El Camino de Santiago: un camino mágico
indicación del Camino |
indicación para peregrinos |
Nunca se me había pasado por la cabeza hacer el Camino de Santiago. A pesar de que, familiares y gente cercana, me lo habían recomendado, porque habían
venido muy contentos de la experiencia. Pero, yo era un poco reacia a hacerlo,
más que nada por mis pies, pensaba que sufrirían mucho y no valdría la pena. Sin embargo, algo cambió en mí.
Cuando estuve grabando el programa “Con mis ojos”, enGalicia entrevisté a unos peregrinos en la Plaza del Obradoiro, recién llegados
de la caminata. Al verlos tan emocionados y con la ilusión que desprendían sus
palabras, me entraron muchas ganas de vivirlo. Los ví tan emocionados, y eran
sinceros, no era todo genial, pero sí que valía la pena, ya que servía para
conocer paisajes, gente, pero, sobre todo, conocerte a ti mismo. Mi gran
preocupación: los pies, solamente es una parte del cuerpo, y la mente es mucho
más fuerte. Quería comprobarlo por mí misma, ver si valía tanto la pena. Por mucho que te puedan contar y explicar, cada uno lo vive de una manera diferente, lo que para uno ha sido algo alucinante, quizás para ti no lo es tanto. Incluso para quien ha podido ser lo más nefasto, para ti puede ser lo más maravilloso que te ha pasado. Así que para ello, no hay nada como calzarse las botas y ponerse en marcha, para poder comprobarlo por uno mismo.
Cuando llegué a casa se lo planteé a Carlos, y él
estaba encantado con la idea. Hay que decir, que ninguno de los dos somos muy
deportistas, ni siquiera senderistas, ni grandes caminantes, pero queríamos
vivir la experiencia. Él tenía vacaciones en septiembre, así que teníamos
tiempo para prepararlo. Sí, aunque sea por España, y digan que lo mejor
que hay que hacer es llevar el menos peso posible, nos teníamos que
organizar.
Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a informarnos a
una asociación de amigos del Camino de
Santiago, allí nos informaron de todo, con un trato muy amable. También nos
ofrecieron la credencial. La credencial es una cartulina pequeñita, donde pone
tus datos y hay unas casillas, para que en cada sitio donde estés te puedan
sellar, y así luego demostrar que has hecho los kilómetros
correspondientes, para que te puedan dar la Compostelana. Aunque, más que para que te den la Compostelana, yo creo que es un bonito recuerdo,
porque después vas recordando que en tal sitio estuviste alojado, en tal otro
comiste un pulpo delicioso y en tal otro conociste a unos peregrinos majísimos,
de todos los sitios, los sellos te traen a la memoria miles de anécdotas.
Queríamos hacer un tramo del Camino, ni muy largo, ni muy
corto, el justo para conseguir la Compostelana y para vivir la experiencia. Así
que el pueblo escogido fue: Sarria, en Lugo. Queríamos tener la experiencia de
hacer lo suficiente y llegar al gran destino: la Catedral de Santiago. Cuando
fuimos a informarnos a la Asociación de amigos del Camino nos aconsejaron coger
un tren, para ir por la noche y por la mañana ya empezar la etapa.
Sin embargo, descartamos de inmediato la idea, porque eran muchas horas de
tren de Barcelona a Galicia, y a pesar de que puedas ir durmiendo, no descansas lo mismo, además
era demasiado trote para Kenzie, muchas horas sin poder ir al lavabo, ni moverse.
Los meses se acercaban, ya teníamos el billete de avión
comprado. Solamente nos quedaba reservar los albergues. Yo prefería ir con el
alojamiento reservado, más que nada, porque así llegas al destino y ya sabes
dónde tienes que ir, y porque volvemos a lo mismo de siempre, aunque Kenzie sea
un perro guía y tenga derecho por ley a estar alojada en el sitio donde yo
elija, no quiero llevarme decepciones y prefiero que lo sepan de antemano, para
no llevarnos desagradables sorpresas. Así que comenzó la ardua labor de mirar
alojamientos, escribir correos electrónicos, llamadas…y justo unos días antes
de emprender la aventura, ya teníamos todo reservado. Teniendo alojamiento íbamos
más tranquilos. Sabiendo que al final de cada ruta no nos volveríamos locos buscando un sitio para descansar. Además no queríamos albergues en el que duermes con cuatrocientas personas a tu lado, con ronquidos, gente que se despierta a horas diferentes a las tuyas, con olores de todo tipo y personas que refresan de star de fiesta cuando tú ya estás en el tercer sueño. A parte de por todo ello, tampoco queríamos compartir habitación, ya que aunque Kenzie sea una perra guía y tenga todo el derecho del mundo de estar durmiendo justo a mi lado, si alguien venía más tarde y no sabía que había un perro se podía llevar un gran susto, porque no se espera que haya un perro, y por esa regla de tres, Kenzie también se podía asustar si le pillaban tranquila y dormida y le despertaban, ya que no es plato de buen gusto para nadie, incluida ella, que después de un día agotador te despierten.
Por supuesto, no faltó una visita al veterinario, porque si nosotros sabíamos qué teníamos que tener en cuenta, quería saber qué medidas había que tomar con la peluda de cuatro patas. El veterinario ante mi duda de si Kenzie podría aguantar el tute que le íbamos a meter, me contestó que sí, que seguro que lo aguantaría, se rió y aseguró que quizás tiraría más que nosotros. Eso sí, en una de las etapas que era de más de 30 kilómetros nos aconsejó dividirla en dos, tanto por ella como para nosotros. Me recetó una pomada para las almohadillas que tendríamos que untarle unos diez minutos antes de empezar las caminatas, porque hay que tener en cuenta que si a nosotros nos pueden salir ampollas, a los perros también. Así que, con Kenzie lo que teníamos que tener en cuenta era untarle con la crema que nos habían recetado y sobre todo, al igual que nosotros, hidratarle mucho, ir parando y que bebiera el agua necesaria.
Todo estaba listo para iniciar la aventura. ¡Qué nervios!
¿Sabríamos llegar a Sarria? ¿Seríamos capaces de aguantar las rutas? ¿Cómo serían los
caminos? Un montón de preguntas se agolpaban en mi cabeza, tenía ganas de estar
allí y experimentarlo por mí misma, respondiendo a las preguntas. Con
nuestras mochilas en la espalda -pesadas con anterioridad, tienen que pesar
sobre un 10% de tu peso, para que puedas aguantar. Hay que tener en cuenta que, aparte de llevar nuestras mudas, también teníamos que cargar con la comida de
Kenzie para los días que íbamos a estar fuera. Con las mochilas en los hombros, las botas puestas y cargados de ilusión salimos hacia el aeropuerto.
El primer día hasta llegar a Sarria ya fue toda una
aventura, sin contar mucho con los pies, pero lo fue. Primero el madrugón para
coger el avión. Llegamos a Santiago y de allí teníamos que coger un autocar
hasta Lugo, pero el vuelo y el autocar no estaban sincronizados, así que tuvimos que esperar más de una
hora hasta que apareciera el autocar. Mientras esperamos, en la parada había
otra chica, también de Barcelona, que iba a hacer el Camino, también era su
primera vez. Se le veía muy nerviosa, porque además nos contó que pensaba empezar
ese mismo día, porque no tenía muchos días para realizar las etapas. A mí me
parecía impensable empezar a caminar, no sé cuándo llegaríamos al destino, pero
a ella le daba igual la hora, teniendo en cuenta que el tiempo jugaba en su
contra.
Una vez en el autocar, se nos hizo eterno hasta llegar a
Lugo, entre curvas y carreteras que no terminaban nunca. Pero, en el asiento
delantero conocimos a un melillense que amenizó el viaje, contando que él ya
había hecho el Camino y que menuda diferencia ir en autocar que caminando. Así
que lo que para mí estaba siendo largo, para él no era nada, porque caminando
se tarda mucho más, obvio. Nos dio consejos para llevar mejor el Camino, nos
recomendó sitios y nos contó anécdotas, para él ya acababa la aventura, pero
para nosotros solamente había hecho que empezar. A él solamente le quedaban los
recuerdos y las vivencias, en cambio a nosotros nos acompañaban las preguntas y
las inquietudes de empezar algo. Así que nos vino muy bien coincidir con él.
En Lugo tuvimos que coger otro autocar, con otra espera,
para llegar a Sarria. Después de tanto viaje, con sus diferentes medios de
transporte, llegamos a Sarria. Allí fue nuestra primera despedida, con la chica
que iba a empezar la ruta fuera la hora que fuese y pegase un Sol criminal, con
el melillense y su hijo y todos los del autocar. Todos se despidieron con una
frase que escucharíamos repetidamente durante los días que vendrían:
“!Buen Camino!”
“!Buen Camino!”
En Sarria cargados con nuestras mochilas y mucha ilusión nos
dirigimos a nuestro albergue, San
Lázaro. Allí nos acogieron con los brazos abiertos. La dueña, Marisa, al
vernos ya supo quiénes éramos. Kenzie es una gran pista, más habiendo hablado
antes con ellos y diciéndoles que iba a ir con un perro guía, esa es una gran
pista, para que supiera quiénes éramos. Enseguida nos enseñó nuestra
habitación, solamente para nosotros. Nos enseñó las instalaciones: baños
compartidos, salón para desayunar y ver la televisión y por supuesto, algo que
se ve nada más entrar, un patio con mesas donde tomar la fresca y descansar.
Ese día nos dedicamos a visitar el pueblo, comprar algunas
cosillas: como un palo para Carlos, para que le sirviera de apoyo en momentos
de subidas o bajadas, a charlar con Marisa y sobre todo a reponer fuerzas para
el día siguiente.
Primera etapa: De Sarria a Portomarín- 23Km.
Nos levantamos bien temprano, sobre las seis de la mañana,
antes de que amaneciera. Desayunamos algo ligero, sobre todo un café, para ir
bien despiertos. Antes de todo ello, nos habíamos untado bien los pies con
vaselina y puesto los calcetines al revés, para que las costuras quedasen al
otro lado, así pudimos ponernos las botas con los pies bien protegidos. Kenzie
también llevaba puesta su crema en las almohadillas. Una vez preparados,
salimos a la calle, parecía de noche, no había luz, así que Carlos tuvo que
encender la linterna. Hacía algo de fresco de buena mañana, pero… ¡zas! Primera
cuesta, la cual cosa, hizo que nada más subir, tuviéramos que desquitarnos de
prendas, porque ya habíamos entrado en calor. Esos esfuerzos de primera mañana,
hace entrar en calor a cualquiera.
A primera hora no nos encontramos a nadie por el camino,
pero, por suerte, está bien indicado con flechas que te indican el camino a seguir. Poco, después de la gran subida, nos empezamos a encontrar a otros peregrinos.
A medida que la luz matutina se hacía presente, los caminantes también iban
apareciendo.
Amaneciendo y empezando la aventura |
No sé cuántas horas estuvimos caminando, porque además nos
íbamos parando a cada paso. Cuando no era para hacer un descanso, era para
beber agua, y si no, era porque nos sorprendía cualquier cosa. Por el Camino
conocimos a unas mujeres americanas que viajaban en grupo, y en las paradas que
hicimos también nos las encontramos, siempre se acordaban de nuestros nombres,
incluyendo el de Kenzie, y siempre que nos veían nos saludaban gritando
nuestros nombres, me hacía mucha gracia.
Cuando quedaba poco para llegar al destino, parecía que no
íbamos a llegar nunca, las fuerzas empezaban a flojear, el calor hacía mella en
nuestro cansancio. Hubo un momento que ni me sentía los pies, yo creo que
andaban solos, por inercia.
Kenzie estuvo guiando como la gran campeona que es. Hubo en
un momento que pasamos por un riachuelo y nos encantó la idea de soltarle,
porque además había otro perro bañándose, y con lo que le gusta el agua a
nuestra pequeña, no podíamos desperdiciar esa oportunidad. Eso sí,
después me tocó ir agarrada de Carlos, hasta que se secase del todo y pudiera
ponerle de nuevo el arnés.
¿Por qué no quería llevarla suelta por todo el Camino?
Porque Kenzie en cuanto ve algo de hierba se pone a pastorear, como si fuera
una cabra. Porque se hubiera puesto hecha una marrana, ya que tiene una fea
costumbre de restregarse en el barro y en lo que no es barro. Porque no sé que
habría comido por ahí, y eso hay que controlarlo mucho, para que después no se
encuentre mal. Porque no en todas partes había campo, hubo trozos, aunque en
esta ruta no, que había bastante carretera y eso es peligroso. Y por supuesto,
porque a mí me servía de mucha ayuda, me daba fuerza, seguridad y autonomía
poder ir del arnés de mi pequeña de cuatro patas.
Cuando Carlos me dijo que había visto el cartel de
Portomarín casi no me lo podía creer. Pero, la sorpresa estaba por llegar…. Para
llegar al pueblo, tenías que subir no sé cuántos escalones. Ese pueblo está
hecho con mala leche. No puedes con tu alma y tienes que subir escaleras,
es criminal. Eso sí, después pude comprobar que valía la pena, pero en ese
momento estaba por no subirlas.
Cuando llegamos al albergue lo primero que hicimos fue
ducharnos. Sienta de maravilla una ducha después de una gran caminata, recomforta muchísimo. Después fuimos a comer, eran casi las tres de la tarde. Aunque, yo más que hambre lo que tenía era un cansancio bestial. Estaba contenta
por haber llegado a nuestro destino, pero no me sentía el cuerpo. Hacía un
calor terrible, yo todo el rato les decía a los gallegos que era muy raro el
tiempo que estaba haciendo para estar en Galicia, aunque mucho mejor eso que
lluvia, por supuesto. Pero, estábamos a más de 25 grados, algo increíble.
Después de comer, fuimos a descansar, después de un gran
madrugón y una larga caminata, no hay nada como dar una buena siesta. Una vez
repuestos dimos una vuelta por el pueblo, que sí que era bonito de verdad, y
una vez descansados se disfruta más del pueblo y de sus gentes.
El cartel de Portomarin |
2ª Etapa: Portomarín- Palas de Rei -24Km.
Volvimos a madrugar, como es normal, para aprovechar más el
día y para que el Sol no nos diera tanto durante el recorrido. A pesar del
madrugón hizo un día, que más que estar rozando otoño, parecía verano en puro
estado. Por la mañana, fuimos con linterna y bien abrigados, pero nos duró
poquito, porque no sé si es aposta, pero enseguida nos debimos encontrar alguna
cuesta, de esas en las que sudas sangre para llegar, y al llegar te tienes que
quitar la ropa. Esta etapa la recuerdo como de las más duras, porque había
mucho trozo sobre asfalto, por carretera, y quieras que no, es más duro.
Nosotros que no estamos acostumbrados a grandes caminatas, sumado al peso
de la mochila más el calor se hizo horrible. Sufría por Kenzie en los tramos de
carretera, porque el asfalto le debía quemar las patitas, pero ella es muy
lista, y siempre que podía me llevaba por algo de hierba que encontraba.
Parecía que no fuéramos a llegar nunca, era una etapa larga, de las más largas
que teníamos, pero es que aparte a medida que había indicaciones, cuando se
supone que estás llegando, parece que no llega el momento final.
Mis rodillas se resentían mucho, sobre todo en las bajadas,
era un dolor punzante que me impedía seguir normalidad, bajaba el ritmo y
seguía como podía. Quien parecía que no mostraba síntomas de agotamiento, ni
dolor, ni cansancio era Kenzie, pero ella nunca se queja. ¡Por fin
llegamos al destino! Fuimos a nuestro alojamiento, comimos algo por ahí cerca y
a descansar. Sin embargo, cuando desperté de la siesta me dolía todo el cuerpo
y bajar alguna cuesta, aunque fuera con mis chanclas, era algo
impensable. Así que, hicimos una visita de rigor por la farmacia, y me
hizo gracia coincidir allí con otros peregrinos que habíamos visto por el
camino. Todos íbamos a curarnos nuestras heridas de guerra. En mi caso,
fue como una visita al médico, empecé a relatarle lo que me dolía, mis
síntomas, lo que me pasaba y me dejaba de doler. Era una situación algo cómica,
pero lo que me recomendó para el dolor, era algo milagroso, una pomada que
aliviaba un montón, creo que se llamaba Voltaren. Eso sí, se nos gastó enseguida, bueno nos duró los días que
eran necesarios, pero entre el dolor de hombros por la mochila, de rodillas, de
pies,, y claro, aunque Carlos no sea tan quejica como yo, él también estaba
fastidiado y también tuvo que hacer uso de la pomada.
Con Sol y asfalto |
Con el cartel de Palas de Rei |
3ª Etapa: Palas de Rei – Melide 14 km.
Empezamos con muchas ganas esta ruta. Iba a ser una ruta más
corta que las demás, porque la habíamos dividido en dos. No estábamos cómo para
hacer 30 kilómetros, además nos habían hablado tan bien del pueblo de Melide
que merecía la pena quedarse para comprobarlo por nosotros mismos. Melide tiene fama
gastronómica por sus pulperías, donde hacen un pulpo al más estilo gallego, con
su olla de cobre y a un precio de lo más asequible para los bolsillos. Así que teníamos el
objetivo de llegar, para darnos un gran homenaje gastronómico. Era el premio por
llegar al destino. Aparte de eso, el hecho de que fuera una etapa más corta
ayudó a que llegásemos antes de lo que teníamos previsto. El camino fue fácil,
cómodo y agradecido, porque eran senderos de bosques. Parecía que nos
hubiéramos metido en un cuento, en bosques mágicos, solamente nos faltaban encontrarnos
meigas por el medio del camino. Caminos preciosos, más viniendo de unos
urbanitas, así que cualquier árbol, arbusto o terreno rural nos sorprendía.
Pulpo gallego |
Como digo, llegamos bastante pronto. A una hora de lo más razonable, justo para descansar, cambiarnos, tomar algo e ir a comer el ansiado plato de pulpo. Fuimos a una pulpería, me hizo gracia el nombre. Me gustó mucho el sitio, un sitio amplio, con mesas gigantescas de madera, con bancos de madera, donde sentarnos para degustar las delicias gallegas. Parecía estar en otro tiempo, en una taberna, donde compartes mesa con gente que no conoces. Al ser un sitio tan grande, había gente, pero no compartimos mesa, no me hubiera importado, pero tuvimos nuestro sitio para comer solos. Por supuesto pedimos pulpo y el famoso vino blanco que sirve para acompañar un plato como ese, unos gachelos, y de postre, cómo no, un fabuloso trozo de tarta de Santiago. ¡Me encanta!
Entre el vinito, y la comilona, qué mejor que ir a
descansar…. ¡menos mal que no teníamos que proseguir la ruta! Algunos
peregrinos que nos encontramos por el camino, tenían la idea de parar en
Melide, simplemente para almorzar, coger fuerzas y seguir con la ruta. Nosotros
no teníamos prisa, así que, según mi punto de vista, la mejor manera de
degustar un buen plato es sin prisas.
Nos sentó de maravilla la comida, pero más la siesta. Se
notaba que era nuestro tercer día, y las agujetas y los dolores parecían
remitir, más sabiendo que la ruta había sido más corta que los días anteriores.
No podíamos estar más cansados, si lo hubiéramos estado, por mal camino íbamos.
Bosque mágico, lleno de árboles |
4ª etapa: Melide – Arzúa 14 km.
De Melide a Arzúa a pesar de que también había tramos muy
bonitos, en los que la naturaleza era compañera inseparable de viaje, a veces
la abandonábamos para sumergirnos en: aldeas, en carretera y en tramos algo
complicados. Sí, se supone que era la mitad, pero no íbamos tan ilusionados,
como cuando fuimos a Melide. No nos esperaba un pulpo en el pueblo que íbamos,
no sabíamos cómo sería el destino. Las fuerzas, el cansancio acumulado,
empezaban a hacer mella en nosotros. En realidad, no llegamos tan tarde al
hostal en Arzúa, justo a la hora de comer. Nos aconsejaron un sitio para comer,
pero primero hicimos un alto en el camino para tomar algo. Estábamos en una
terracita, con una temperatura estupenda, totalmente veraniega, y con un trato muy amable, así que,
optamos por quedarnos en el primer sitio donde nos habíamos aposentado, total,
estábamos cómodos y ¿para qué nos íbamos a mover? Pues ahí nos quedamos y
comimos bastante bien. No sé cómo sería el otro restaurante, el que nos habían recomendado en el hostal, pero qué más daba, lo que no queríamos era movernos.
Por la tarde, fuimos a comprar algo de pan y embutido para cenar en el hostal. Sin embargo, no sé si fue buena idea. Era un hostal
fantasma, a pesar de tener una zona para descansar, con mesas y demás, no había
nadie estábamos solos. Claro, nosotros pensamos que habría más gente,
televisión o algo, pero el único ruido que se escuchaba era el de una máquina
de refrescos. Un poco triste. Cuando estábamos cortando el pan, apareció una
señora mayor que buscaba algo para comer en la máquina. Pero, no había nada, y
como buenos peregrinos ofrecimos lo que teníamos, para poder compartirlo con
ella. Estaba súper agradecida, pero ella no sabe lo agradecidos que estuvimos
de su presencia. Siempre te gusta compartir cosas del camino y fue la
oportunidad de hacerlo. Aunque en este caso, fue ella la que tenía muchas cosas
que contarnos. Venía de Estados Unidos, aunque era de Puerto Rico, estaba
haciendo el Camino ella sola con más de 70 años, y a pesar de que mucha
de su familia estaba preocupada por su idea, ella quería hacerlo por razones
religiosas. Nunca mejor dicho la fe mueve montañas, y en su caso así es, da
igual los años que tenga, lo que vaya a tardar, ella tenía la ilusión de
hacerlo, aunque fuera sola y así lo estaba haciendo.
En un bosque encantado los tres |
5ª etapa: Arzúa – O’ Pedrouzo 19,30 km.
Los días iban pasando y ya nos quedaba poco para llegar… ya
habíamos superado el ecuador de la aventura. ¡Sí! Las agujetas iban
desapareciendo, estaban casi olvidadas. Los dolores iban remitiendo, aunque no
del todo. Ahora teníamos que llegar a O Pedrouzo y yo jugaba con algo de
ventaja. Supimos que había un servicio en los albergues que te trasladaban la
mochila de un alojamiento a otro por solo 3 euros. Así que, no fui tonta y
pensé en mi espalda, no quería que mis hombros sufrieran innecesariamente, ya
habían padecido bastante los días anteriores el peso de la mochila, que por
fortuna, gracias a que la comida de Kenzie iba desapareciendo, pesaba menos. Sin
embargo, sabiendo que existía la posibilidad
de que te trasladasen la mochila a un precio más que razonable, no lo dudé.
Cargamos todo lo que pudimos en mi mochila, dimos la dirección del siguiente
hostal y así Carlos, aunque con mochila, iba con mucho menos peso, y yo sin
nada. Se me hacía raro ir sin mochila, pero me sentía mucho mejor, claro,
sin peso encima. Solamente agarrada del arnés de Kenzie, siguiendo el
Camino.
Al poco de iniciar nuestra penúltima ruta, se puso a llover.
Ya me extrañaba a mí estar en Galicia y que no estuviera presente el agua, eso
era raro. Habíamos llevado unas capelinas, porque al ser más anchas, puedes
cubrir la mochila. Por supuesto, Kenzie también llevaba su chubasquero, es una
perra muy fina y no le gusta mojarse, solamente si a ella se le antoja, pero
eso de guiar, caminar e ir mojándose no va con ella. Normal. Los tres
bien protegidos bajo la lluvia fuimos caminando, realmente no llovía
exageradamente, pero eran gotitas que poco a poco te van calando. Cuando
hicimos una pausa para almorzar, los dueños del establecimiento se reían
diciendo que eso no era llover…no lo sería, pero más vale ir protegidos. En
realidad, después de la pausa, ya no nos hizo falta el impermeable, así que fue
una falsa alarma. Además, se caminó mucho mejor, porque estaba algo nublado y
con esa temperatura es mucho más agradable caminar.
En O Pedrouzo nos costó encontrar nuestro hostal, una vez lo
hicimos nos encantó la habitación era muy amplia, de las más grandes que hemos
tenido. Renovados y cambiados fuimos a comer y nos encontramos con que en la
mesa de al lado también había otros peregrinos, no los conocíamos, no habíamos
coincidido, pero nos sonaban las conversaciones que se entrelazaban entre
ellos. Comimos muy bien, menú del peregrino, bastante asequible para el
bolsillo y de muy buena calidad.
Para cenar indagamos qué había por el pueblo, aunque no era
para perderse, tenía dos calles y poco más. Algunos establecimientos estaban
bastante llenos, más peregrinos, que parecía que ya estuvieran de fiesta. Se
notaba en el ambiente que solamente nos faltaba un día para llegar a Santiago. ¡Solamente
un día!
En un descanso... |
6ª y última etapa: OPedrouzo – Santiago 20 km.
El último día había llegado, el día que si todo iba bien
llegaríamos a Santiago. Estábamos algo emocionados y con muchas ganas de
llegar. Queríamos cumplir nuestro reto, llegar a la meta. Aunque al poco de empezar el camino, en medio
de un bosque, yendo con linternas, empezó a caer una tromba de agua bastante
fuerte. Por suerte, estábamos resguardados por los chubasqueros y bajo los árboles. La alegría de llegar no
queríamos que se viera desdibujada por el mal tiempo que hacía, pero caminar sobre
fango, mojados y con resbalones no era fácil. Después de la lluvia, salió
un arcoíris, aunque yo no lo pudiera ver, era síntoma de que tras los
nubarrones siempre puede aparecer el Sol. Ese parón de lluvia, ese arcoíris y
esos rayos de Sol que empezaban a asomar daba muy buen rollo y muchos ánimo
para continuar.
Con el arco iris |
Cuando quedaba poco para llegar a Santiago teníamos que
pasar por Monte do Gozo, donde resulta que hay buenas vistas de la ciudad, pero
nosotros no vimos mucho. Vimos a bastantes peregrinos en ese monte. Resultó
bastante difícil llegar hasta allí, porque es una subida considerable. Lo peor,
para mí, estaba por llegar, una bajada de lo más bestia, donde mi rodilla gemía
de dolor. Me hubiera gustado bajarla haciendo la croqueta y estar abajo en un
periquete, pero era carretera y en ocasiones nos teníamos que apartar a un lado
para que pasasen los coches. Al bajar, ya se escuchaban los típicos
sonidos de una gran ciudad: coches, camiones, motos, tráfico por todas partes. ¡Ya
estábamos rozando la gran ciudad de Santiago! Algo complicado, como había sido
la bajada del Monte do Gozo, sobre asfalto y siendo una bajada muy salvaje,
tenía su recompensa. ¡Ya estábamos cerca!
En la ciudad de Santiago de Compostela |
Pero, como nos había pasado en otras etapas, cuando sabes
que ya queda poco para llegar, parece que los kilómetros se multiplican y parece
que no vas a llegar nunca. Ya estábamos pisando la ciudad de Santiago. Aunque,
desde que pisas Santiago, ves el cartel de la ciudad hasta que llegas al centro
histórico, la catedral, hay un buen trecho por en medio. Además, el
camino es por ciudad y se hace realmente duro. Yo iba sin mochila y era
la que tiraba de mi equipo, Carlos no podía con su alma, le pesaba la mochila y
hasta los pies, Kenzie no sabía por qué caminábamos tanto y no es que se
parase, pero iba lenta y con pasos torpes.
Estando cerca, casi en el centro histórico, parecía que las
indicaciones que habíamos visto durante todo el Camino las hubieran
desaparecido. No es fácil perderse y menos con tanta gente, siempre puedes
preguntar. Aunque no nos hizo falta, de repente ante el tumulto, apareció una
pareja, que nos conocía. Se alegró mucho de vernos, yo no sabía quiénes eran. Habíamos coincidido
con ellos el primer día, en Sarria, y nos explicaron que justo ellos había llegado
a Santiago el día anterior, nos cuentan las etapas más duras y cómo había ido
todo, y lo mejor: nos indicaron los pasos que debíamos dar para llegar a la Catedral.
Nos dijeron por dónde ir, pero nos dejaron, para que experimentáramos lo que
ellos habían vivido el día anterior, es tan emocionante que lo tenéis que vivir
solos.
Justo después de dejar a esa pareja, empezamos a escuchar un
sonido de gaita y me empecé a emocionar. Carlos pensaba me estaba emocionando
por la melodía de la gaita. A mí me gusta el sonido tan celta que transmite la
gaita, pero no me emocionaba simplemente el sonido, sino que sabía que estábamos
rozando la plaza. Yo no veía la Catedral, es lo que tiene no ver, pero el oído
en múltiples ocasiones es un gran aliado, y en esta ocasión lo fue. Yo ya había
estado en Santiago, unos meses atrás, y recordaba que justo en un soportal
lateral de la catedral se ponían a tocar la gaita, para dar la bienvenida a los
peregrinos. Bajamos unos escalones y ya estábamos en la plaza del Obradoiro,
enfrente de la catedral. ¡No me lo podía creer! ¡No nos lo podíamos creer! ¡lo
habíamos conseguido! ¡Habíamos llegado!
Queríamos la foto de rigor, recién llegados a la plaza, nos
hizo la foto una peregrina italiana, y sin conocerla de nada empezamos a
abrazarnos. Ella también estaba emocionada, también acaba de llegar, había
sufrido como nosotros y habíamos llegado a la meta. Estábamos exhaustos,
emocionados y radiantes de felicidad. Nos apartamos a un lado de la plaza y nos
tumbamos en el suelo, la primera en hacerlo fue Kenzie. Carlos, en ese momento,
contemplando la catedral fue cuando realmente fue consciente que habíamos
llegado, que después de tantos días, tanto sufrimiento, dolores, agujetas, calor,
lluvia, sudor y todas las aventuras, lo habíamos conseguido..
Nos quedamos ahí sentados un rato, pensativos, rememorando
todo lo que habíamos vivido. Se nos hacía raro no tener otra etapa, pensar que
ya habíamos llegado, habíamos cumplido nuestro objetivo. Estábamos en la gran
meta y era una satisfacción muy grande, un orgullo por haberlo conseguido, pero
también una mezcla de tristeza por saber que todas esas aventuras por el camino
se quedaban en el recuerdo, ya se había acabado.
Recién llegados a la catedral |
Zombies perdidos, aún soñando fuimos al hotel, que lo
teníamos reservado muy cerca de la catedral, en el casco histórico. Comimos
allí mismo, no teníamos ganas de dar más vueltas. Nos aconsejaron que fuéramos
por la tarde a por la Compostelana y que nos preparásemos para hacer cola. Por
suerte no fue tanto rato el que estuvimos esperando. Con nuestra compostelana y
una sonrisa que no cabía en nuestra cara nos fuimos a buscar la Cotolaya.
La cotolaya es una credencial que justamente en el 2014 dan los franciscanos.
Nada más entrar a la Iglesia que nos habían dicho y ver a Kenzie, nos
preguntaron su nombre y le hicieron un certificado a ella también. Me hizo
mucha ilusión, porque para la Compostelana lo había preguntado y me dijeron que
no podían hacerle un diploma. Ella se lo merece tanto, o incluso más, que
nosotros. Por eso me hizo tanta ilusión que sin que yo dijera nada, preguntasen
por su nombre y empezaran a hacerle un diploma.
Cotolaya de Kenzie |
Al día siguiente nos quedamos por Santiago, pudimos entrar
en la catedral, abrazar al Santo, ver el Botafumeiro y dar una vuelta por
la plaza y alrededores. Nos encantó encontrarnos con algunos compañeros de
viaje, con los que habíamos coincidido en algún momento de alguna etapa, saber
que ellos lo habían logrado nos hacía ilusión. Empezamos a abrazarnos como si
nos conociéramos de toda la vida, a hacernos fotos y contar anécdotas.
Era el momento de decir adiós a tierras gallegas.Por la tarde cogimos el avión para casa. Todo lo bueno se
acaba. Pero, ha sido una aventura mágica, ahora entiendo lo que sintieron los
peregrinos que entrevisté en el programa, las buenas palabras que todo el mundo
le dedicaba al camino, las recomendaciones de que lo hiciera. No me extraña.
Aparte de ser toda una aventura, una experiencia, un deporte, es una búsqueda
en ti mismo, el ver que todo si se quiere, con más esfuerzo o menos, con más
dolor o menos, con agujetas o sin, se consigue. De una manera u otra todo
se puede conseguir. Todo esfuerzo tiene su recompensa.
Nos ha encantado tanto la experiencia, que entiendo eso que
dicen que el Camino engancha, porque a nosotros nos ha entrado el gusanillo de
seguir. Ya estamos pensando qué ruta
haremos el año que viene. Hay múltiples de rutas que elegir, incluso diferentes
caminos. Nosotros hemos hecho el Camino Francés, pero hay diferentes: el
primitivo, el del Norte, el de la Plata. Tenemos dónde elegir, por opciones no
será. Sea como fuere, y vayamos por donde vayamos, queremos seguir caminando,
porque como decía Machado: “Caminante no
hay camino, se hace camino al andar”.
En general, la vida en sí es un largo camino, que tenemos
que recorrer día a día, sin dejar de caminar, sin que las fuerzas flaqueen y siempre
siguiendo hacia adelante….Así que, solamente puedo decir:
¡Buen Camino a todos!
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