NUESTROS ÚLTIMOS DÍAS EN EL PAÍS DEL SOL NACIENTE
Cuando sabes que la despedida
es cercana, cuando sabes que lo bueno está por decir adiós, es el momento de
sacar fuerzas de donde no las hay, para exprimir al 100% todos los minutos. Con el tiempo quedará el recuerdo, no solamente de esos últimos días, sino del
viaje en global. Una de las aventuras asiáticas, la de Japón empezaba a
decirnos adiós, o más bien, nosotros empezábamos a darnos cuenta que ya
solamente quedaban horas allí. Y, aunque, tenemos la idea de volver algún día,
no sabemos cuándo volveremos, así que era el momento de, a pesar del cansancio
acumulado, disfrutar al máximo de aquel país.
ÚLTIMA NOCHE EN HIROSHIMA
Después de nuestra escapada a Miyajima, volvimos a pasar
nuestra última noche en Hiroshima. Para volver rehicimos el camino,
volviendo a coger el ferry (gratuito con el JRP) y cogiendo de
nuevo el tranvía que nos dejaría cerca de nuestro alojamiento. Cuando volvimos
estábamos cansados, pero aún no era tan tarde como para preparar el futón e
irnos a descansar, además debíamos cenar algo, que después de un día de
excursión nos merecíamos llenar el estómago. Con el wifi del Ryokan buscamos
algún sitio cercano, que no estuviera mal, además nos apetecía uno de los
manjares más típicos de la zona: Okonomiyaki.
LA ÚLTIMA CENA EN HIROSHIMA
Encontramos un lugar muy
chiquitín, en el que solamente estábamos nosotros como comensales. De hecho te
sentabas en taburetes, delante tenías una barra con la placa, en el que te servirían el
okonomiyaki. Así también podías ver cómo lo preparan delante tuyo, asistiendo a un espectáculo gastronómico. Solamente había una mujer como dueña
y cocinera, quien se asustó al vernos, porque no esperaría a nadie. Estaba tras
la barra, con la televisión puesta y con una sonrisa muy amable, dispuesta a
ofrecernos lo que fuera, aunque no tuviera ni idea de inglés, ni mucho menos de
nuestro idioma. No había carta, para ver qué tenían, así que al decirle
oknomiyaki, ella señaló a la pared, donde estaba anotado en kanji todo lo que
tenían, así que si es como si nos hubiera dicho que eligiéramos un dibujo,
porque no teníamos ni idea de lo que había escrito, ni qué significaba nada.
Así que, optamos por echarlo a suertes, Carlos señaló dos diferentes, esperando
que nos gustase lo que habíamos escogido, pero sin saber qué contenía. Ella
asintió y se puso manos a la obra. Carlos también pidió una cerveza japonesa,
pero no había manera de que la mujer le entendiera, por mucho que se lo
repitiera en inglés, ella no sabía qué le decía, Carlos buscó por todas partes
una botella, pero no la encontraba. Al final le pareció ver una y le dijo qué
era lo que quería, y ella le trajo dos para elegir, y él eligió una grande. Yo
con el vaso de agua fresquita que me había ofrecido nada más entrar, tenía más
que suficiente, ya que para comer es lo mejor que hay, y más si no sabes ni lo
que vas a comer.
Con parsimonia, pero con ritmo,
la mujer empezó a sacar todos los ingredientes que necesitaba. Carlos me iba
contando: huevos, verduras, jamón, etc.. Carlos era mi audio descriptor, y así
al ver que no había ningún ingrediente peculiar, nos quedamos más
tranquilos. Empezamos a ver cómo preparaba todo en la placa que, ya había
puesto a calentar, y yo saqué el móvil para grabarle. Sí, mal hecho, sin
pedirle permiso, pero tampoco me entendía, y la idea era grabar cómo lo
cocinaba. A ella al verme con el móvil le hizo mucha gracia, no se lo tomó a
mal, más bien al contrario: se divertía al ver a esa pareja extranjera, atentos
a todos sus movimientos. Nos pareció muy entrañable, porque siempre tenía
una sonrisa para nosotros, y, a pesar de la barrera lingüística, hacía gestos
para expresarse. Nos hubiera gustado mantener una conversación con ella, pero
no había manera, por mucho que lo intentamos.
Después se puso en marcha con el
otro okonomiyaki, y ese sí que nos pareció más raro, ya que llevaban
fideos dentro. Más contundente no podía ser. Cuando estuvo listo, se quedó a la
espera, para que lo probásemos, y de hecho, como nos había visto con los
móviles, le dije a Carlos mediante gestos que me hiciera una foto mientras lo
probaba. Nos hizo mucha gracia. Ella me lo había preparado, y no sé si se
habría dado cuenta que no veía, supongo que sí, porque con Carlos no lo hizo,
pero me había preparado un trozo de okonomiyakk con la paleta, y, sin decirme
nada, simplemente como ella podía expresarse, se acercó
para acercármelo a la
boca, como si fuera una niña pequeña. Ella estaba expectante, pero quemaba, sin
embargo: ella quería nuestra aprobación, quería saber si estaba a nuestro
gusto. Hasta que no le dijimos un ok, con el pulgar hacia arriba y vio nuestra
sonrisas de satisfacción, ella no se quedó tranquila. Una vez nos vio disfrutar
de la comida, ella se preparó algo para ella, y se puso a cenar mientras veía
la tele. El sitio era muy pequeño, la teníamos enfrente cenando y viendo la
televisión, casi como si fuéramos intrusos y nos hubiéramos metido en su casa,
pero ella se sentía acompañada y a gusto de nuestra compañía, se le notaba.
Al finalizar la cena, en la que
nos quedamos muy llenos, casi no podíamos ni terminar. Pero, cuando nos quedaba
poco, ella empezó a rascar con la paleta, y nos lo acercó, para que nos
terminásemos todo. No queríamos hacerle ningún feo y como niños buenos nos lo
comimos todos, a pesar de acabar muy gordos, pero no queríamos que se lo tomase
a mal, además, cabe decir, que estaban buenísimos. Nunca habíamos comido unos
okonomiyakis tan ricos, deliciosos y hechos con mucho mimo. Cuando ya nos
fuimos quise decirle, a riesgo de que no me entendiera, que éramos de
Barcelona, pero no hubo manera de que nos entendiera. Nos hizo gesto de un
momento y se fue a buscar algo, yo pensé que un diccionario, pero era una
libreta. Pensamos que sería, para que le hiciéramos un dibujo o le
escribiéramos lo que decíamos, pero no, nos enseñó páginas anteriores: era como
un libro de visitas, en que otros turistas y comensales habían escrito para la
mujer. Imagino que después alguien se lo traduciría, y si no ella estaba
súper feliz con su libreta de visitas. Carlos me estuvo leyendo lo que había
escrito, casi todo en inglés y también en japonés (en ese caso no pudimos
entender nada), todo el mundo destacaba lo bien que se comía y el trato de
aquella mujer. Nosotros quisimos dejar nuestra huella escribiendo en nuestro
idioma, no es que no supiéramos escribir en inglés, pero nos hizo gracia dejar
nuestras palabras en nuestra lengua. Más que nada, por si casualidades de la
vida otros españoles acaban en ese mismo rinconcito de Hiroshima, verán que
otros como ellos también estuvieron allí.
Salimos muy contentos del
establecimiento, no tan solo por lo bien que habíamos comido, sino por el trato
de aquella japonesa que nos había tratado como si fuéramos familiares suyos.
Sabemos de lo serviciales que son, sabemos que estábamos como clientes, pero no
nos trató como simples clientes, si no que quería agradar, sin llegar al agobio
y estaba todo el rato atenta. Cuando salimos me hice una foto en la puerta, me
hubiera gustado hacerme una con aquella mujer encantadora, pero no quise abusar
de su confianza y no se lo dije. Seguramente no se hubiera negado, pero tampoco
era plan.
Nos fuimos a dormir, la jornada había sido totalmente redonda y
debíamos reponer fuerzas.
DE CAMINO AL ÚLTIMO DESTINO DE JAPÓN
Al día siguiente antes de
abandonar el alojamiento japonés debíamos preparar de nuevo las maletas. Con
las maletas arregladas, otra vez había tocado un Tetris, pero habíamos podido
cerrarlas. Hicimos el check-out y nos fuimos a desayunar. De nuevo fuimos al
mismo sitio que el día anterior, aunque en esta ocasión había más gente, o nos
dio esa sensación, porque entre que el sitio era pequeño e íbamos cargados con
las maletas…. Pedí lo mismo que el día anterior, la leche con los
cereales,, Carlos se animó y también lo pidió. Sin embargó, vimos que tardaba
más de lo habitual. Finalmente se acercó y nos dijo que lo sentía, pero que no
tenía leche. No sé por qué había tardado tanto en decirlo. Creemos que es el
por pudor que suelen tener los japoneses a no poder ofrecer lo que queremos.
Sin embargo, no lo entendimos, porque si nos lo hubiera comunicado antes, antes
hubiéramos cambiado de opción, y antes hubiéramos terminado. Finalmente pedimos
unas tostadas francesas, que muy bien no sabíamos qué era, pero era algo
para comer. Salimos en varias ocasiones a fumar, en una de las ocasiones que
salió Carlos, él también salió y le pidió un cigarro. No tuvo ningún
inconveniente en darle uno, pero nos pareció raro. Nuestro desayuno era un bol
con trocitos de pan tostados y dulces, algo muy raro, pero que estaba rico.
Después del café y cuando nos cobró, me dijo Carlos que nos había hecho
descuento, por las molestias ocasionadas. Así que nos despedimos y nos fuimos
en dirección a la estación de tren. A lo tonto, entre las maletas, el desayuno
y los contratiempos se nos había hecho bastante tarde. Suerte que cogeríamos el
tren que viniese, sin presión de horas de billetes y con la ventaja de que en
Japón cada cinco minutos tienes la opción de coger el tren.
En la estación optamos por no
reservar asientos, así con el JRP íbamos pasando de un lado para otro. Cuando
llegamos a nuestra vía de tren, nos pusimos en las áreas que son para personas
que no tienen asientos reservados. Al no ser muy temprano, tuvimos suerte y
pudimos sentarnos, había sitio de sobra. Nuestro recorrido sería cortito, ya
que nos dirigíamos hasta nuestro último destino en Japón:
Fukuoka.
EL REENCUENTRO CON YUSUKE
Estábamos emocionados por ir a
Fukuoka, no por la ciudad en sí, sino porque allí nos reencontraríamos con
Yusuke seis años después de nuestra última vez. Yusuke, ó Whisky, tal y como se
presentó la primera vez que lo vimos. A él lo conocimos en nuestra estancia en
Dublín. Aquel año, aparte de aprender inglés y vivir en una ciudad extranjera,
nos sirvió para conocer a personas de casi todo el mundo. Sí, conocimos a
muchos coreanos, japoneses, europeos, excepto a irlandeses, quienes no estaban
por la labor de relacionarse con extranjeros que vivían en su ciudad.
Con Yusuke, que no vivía en
Fukuoka, sino en una ciudad cercana, habíamos quedado en la estación de tren,
ya que él también llegaría en otro tren de cercanías. Quedamos en la puerta principal de la estación de tren.
Una vez estuvimos ahí, le escribimos, para preguntarle su ubicación. Nos dijo
que en 10 minutos estaría allí. Cuando llegó enseguida, a pesar de los años transcurridos,
nos reconocimos. Nos hizo muchísima ilusión y nos hicimos la primera foto de
reencuentro en la estación. Nos había traído un detalle de su ciudad natal,
eran unos dulces envueltos con esmero y que deseaba que nos gustasen y
aguantasen hasta nuestra llegada a España. Después del jolgorio por vernos de
nuevo. Decidimos qué hacer. Cabe decir, que para no variar en nuestra estancia
por Japón, estaba lloviendo de nuevo, pero poco nos importaba. No teníamos
mucho que ver en aquella ciudad, solamente a Yusuke y ya estábamos con
él.
ANTES DEL REENCUENTRO
Una vez llegamos a Fukuoka con
las maletas, mochilas y demás nos fuimos a buscar nuestro alojamiento que
relativamente estaba cerca de la estación. Una vez llegamos vimos que había
bastante gente esperando en la recepción, cuando nos tocó nuestro turno, nos
quedamos con cara de tontos, al ver que nos decía la posición de nuestro
apartamento en un mapa. Nos explicó dónde estaba y la clave qué debíamos
introducir al llegar. No entendíamos nada. Nosotros habíamos elegido ese
alojamiento solamente por la cercanía y la comodidad de estar cerca de la
estación, y ahora nos indicaban que estaba en la otra punta. Realmente no sé si
en la otra punta o no, pero no estaba cerca, ni siquiera sin maletas podíamos llegar
caminando. Una vez más, entre el desayuno tardío y con contratiempos y ahora
esto, hacía que el reencuentro se retrasase más y más. No sabíamos cómo ir,
otra vez cargados ir a la estación de tren, coger el metro y demás era
demasiado, para un día lluvioso y lo perdidos que estábamos, así que optamos
por lo más sencillo coger un taxi.
En un momento nos dejó cerca de
unos cuantos edificios altos. Uno de ellos era nuestro apartamento de una
noche. Había una portería con doble puerta, la principal se abría sin problema,
pero una vez dentro había unos buzones, abrimos el nuestro, encontramos nuestra
clave, y por mucho que Carlos la introducía no había manera de que la puerta se
abriese. Estábamos perdidos, en una puerta sin que se abriese, sin recepción, sin
nadie a quien preguntar, sin teléfono adónde llamar y cargados con las maletas.
Solamente íbamos hasta allí, para dejar nuestras maletas y no podíamos acceder.
Finalmente después de intentarlo en varias ocasiones, alguien desde dentro nos
abrió. Nunca supimos si era alguien que trabajaba allí, si era alguien alojado
o quien era, pero nos salvó el día. Nos rescató de ese enredo. Le explicamos y
nos dijo cómo se hacía, bien hecho, porque si no corríamos el riesgo de
quedarnos más tarde una vez más atrapados.
Subimos a nuestro apartamento y
era amplio como ninguno en los que habíamos estado. Con una cama grande, con
cocina, con baño, con un balcón grande – en el que cada dos por tres se podía
escuchar el Shinkansen pasando a toda velocidad-.
No quisimos demorarnos más, y
después de dejar nuestros bártulos y enganchar nuestro móvil al wifi, que iba y
venía, vimos que teníamos una parada de metro relativamente cerca y podríamos
llegar a la estación de tren, donde habíamos quedado con Yusuke. Eso sí,
antes de irme cargada como una mula, descargué todo el contenido de mi bolso,
porque no hacía falta ir con tanto, mi espalda me lo agradecería.
De camino a la estación de metro,
en un parque vimos una exhibición de niños bailando con música oriental. Nos
hizo gracia y nos paramos a contemplarles, aunque más bien tampoco era nada del
otro mundo, pero ya se sabe que cuando vas de turista cualquier cosa te
sorprende. De hecho hasta Carlos como si de uno de los padres se tratase se
puso a grabar una actuación. Después proseguimos y en el metro, el cual
podíamos viajar sin necesidad de sacar billete, ya que una vez más
amortizaríamos el JRP llegamos hasta la estación principal.
SHABU-SHABU
Después de nuestro reencuentro en
la estación con Yusuke, nos dimos cuenta que deberíamos haber quedado en su
ciudad y no haberle hecho trasladar hasta Fukuoka, pero él en ningún momento
nos dijo nada, así que pensábamos que estaba muy cerca. Sin embargo, había
tenido que coger un tren de una hora o así y nos supo muy mal, que se gastase
dinero para venir a vernos. Y, además, que nos trajese un detalle. Él decía que
daba igual, que era domingo y lo importante era volver a vernos. Así que, como
no era su ciudad, y, aunque había estado en alguna ocasión no sabía dónde
llevarnos. Era la hora de comer y empezamos a buscar adónde ir, pero sin
movernos de la estación. Dentro de ésta era como un centro comercial y en la
parte de arriba estaba repleta de restaurantes. Nos fue diciendo que tal sitio
era coreano, otro italiano, y nosotros lo que buscábamos era algo típico
japonés. Así que pensó en un restaurante, que según decía él, era el mejor y
era comida típica japonesa. Así que le hicimos caso y pedimos para comer allí,
teníamos que esperar en una sillas que había fuera. Sin embargo, entre que
estábamos de charla y demás no ese nos hizo muy larga la espera. Una vez
dentro, agradecí que Yusuke no quisiera comer en un tatami, ya que, por muy
típico que sea, en una mesa estaríamos más cómodos sentados en nuestras sillas.
Enseguida Yusuke nos dijo que teníamos que hacer, y me cogió y me llevó a un
sitio, en el que había comida dentro de la nevera, con un plato te ponías lo que
querías. Él me iba diciendo lo que había: champiñones, verdura, arroz... pensé que era
para hacerme una ensalada, ya que no nos había explicado mucho de qué se
trataba.
En la mesa vino una camarera y
nos trajo unas salsas, una blanca y otra oscura. En medio de la mesa teníamos una olla bastante grande. Más tarde nos trajeron trocitos finos de carne cruda. Y, entonces como pudo
Yusuke nos contó de qué se trataba: comeríamos un Shabu-Shabu. Los
champiñones que yo había cogido no estaban cocinados, era para prepararlos en una
de las ollas que teníamos en medio de la mesa. Además también podías bañar la comida en un bol con salsas, había una de color blanco y otra de color negro. Una era más sabrosa que otra, una como más dulce y otra más avinagrada, pero cualquiera de las dos contribuían a que todo recién hecho, estuviera aún más suculento. La
verdad es que nos pareció muy original y todo estaba exquisito. Comimos como
gordos, ya que podías repetir las veces que quisieras. Nos levantamos en varias
ocasiones, para repetir de acompañamiento: cebolla, setas, tomates, arroz,
etc. Y, de carne, cada vez que veía que nos quedaba poco, Yusuke decía unas
palabras en japonés y enseguida nos traían más. Terminamos muy contentos
con esa experiencia gastronómica, pero muy gordos. Incluso después, al
finalizar podías levantarte a por el postre, y si querías podías repetir las veces que quisieras, pero nos
habíamos quedado tan saciados que cogimos algún helado y ya nos quedamos de
maravilla. Por el detalle que había tenido en quedar con nosotros y la ilusión
que nos había hecho, quisimos invitarle, pero una vez más demostró ser un
anfitrión y se nos adelantó. Se nota que estaba contento de nuestra visita y lo
único que quería era que disfrutásemos. Él estaba preocupado por si no nos
había gustado, le dijimos que sí, que mucho, y entonces se le iluminó una
sonrisa y se dispuso a llevarnos a otro lugar. Se acordó que fumábamos y
preguntó si queríamos ir a algún sitio después de comer, para saciar nuestro
vicio. Dentro del mismo centro comercial había una zona para fumadores, una
pecera de esas, e incluso él fumó con nosotros.
CAFÉ: CHARLAS Y RISAS
Cuando salimos del centro comercial no sabíamos adónde ir. Ni
él, ni nosotros conocíamos la ciudad, además que hacer turismo bajo el paraguas
no era muy agradable. Así que caminamos un poco y se nos ocurrió ir a por un
café, Carlos comentó que en Tokio habíamos descubierto una cafetería que estaba
muy bien y que, además, se podía fumar. Así que buscamos por Internet la famosa
cafetería: Chococro Saint Marc café, y resultó que era una cadena a nivel de
todo Japón. Nos pusimos a buscarla, así nos entretuvimos, aunque creo que
Yusuke no se fiaba de Google Maps, porque cada dos por tres preguntaba a
alguien para ver si sabía de alguna cafetería. Sin embargo, finalmente
siguiendo las indicaciones de Google
Maps lo encontramos, estaba como en otro centro comercial, y nos pedimos un
Capuccino cada uno. Vimos que había una sala tranquila, separada con una puerta
corredera, en la que se podía fumar y de forma tranquila: sin molestar a nadie,
sin olores fuertes y degustando nuestro café espumoso. Allí, más que durante la
comida, sirvió para ponernos al día. Nos contó a qué se dedica qué hace, cómo
es su vida y qué había pasado después de su etapa por Dublín. Nosotros también
le contábamos qué hacíamos, cómo había sido volver después de un año en
Irlanda. Y, aunque no estuviera, se acordó de preguntar por la peluda, Kenzie,
ya que se acordaba de ella. También Carlos le contó el programa de televisión
que habíamos estado haciendo Kenzie y yo, primero no lo entendía, hasta que
Carlos con el wifi de la cafetería le enseñó un episodio y le hizo mucha gracia
vernos. La verdad es que no sé cuánto rato estuvimos resguardados de la lluvia,
pero daba igual, lo importante es que estábamos practicando inglés, pero sobre
todo y lo más importante, estábamos poniéndonos al día con un viejo conocido.
PASEOS Y ÚLTIMAS EXPERIENCIAS
Una vez salimos de la cafetería, no era plan de
quedarnos todo el día sentados, ya había atardecido, estaba medio oscuro, es lo que tiene viajar
en otoño, que oscurece antes. Vimos un poco de espectáculo que había en el
centro comercial, estos japoneses cuando se ponen a organizar algo lo hacen a
lo grande. Después, paseamos: Yusuke decía que querríamos para cenar, pero yo
les dije que estaba muy llena. Carlos decía que le hacía gracia cenar en una de
esas casetas que hay por la calle: yatai. Son puestos callejeros, en los que cocinan
allí mismo, tienes la opción de quedarte, si hay sitio y comértelo en un
taburete, o llevártelo. Así que empezamos nuestra búsqueda, porque mientras
paseábamos habíamos visto bastantes. Antes de todo ello, pasamos a un supermercado, Yusuke quiso que probásemos una marca de tabaco japonesa,
que la verdad no estaba nada mal. Después, escuché uno de esos semáforos
acústicos y alegres de Japón y quise probar como era ir sin ir cogida, así que
les dije que quería probar una cosa. Saqué el bastón y comprobé la comodidad de
andar por esas calles. Aquellas aceras con raíles que tanto nos habían
entorpecido nuestro andar con maletas, eran súper cómodas para ir con bastón,
porque se notaba mucho el relieve con el bastón y te dejaba justo en el paso de
cebra. Cuando llegué al bordillo, crucé en más de una ocasión con el bastón al ritmo del sonido
del semáforo en verde. Ya os contaré más sobre la accesibilidad en Japón en
otra entrada. Sin embargo, era mi última noche en Japón y quería vivir la
experiencia de caminar con el bastón blanco yo solita, sintiendo cómo era ir por calles japonesas sin ir agarrada.
Después de caminar y hacer
pausas, fuimos en serio en búsqueda de algún yatai que nos llamase la atención,
ya que cada uno estaba especializado en algo, por ejemplo: había algunos en los
que solamente podías pedir ramen, en otros fideos, y, realmente con todo
lo que habíamos comido, y, por mucho que a Carlos le apeteciese una vez más
ramen, preferimos optar por algo más ligero, pero degustando el sabor japonés.
Además, realmente ni hubiéramos cenado, porque con el Shabu-Sahbu nos quedamos
a tope, pero no queríamos despedirnos tan rápidamente. Encontramos un sitio, ya
que estaban todos a tope, en el cupimos los tres apretujados en taburetes. En
este sitio creo que también ofrecían ramen, por el olor y el calor de los
fogones, pero Carlos se lo repensó y prefirió no castigar al estómago con
exceso de comida. Así que dejamos que Yusuke eligiera por nosotros unos cuantos
pinchos. Por supuesto, estaba mi preferido el yakitori (pincho de pollo y
cebollino con una salsa deliciosa), después fuimos probando otros pinchos.
Cuando los probábamos, que no nos lo decía hasta que lo habíamos comido, nos
decía lo que era. Uno de ellos era culo de vaca y otro, el cual me encantó su
textura, eran trocitos de lengua de vaca (muy sabroso y con una textura
chiclosa). La verdad, es que nos entró mucha risa al saber qué habíamos comido.
Todo esto amenizado con sake,
con charlas y risas.
LA DESPEDIDA
La despedida se aproximaba no
solamente con Yusuke, sino que era nuestra última noche en Japón. Así que,
antes de abandonar el país, y a riesgo de no encontrar ningún buzón en el
aeropuerto, tuvimos que desprendernos de nuestro Pocket Wifi,
habíamos cogido el sobre con el franqueo pagado, introducir el wifi pocke, que
nos había acompañado por las andanzas japonesas y despedirnos. Ahora las
últimas horas estaríamos desconectados de Internet, aunque realmente ya
lo estábamos porque no quedaban casi datos, casi todos gastados. A mí estas
cosas de dejarlo ahí, sin dárselo a nadie me da un poco de mal rollo, pero al
menos estaba Yusuke de testigo y, por si las moscas, también lo grabamos, no
fuera a ser que después se perdiera, lo robasen o o cualquier cosa y nos
acusaran de no haberlo devuelto a tiempo.
Sin wifi, con menos cargas, nos
dirigimos a la estación: allí Yusuke tendría que coger el tren hasta su casa y
nosotros el metro hasta nuestro moderno apartamento. Nos dio mucha pena
despedirnos de Yusuke, porque habíamos pasado un día increíble, quedamos con
que la próxima vez, y esperando que no pase tanto tiempo, tendría que venir él
a vernos. Espero que pronto muy pronto podamos hacer nosotros de anfitriones
con él por Barcelona. No fuimos nosotros quien le vimos marchar, sino que no se
quedaba tranquilo hasta que nos acompañó hasta nuestra línea, no fuera a ser
que nos perdiéramos. Así que se quedó ahí viendo como nos íbamos.
En el apartamento fue llegar y
ponernos a dormir, aunque yo estaba algo nerviosa. Al día siguiente me desperté
bien temprano, para recolocar todo en la maleta, aunque no habíamos sacado gran
cosa, pero volvíamos a viajar, en esta ocasión volábamos. A mí me daba miedo
que con tanta compra friki, el desorden de la maleta y demás pesase más de lo
habitual. No teníamos manera de saber cuánto pesaba la maleta, porque normalmente
no hay básculas así como así. Algún día me quiero comprar una báscula portátil
para viajar, no sé dónde la ví y creo que puede resultar útil. Bien temprano,
sin desayunar, cargados y nerviosos, nos pusimos a andar sin rumbo, simplemente
esperando encontrar un taxi. Finalmente, Carlos pudo parar uno. Íbamos hacia el
aeropuerto. No para volver a España, aún quedaba otra aventura más.
Aquí os dejo con el vídeo que hemos realizado (gracias a Carlos) sobre Fukuoka, nuestro último destino en Japón:
ODISEA EN EL AEROPUERTO DE FUKUOKA
Llegamos con muchísimo tiempo al aeropuerto, pero
era uno que no conocíamos y estábamos muy perdidos. Yo ya le decía a Carlos que
ir con tantas horas de antelación era demasiado, pero así ya estábamos allí.
Cada dos por tres íbamos preguntando en información, pero nos dijo que hasta
tal hora no estaría abierto el mostrador para facturar. Lo peor es que ese
aeropuerto era un poco caótico, porque fuera cual fuera la compañía y el
destino, todo el mundo tenía que hacer la misma cola, como si antes de facturar
tuvieras que pasar por un control de seguridad. El tiempo pasaba y los nervios se
acrecentaban, finalmente pudimos ponernos en la cola, nosotros éramos los
únicos occidentales. Nos sentíamos raros. Y, encima, casi nadie hablaba inglés
o algún idioma que conociéramos. Cuando pasamos, teníamos que poner las maletas
en un escáner. Pasamos y a la hora de ir a recoger nuestras maletas, a Carlos
le dijeron que fuera. Abrieron la maleta delante de él, y lo que habían
encontrado eran mecheros, resulta que, aunque no los lleves encima, no se puede
viajar con mecheros. Encendedores que ni sabíamos que llevábamos, pero nos hizo
dejar uno en la maleta y otros se los quedaron. Una vez sin mecheros y todo en
regla, nos dimos cuenta que a las cremalleras les habían puesto unas etiquetas,
como para que no se pudieran abrir. Nos dio pánico que estuvieran cerradas de
esa manera. Cuando llegamos al mostrador nos atendió una japonesa
muy simpática, nos pidió el ticket, se lo enseñamos y pesó las maletas.
El miedo al exceso de peso se hizo patente, cuando colocó nuestras maletas en
la báscula. Entonces nos dio la opción de ir a una zona para vaciarlas. Así
que, a pesar de nos hubieran puesto esas pegatinas en las cremalleras nos dimos
cuenta que se podía abrir sin problemas, y respiramos. No sabíamos que quitar.
Pero exceso de equipaje no queríamos pagar. Carlos empezó a ponerse sudaderas,
unas puestas, otras atadas en la cintura. Yo saqué alguna bolsa y puso calzado
en bolsas de plástico, parecíamos unos pordioseros. Antes de volver al
mostrador, tuvimos que pasar por el escáner, volvieron a poner esas extrañas
etiquetas en las cremalleras. En el mostrador casi nos vuelven a hacer cola, a
lo tonto con las horas que llevábamos allí y nos harían perder el vuelo…. Pero
la chica que nos había atendido antes y que era muy maja, nos vio y le
dijo a alguien que pasásemos. Se lo agradecimos mucho. Volvió a pesar las
maletas, sonrió y nos dio las tarjetas de embarque. Pero, no había
acabado la cosa, ahora faltaba pasar por el control de seguridad real, ese en
el que tienes que vaciar los bolsillos, y poner todo en bandejitas. Mi mochila,
mi abrigo y demás iba en bandejas, igual que las cosas de Carlos. Mi
sorpresa fue que pararon a Carlos, porque en su mochila habían encontrado algo
sospechoso. ¿Qué era? Mecheros. Pero, antes de que mediera cuenta, otro guardia
vino hacia a mí y me dijo que llevaba algo en la mochila, por supuesto
mecheros. Me indigné mucho, porque en ningún aeropuerto había tenido problemas
y pretendían dejarnos sin mecheros, como para haber comprado de souvenirs
mecheros para todos nos hubiéramos quedado sin regalos. Finalmente nos dejaron
uno para cada uno. Sin embargo, me sentí enfadada por: el trato y porque uno de los mecheros que se habían quedaron era un regalo. Si lo
llego a saber le hubiéramos dado todos nuestros encendedores a Yusuke, antes
de que se los hubieran quedado allí. Encima parecíamos criminales, como si con
tanto mechero fuéramos incendiar el avión. Bueno, después de un mal rato, de
mal trato, de ser criminales y mirados por todos, de diferentes cacheos, llegamos
a la zona de embarque. Aún quedaba un rato, pero para nuestra sorpresa había
una zona de fumadores y después de comprar agua y ver dónde tendríamos que
coger el avión, entramos para fumar, aunque ahora no teníamos más que un
mechero, necesitábamos saciar la ansiedad que habíamos cogido con el control de
seguridad.
Ya estábamos a punto de volar. En
esta ocasión nos tocaba ir a por la segunda aventura: de Japón a Corea del Sur.
Abandonábamos un país amable, caótico pero con orden, en el que encuentras modernidad
y tradición, y en el que a pesar de la climatología lo habíamos disfrutado
mucho. No descartamos volver algún día al país del Sol Naciente, para ver lo
que nos queda, para repetir según que sitios y para seguir disfrutando de
Japón. Así que, aunque nos daba pena abandonar el país, aunque ya estábamos
cansados por los días transcurridos, aún teníamos que guardar fuerzas, para
seguir disfrutando de la aventura asiática. Nos fuimos con buen sabor de Japón,
pero no era una despedida, porque estamos seguros de que volveremos.
VOLANDO A OTRO DESTINO
Japón se quedaba donde estaba, pero una parte de su cultura,
de sus paisajes, de las anécdotas vividas, de su gente y de todos los
recuerdos, se habían colado en nuestros bolsillos del alma. Una parte del
encanto de lo vivido se venía con nosotros. Más tarde, con la siguiente aventura, sería imposible no hacer comparaciones.
Aunque las comparaciones son odiosas, era imposible no hacerlas. El cansancio
de los días vividos iba haciendo mella, sin embargo, aún nos quedaban unos
cuantos días de vacaciones, que queríamos aprovechar al máximo. Además en Seúl
contaríamos con una guía excepcional, quien tenía mil planes para nosotros. No
teníamos que preocuparnos de nada. Así que ahora tocaba volar hacia otro
destino. En menos de dos horas estaríamos en Seúl.
Y, termino este post con una canción, que es el final de un Anime que a Carlos le gusta. Así sirve de despedida, aunque en realidad sea un: Hasta pronto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, no olvides indicar tu nombre.