tuviéramos que desquitarnos de prendas, porque ya habíamos entrado en calor. Esos esfuerzos de primera mañana, hace entrar en calor a cualquiera.
A primera hora no nos encontramos a nadie por el camino, pero, por suerte, está bien indicado con flechas que te indican el camino a seguir. Poco, después de la gran subida, nos empezamos a encontrar a otros peregrinos. A medida que la luz matutina se hacía presente, los caminantes también iban apareciendo.   
Amaneciendo y empezando la aventura
Amaneciendo y empezando la aventura


No sé cuántas horas estuvimos caminando, porque además nos íbamos parando a cada paso. Cuando no era para hacer un descanso, era para beber agua, y si no, era porque nos sorprendía cualquier cosa. Por el Camino conocimos a unas mujeres americanas que viajaban en grupo, y en las paradas que hicimos también nos las encontramos, siempre se acordaban de nuestros nombres, incluyendo el de Kenzie, y siempre que nos veían nos saludaban gritando nuestros nombres, me hacía mucha gracia.
Cuando quedaba poco para llegar al destino, parecía que no íbamos a llegar nunca, las fuerzas empezaban a flojear, el calor hacía mella en nuestro cansancio. Hubo un momento que ni me sentía los pies, yo creo que andaban solos, por inercia.
Kenzie estuvo guiando como la gran campeona que es. Hubo en un momento que pasamos por un riachuelo y nos encantó la idea de soltarle, porque además había otro perro bañándose, y con lo que le gusta el agua a nuestra pequeña, no podíamos desperdiciar esa oportunidad.  Eso sí, después me tocó ir agarrada de Carlos, hasta que se secase del todo y pudiera ponerle de nuevo el arnés.
¿Por qué no quería llevarla suelta por todo el Camino? Porque Kenzie en cuanto ve algo de hierba se pone a pastorear, como si fuera una cabra. Porque se hubiera puesto hecha una marrana, ya que tiene una fea costumbre de restregarse en el barro y en lo que no es barro. Porque no sé que habría comido por ahí, y eso hay que controlarlo mucho, para que después no se encuentre mal. Porque no en todas partes había campo, hubo trozos, aunque en esta ruta no, que había bastante carretera y eso es peligroso. Y por supuesto, porque a mí me servía de mucha ayuda, me daba fuerza, seguridad y autonomía poder ir del arnés de mi pequeña de cuatro patas. 

Cuando Carlos me dijo que había visto el cartel de Portomarín casi no me lo podía creer. Pero, la sorpresa estaba por llegar…. Para llegar al pueblo, tenías que subir no sé cuántos escalones. Ese pueblo está hecho con mala leche. No puedes con tu alma y tienes que subir  escaleras, es criminal. Eso sí, después pude comprobar que valía la pena, pero en ese momento estaba por no subirlas.
Cuando llegamos al albergue lo primero que hicimos fue ducharnos. Sienta de maravilla una ducha después de una gran caminata, recomforta muchísimo. Después fuimos a comer, eran casi las tres de la tarde. Aunque, yo más que hambre lo que tenía era un cansancio bestial. Estaba contenta por haber llegado a nuestro destino, pero no me sentía el cuerpo. Hacía un calor terrible, yo todo el rato les decía a los gallegos que era muy raro el tiempo que estaba haciendo para estar en Galicia, aunque mucho mejor eso que lluvia, por supuesto. Pero, estábamos a más de 25 grados, algo increíble.
Después de comer, fuimos a descansar, después de un gran madrugón y una larga caminata, no hay nada como dar una buena siesta. Una vez repuestos dimos una vuelta por el pueblo, que sí que era bonito de verdad, y una vez descansados se disfruta más del pueblo y de sus gentes. 

El cartel de Portomarin
El cartel de Portomarin

2ª Etapa: Portomarín- Palas de Rei -24Km.  

Volvimos a madrugar, como es normal, para aprovechar más el día y para que el Sol no nos diera tanto durante el recorrido. A pesar del madrugón hizo un día, que más que estar rozando otoño, parecía verano en puro estado. Por la mañana, fuimos con linterna y bien abrigados, pero nos duró poquito, porque no sé si es aposta, pero enseguida nos debimos encontrar alguna cuesta, de esas en las que sudas sangre para llegar, y al llegar te tienes que quitar la ropa. Esta etapa la recuerdo como de las más duras, porque había mucho trozo sobre asfalto, por carretera, y quieras que no, es más duro. Nosotros que no estamos  acostumbrados a grandes caminatas, sumado al peso de la mochila más el calor se hizo horrible. Sufría por Kenzie en los tramos de carretera, porque el asfalto le debía quemar las patitas, pero ella es muy lista, y siempre que podía me llevaba por algo de hierba que encontraba. Parecía que no fuéramos a llegar nunca, era una etapa larga, de las más largas que teníamos, pero es que aparte a medida que había indicaciones, cuando se supone que estás llegando, parece que no llega el momento final. 
Mis rodillas se resentían mucho, sobre todo en las bajadas, era un dolor punzante que me impedía seguir normalidad, bajaba el ritmo y seguía como podía. Quien parecía que no mostraba síntomas de agotamiento, ni dolor, ni cansancio era Kenzie, pero ella nunca se queja.  ¡Por fin llegamos al destino! Fuimos a nuestro alojamiento, comimos algo por ahí cerca y a descansar. Sin embargo, cuando desperté de la siesta me dolía todo el cuerpo y bajar alguna cuesta, aunque fuera con mis chanclas, era algo impensable.  Así que, hicimos una visita de rigor por la farmacia, y me hizo gracia coincidir allí con otros peregrinos que habíamos visto por el camino. Todos íbamos a curarnos nuestras heridas de  guerra. En mi caso, fue como una visita al médico, empecé a relatarle lo que me dolía, mis síntomas, lo que me pasaba y me dejaba de doler. Era una situación algo cómica, pero lo que me recomendó para el dolor, era algo milagroso, una pomada que aliviaba un montón, creo que se llamaba Voltaren. Eso sí, se nos gastó enseguida, bueno nos duró los días que eran necesarios, pero entre el dolor de hombros por la mochila, de rodillas, de pies,, y claro, aunque Carlos no sea tan quejica como yo, él también estaba fastidiado y también tuvo que hacer uso de la pomada.  

  Con Sol y asfalto
Con Sol y asfalto
Con el cartel de Palas de Rei
Con el cartel de Palas de Rei













3ª Etapa: Palas de Rei – Melide  14 km.  

Empezamos con muchas ganas esta ruta. Iba a ser una ruta más corta que las demás, porque la habíamos dividido en dos. No estábamos cómo para hacer 30 kilómetros, además nos habían hablado tan bien del pueblo de Melide que merecía la pena quedarse para comprobarlo por nosotros mismos. Melide tiene fama gastronómica por sus pulperías, donde hacen un pulpo al más estilo gallego, con su olla de cobre y a un precio de lo más asequible para los bolsillos. Así que teníamos el objetivo de llegar, para darnos un gran homenaje gastronómico. Era el premio por llegar al destino. Aparte de eso, el hecho de que fuera una etapa más corta ayudó a que llegásemos antes de lo que teníamos previsto. El camino fue fácil, cómodo y agradecido, porque eran senderos de bosques. Parecía que nos hubiéramos metido en un cuento, en bosques mágicos, solamente nos faltaban encontrarnos meigas por el medio del camino. Caminos preciosos, más viniendo de unos urbanitas, así que cualquier árbol, arbusto o terreno rural nos sorprendía.
Pulpo gallego
Pulpo gallego

Como digo, llegamos bastante pronto. A una hora de lo más razonable, justo para descansar, cambiarnos, tomar algo e ir a comer el ansiado plato de pulpo. Fuimos a una pulpería, me hizo gracia el nombre. Me gustó mucho el sitio, un sitio amplio, con mesas gigantescas de madera, con bancos de madera, donde sentarnos para degustar las delicias gallegas. Parecía estar en otro tiempo, en una taberna, donde compartes mesa con gente que no conoces. Al ser un sitio tan grande, había gente, pero no compartimos mesa, no me hubiera importado, pero tuvimos nuestro sitio para comer solos. Por supuesto pedimos pulpo y el famoso vino blanco que sirve para acompañar un plato como ese, unos gachelos,  y de postre, cómo no, un fabuloso trozo de tarta de Santiago. ¡Me encanta! 
   
Entre el vinito, y la comilona, qué mejor que ir a descansar…. ¡menos mal que no teníamos que proseguir la ruta!  Algunos peregrinos que nos encontramos por el camino, tenían la idea de parar en Melide, simplemente para almorzar, coger fuerzas y seguir con la ruta. Nosotros no teníamos prisa, así que, según mi punto de vista, la mejor manera de degustar un buen plato es sin prisas. 
Nos sentó de maravilla la comida, pero más la siesta. Se notaba que era nuestro tercer día, y las agujetas y los dolores parecían remitir, más sabiendo que la ruta había sido más corta que los días anteriores. No podíamos estar más cansados, si lo hubiéramos estado, por mal camino íbamos. 

Bosque mágico, lleno de árboles
Bosque mágico, lleno de árboles 

4ª etapa: Melide – Arzúa   14 km.

De Melide a Arzúa a pesar de que también había tramos muy bonitos, en los que la naturaleza era compañera inseparable de viaje, a veces la abandonábamos para sumergirnos en: aldeas, en carretera y en tramos algo complicados. Sí, se supone que era la mitad, pero no íbamos tan ilusionados, como cuando fuimos a Melide. No nos esperaba un pulpo en el pueblo que íbamos, no sabíamos cómo sería el destino. Las fuerzas, el cansancio acumulado, empezaban a hacer mella en nosotros. En realidad, no llegamos tan tarde al hostal en Arzúa, justo a la hora de comer. Nos aconsejaron un sitio para comer, pero primero hicimos un alto en el camino para tomar algo. Estábamos en una terracita, con una temperatura estupenda, totalmente veraniega, y con un trato muy amable, así que, optamos por quedarnos en el primer sitio donde nos habíamos aposentado, total, estábamos cómodos y ¿para qué nos íbamos a mover? Pues ahí nos quedamos y comimos bastante bien. No sé cómo sería el otro restaurante, el que nos habían recomendado en el hostal, pero qué más daba, lo que no queríamos era movernos.
Por la tarde, fuimos a comprar algo de pan y embutido para cenar en el hostal. Sin embargo, no sé si fue buena idea. Era un hostal fantasma, a pesar de tener una zona para descansar, con mesas y demás, no había nadie estábamos solos. Claro, nosotros pensamos que habría más gente, televisión o algo, pero el único ruido que se escuchaba era el de una máquina de refrescos. Un poco triste. Cuando estábamos cortando el pan, apareció una señora mayor que buscaba algo para comer en la máquina. Pero, no había nada, y como buenos peregrinos ofrecimos lo que teníamos, para poder compartirlo con ella. Estaba súper agradecida, pero ella no sabe lo agradecidos que estuvimos de su presencia. Siempre te gusta compartir cosas del camino y fue la oportunidad de hacerlo. Aunque en este caso, fue ella la que tenía muchas cosas que contarnos. Venía de Estados Unidos, aunque era de Puerto Rico, estaba haciendo el Camino ella sola con más de  70 años, y a pesar de que mucha de su familia estaba preocupada por su idea, ella quería hacerlo por razones religiosas. Nunca mejor dicho la fe mueve montañas, y en su caso así es, da igual los años que tenga, lo que vaya a tardar, ella tenía la ilusión de hacerlo, aunque fuera sola y así lo estaba haciendo.

En un bosque encantado los tres
En un bosque encantado los tres

5ª etapa: Arzúa – O’ Pedrouzo 19,30 km.

Los días iban pasando y ya nos quedaba poco para llegar… ya habíamos superado el ecuador de la aventura. ¡Sí! Las agujetas iban desapareciendo, estaban casi olvidadas. Los dolores iban remitiendo, aunque no del todo. Ahora teníamos que llegar a O Pedrouzo y yo jugaba con algo de ventaja. Supimos que había un servicio en los albergues que te trasladaban la mochila de un alojamiento a otro por solo 3 euros. Así que, no fui tonta y pensé en mi espalda, no quería que mis hombros sufrieran innecesariamente, ya habían padecido bastante los días anteriores el peso de la mochila, que por fortuna, gracias a que la comida de Kenzie iba desapareciendo, pesaba menos. Sin embargo,  sabiendo que existía la posibilidad de que te trasladasen la mochila a un precio más que razonable, no lo dudé. Cargamos todo lo que pudimos en mi mochila, dimos la dirección del siguiente hostal y así Carlos, aunque con mochila, iba con mucho menos peso, y yo sin nada.  Se me hacía raro ir sin mochila, pero me sentía mucho mejor, claro, sin peso encima. Solamente agarrada del arnés de Kenzie, siguiendo el Camino. 
Al poco de iniciar nuestra penúltima ruta, se puso a llover. Ya me extrañaba a mí estar en Galicia y que no estuviera presente el agua, eso era raro. Habíamos llevado unas capelinas, porque al ser más anchas, puedes cubrir la mochila. Por supuesto, Kenzie también llevaba su chubasquero, es una perra muy fina y no le gusta mojarse, solamente si a ella se le antoja, pero eso de guiar, caminar e ir mojándose no va con ella. Normal. Los  tres bien protegidos bajo la lluvia fuimos caminando, realmente no llovía exageradamente, pero eran gotitas que poco a poco te van calando.  Cuando hicimos una pausa para almorzar, los dueños del establecimiento se reían diciendo que eso no era llover…no lo sería, pero más vale ir protegidos. En realidad, después de la pausa, ya no nos hizo falta el impermeable, así que fue una falsa alarma. Además, se caminó mucho mejor, porque estaba algo nublado y con esa temperatura es mucho más agradable caminar.
En O Pedrouzo nos costó encontrar nuestro hostal, una vez lo hicimos nos encantó la habitación era muy amplia, de las más grandes que hemos tenido. Renovados y cambiados fuimos a comer y nos encontramos con que en la mesa de al lado también había otros peregrinos, no los conocíamos, no habíamos coincidido, pero nos sonaban las conversaciones que se entrelazaban entre ellos. Comimos muy bien, menú del peregrino, bastante asequible para el bolsillo y de muy buena calidad.
Para cenar indagamos qué había por el pueblo, aunque no era para perderse, tenía dos calles y poco más. Algunos establecimientos estaban bastante llenos, más peregrinos, que parecía que ya estuvieran de fiesta. Se notaba en el ambiente que solamente nos faltaba un día para llegar a Santiago. ¡Solamente un día!
En un descanso
En un descanso...


6ª y última etapa: OPedrouzo – Santiago  20 km.

El último día había llegado, el día que si todo iba bien llegaríamos a Santiago. Estábamos algo emocionados y con muchas ganas de llegar. Queríamos cumplir nuestro reto, llegar a la meta.  Aunque al poco de empezar el camino, en medio de un bosque, yendo con linternas, empezó a caer una tromba de agua bastante fuerte. Por suerte, estábamos resguardados por los chubasqueros  y bajo los árboles. La alegría de llegar no queríamos que se viera desdibujada por el mal tiempo que hacía, pero caminar sobre fango, mojados y con resbalones no era fácil.  Después de la lluvia, salió un arcoíris, aunque yo no lo pudiera ver, era síntoma de que tras los nubarrones siempre puede aparecer el Sol. Ese parón de lluvia, ese arcoíris y esos rayos de Sol que empezaban a asomar daba muy buen rollo y muchos ánimo para continuar.  
Con el arco iris
Con el arco iris 



Cuando quedaba poco para llegar a Santiago teníamos que pasar por Monte do Gozo, donde resulta que hay buenas vistas de la ciudad, pero nosotros no vimos mucho. Vimos a bastantes peregrinos en ese monte. Resultó bastante difícil llegar hasta allí, porque es una subida considerable. Lo peor, para mí, estaba por llegar, una bajada de lo más bestia, donde mi rodilla gemía de dolor. Me hubiera gustado bajarla haciendo la croqueta y estar abajo en un periquete, pero era carretera y en ocasiones nos teníamos que apartar a un lado para que pasasen los coches. Al bajar, ya se escuchaban los típicos  sonidos de una gran ciudad: coches, camiones, motos, tráfico por todas partes. ¡Ya estábamos rozando la gran ciudad de Santiago! Algo complicado, como había sido la bajada del Monte do Gozo, sobre asfalto y siendo una bajada muy salvaje, tenía su recompensa. ¡Ya estábamos cerca! 

En la ciudad de Santiago de Compostela
En la ciudad de Santiago de Compostela
Pero, como nos había pasado en otras etapas, cuando sabes que ya queda poco para llegar, parece que los kilómetros se multiplican y parece que no vas a llegar nunca. Ya estábamos pisando la ciudad de Santiago. Aunque, desde que pisas Santiago, ves el cartel de la ciudad hasta que llegas al centro histórico, la catedral, hay un buen trecho por en medio.  Además, el camino es por ciudad y se hace realmente duro.  Yo iba sin mochila y era la que tiraba de mi equipo, Carlos no podía con su alma, le pesaba la mochila y hasta los pies, Kenzie no sabía por qué caminábamos tanto y no es que se parase, pero iba lenta y con pasos torpes.  
Estando cerca, casi en el centro histórico, parecía que las indicaciones que habíamos visto durante todo el Camino las hubieran desaparecido. No es fácil perderse y menos con tanta gente, siempre puedes preguntar. Aunque no nos hizo falta, de repente ante el tumulto, apareció una pareja, que nos conocía. Se alegró mucho de vernos,  yo no sabía quiénes eran. Habíamos coincidido con ellos el primer día, en Sarria, y nos explicaron que justo ellos había llegado a Santiago el día anterior, nos cuentan las etapas más duras y cómo había ido todo, y lo mejor: nos indicaron los pasos que debíamos dar para llegar a la Catedral. Nos dijeron por dónde ir, pero nos dejaron, para que experimentáramos lo que ellos habían vivido el día anterior, es tan emocionante que lo tenéis que vivir solos.  

Justo después de dejar a esa pareja, empezamos a escuchar un sonido de gaita y me empecé a emocionar. Carlos pensaba me estaba emocionando por la melodía de la gaita. A mí me gusta el sonido tan celta que transmite la gaita, pero no me emocionaba simplemente el sonido, sino que sabía que estábamos rozando la plaza. Yo no veía la Catedral, es lo que tiene no ver, pero el oído en múltiples ocasiones es un gran aliado, y en esta ocasión lo fue. Yo ya había estado en Santiago, unos meses atrás, y recordaba que justo en un soportal lateral de la catedral se ponían a tocar la gaita, para dar la bienvenida a los peregrinos. Bajamos unos escalones y ya estábamos en la plaza del Obradoiro, enfrente de la catedral. ¡No me lo podía creer! ¡No nos lo podíamos creer! ¡lo habíamos conseguido! ¡Habíamos llegado! 
Queríamos la foto de rigor, recién llegados a la plaza, nos hizo la foto una peregrina italiana, y sin conocerla de nada empezamos a abrazarnos. Ella también estaba emocionada, también acaba de llegar, había sufrido como nosotros y habíamos llegado a la meta. Estábamos exhaustos, emocionados y radiantes de felicidad. Nos apartamos a un lado de la plaza y nos tumbamos en el suelo, la primera en hacerlo fue Kenzie. Carlos, en ese momento, contemplando la catedral fue cuando realmente fue consciente que habíamos llegado, que después de tantos días, tanto sufrimiento, dolores, agujetas, calor, lluvia, sudor y todas las aventuras, lo habíamos conseguido.. 
Nos quedamos ahí sentados un rato, pensativos, rememorando todo lo que habíamos vivido. Se nos hacía raro no tener otra etapa, pensar que ya habíamos llegado, habíamos cumplido nuestro objetivo. Estábamos en la gran meta y era una satisfacción muy grande, un orgullo por haberlo conseguido, pero también una mezcla de tristeza por saber que todas esas aventuras por el camino se quedaban en el recuerdo, ya se había acabado.  
Recién llegados a la catedral
Recién llegados a la catedral 

Zombies perdidos, aún soñando fuimos al hotel, que lo teníamos reservado muy cerca de la catedral, en el casco histórico. Comimos allí mismo, no teníamos ganas de dar más vueltas. Nos aconsejaron que fuéramos por la tarde a por la Compostelana y que nos preparásemos para hacer cola. Por suerte no fue tanto rato el que estuvimos esperando. Con nuestra compostelana y una sonrisa que no cabía en nuestra cara nos fuimos  a buscar la Cotolaya. La cotolaya es una credencial que justamente en el 2014 dan los franciscanos. Nada más entrar a la Iglesia que nos habían dicho y ver a Kenzie, nos preguntaron su nombre y le hicieron un certificado a ella también. Me hizo mucha ilusión, porque para la Compostelana lo había preguntado y me dijeron que no podían hacerle un diploma. Ella se lo merece tanto, o incluso más, que nosotros. Por eso me hizo tanta ilusión que sin que yo dijera nada, preguntasen por su nombre y empezaran a hacerle un diploma. 

Cotolaya  de Kenzie
Cotolaya  de Kenzie

Al día siguiente nos quedamos por Santiago, pudimos entrar en la catedral, abrazar al Santo, ver el Botafumeiro  y dar una vuelta por la plaza y alrededores. Nos encantó encontrarnos con algunos compañeros de viaje, con los que habíamos coincidido en algún momento de alguna etapa, saber que ellos lo habían logrado nos hacía ilusión. Empezamos a abrazarnos como si nos conociéramos de toda la vida, a hacernos fotos y contar anécdotas.

Era el momento de decir adiós a tierras gallegas.Por la tarde cogimos el avión para casa. Todo lo bueno se acaba. Pero, ha sido una aventura mágica, ahora entiendo lo que sintieron los peregrinos que entrevisté en el programa, las buenas palabras que todo el mundo le dedicaba al camino, las recomendaciones de que lo hiciera. No me extraña. Aparte de ser toda una aventura, una experiencia, un deporte, es una búsqueda en ti mismo, el ver que todo si se quiere, con más esfuerzo o menos, con más dolor o menos, con  agujetas o sin, se consigue. De una manera u otra todo se puede conseguir. Todo esfuerzo tiene su recompensa.    


Nos ha encantado tanto la experiencia, que entiendo eso que dicen que el Camino engancha, porque a nosotros nos ha entrado el gusanillo de seguir.  Ya estamos pensando qué ruta haremos el año que viene. Hay múltiples de rutas que elegir, incluso diferentes caminos. Nosotros hemos hecho el Camino Francés, pero hay diferentes: el primitivo, el del Norte, el de la Plata. Tenemos dónde elegir, por opciones no será. Sea como fuere, y vayamos por donde vayamos, queremos seguir caminando, porque como decía Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

En general, la vida en sí es un largo camino, que tenemos que recorrer día a día, sin dejar de caminar, sin que las fuerzas flaqueen y siempre siguiendo hacia adelante….Así que, solamente puedo decir:

¡Buen Camino a todos!

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