MI QUERIDO
GATO PICHI
Siempre en el recuerdo
Cuando me hago un poquito a la idea, resurgen sentimientos y
me da mucha pena, no poder volver a verle, no poder volver a cogerle,
acariciarle, notar su ronroneo cuando le peinaba, no poder jugar con él, no
notar su lengua rasposa cuando me daba besos, no.. Todo son acciones que no
podré volver a hacer, ni sentir con él. Son muchos años, muchos recuerdos,
muchas anécdotas y vivencias en las que ha estado presente.
Un verano del año 2000 fui con mis padres a una aldea de
Guadalajara, lugar donde nació mi padre y donde nació Pichi. Allá aquel verano
lo conocimos. Era un gato pequeñito, que cabía en una mano y tenía muchas ganas
de jugar. Al final, nos conquistó y nos lo trajimos a Barcelona. Un viaje en el
que se portó muy bien, todo el viaje durmiendo. Era muy pequeño,
blanquito, con su mancha oscura en el lomo, sus ojos verdes, sus orejas
puntiagudas, su nariz marroncita aterciopelada y sus uñas como alfileres.
Dormía conmigo en la cama y jugaba mucho-
Recuerdo que le cortaba las uñas, aunque no le gustaba nada
que lo hiciera, pero era bueno para él y para nosotros. También recuerdo que
fue perdiendo los dientes de leche y nos lo íbamos encontrando por casa.
Después le fueron creciendo otros dientes.
Cuando perdí la vista, él fue un gran apoyo para mí y sabía
saborear mis lágrimas saladas, sí, con su lengua salada me daba ánimos, para
que supiera que él estaba ahí. Tuve que dejar de cortarle las uñas, porque ya
no me atrevía a cortárselas, es lo que tiene no ver bien. A pesar de ello, los
mayores arañazos me los llevé viendo, aún tengo alguna cicatriz, recuerdo para
siempre. Después de no ver siempre tuvo mucho cuidado, aunque algún que otro
mordisco o clavada de uñas me llevé, pero nada comparado con los arañazos que
me hizo en su momento viendo.
Miles de recuerdos se agolpan a mí ahora
que no está. Navidades junto a él, cuando olía que había gambas frescas él
salía para ver si le caía alguna. Su época de gato gordo, pensando más de ocho
kilos, pero estando atlético como un campeón, subiéndose por las mesas. Los
viajes con él, no le gustaba ir dentro del trasportín, pero cuando llegábamos
al destino hacía de pequeño explorador.
Pichi se sintió un poco relegado a un
segundo plano cuando llegó Kenzie. No entendía cómo me había ido y al volver
aparecía en caso con un cuatro patas tan grande, aparecía un perro en su casa,
que lo que quería era ir a por él y olerle, eso a él no le hacía mucha gracia.
Además pasaba más tiempo con Kenzie que con él y me la llevaba a todas partes.
Él pensó que le había cambiado, y empezó a distanciarse un poco de mí. Sabía
que si se acercaba a mí, y sobre todo si lo cogía, la peluda ladraba porque
estaba celosa. Yo estaba dividida, porque quería a Pichi y no podía evitar
cogerle, para darle abrazos pero entendía que Kenzie sufría.
Después al irme de casa de mis padres, él
nunca me olvidó, porque sabía quién era. En cuanto lo llamaba venía, si
acercaba la cara me hacía una limpieza de cutis, y a veces solamente iba para
jugar con él, ya que él lo necesitaba y yo también disfrutaba viéndole jugar.
Otras veces, iba y le daba una buena pasada con el peina y él lo agradecía.
Quizás, por haber estado tiempo alejada de
él, por no convivir junto a él, es por ello que aún no me hago a la idea, y me
da la sensación que aún está en casa de mis padres. Cuando voy a ver a mis
padres, me da la sensación que debe estar durmiendo escondido en alguna
habitación, en alguna silla, pero al cabo de un rato y ver que no aparece para
saludar, para cotillear quién ha venido, que no sale para comer, me doy cuenta
que se ha ido y no aparecerá.
Mis padres al haber estado viviendo con él
lo llevan peor. Echan en falta las noches en las que no aparece para dormir con
ellos, las siestas en las que no se coloca encima, los madrugones que les hacía
despertar, para pedir comida. Lo buscan y no lo encuentran, porque ya no está
ahí.
Poco a poco nos tenemos que ir haciendo a
la idea, pero el nombre de Pichi siempre nos recordará a nuestro gato que
estuvo 16 años a nuestro lado.
Carta a mi gato
Pichi
Aún no me hago a la idea de que te hayas ido. Sé que has
aguantado como un campeón, algo te pasaba y no supimos entenderte. Aunque
hubiéramos sabido lo que te pasaba, no sé si hubiéramos podido ayudarte, porque
los años ya te pesaban. Espero que, al menos te quedes con los buenos
recuerdos. Nosotros así lo haremos. Yo me quedaré con las últimas veces que te
ví, en las que dando unos golpes
encima de la mesa con el peine, allá donde estuvieras lo escuchabas y
enseguida dabas un salto y te subías a la mesa, para que te peinase y tú me
regalabas esos ronroneos que significaban que te encantaba que te cepillase,
sobre todo debajo de la barbilla, y tú estirabas el cuello todo lo que podías,
para que siguiera rascándote con el peine y seguías ronroneando y me animaba a
continuar.
Nos has dejado un gran vacío: en ocasiones pensamos que
debes estar dormido en alguna habitación, escondido, tranquilo, tal y como te
gustaba a ti, pero cuando pasa un rato y no apareces volvemos a la realidad. La
mama el otro día contaba que al volver de comprar y traer las bolsas y que no
apareciese, se daba cuenta que ya no estabas y se le cae el mundo encima al
darse cuenta. Sí, porque tú eras un cotilla de mucho cuidado, y siempre que se
escuchaba algún ruido, sigilosamente te acercabas para ver qué pasaba, y sobre
todo si el ruido era de bolsas venías corriendo.
Estos últimos meses con tus maullidos incesantes, pensábamos
que era tema de la edad como nos habían comentado, ya que te movías como un
jovenzuelo, comías y no tenías ningún síntoma. Pero, creo que era tu manera de
decirnos que no te encontrabas bien, fuese como fuese, dejando al margen esta
última etapa, que espero que no nos la tengas en cuenta, espero que allá donde estés te quedes
con un buen recuerdo de tu familia.
Hemos vivido muchas cosas juntos, siempre has estado ahí.
Regalándonos buenos momentos y otros no tan buenos con tus travesuras, pero,
¿sabes qué? Olvidaremos todas las veces que nos despertaste, que tiraste cosas
al suelo para jugar, las cosas que rompiste, los arañazos y mordiscos que nos
diste, y nos quedaremos con todo lo bueno, porque ahora echamos en falta: tus carreras nocturnas, tus
maullidos, tus ganas de jugar y tirar todo. De los arañazos nos quedamos con la
cicatriz, pero la herida que costará cicatrizar será la de tu ausencia. A pesar
de no hablar, se te notaba, sabíamos que estabas y tú notabas cómo
estábamos, dejándonos a solas cuando lo requeríamos, dándonos besos con tu
lengua áspera, para que supiéramso que estabas en los momentos más bajos y
durmiendo en nuestros pies.
Ahora al menos queda el consuelo que no sufres, que te has
ido al cielo de los
gatos, pero que no has querido irte sin despedirte, y por eso querías que los
papas estuvieran en tu último aliento, y ellos estuvieron ahí haciendo todo lo
posible, para que no nos dejases, pero a veces no se puede hacer nada.
Quédate con todo el pienso que has comido, con todas las
latitas, con todas las gambas que has comido y te dábamso a trocitos. Quédate
con todos los abrazos, las caricias, los masajes y las pasadas de peine.
Quédate con todas las veces que hemos jugado, con un hilo, con una cuerda o con
una pelotita hecha de
papel de plata, yo te lo tiraba y tú enseguida venías para rematar. ¿Y
recuerdas? Con la cuerda hasta te ponías de pie tú solito y empezabas a darle
con toda tus fuerzas como si fueras un pequeño boxeador, un campeón como lo has
sido hasta el último momento.
Quédate con todos los sueños que hemos
compartido durmiendo juntos. Las siestas con papa, dormir por la mañana junto a
mama cerca de su cabeza, y dormir conmigo en aquellos primeros tiempos. Siempre
has estado velando por nosotros mientras dormíamos, eras el guardián de
nuestros sueños. Siempre a nuestros lado.
No solamente nosotros te echamos en falta, el loro ahora te
recuerda y me dicen que maúlla y seguro que el no verte pasar cerca de su jaula
también se le debe hacer extraño. La Kenzie aunque no haya ido a casa de
los papas, creo que también lo sabe, y ahora entiendo porque la última
vez que estuvimos Kenzie y yo en casa, sé porque no te fuiste al verla pasar,
te quedaste ahí quieto, la oliste y le diste un beso y después a mí. ¿Era tu
forma de decirnos adiós? ¿Lo intuías?
Y ahora te escribo estas líneas y me vienen mil recuerdos a
la cabeza en los que tú estás presente. Y ahora que cada vez me voy haciendo a
la idea, esas lágrimas saladas que tanto te gustaban se me van cayendo con cada
palabra, y tú no estás para pasar tu rasposa lengua. ¿Y ahora qué?
Pues, que te tengo que dejar, para no seguir manchando el
teclado. Te diría mil cosas, te pediría mil perdones por todas las trastadas
que te debí hacer, por todos los momentos que no pasé contigo, aunque tú
también eras de estar solo y tranquilo. Pero, ahora no puedo rebobinar, así que
me quedaré con lo vivido que es mucho, todo lo que dieron tus 16 años a tu
lado, con todo lo bueno que nos diste. Me quedaré con tus orejas puntiagudas siempre
frías, con tus ojos verdes que brillaban por la noche, con tu pelo suave, con
tus patitas, y sobre todo contigo, porque tú no eres solamente una imagen, no
eras solamente un gato, eras uno más de la familia y como parte de la familia,
ahora se nos hace duro estar sin ti.
Gracias por tanto y no digo que te hemos querido mucho,
porque te queremos y te seguiremos queriendo, ya que permanecerás vivo en
nuestro recuerdo.
Descansa en paz mi querido Pichi.
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