Blog de Pili: una maleta en la que cabe de TODO.
Desde: Viajes, experiencias, recuerdos, aventuras, anécdotas, historias y mucho más.
Siempre habrá espacio para ir rellenando huecos, contándolo desde un punto de vista diferente, el de Pili.
No tiene exceso de contenido.
RESUMEN DEL 2017 A TRAVÉS DE LAS ENTRADAS DEL BLOG
ALTO EN EL CAMINO DEL 2017
A veces es bueno hacer un alto en el camino, detenerse,
echar la vista atrás, coger impulso y seguir marcando las huellas en el camino
de la vida.
Hoy que es el último día del año 2017, me apetecía hacer un
recorrido por lo que ha sido el año a través de las entradas en el blog. Los
post no son todo lo que ha ocurrido durante este año, porque me he dejado en el
tintero aún mucho que contar, pero sí que es algo significativo de lo que ha
acontecido en mi pequeño micro espacio, para ir dejando plasmado lo que ha
pasado.
A pesar de que cuando llega el final de un año es bueno
hacer un balance, de lo que no me cabe duda, es que si no escribiera en este
humilde blog, no sería capaz de recordar muchas de las hazañas que he vivido.
La memoria es caprichosa y este ejercicio de escritura me ayuda a no olvidar y
registrar cada uno de los momentos vividos. Desde hace unos años a esta parte,
los años me pasan más que volando y el hecho de echar la vista atrás, se asemeja
a un espejismo. Gracias al blog revivo momento y soy capaz de hacer un
recorrido por los meses, gracias a los post escritos.
Con este post que estoy redactando será la entrada número 40 de este año, que no está nada mal. Así que solamente espero poder seguir uniendo palabras en
este nuevo año que a pocas horas está de inaugurarse. Continuar con el mismo ritmo de publicación o superarlo. Os deseo todo lo mejor,
muchas aventuras, viajes, lecturas y mucho que contar. De igual modo, espero
seguir rellenando todos los huecos que puedan caber en una maleta con muchos
post más y que estéis ahí para leerlos.
¡Feliz y dulce año 2018 para todos!
EMPEZANDO RECORRIDO POR EL 2017 A TRAVÉS DE LOS POST DEL AÑO
El 2017 lo estrené con un post sobre los libros que habíamos
ido leyendo en el grupo de Facebook: Saboreando Libros. La lectura es
fundamental que esté en nuestras vidas, ya se sabe que es otra manera de
viajar, de relajarte, de dejarte llevar y de ampliar tu vocabulario. Mi primera
lectura del año fue: Patria de Fernando Aramburu. Este libro
narra el conflicto de ETA en el País Vasco desde diferentes puntos de vista. Ha
sido, para mí, sin duda, el libro del año, porque sin miedo relata lo que
significó ETA, tanto desde dentro, como para familiares y víctimas. Ha ganado
diferentes premios por ser un libro que ha tratado el tema del terrorismo desde
diferentes vertientes y en una zona que estuvo muy golpeada por esa lacra
terrorista.
El título del libro, Patria, que significa: Lugar o
comunidad con la que una persona se siente vinculada o identificada por razones
afectivas.
Y, como si de un preludio de lo que iba a acontecer este
2017 con palabras y términos como: patria, tierra, identidad, país y demás términos se ha hablado bastante
en este año. El patriotismo llevado al extremo, tanto de un lado como de otro,
nunca es bueno, ya que, como siempre digo, los extremos siempre dañan. Pero,
sobre todo, si a todo esto se le suma la violencia, la represión y se niega a
que entre en juego la palabra y el diálogo, perdemos todos.
Más tarde, llegó a nuestras vidas llegó un nuevo miembro en la familia. Un pequeño plumas, una ninfa, que se llama Pingu y nos alegra los días con sus cantos. Ha
venido, para hacer compañía a Rufi, pero, a pesar de que ellos convivan juntos
en la jaula y vuelen juntos en sus ratos de ocio, no solamente le hace compañía
a ella, ya que, como digo, nos alegra con sus silbidos y sus cariños a
todos. En este tiempo que lleva con nosotros, que todavía no hace ni un año, ya
ha aprendido a silbar varias melodías, a hacerse mimos con Rufi, a volar a sus
anchas y seguirte allá donde vayas de casa, con lo que conlleva tener un
cuidado con las ventanas y puertas.
Con el estreno de la primavera recobré la
inspiración y volví con la creación de textos olvidados. Incluyendo pequeños
bocados de textos, los llamados microcuentos y celebrando los dos años del grupo de Saboreando Libros, un
grupo en el que se sugieren libros, se comparten opiniones y, de vez en cuando,
hacemos lecturas en común, para ir leyendo un mismo libro a la vez que se
comenta y se dan diferentes puntos de vista.
Aquí os dejo un ejemplo de todas las entradas creativas, en
las que he escrito algunos textos. Espero que en 2018 la creatividad, la
inspiración y las ganas me sigan acompañando, para no abandonar el arte de con
palabras crear un escenario, unos personajes y una trama.
Reflexioné sobre la Semana Santa y el cambie de fecha en el calendario.
Seguro que muchos de vosotros ya sabíais el porqué, pero a mí, el hecho de
escribir el blog, no solamente me sirve para escribir y dejar mis memorias por
escrito, sino que con cada post que hago aprendo, ya sea con alguna fecha, con
algún nombre, definición o recuerdo olvidado. En este caso quise indagar y
compartir con vosotros el porqué del cambio de fecha cada año de la Semana
Santa.
He querido compartir qué día de la semana me gusta más, y,
aunque pueda parecer una tontería, seguro que siempre hay algún día que agrade
más que otro, ya sea porque es inicio o final, porque notas en el ambiente más
sonrisas o simplemente porque te gusta. A veces este tipo de preguntas como qué
color es tu favorito, o qué te gusta más esto o esto, puede tener diferentes
respuestas, dependiendo en el momento en que estés, pero casi seguro que
tendrás respuesta. ¿Y, a ti, qué día de la semana te gusta más?
Abrí la puerta a hablar de los podcast, ese mundo, para
algunos todavía desconocido, pero que es muy entretenido. Un mundo que está
repleto de voces, donde podrás encontrar audios de todo tipo, desde música,
hasta cine, desde misterio hasta deportes, y seguro que puedes encontrar alguno
que te pueda aportar mucho. Sobre Podcast hice varias entradas, y más que
tendré que hacer, porque hay mucho que descubrir. Uno de ellos fue sobre: El mundo de los podcast y otro
orientado a los podcast que te pueden ayudar a sumergirte en el idioma de
Shakespeare: Podcast para aprender inglés.
En 2017 descubrimos el Parque Nacional de Aigüestortes,
viendo el lago de San Mauricio helado, respirando en plena naturaleza, viendo a
la peluda Kenzie pasárselo en grande en la nieve, pero, sobre todo
desconectamos haciendo una Escapada al Pallars Sobirà. A veces,
a pesar de que no sean semanas, simplemente un par de días, ya sirve para
desconectar del día a día. A veces no hace falta ni moverte de tu sitio de
confort, pero a veces si que es necesario, escaparte y respirar otros aires,
para renovarte y seguir adelante con la rutina.
Me di cuenta de que, a veces algunos post del blog, por muchas
fotos que incorpore y vídeos que pueda incluir, era mucho mejor contarlo con
mis propias palabras. Además, a veces me encontraba en la tesitura de querer
colgar algún vídeo grabado por mí, y no sé si por la plataforma que utilizo o
el porqué, pero después en algunos dispositivos no se podía reproducir
correctamente, y tenía que pasar los vídeos a Youtube para poder subirlos en la
entrada del blog que quisiera que estuviera ese vídeo en cuestión. Es por ello
que pensé en renovar el blog, y ya que cuenta con el soporte de redes sociales
como: Facebook y Twitter, faltaba que tuviera su propio canal de Youtube. Así que me animé a crear
el Canal de Youtube de LamaletadePili, así el blog tendría también cara. Creo que es una manera de darle más
visualización, publicar otro tipo de contenido que, a veces con soporte
audiovisual ayuda a completar un post. Además, así todos los vídeos que suba
están en el canal y todo queda vinculado.
Celebramos como si de un cumpleaños en toda regla se tratase
el cumple trimestre de Pingu. Queríamos
celebrar por todo lo alto la buena adaptación que ha tenido el pequeño plumas
de la casa. Lo bien integrado que se siente y que nos sentimos con el nuevo
miembro de la familia.
Recordé fechas en el calendario que marcan la
diferencia, porque siempre hay números en el calendario que están escritos como
los demás, pero que para ti significan mucho más que unas cifras en un papel. A
veces, si piensas y echas la vista atrás, puedes ver que hay números que, aunque a primera vista parezcan que no significan nada, te das cuenta de que el destino es muy caprichoso y hace que haya
fechas, números, cifras que signifiquen mucho más. Entonces, es cuando los
recuerdos afloran y ves que las coincidencias te pueden dibujar sonrisas.
En junio cuando el calor ya empezaba a hacer de las suyas,
fuimos a que Kenzie disfrutase de la playa para perros que habían instalado en
Barcelona. Así que, estrenamos la playa para perros en Barcelona.
A ella, a pesar de la edad y los achaques, la playa es un lugar que le encanta.
Y, a pesar de que ya sabe sus limitaciones y se cansa más, aún disfruta como
una cachorro. A nosotros nos encanta ir a sitios en los que pueda sentirse
libre y jugar, verla feliz nos hace feliz a nosotros también. Y, ya que
seguimos sin ninguna área para perros en el barrio, para que
pueda jugar de forma controlada, tenemos que buscar otros sitios en los que lo
pueda hacer. Puede que no lo hagamos con la frecuencia que se merece, pero al
no tener ninguna área cercana destinada a los canes, no podemos hacerlo con la
asiduidad que nos gustaría. Espero que, aunque no lo pueda disfrutar como lo
hubiera hecho en años anteriores en este 2018 el Ayuntamiento de Barcelona se
ponga las pilas con este tema y le den un buen regalo a nuestros peludos. Ellos
se lo merecen, después de que sus dueños se pasen, en la mayoría de casos más
de ocho horas fuera de casa. En el caso de Kenzie, al ser un perro guía, está
todo el día en tensión, trabajando y se merece tener su momento de diversión,
de desconectar y sentirse como un perro más.
En lo que sí que se pusieron las pilas el Ayuntamiento de
Barcelona fue en ponerme los semáforos sonoros que tanto
tiempo llevaba solicitando. Sé que aún hay mucho camino por hacer en cuanto a
barreras arquitectónicas, y para que haya plena accesibilidad. Sin embargo, no
entendía cómo costaba tanto instalar unos semáforos acústicos en una zona que
no solamente había solicitado yo, sino que me consta que muchas más personas que
apoyaban mi causan lo habían hecho. Yo necesitaba cruzar cada día por esa
avenida tan transitada, y quería hacerlo sin tener ansiedad, con seguridad y
cuando quisiera. Al fin, lo conseguí, y ahora aquella hazaña que tanto me costó
la recuerdo cada vez que tengo que cruzar para ir a mi puesto de trabajo
y sigue sonando a música celestial cada vez que está en verde para
mí.
Además aprovechamos para descubrir un festival que se
realiza en Barcelona. Un festival que sirve para conocer otra cultural, y en
este caso, con lo que estábamos planeando no podíamos faltar. Festival Matsuri en Barcelona, un evento
que te acerca la cultura japonesa.
El mes de julio llegó y se notó que la gente era más feliz,
porque se acercaban las vacaciones para algunos, por el calor y por el efecto
de la serotonina. Fue un mes de efemérides, ya
fuera por el 25 aniversario de las Olimpiadas en Barcelona. A pesar de que ha
llovido y nevado bastante desde aquella época, recuerdo con cariño algunas cosas
de aquel 92 que hizo cambiar mi ciudad.
Además, también se cumplieron 20 años del asesinato a manos
de ETA de Miguel Ángel Blanco, alguien a quien no
conocía, pero que durante aquellos días del 97 todos lo hicimos uno más de la
familia. Puede que, aunque no lo recuerde con nitidez por el tiempo pasado, por
mi edad de aquel entonces, me marcó, ya que fui a una de las manifestaciones
más multitudinarias. El pueblo sin miedo salió a la calle, para condenar esa
muerte y para gritar a los terroristas: ¡Basta ya!
En uno de los meses del año que más gente viaja, aunque la
dinámica poco a poco va cambiando, dejé 25 frases para viajeros. Además de
presentar una herramienta que puede venir muy bien en el día a día, o cuando
viajas, para ir escribiendo tus memorias, y esos no son, ni nada más ni nada
menos, que mis queridos mini teclados. Sin estos
pequeños teclados portátiles no escribiría con tanta frecuencia en el móvil, ya
que gracias a ellos, me resulta mucho más fácil poder hacerlo.
Hablé de lo poco que nos gustan los días de lluvia a Kenzie y a mí.
Pero, sin
duda y desgraciadamente, lo que más marcó fue que el terrorismo
acechó a mi
querida ciudad de Barcelona. ¿Quién me iba a decir a mí, que después de hablar
un mes antes de la muerte de Miguel Ángel Blanco, del terrorismo y de la
manifestación a la que asistí con 13 años, el terrorismo volvería a ser el
protagonista, volvería a salir a la calle para demostrar que no teníamos miedo?
Pues, así fue, por una de las calles más pisadas de Barcelona, Las Ramblas, el
terror, la barbarie y la sinrazón se cebó con ciudadanos de a pie. Barcelona se quedó sin palabras, pero
salimos a la calle para solidarizarnos con las víctimas y gritar que no teníamos miedo.
Septiembre con la vuelta al cole, volví a recordar la
importancia de la lectura y recomendé 10 libros para 10 ciudades. Pero, sobre
todo, me volví a dar cuenta que los años van pasando y ya es una década los que
la peluda Kenzie cumplía, así que fue el turno de cederle la palabra a Kenzie. Y, aunque sea
un sentimiento agridulce ver que la peluda ya tiene diez años, sobre todo lo es
de felicidad. Nos alegra que siga con nosotros, que siga demostrando su
carácter, que siga guiando, y, que a pesar de todo, siga al pie del cañón.
Empecé a dejar unas pinceladas sobre nuestro próximo viaje, el viaje del año.
Nuestras vacaciones se acercaban y ya estaba casi todo listo, así que solamente
me quedaba compartirlo con los lectores del blog. Estábamos emocionados,
ilusionados y con la incertidumbre de no saber cómo sería ir a un destino
desconocido. Al fin y al cabo, después de meses esperando y viendo cómo
todos se iban y venían de sus vacaciones, llegaron nuestras ansiadas vacaciones. Aunque
a veces las esperas se puedan hacer eternas, todo llega. Y tal y como llega se
va, así que después de nuestro viaje a Japón, sufrimos las consecuencias del Jet Lag, aunque reconozco
que fue mucho peor al llegar al destino que al volver.
Una vez que volvimos de nuestro viaje, tocaba volver a la
realidad y enfrentarnos de nuevo a la rutina diaria. Sin embargo, no podía
dejar escapar la oportunidad de plasmar mis primeras impresiones generales sobre nuestro viaje a Japón y
Corea.
Y, a pesar de que este blog no esté centrado en viajes, ya
que hablo un poco de todo, ya que todo puede caber en una maleta, y, en este
caso la mía, la de Pili, fuimos nominados a los premios Liebster awards, gracias a unos
asiduos lectores como son Nunitravelers. Nos hizo mucha ilusión
que pensasen en Lamaletadepili para nominarnos, porque, a pesar de que hablo de
todo, sí que es cierto que creé el blog cuando iniciábamos un viaje, Viaje aDublín, y que siempre que realizamos alguna escapada o viaje lo intento narrar
en algún post, para que quede en el recuerdo.
Este año aún no había seguido con la dinámica de seguir
publicando Refranes y dichos populares, su significado y origen. Ese tipo de
expresiones que utilizamos en el día a día , que están muy presentes en nuestro
habla, pero que llevan años utilizándose. Así que, haciendo referencia a la expresión: La curiosidad mató al gato, me
puse a descifrar algunas de esas expresiones que contienen la palabra gato.
Aunque de esta saga titulada: Refranes y Dichos Populares solamente lleve
cuatro entradas, espero poder ir escribiendo más en este 2018, porque aún hay
muchas expresiones de las que me gustaría saber de dónde vienen, y a medida que
lo descubro poder compartirlo con vosotros.
Después de escribir unos retazos gigantescos y detallados
sobre nuestro viaje a Japón y Corea, tocaba centrarse en ir por partes para que
fuera lo más detallado posible, ya que un viaje de estas características no lo
habíamos realizado hasta el momento. Así que empezamos desde el Vuelo, el vuelo más largo hasta el momento
que hemos emprendido. Y siguiendo por las diferentes paradas que hemos
ido haciendo durante el viaje. De momento llevamos publicadas las paradas de Tokio y Kioto. Aún nos quedan unas cuantas
paradas que contar sobre nuestro viaje, así que, en 2018 seguiré publicando
paso a paso y lugar a lugar cómo fue nuestra aventura por el país nipón y por
Seúl, Corea del Sur.
¡Un
brindis por todos los momentos compartidos y por todos los que vendrán!
¡Por
muchos más viajes, más aventuras y más posts!
Y ahora toca darle al PLAY del 2018 y empezar a jugar.
Kioto nos recibió tal y como nos había despedido Tokio, con
lluvia. Así que, aunque el hotel estuviera más o menos cerca de la estación, no
era plan de mojarnos y menos ir cargados con las maletas y mochilas. Cogimos un
taxi, dimos la dirección del Hotel, pero no había manera de que nos entendiera.
El conductor no sabía inglés. Le enseñamos el papel de la reserva, en el que
estaba escrito el nombre del alojamiento. Se quedó igual, no es que no supiera
leer, pero no entendía los caracteres occidentales, como ya nos había avisado
que podía ocurrir, fuimos previsores y llevábamos una copia de la reserva en
japonés. Se lo enseñamos y su cara se iluminó con una sonrisa, asintiendo, como
diciendo que eso era ya otra cosa. En pocos minutos llegamos al hotel
River East Nanajo.
Nada más llegar nos dio muy buena impresión, porque, a pesar
de que no era la hora de entrada, nos dejaron realizar el check in y nuestra
habitación ya estaba lista para nosotros. Además la recepcionista fue muy
amable y hablaba un inglés perfecto, la cual cosa nos alivió. La habitación era
mucho más que una habitación, era como un apartamento: con nevera, cocina,
baño, lavabo, comedor, armario y cama. Estábamos sorprendidísimos. Pero, había
una norma, dejar el calzado en un rellano que había antes de pisar la súper
habitación. Para ello nos habían dejado varias zapatillas a nuestra
disposición. Todo un detalle.
Después de ver la sorpresa que nos había deparado nuestro
alojamiento en Kioto, dejamos las cosas y nos fuimos en búsqueda de un sitio
para comer y visitar el Santuario Fushimi Inari.
Aparte de la buena ubicación de la guest house, sus
instalaciones y su buen trato, esa misma noche nos dimos cuenta que en la
entrada había un cartel dando la bienvenida a los huéspedes que entraban ese
día. Y ahí estaba el nombre de Carlos en la entrada, dándole la bienvenida.
Ya no llovía, por tanto fue un descanso meteorológico y una
calma a la hora de hacer turismo sin necesidad de ir con chubasquero, ni
paraguas, aunque lo llevábamos por si acaso. El restaurante lo encontramos de
camino, estaba más o menos cerca del hotel, y nos gustaron los platos que
tenían en el escaparate. En muchos casos, los restaurantes dejan el menú del
día en el escaparate, al contrario que aquí que nos encontramos con la típica
pizarra con los platos del día, allí son platos de cerámica recreados a la perfección
de como son, y así aunque no sepas qué es con el nombre, sabes qué contiene y
te puedes hacer una idea de lo que contiene el plato. Al entrar vimos que en
las mesas había ceniceros, una vez más se podía fumar en el restaurante. El
menú era indescifrable para nosotros y la dueña, muy amable, pero sin saber
inglés no
nos podía ayudar. Así que tuvimos que salir afuera, para saber qué
queríamos pedir. Decidimos, Carlos su ansiado ramen y yo un arroz con curry. El
menú estaba muy bien de precio y muy rico.
Con la barriga llena fuimos a conocer el Santuario
Fushimi Inari estaba muy cerca. Todo estaba cerca del alojamiento, porque
el restaurante estaba en línea recta a dos calles, y a tres calles más todo
recto, encontramos un gran torii que nos daba la bienvenida al reciento. Había
varios templos, y a medida que íbamos subiendo escaleras veíamos más y más
gente que como nosotros quería conocer el escenario donde se rodó Memorias de una Geisha. Este santuario es
muy famoso por la cantidad de toriis rojos que van haciendo un camino.
Todo el
camino está flanqueado por miles de toriis rojos que te acompañan durante toda
la ruta, además de escaleras. Se podría decir que no es muy accesible por la
cantidad de escalones que hay que ir subiendo sin barandilla, pero gracias a la
mochila de Carlos y a los toriis no tuve mayor problema. Son más de 4 km que
van rodeando y subiendo el monte Inari, así que es muy cansado. Reconocemos que
no subimos toda la colina entera, porque cuando parecía que llegábamos a la
meta, había más y
más escaleras para ascender, así que, después de un buen rato
subiendo, nos paramos, descansamos y decidimos descender. A todo esto, nosotros
íbamos disfrutando del lugar, haciéndonos fotos en cada rincón, haciendo fotos
a otros
turistas que nos pedían que hiciéramos de fotógrafos,
sentándonos en
bancos para disfrutar del ambiente, tocando los toriis, sus inscripciones y
rodeándolos. Pensando en la cantidad de años, incluso siglos que llevaban allí.
Fue cansado, pero muy placentero visitar un santuario de estas características,
y además gratis. A la hora de descender, fuimos viendo santuarios, en el que
había papeles en murales, en los que la gente dejaba sus deseos. En otros ya
eran más elaborados y los mensajes estaban colgados con maderas. Había estatuas
de zorros, ya que se representaba de esta manera al mensajero del Dios Inari.
Además de ver algún que otro buda. A pesar de ser un lugar muy concurrido, y en
algunos tramos encontrar masificaciones, en otros rincones éramos los únicos
del lugar. Nos encantó por la calma, por lo mágico del lugar y por estar en uno
de los santuarios más antiguos y populares de Kioto. Era maravilloso descender
y sentir la calma en un monte, un lugar bucólico y simbólico, a la vez que
notábamos el sol rojizo del atardecer.
Este santuario es un imperdible si viajas a Kioto, por su
belleza, por lo que te hace sentir, por su magia, por su historia, porque es
gratis y está abierto las 24 horas del día.
Por la noche, como no encontrábamos nada cerca del hotel
para cenar, aunque
seguramente sí que habría. Fuimos a Pontocho, para ir
allí fuimos al metro. El metro de Kioto, poco tiene que ver con el de
Tokio, nada lleno de gente y mucho menos intuitivo, porque las líneas no se
conectan tan fácilmente, además costaba un poco orientarse, además de las pocas
líneas que hay. Al final con un mapa del metro y con paciencia nos aclaramos y
llegamos a lo que sería el centro de Kioto, Pontocho, o uno de los
barrios de Geishas junto el de Gion. No vimos ninguna Geisha, estarían
escondidas o no supimos verlas. Pero, sí que nos sirvió para ver tiendas,
comprar algún souvernir, ver muchos turistas, ver restaurantes y muchas luces.
Nos sirvió para cenar, a pesar de que parecía más un restaurante chino que
japonés, pero nos sirvió para saciar nuestro hambre. Costó bastante pedir un
tenedor, pero al final a Carlos se le ocurrió enseñarle una imagen con el
móvil, y me trajo uno. Pedimos un poco de todo, fideos y cosas para picar. Una
vez más se podía fumar, pero por muy fumadores que seamos no lo entendemos. Al
lado había unos japoneses trajeados que comían y fumaban a la vez, esa
combinación se nos hacía rara, pero ellos sabrían.
Después de pasear un poquito más por el barrio sin conseguir
el objetivo de ver a ninguna Geisha, ni a ninguna Maiko
volvimos a la estación de metro, para ir a nuestro alojamiento a descansar.
Para ser el primer día y no haber llegado a primera hora del día, no había
estado nada mal. Fushimi Inari nos había más que eclipsado.
Día 2 en Kioto: Kiyomizu Dera y Pabellón Dorado
La lluvia volvió a despertarnos el día que más actividad
teníamos programada, sin embargo, a pesar del frío, la humedad y la lluvia, no
nos detuvo y con paraguas y chubasquero nos lanzamos a la aventura. Teníamos
que visitar el Templo Kiyomizu Dera. En el alojamiento no entraba el
desayuno, así que lo primero que hicimos fue desayunar en una tienda de
conveniencia, una de esas tiendas que están abiertas durante casi todo el día y
tienen un poquito de todo. Tenían máquina de café y pastas para comprar. Así
que, compramos algo para estar con el estómago lleno y el café. Desde allí nos
fuimos caminando al templo, a pesar de la lluvia, abrimos nuestro paraguas y
nos pusimos en marcha.
Antes de llegar pasamos por unas tiendecitas callejeras, que
eran el preámbulo a lo gran puerta del templo. Nos hubiéramos parado a ver qué
había en cada tienda, pero con la lluvia y los paraguas, no era tan agradable,
así que Carlos me iba contando lo que con un vistazo rápido veía al pasar, sin
detenernos.
Al llegar ya vimos que era muy diferente al Santuario
Fushimi Inari que habíamos visitado el día anterior, en este caso teníamos que
pagar para entrar al recinto. La entrada cuesta 300 yenes, que no es que sea
mucho, pero ya hay que pagar. Había mucha gente, eso no es novedoso en una de
las atracciones más turísticas de Kioto, ya que es Patrimonio de la Humanidad
por la UNESCO desde 1994. Sin embargo, cuando llegamos al salón principal,
totalmente cubierto de madera, nos dimos cuenta que estaba de obras y eso nos
chafó un poquito la estampa. Dentro, al menos nos podíamos refugiar del
aguacero, ver gente rezando, sentir el olor a incienso y madera y notar la paz
de aquellos que ofrecían sus oraciones. Después de pasar por el salón, salimos
afuera donde la lluvia seguía acechando y, según decía Carlos las vistas del
monte eran impresionantes. Kiyomizu significa literalmente: agua pura, agua
limpia, de ahí que las cascadas que hay en el recinto lleven el nombre de
Kiyomizu.
No obstante, sí que escuché alguna, sí que pasamos por ahí, Carlos vio
alguna, pero con el agua que ya nos caía por encima, no era tan agradable el
paseo. Dimos una vuelta más, ya que habíamos entrado dentro y merecía la pena,
pero si el día, como era nuestro caso, no acompaña no es tan agradable el
paseo. Por mucho que lleves paraguas y chubasquero, los pies y los pantalones
se te van empapando y hace que la visita no sea tan mágica como lo debe ser en
un día soleado. Así que, después de ver un poquito más los alrededores,
decidimos abortar e irnos. Estábamos tan helados que queríamos un café
calentito. Encontramos una cafetería que tenía muy buena pinta, y sí, realmente
el café lo hacían de primera. Eso sí, el precio también lo fue, pero es
que nos dimos cuenta que estábamos en una de esas cafeterías con historia, ya
que nos dieron un librito en inglés, en el que explicaba cuándo se había
inaugurado. De hecho cuando Carlos fue a pagar le enseñaron la máquina
registradora, que estaba ahí y funcionaba, desde que la habían
inaugurado, de aquellas antiguas, de principios del Siglo XX.
Más tarde, algo más templados con el café, nos armamos de
valor y pensamos que la lluvia no nos iba a arruinar nuestros planes. Fuimos en
búsqueda de un autobús que nos llevase hasta el Pabellón Dorado o Kinkakuji.
El autobús que mejor nos iba era el 205, aunque sabíamos que teníamos un buen
rato, casi 45 minutos. Al menos en el autobús no nos mojábamos. Intentamos
mirar a ver si había posibilidad de ir en metro, pero nos dimos cuenta que era
mucho mejor el autobús. En Kioto, a pesar de que sí que hay metro, no es tan
utilizado como el bus. Al llegar, antes de ir al Pabellón, buscamos algo para
comer. Un restaurante, cafetería, algo pequeño, nos sirvió para pedir un ramen
y calentarnos. De ahí fuimos al Pabellón que también había que pagar 400 yenes.
Pagamos y entramos, solamente entrar ya había mucha gente haciendo fotos,
incluidos nosotros, ya que de lejos se veía el Pabellón dorado. Seguimos
caminando hasta estar más cerca, a mí me hubiera gustado tocarlo, pero no se
podía tocar, ni siquiera entrar, pero si pasear por los alrededores. A mí me
pareció ver algo, pero estaba algo lejos, ya que el edificio de tres plantas
está separado del camino por un estanque. Debe ser una estampa muy bonita, con
el
agua que se refleja en el edificio.
Sin embargo, el día no acompañaba, y sin
Sol ese edificio pierde mucho, porque está recubierto de pan de oro, y con un
día iluminado debe brillar mucho, pero no era el caso. Cuando no es un día
despejado, la estampa no es la misma, porque pierde mucho. El brillo del
edificio quedó empañado por la lluvia. Nos quedamos un buen rato haciéndonos
fotos delante del Pabellón, aunque como digo, me hubiera gustado tocarlo, pensé
que se podría visitar por dentro, pero no fue el caso. Visitamos los
alrededores, paseando por el camino de gravilla que había, pasando por pequeños
puentes de madera y haciendo como que la lluvia no nos afectaba, pero nos iba
calando. Así que, se puede decir que fue una visita breve. De ahí volvimos al
autobús, porque teníamos un buen trecho hasta el hotel.
Ese día estábamos tan cansados y aplacados por la
meteorología que cenamos en el alojamiento. De camino a casa compramos unas
sopas instantáneas, y algo más y nos lo comimos en la mesa que teníamos en la
habitación. Teníamos que aprovechar que el alojamiento contaba con microondas y
con una buena mesa con sillas para comer.
Día 3 en Kioto: Arashiyama
No podíamos creerlo, nos despertamos y seguía lloviendo a
cántaros. Incluso por la noche me había despertado en algún momento el sonido
del agua, no paraba de llover, parecía que no iba a parar nunca. Ese día
teníamos programado ir a Arashiyama. Tuvimos que ir en autobús, un gran
recorrido, dentro vimos que había más turistas como nosotros, así que nos
imaginamos que era el correcto.
La primera parada fue ir a visitar el Parque de monos,
Itawayama. Desde la parada del autobús tuvimos que caminar un
poquito, pero nada que seguir a los turistas y fiarnos de Google Maps no
pudiera solucionar. Al llegar a la entrada tuvimos que pagar para entrar.
Pagamos a gusto, ya que a Carlos le hacía mucha ilusión ver a los monos en
libertad, así que 400 yenes no era nada comparado con su ilusión. Entramos con
paraguas y chubasquero, ya que la lluvia no cesaba, a pesar de que los inmensos
árboles del parque aplacaban un poco el goteo. Sin embargo, nos dimos cuenta de
que no era un camino fácil, ya que estaba repleto de escaleras, con barandilla,
pero al fin y al cabo no eran 20 escalones, eran mucho más y el cansancio de
los días anteriores se iba notando. Era muy bonito pasear por el bosque, pero
con la climatología en nuestra contra, mis dificultades para subir las
escaleras y las agujetas de los días anteriores, se hacía un poco pesado.
Intentamos disfrutar del camino, pero parecía que todo se pusiera en nuestra
contra. Finalmente después de más de 20 minutos, o al menos a mí me pareció
eterno el recorrido, llegamos a la colina, donde había una casa de madera.
Nuestras caras cambiaron al ver lo que
yo pensaba que eran perros, ya que
andaban a cuatro patas, monos en libertad, paseando al lado nuestro. Había
bastantes normas: No darles de comer, no tocarles, no hacer fotografías- aunque
todo el mundo, incluidos nosotros, les hacían-. Dentro de la caseta de madera,
era como si nosotros estuviéramos dentro de una jaula y viéramos a los monos
que estaban fuera, ahí por 1 yen, menos de un euro, podías comprar algo de
comida, para darles. Solamente podías darles de comer dentro de la caseta,
imagino que lo hacen, para controlar qué comen, y para que no se peleen entre
ellos si se lo das fuera. Fue muy gracioso darles de comer, porque con sus
garras y con todo el cuidado del mundo, te cogían solamente el cacahuete que le
ofrecías. Afuera todo un panorama ver a los monos en libertad, paseando como si
tal cosa, sin miedo, a los monos. De hecho, incluso al llegar a la cima,
parecía que la lluvia había disminuido. Estuvimos un rato en ese entorno,
sintiéndonos un mono más, incluso nos hicimos alguna foto en un cartel de esos
que están dibujados y dejan un hueco, para que pongas tu cabeza, ahí le hice
una foto a mi mono favorito, Carlos.
Después de hacer miles de fotos, del paisaje, de los monos,
de nosotros y de todo lo que vimos, empezamos a descender. A mí me cuesta mucho
más bajar que subir, ya sé que puede parecer contradictorio, ya que subir
siempre cansa mucho más, pero si no ves, tienes que ir con mucho más cuidadito
a la hora de bajar, y si el suelo está resbaladizo, ya ni te cuento.
Afortunadamente llegamos a la entrada, para salir del parque
de monos. Como siempre digo, cuanto más cuesta algo, mayor es el saboreo de la
victoria, y esa excursión que tanto me había costado subir y descender, había
merecido mucho la pena, porque no solamente disfrutó Carlos, sino que los dos
disfrutamos como monos viéndoles. De ahí nos fuimos a comer, casi que fuimos al
primer lugar que encontramos, porque se puso, una vez más, a llover con gran
fuerza. El restaurante elegido, a pesar de ser la primera elección, fue más que
acertado. Un menú en el que incluían un poquito de todo, sopa, pollo, té, agua,
arroz. La sopa, yakisoba, nos entró de maravilla. Todo lo
demás también, pero imaginaros después de un día pasado por agua lo que más no
apetecía era algo calentito. Al lado nuestro había una pareja de españoles, y
ya se sabe, el idioma nos unió. Nos contaron que estaban haciendo una ruta por
Japón, ya que estaban de Luna de Miel. Nos hizo gracia encontrarnos a otros
españoles en un lugar tan recóndito.
Después de comer y armarnos de valor, me volví a vestir con
mi chubasquero, ya que seguía lloviendo. Mi chubasquero, si está plegado no
ocupa, ni pesa nada, ya que es ideal para viajar. Sin embargo, estéticamente no
es que quede muy bien, como veréis en las fotografías, parezco un preservativo
andante, ya que es de plástico transparente, con su gorro y muy ancho, al
estilo poncho, pero con mangas. De todas maneras, apliqué el dicho de: “Ande yo
caliente, ríase la gente” porque aunque no me quedase muy bien, no me iba
mojando del todo, y al ser tan ancho, como una capa, me servía para proteger un
poco la mochila. El paraguas, por muy grande que fuera, nunca cubre del todo,
así que fue una buena idea llevar el chubasquero.
De ahí, protegidos, para lo que ya era una tormenta, nos
fuimos al Bosque de
Bambú. Estaba cerca del restaurante, así que en
pocos minutos ya estábamos rodeados de bambú, cañas muy altas, que pude tocar y
que flanqueaban nuestro camino. El bosque por la altura de árboles, y, sobre
todo, del bambú, era algo sombrío, pero en algunos tramos eran aliados nuestros
y nos resguardaban del aguacero. Lo visitamos algo rápido, ya que si el
tiempo nos hubiera acompañado, quizás nos podríamos haber recreado un poco más
en el recorrido.
Google Maps nos indició que podíamos volver
a nuestro alojamiento yendo en tren, así que hicimos caso a la aplicación de
Google. Además con el Japan Rail Pass no teníamos que pagar el trayecto. Nos
dimos cuenta que en el tren había algunos niños, todos con sus uniformes y
otros japoneses ya medio dormidos. En poco rato ya estábamos en la estación de
Kioto. Pasamos un puente y vimos como si fuera un faro la torre de Kioto
iluminada. Fuimos al hotel, para hacer una pausa en el camino y cambiarnos de
ropa, ya que los pantalones estaban empapados. Después salimos para ir al
centro y ver tiendas, necesitaba fuera como fuese un abrigo que me protegiese
un poquito más de la climatología del lugar. En el centro comercial escuchamos
a más españoles, ya que se nos nota cuando estamos. Creo que todos estábamos en
esa tienda de topa con el mismo objetivo, buscar un anorak que nos
salvaguardase del mal tiempo. Encontré un abrigo que no era una ganga, pero que
me encantó y que serviría como recuerdo, para el viaje y para todo el año. No
dejaría de llevar el chubasquero, o un poquito más sí, pero también iría más
abrigada, ya que quise ser tan optimista con el tiempo que no me llevé ninguno
al viaje, y ya estábamos casi en noviembre.
Con mi abrigo nuevo que estrené al momento. Fuimos a cenar,
ya que para mi alegría volvimos a encontrar un Coco en Kioto.
Así que rematamos la última
noche en Kioto con curry y encima cerquita de nuestra Guest House. Nos daba
mucha pena dejar Kioto, porque nos había encantado, aunque la climatología se
hubiera confabulado en arruinarnos los días. Sin embargo, a pesar de la mala
suerte con el tiempo, nos quedamos con un buen sabor de Kioto. La gente resultó
ser mucho más amable que en Tokio, y con esto no quiero decir que en Tokio no
lo fuesen, pero hay que pensar que Kioto es más pequeño, es más tradicional y
puede hasta resultar como un pequeño pueblo, aunque no lo sea. Las casas, los
templos, los santuarios te transportaban a un Japón más antiguo, en el que la
tradición está muy presente. Nos faltaron muchos rincones que visitar como el
Pabellón de Plata o Ginkakuji, entre otros muchos lugares, pero siempre hay que
dejar algo para volver. No lo hicimos con la intención de volver, pero, como
digo el tiempo no acompañaba, y, a pesar de que en tres días se pueden visitar
muchos más sitios de los que visitamos, tampoco nos gusta ir con prisas, sino
saboreando cada rincón.
Al día siguiente teníamos que abandonar el River East Nanajo, antes de salir, nos
despedimos de la simpática recepcionista. Ella se disculpó, como si fuera culpa
suya, del mal tiempo, incluso dijo que no era habitual en esa época del año,
pero que se estaba acercando un tifón. Me quedé alucinada con la palabra tifón,
quise no haberlo entendido bien. Salimos con nuestras maletas, mochilas y
paraguas a esperar un taxi. Ahora tocaba ir a la estación de tren, utilizar el JRP y aparecer en Osaka. La aventura
continuaba.
De momento os dejamos con el vídeo recopilación de Kioto que hemos preparado. Esperamos que os guste.
Tokio
fue nuestro primer destino en la odisea por Japón. Llegamos el día 10 de
octubre, porque después de nuestro viaje en avión, habíamos viajado al futuro.
Sí, porque, a pesar de haber salido de casa el día 9 de Octubre y de estar en
dos aviones, hay que sumar las siete horas de diferencia que hay entre
Barcelona y Tokio.
Tokio
nos recibió con un tiempo más estival que otoñal, con una temperatura digna de
llevar camiseta de manga corta que chaqueta. Así que empezamos a quitarnos
capas de ropa y emprender la aventura de buscar el hotel.
Lo
bueno de que las maletas no llegaran al destino fue que íbamos ligeros de
equipaje, con lo puesto, una mochila, un mapa, mucho sueño y muchas ganas de
llegar. Aún sin Internet en el móvil, con los datos desactivados y sin wifi,
Carlos pudo activar el gps, y, aunque no le decía las calles, servía para
orientarnos un poquito. Parecía que el hotel estaba cerca y emprendimos la
aventura desde la estación Tokyo Station,
donde nos había dejado el tren que habíamos cogido en el
aeropuerto de Narita, gracias a las indicaciones de Información turística.
Pudimos hacer nuestro primer trayecto gratis gracias al JRP.
Desde
la estación, con el mapa, el móvil y nuestra intuición llegamos al hotel. Casi
no podíamos creerlo. Se nos había hecho eterno, a pesar de que no hay tanto,
pero con el jet lag y las ganas parecen más largos los caminos, suerte de no
llevar las maletas. El hotel se llamaba Horidome
Villa. Llegamos antes de la hora del check-in, así que no podíamos subir a
la habitación, pero si terminar de realizar el papeleo de entrada. Además, se
dieron cuenta que tenían algo para nosotros y era el Pocket Wifi. Ese aparatejo
que nos permitiría disfrutar de Internet y que habíamos pagado y reservado con
anterioridad en Barcelona había llegado al destino sin problemas. Así que, en
la mini sala de espera de la recepción nos dedicamos a investigar cómo
funcionaba. Parecía fácil, introducir la contraseña que nos daban en la
documentación y conectarlo con el móvil, pero o nuestra mente estaba nublada y
adormilada, o eso no quería ponerse en marcha. No sabíamos qué hacer. Después
de probar y probar no hubo manera y lo dejamos estar. Entre ese rato de
descanso y de pruebas, ya dio tiempo a que tuviéramos la habitación lista.
Subimos a nuestra habitación, que eran 6 pasos de largo y ya estaba. Era una
súper mini habitación, con cama de matrimonio pegada a la pared, sin armario,
un escritorio y el lavabo estaba en lo que debería ser el armario. Estaba muy
bien aprovechado el espacio, pero nos sorprendió que fuera tan pequeña. Una vez
más nos alegramos de no tener maletas, porque no sé dónde las hubiéramos
metido. Cuando no nos alegramos tanto de no tenerlas fue cuando quisimos
cargar los móviles y caímos que el adaptador estaba en la maleta. Suerte que
llevábamos la batería externa con nosotros y sirvió para darle un poco de
vidilla a los móviles.
No
podíamos llegar y ponernos a dormir en la cama del hotel. Así que antes de que
el sueño nos venciera, salimos a la calle a que nos diera el are y a descubrir
Tokio. A todo esto en la mini habitación, con calma y paciencia, pudimos
conectar el Pocket Wifi con nuestros móviles, así que teníamos autonomía para movernos como si
fuéramos de allí, gracias a Google
Maps y sus indicaciones.
Nuestra
primera parada, y teniendo en cuenta que ya debían ser las cuatro de la tarde.
fue ir a Akihabara, una de las zonas
que teníamos más o menos cerca del hotel, y que teníamos ganas de conocer. Es
el barrio de la electrónica, de los videojuegos y el paraíso otaku. Entre el
jet lag, el sueño, el surrealismo de la
zona y de los personajes (nos
incluimos, porque parecíamos zombies) daba la sensación de estar en un sueño.
Era todo realmente onírico. Tiendas estrafalarias, en las que Carlos volvió a
la infancia, y disfrutaba viendo cada muñeco de dibujos animados. Eran muñecos
de todos los tamaños, de plástico, con unos precios desorbitados, sobre todo
para mí que el mundo anime fuera de mi infancia me es totalmente desconocido.
Tiendas de videojuegos como una tienda llamada Mr. Potato que se recreaba en
aquellos videojuegos y máquinas de los años noventa, parece que lo vintage está
de moda y nos trae recuerdos que queremos recuperar. Cafeterías, en las que por
cierto no entramos, pero que sabíamos su temática por las chicas que ofrecían
sus servicios para que entrásemos, disfrazadas de colegialas. Tiendas de
aparatos, como microchips, enchufes y cables. Luces y música a raudales. Todo y
sin excepción nos sorprendía. Suerte que las cámaras que utilizamos no son de
carrete, si no ese mismo día ya lo hubiéramos acabado.
Después
el cansancio nos venció, y aunque era muy apetecible y sorprendente todo ese
nuevo mundo lleno de luces, colores y sonidos estridentes, nuestra partida
estaba llegando al Game Over. Así que a pie emprendimos el camino de vuelta al
hotel. Sin embargo, antes, a pesar de que no eran ni las ocho de la tarde,
hicimos una parada para cenar. El sitio elegido era curry, y descubrimos
la cadena de comidas CoCo
Ichi, en el que el ingrediente estrella es el curry. Un curry estupendo
digno de la India, aunque no lo haya probado nunca de ahí, pero tenía un sabor
intenso, sin que picase demasiado, el punto justo y necesario, para darle un
sabor único a sus platos. Comimos en taburetes, resulta que en ese local era
típico comer en la barra, no tienen costumbre de hacer la sobremesa como
hacemos los españoles, si se va a un restaurante es para comer y poco más. Nos
sorprendió que al entrar y sentarnos, sin pedir nada, ya nos sirvieron un vaso
con una jarra de agua fría. No fue el caso de querer para beber otra cosa, pero
tampoco vimos que en la carta hubiera bebidas, solamente muchos platos de
comida, todos con su respetiva foto, para que nos resultase más fácil descifrar
el contenido del plato. Yo acabé pidiéndome arroz con pollo rebozado y curry,
delicioso.
Con
el apetito saciado solamente faltaba cargar energías, así que nos fuimos a
nuestro hotel, para dormir en nuestra mini habitación, y recuperar el sueño
perdido en el vuelo. Mañana sería otro día con mucho que descubrir.
Segundo día:
Parque Ueno y Templo Sensoji de Asakusa
Siendo
ya un poco más personas, habiendo descansado y amanecido en Tokio, con el jet
lag ya casi olvidado. Nos levantamos, desayunamos un café en el hotel- ya que
en el hall había una cafetera para prepararte café o té- y emprendimos nuestra
ruta. La primera parada era visitar el parque Ueno. Seguro que desde donde
teníamos el hotel había muchas opciones de transporte, pero no nos importaba
caminar. Además a nosotros siempre que vamos de viaje nos gusta patear y
callejear las ciudades, porque siempre descubres algo bueno. En este caso lo
malo, entre comillas, es que nos íbamos parando en cada tienda, ya fuera para
hacernos una foto con Super Mario, para entrar dentro y ver qué había, o
simplemente curiosear en el escaparate A pesar de tantas paradas,
llegamos al parque.
El
parque Ueno no lo visitamos por ser uno de los parque urbanos más grandes de
Tokio, sino que dentro de él se encuentran: el zoológico, museo de arte
moderno, museo de ciencia, museo de arte oriental, y otros muchos. No entramos
ni en el zoo, ni en ningún museo. Nos llamaba la atención pasear por el parque,
ver sus gentes, y entrar en los templos que hay dentro de él.
Siguiendo
el camino llegamos hasta un estanque, Shinobazu, que da mucha tranquilidad y
está rodeado de vegetación de todo tipo, con hojas inmensas y muy bien cuidado.
Prosiguiendo el camino y rodeando el estanque llegamos al primero de los
templos, que más bien parecía una cabaña, porque era muy pequeño y todo de madera.
Antes de entrar, tuvimos que hacer el ritual: cerca del templo, había una
especie de cazuelas con un palo y agua, teníamos que echarnos en las manos,
como acto de limpieza y purificación. Además, había mucho incienso, muy cerca
de la puerta. El templo se llamaba Templo
Betendo. Éste es un templo budista y tenía un buda dentro de madera, como
todo él. Todo el mundo estaba en silencio o rezando. Daba impresión estar ahí
dentro, porque parecía que vulnerábamos la intimidad de quien buscaba refugio y
tranquilidad. Así que le echamos un vistazo rápido y salimos.
Cerca
del estanque seguimos paseando y se escuchaban muchos pájaros que aclimataban
el ambiente bucólico del lugar, a pesar de estar en plena urbe. Quisimos ir a otro
templo, que estaba más arriba y que para llegar había que subir unas cuantas
escaleras que estaban flanqueadas por farolillos era el Santuario de Toshogu. Este santuario es uno de los más famosos del
parque, porque es uno de los pocos que sobrevivió a terremotos y a guerras, así
que se puede considerar uno de los más antiguos. No llegamos a entrar dentro,
para no interrumpir a quienes estaban rezando o meditando, pero sí que sentimos
su majestuosidad viéndolo y rodeándolo por fuera. Además de ver los papelitos
que la gente colgaba fuera, en una especie de mural, para que les trajese
suerte. Eso lo fuimos viendo en muchos templos, deseos y sueños de mucha gente
que había ido hasta allí y había dejado por escrito sus anhelos, para que se
hicieran realidad.
Después
de caminar y caminar, nos entró hambre y al ser nuestro primer día como
personas queríamos comer sushi. Nos entró antojo de comer sushi en Japón, puede
parecer una tontería, porque la gastronomía japonesa no se singulariza
solamente por el famoso sushi, si no que tiene mucha variedad. Ya os lo contaré
en otro post. Pero, sigamos, queríamos sushi, y aprovechando que teníamos
Internet en el móvil, optamos por buscar en Google Maps. Encontramos un
restaurante japonés, japonés, tan japonés que costaba pedir la comida, porque
no nos entendían. Fue un show pedir agua. Suerte que en todos los restaurantes
te sirven agua o té, pero en este caso fue té, y yo tenía mucha sed de agua
fresquita. Finalmente nos sirvieron la bebida deseada. Después, tuvimos un
manjar de surtidos sushis, de todo tipo. Muchos no los habíamos probado nunca,
y los que habíamos probado, poco tenían que ver con los de allí.
Con
la barriga llena proseguimos caminando, a un paso más ligero y disfrutando de
las calles de Tokio, hasta llegar al Templo Sensoji. Uno de los
templos más antiguos y concurridos de Tokio. Cuando te vas acercando, supongo
que si ves, vas viendo la majestuosidad, pero si no ves, como es mi caso, vas
escuchando todo el bullicio que te vas a ir encontrando en el centro de todo el meollo.
El
templo estaba al aire libre, podías entrar, pero ahí el silencio,
solamente interrumpido por algún flash, tos y las campanas de
fuera, contrastaban con todo el jaleo que había en la calle. Las calles de los
alrededores estaban repletas de mecanismos para seguir el ritual antes de
entrar al templo: una olla grande con incienso, tan grande que si te acercabas
mucho acababas ahumado y tosiendo. Cacharros como cazuelas gigantes, para poder
lavarte las manos. Todo eso se hace para ahuyentar a los malos espíritus.
También había un sonido muy peculiar, parecían monedas, pero no lo era. Eran
unos pelitos dentro de tubos metálicos, que si pagabas, podías coger uno, para
ver qué futuro tendrías. Yo tuve mala fortuna, así que prefiero no recordarlo,
pero todo, absolutamente todo era muy emocionante. Parecíamos niños pequeños en
un parque de atracciones, ya que no
paramos de asombrarnos y quedarnos absortos con todo lo que nos rodeaba. Audio Templo Sensoji
Siguiendo
el camino había muchas paraditas, al estilo mercadillo, en el que vendían desde
dulces, hasta kimonos, desde imanes hasta abanicos. Cualquier souvenir que
estuvieras buscando o que no, lo podías encontrar ahí. Además de poder degustar,
como fue nuestro caso, dulces exquisitos, como fue un magic fish, según me dijo
Carlos un pez Pokemon que estaba relleno de chocolate, toda una bomba para los
más golosos.
Después
de caminar, hacernos fotos, vídeos y comprar, necesitábamos sentarnos.
Encontramos una terracita que, a pesar de ser octubre, daba gusto estar ahí.
Así que nos pedimos unas cervecitas japonesas, fumamos y disfrutamos del
momento. Nuestra idea era ir a ver uno de los edificios más altos de
Tokio, para ver las vistas, la Torre de Tokio. Un edificio que es bastante
nuevo, 2010, y con más de 600 metros de altura. Sin embargo, estábamos
cansados, se había hecho bastante tarde y oscuro, había que pagar y era algo
caro, así que optamos volver al hotel caminando, aunque tuviéramos más de una
hora andando. Queríamos caminar sin prisas. Cenamos algo rápido cerca del
hotel, no es que tuviéramos prisa, pero es que allí lo de la sobremesa no se
lleva. Así que la gente come y se va. Comimos un arroz caldoso. Y nosotros
pensando que eso era ramen, ya descubriríamos más adelante lo que era el
verdadero ramen, pero es que el sitio se llamaba ramen express o algo así, y
eso nos confundió.
Nuestro
tercer día en Tokio había llegado. Nosotros parecía que nos íbamos aclimatando
al cambio de horario. Ya teníamos maletas, al llegar el día anterior estaban en
el hall del hotel y nos las subimos. Pregunté cuándo habían llegado, pero la
única respuesta fue un ok, la cual cosa me hizo darme cuenta o que mi inglés
era más patético de lo que yo creía o que no tenían ni idea de inglés en el
hotel.
Fuimos
a desayunar a un sitio que se llama Saint
Marc Café Choco Cro, un sitio cercano a nuestro hotel y por el que habíamos
pasado en varias ocasiones. Desde fuera ya se veía con muy buena pinta, ya que
se veían muchas pastas en el mostrador. Nada más entrar se notaba el calor y el
olor a café. Creo que es el mejor sitio para degustar un buen café en Japón, ya
que el resto de cafés que probamos no estaban para nada a la altura. Cuando estuvimos
comiendo las pastas que habíamos pedido, sentados en una mesa, vimos que había
un trasiego de gente que subía escaleras y descubrimos que tenía más plantas. En
la tercera planta se podía fumar. Así que después de comernos nuestro cruasán,
fuimos a la tercera planta, para tomarnos el café con un cigarro, como hacía
tiempo sucedía en España. Eso sí, yo reconozco que soy fumadora, pero rara, ya
que no me gusta meterme en un sitio que se pueda fumar, pero que parezca una
pecera de humo, porque para eso no fumo. Sin embargo, cuando llegamos vimos que
estaba muy ventilado, que se podía respirar y sin casi olor a tabaco, nos
quedamos en una de las pocas mesas libres. Había bastante gente, la mayoría
hombres trajeados, que estaban en mesas acompañados, o quienes no lo estaban,
estaban con un ordenador, un café y un cigarro en la mesa. Estuvimos un rato
disfrutando de ese momento de tranquilidad, con el café y el cigarro. Hasta que
ya nos pusimos en marcha.
A
pesar de que era 12 de octubre, día de mi santo, yo no era muy consciente de
ello. Era un día más, pero en Japón. Ese día habíamos quedado con Jiwon, una
coreana que conocimos en nuestra etapa de Dublín. Ella hace años que vive en
Tokio, y desde que se enteró que íbamos para allí, se arregló su agenda, para
poder quedar con nosotros. De hecho pidió fiesta en la tienda en la que
trabaja, para poder dedicarnos todo el tiempo del mundo. Quedamos en un punto
clave: estatua de Hachiko.
Nosotros
teníamos muchas ganas de ver la estatua del perro más fiel y venerado de Japón.
Nos hicimos solamente un par de fotos, porque estaba a tope de gente, de hecho
hasta tuvimos que hacer cola, para esas fotos. Todo el mundo quería retratarse
con el perro. La estatua es muy pequeña y está en un pedestal, está justo al
salir del metro y de tren de Shibuya.
Además,
justo el primer cruce que te encuentras es el más famoso de Tokio, por la
cantidad de gente que cruza cada día. Estábamos ilusionados de poder cruzar la
carretera, como si no lo hubiéramos hecho nunca, pero es que pasar al mismo
tiempo que lo hacen más de dos mil personas, no es cualquier cosa. Es cierto
que cuando lo cruzamos por primera vez, al mediodía y tras el reencuentro con
Jiwon, no fue tan impresionante. La mayoría de personas estarían trabajando y
no era tan transitado, pero de igual modo nos hizo mucha gracias pisar el
asfalto más pisado del mundo. Aunque, realmente no nos sorprendió tanto. Sin
embargo, cuando horas más tarde, cuando la oscuridad dejaba paso a las luces de
neón y todo el mundo había salido de las oficinas, eso fue como si fuera la
guerra. Un enfrentamiento entre los que pasaban de un lado con los que
queríamos ir al otro, parecía un juego de niños, el tiempo era el semáforo,
tenías que llegar a la otra orilla y todo sin chocarte con nadie. Lo logramos y
en varias ocasiones, porque, como si fuéramos críos queríamos pasar una y otra
vez. Jiwon se reía de nosotros, nos hacía fotos y lo entendía, porque no éramos
los únicos quienes le habían ido a visitar y hacían lo mismo. Imagino que
en su caso, que tiene que pasar muchas veces por ahí, para ir al trabajo, no le
da tanta importancia, es un simple cruce, un simple trámite que conlleva vivir
con tanta gente en Tokio.
Jiwon
nos hizo de guía llevándonos a visitar tiendas de los alrededores de Shibuya,
centros comerciales que eran grandiosos y tenían de todo. A petición de Carlos
fuimos a una tienda museo de One Piece un anime que suele seguir
bastante y le gusta. En la tienda vendían muñecos de los personajes, gorros,
libretas, ropa, etc. Nos hicimos algunas fotos con algo del escenario y con las
figuras de los protagonistas y nos fuimos. Después de visitar y caminar mucho,
fuimos a comer a un sitio que era muy japonés, no recuerdo el nombre, porque
nos llevó Jiwon. Era un restaurante, en el que podías elegir comer en un
tatami, y como queríamos empaparnos de la tradición japonesa, no nos negamos en
absoluto, al revés nos hizo gracia probarlo. Tuvimos que esperar un rato,
porque había bastante cola, pero había asientos para esperar. No era nada
turístico, creo que todo el mundo que había allí era japonés. Sin ella no sé si
lo hubiéramos descubierto, además que todo estaba en japonés y sin imágenes.
Antes de entrar a nuestra “mesa” nos tuvimos que descalzar y dejar nuestro
calzado, donde estaba el resto. A mí sinceramente, me daba un poco de apuro,
porque después de haber estado toda la mañana caminando no sé si mis pies harían
algo de olor, pero se tenía que entrar con calcetines al tatami. Jiwon
eligió los menús por nosotros, ya que no entendíamos nada, ni siquiera estaba
en inglés, ni había imágenes. Había un poquito de todo: sopa miso, carne tierna
y rebozada de cerdo, verduritas y agua y té que te iban sirviendo los
camareros. A mí se me hizo un poco raro eso de comer en el suelo, era algo
incómodo, porque no estamos acostumbrados. Suerte que no me llevé a Kenzie,
porque para ella hubiera sido un castigo estar tan cerca de la comida y no
poder comer nada, hubiera estado totalmente a la altura de su hocico.
Una vez
más tuve que pedir cubiertos, ya que no había en la mesa, solamente palillos, y
no quise arriesgar a no disfrutar de la comida por comer con palillos. Pensé que
al ser tan japonés me dirían que no tenían, pero afortunadamente para mí, sí
que me dieron tenedor, cuchara sí que había para la sopa. Con el tenedor pude
comer mucho mejor la carne y el arroz que siempre ponen, porque es como si
fuera el pan para ellos.
Con
la barriga llena costaba más ponerse en marcha, pero tenía más rutas preparadas
para nosotros. Nos llevó a una calle muy famosa llamada Takeshita-Dori. Una
calle peatonal llena de gente por todas partes y tiendas pequeñas de toda
índole, desde multinacionales conocidas por todo el mundo a otras
independientes y pequeñas que vendían camisetas de todo tipo. En esa calle
había una pantalla en el que salía la gente reflejada.
Hicimos
una pausa, para descansar y reponer fuerzas, tomando un zumo, antes de ir a un
parque que quería llevarnos muy bonito por sus árboles. Nos quedamos con la
descripción de Jiwon de lo bonito que es, porque a lo tonto se nos había echado
el tiempo encima y quedaban diez minutos para que cerrasen, así que ya no
pudimos entrar. Así que paseamos por otro parque grande, lleno de cuervos y con
letras de Tokio por las cercanas olimpiadas de 2020. Lo recorrimos entero. Yo
estaba cansada, llevábamos todo el día caminando. Hasta que volvimos de
Harajuku caminando hasta Shibuya y vimos la diferencia de verlo de día a la
noche. Era todo un espectáculo, luces, música y gente por todas partes. El
cruce de Shibuya que, una vez más cruzamos, era toda una odisea, porque estaba
sin hueco para cruzar, tenía mucha más emoción.
Por
la noche empezó a llover, así que sin paraguas y ante la sorpresa, nos llevó a
un centro comercial, para que desde la planta de arriba, viéramos las vistas.
Estaba bastante oscuro y solamente se veían las luces de la ciudad. Ahí es
cuando pensamos qué hacer, yo optaba por ir yendo para el hotel, pero Jiwon
insistió en que teníamos que buscar un restaurante para cenar, ya que así
brindaríamos por el reencuentro. A pesar de que a Carlos le apetecía mucho
ramen, para ello tienes que ir con hambre, y nosotras dos no teníamos ganas de
ramen. Así que nos buscó un sitio que nos gustase a todos. Queríamos ir a una
izakaya, una taberna, para poder comer y beber lo que quisiéramos. Todas las
que probamos, quizás porque era viernes por la noche, estaban a tope de gente y
algunas con reservas. Así que nuestra cena se convirtió en una búsqueda, ella
iba mirando en su móvil, no sé si recomendaciones de amigos o qué, pero íbamos
de un sitio a otro, sin encontrar dónde cenar. Hasta que entramos en un
edificio, cogimos en un ascensor y en la planta 7 o así se abrieron las puertas
y había un restaurante. Había gente esperando y nos sentamos a esperar. Parecía
que no llegaba nunca nuestro turno. Realmente un sitio en una planta, la que
sea, no lo hubiéramos encontrado sin ir sin ella, porque no te fijas, ni
piensas que en un edificio cualquiera, vaya a ver un restaurante en tal planta,
están escondidos. Tuvimos una mesa para nosotros y tenía una dinámica peculiar,
había una tablet en el que tenías que pedir lo que quisieras y el camarero te lo
traía al poco de pedirlo. Era todo de tapeo, que si pinchos de pollo con
verduras, que si otro con salsa, que si otro con hueso al estilo alitas, etc.
Todo lo hicimos acompañado de cervezas japonesas que nos había recomendado y
nuestra sorpresa fue que se podía fumar en la mesa. No es que fuera un sitio
específico para fumadores, sino que en todo establecimiento se podía fumar. Nos
contó que en sitios así, tipo tabernas, izakaya, dejan fumar, porque
también se puede beber alcohol. La verdad es que el sitio no estaba nada mal,
porque ibas comiendo, veías que te apetecía algo más, y no tenías que esperar a
que llegase el camarero cogías la tablet y volvías a clicar sobre lo que te
apeteciera, igual sucedía con la bebida. Estuvimos cenando, mientras recordábamos
viejos tiempos de Dublín y nos contaba sus planes de futuro en Japón, ella está
muy a gusto en Tokio y no tiene previsto dejar la capital japonesa, porque
tiene trabajo y le gusta el estilo de vida.
Después
fuimos los tres para la estación de Shibuya, ella iba hasta otra línea de
metro, pero nos acompañó hasta la nuestra y nos despedimos hasta que el destino
nos vuelva a juntar en un próximo destino. Nunca se sabe quizás es ella quien
viene a visitarnos.
El
día de mi santo, aunque sin saber casi que era mi santo, había terminado. Había
sido un día más que completito, en el que no dejamos de practicar inglés,
visitar tiendas, probar comida al estilo japonés y sobre todo caminar y
caminar. Un día completo y divertido.
Día 4- Mercado
de Tsukiji, Shinjuku y alrededores
Cuando
nos despertamos y fuimos a tomar el café nos dimos cuenta que estaba lloviendo.
La
primera parada era ir a la Lonja de Tokio, mercado de Tsukiji. Así que
nos bajamos en Tsukiji station y parecía que lo tendríamos cerca, pero no
veíamos nada. Después de que el GPS recalculase ruta, seguimos sus
indicaciones, y empezamos a ver muchas paraditas, escuchar el jaleo de los
vendedores y notar el olor del pescado. Vendían desde pescado seco, a pescado
fresco y algas. Nosotros queríamos ir a desayunar, ya que nos habían dicho que
preparan un sushi delicioso y más fresco imposible. Íbamos con ganas, a pesar
de la lluvia de disfrutar del pescado fresco de Japón, pero sobre todo de
comerlo. No queríamos que la lluvia nos ahogase el día, y queríamos disfrutarlo
de la mejor manera. Aunque ir con paraguas no era tan cómodo, al menos no nos
mojábamos tanto.
Nosotros
no fuimos con paraguas a Japón, aunque yo recomendaría que en cualquier viaje,
se lleve uno, aunque sea de los pequeños. Yo llevaba unos chubasqueros de viaje
que me habían regalado las compañeras de trabajo. Se trata de un chubasquero
que ocupa muy poquito y lo puedes llevar a cualquier parte, porque no te ocupa
espacio en el equipaje. Al no llevar paraguas, al pasar por una tienda de
conveniencia, 7eleven, vimos que tenían paraguas, pero rechazamos la idea, para
no ir cargados durante todo el viaje con ese paraguas tan grande. Así que fue
entrar y salir. Sin embargo, al salir de nuevo a la calle y ver que la lluvia
empezaba a apretar y ver qué era necesario llevar uno, entramos de nuevo.
Compramos uno de esos paraguas transparentes, allí parece que es lo más típico,
porque casi todo el mundo llevaba uno de esos. Son grandes, y pueden resultar
incómodos de llevar, pero protegen muy bien de la lluvia, son fuertes y resistentes,
además tiene la ventaja de poder ir viendo a quien tienes delante, porque es
transparente y no te oculta nada.
Con
el paraguas, el chubasquero, las cámaras y las ganas visitamos muchos
puestecitos del mercado de Tsukiji. No sabíamos dónde desayunar, más bien
almorzar, ya que muchos de los puestos eran callejeros, pero con la lluvia no
nos apetecía comer de esa manera, por lo incómodo que puede ser, comer evitando
que se te caiga al suelo, haciendo malabares y encima mojándote. Así que alrededor
del mercado, había muchos restaurantes que a precio más que asequible ofrecían
sushi entre otros manjares. Nosotros nos centramos en el sushi y entramos en
uno que tenía buena pinta y así fue. El restaurante en cuestión se llama Ichiba Sushi con una barra llena de
taburetes, no había mesas, la mesa era la barra, porque arriba había una cinta
por la que pasaban multitud de platitos con algún tipo de sushi. Veías como los
cocineros delante tuyo preparaban el sushi y los ponían el platos, era todo un
espectáculo. Empezamos a coger platitos, uno a uno, y lo primero que me
sorprendió era que no había wasabi, con lo que a mí me gusta mezclarlo con la
soja. Con el primer bocado lo entendí, y es que al ser pescado fresco, los
cocineros ya ponen un poquito dentro de cada elaboración. Probé muchos tipos de
sushi, incluso me gustaron más los niguiris que los que más me suelen gustar
que son los makis con la alga nori. En este caso creo que me gustaron más los
niguiris, porque nunca había probado sushis tan frescos y deliciosos. Empezamos
a coger un
plato, nos lo comíamos y cogíamos otro. A la hora de pagar, por muy
barato que fuese, nos dimos cuenta que habíamos comido mucho. Fue gracioso,
porque te dicen lo que le ha costado, apilando todos los platitos y pasando una
máquina, ya que depende de la cantidad de platos y del color tienen un precio u
otro. No fue un precio desorbitado, para toda la cantidad y la buena calidad de
los platos que habíamos degustado. Lo pagamos más que a gusto.
Después
de haber saciado y probado muchos sushis, ya no teníamos mucho que hacer en el
mercado, ya que las paraditas las habíamos visto. Y, aunque dicen, que lo bueno
del mercado de pescado es ir de madrugada, para ver la subasta. Nosotros no
madrugamos lo suficiente, como para verla en acción, no era necesario, tampoco
nos hubiéramos enterado de mucho. Lo importante era probar el pescado fresco y
ver a los cocineros en acción y eso lo hicimos. Así que una vez
visto, fuimos en dirección al hotel, ya que cerca de nuestro alojamiento
estaba el Palacio Imperial de Tokio. Después de rodear el espacio del Palacio, para
encontrar la puerta, fue todo un poema al ver que estaba cerrado al público.
Tuvimos tan mala suerte que no caímos que los viernes estaba cerrado. Solamente
cierran dos días a la semana, lunes y viernes, y coincidió que era viernes.
Nosotros en que casi no sabíamos ni qué día era, no habíamos ni caído. Al menos
nos hicimos unas fotos desde fuera, a pesar de la lluvia, y queda para
visitarlo en otro visita a Japón.
De
ahí nos fuimos a Shinjuku para visitar el Edificio del Gobierno
Metropolitano de Tokio. Había leído que este edificio que cuenta con 243 metros
es un lugar ideal, para contemplar las vistas de la ciudad sin necesidad de
pagar. Así que entramos, pasamos un control de seguridad antes de subir al
ascensor, y de ahí directos a la planta 43. Nos dimos cuenta que no éramos los
únicos turistas del lugar, había bastantes, pero sin aglomeraciones. Por tanto
pudimos ver por los ventanales diferentes panorámicas de la ciudad, además en
cada ventanal, en inglés, te explicaban qué se podía observar. Carlos me iba
leyendo qué es lo que teníamos enfrente. Además, por supuesto, aprovechamos
para hacernos algunos retratos con el marco incomparable de la ciudad de Tokio
de fondo.
Estuvimos bastante rato, ya que no había límite de tiempo. Incluso
descansamos en unos bancos, ya que era un lugar muy tranquilo. Después
visitamos una tienda que había dentro con productos típicos de Japón, aproveché
para comprarme un zumo de miel, algo raro, pero que sabía que me vendría bien,
para mi dolor de garganta.
Nos
resistíamos a abandonar el lugar, porque, a pesar de lo majestuoso del sitio,
era muy tranquilo, además no queríamos enfrentarnos otra vez a la lluvia
japonesa. Pero, nos armamos de valor, me puse de nuevo el chubasquero y nos
lanzamos a la calle. Queríamos visitar el barrio de Shinjuku. Este barrio es
muy concurrido, tiene muchos edificios altos con luces de neón. Nosotros
estuvimos paseando por sus calles, sin ninguna ruta específica, simplemente
introduciéndonos en sus calles como si fuéramos de ahí. De hecho visitaos una
tienda de electrónica, solamente por el gusto de resguardarnos de la lluvia y
ver qué tenían. Era como una de las que tenemos aquí, pero a gran escala, con
más de ocho plantas. Una planta solamente para cámaras fotográficas y de vídeo,
se nota que a los japoneses les gusta la fotografía y había cámaras que bien
podría ser para profesionales. Yo querría haberme comprado, aunque fuera un
pendrive original, pero no ví ninguno. Además los precios, más o menso son como
los de España, no son más baratos. Hay que tener en cuenta que comprase
aparatos electrónicos en el país nipón no es ninguna ganga, quizás hace años sí
que lo era, pero ahora no: en primer lugar el precio no es barato, todo lo que
ves o casi todo lo puedes encontrar en tu país, además de que cualquier cosa
que compres allí después tendrás que comprar un conector para poder enchufar el
cable en tu país, hay que tener que los volteos no son los mismos.
Después
de pasear y visitar tiendas, nos entró algo de hambre. Hay que pensar que ese
día aún no habíamos comido, ya que habíamos hecho un gran almuerzo de sushi.
Así que sobre las seis de la tarde ya nos entró un poco de hambre. Había unos
“restaurantes” que estaban en una callejuela estrecha, todos agolpados, muchos
llenos de gente, en algunos solamente podías sentarte en taburetes y con el
inconveniente de que eran al aire libre, solamente había una cortina que
separaba la taberna de la calle. Encontramos uno que no estaba muy abarrotado y
que tenía mesas y sillas, solamente tres, pero una era para nosotros. Sentamos
nuestros aposentos y enseguida nos dimos cuenta que habíamos caído en un sitio
para turistas, porque todos los que estábamos allí éramos de fuera. Empezamos a
pedir pinchos, de esos que parecen baratos, pero que tienen la trampa de que
vas pidiendo, pidiendo y después el precio es muy diferente al que habías
pensado. Pedimos: yakitoris (uan especie de pinchos de pollo con
verduras), gyozas (una especie de empanadillas al estilo japonés),
ensalada, pincho de gambas, entre otras tapas típicas del país. Todas esas
raciones acompañadas de una cerveza japonesa nos entretuvo el estómago y nos
sirvió de cena.
Emprendimos
el camino hacia el hotel, pero no habíamos caído que era un viernes y sería las
siete y algo de la tarde, así que la estación de Shinjuku fue toda una odisea.
Era la primera vez que estábamos allí, estaba a tope de gente, incluso desde la
calle teníamos que hacer cola para entrar a la estación, y estábamos más que
perdidos. Una vez encontramos nuestro camino, que una vez pudimos entrar con el
Japan Rail Pass, el vagón parecía una colmena de personas. No hacía falta ni
agarrarse, tampoco podíamos hacerlo, pero como estábamos en una lata de
sardinas tampoco corríamos peligro de caernos. Fue agobiante, tanto que nos
entró una risa contagiosa de los propios nervios de sentirnos apretados, de no
saber dónde estábamos y de vivir esa experiencia.
En
el hotel intentamos adecentar un poco la maleta, al día siguiente abandonábamos
la capital de Japón, para ir al Japón más tradicional. Dejábamos Tokio para
conocer Kioto. El sábado 14 de octubre nos levantamos en Tokio, desayunamos,
pedimos un taxi en el hotel. Llovía una vez más y aunque la estación no
estuviera muy lejos preferimos ir en taxi, para evitar mojarnos, además de ir
cargados cada uno con su maleta y su mochila. Cuando preguntamos en la
recepción del hotel si nos pedían un taxi nos dijeron que no, nos quedamos muy
descuadrados, y enseguida nos acompañaron, a falta de poder dialogar, su forma
de decirnos las cosas era acompañándonos a los sitios. Nos acompañaron a la
calle y allí nos pararon un taxi. La primera vez que cogíamos un taxi en Tokio.
El taxista no era muy hablador, creo que suficiente era que nos hubiera
entendido que queríamos ir a la estación de tren. El coche sería moderno, pero
la decoración de los asientos era digna de los años sesenta en España, todos
los asientos tenían una funda de punto, tipo tapete de abuela, la cual cosa nos
hizo mucha gracia. Cuando llegamos a nuestro destino la Estación de Tokio, el
conductor paró y por arte de magia nuestras puertas se abrieron solas. Nos
ayudó a bajar las maletas y se despidió. En la estación vimos una oficina del
Japan Rail Pass y quisimos reservar los asientos para Kioto, ya que era una
destino de dos horas y algo. No nos entendimos con las máquinas. Hicimos cola,
para que nos reservasen los asientos, pero nos dijeron que no había
disponibilidad de asientos, para ese día. Nosotros sí o sí teníamos que salir
ese día hacia Kioto, ya que teníamos el hotel reservado. Nos aventuramos a ir
sin asientos reservados, así que nos tocó ir del vagón 1 al 5. Los trenes, como
si se tratase del metro, pasaban con mucha asiduidad y podíamos subirnos en el
que quisiéramos, mientras fuera a Kioto. No tuvimos ningún problema en ir sin
asientos reservados, porque en esos vagones que era para gente como
nosotros, sin reserva de asientos, podías sentarte donde quisieras y había
asientos de sobra. Colocamos las maletas donde pudimos y nos dedicamos a
disfrutar del viaje en un Shinkasen (tren bala). Ahora tocaba descansar
y pensar qué nos depararía Kioto.