ESCONDIDA TRAS LA CORTINA
En el comedor todo está
como siempre, el escenario de un tiempo pasado, sigue como si no hubieran
pasado veinte años de mi marcha, como siempre hubiera estado aguardando mi
presencia de nuevo. Voy a abrir la
ventana, para que me de un poco el aire y me fijo que esas cortinas me traen
muchos recuerdos.
Cuando era niña me
escondía tras las cortinas, como si fuera invisible, para observar de incógnito
a mi madre. Me encantaba verla sin que ella fuera consciente de ello. A veces,
veía cómo cosía y otras cómo escribía en folios, hasta hacer montañas de papel.
Nunca supe lo que escribía, siempre se lo guardaba para ella. No lo compartía
con nadie. Era su gran secreto. Grandes volcanes de papel rellenos de palabras,
un volcán al que nunca pude acceder. No porque me lo prohibiese, sino porque
era mágico ver lo concentrada que estaba, porque un temor absurdo hacía que me
paralizase y no quisiera interrumpir su creatividad, a pesar de ser una niña y
tener una curiosidad incesante, prefería ser testigo, me daba reparo preguntar
qué hacía y que me dijera que eran cosas para adultos, su frase favorita,
cuando quería esquivar algún tema. Ante el miedo a una negativa, a que parase
de escribir y de hacer sus casos, nunca le pregunté y ahora me quedo con la
duda.
Veinte años después, me
encuentro detrás de esas cortinas, sin atreverme a mirar hacia la silla donde
siempre se sentaba mi madre. Miro por la ventana, buscando algo de esperanza,
porque no quiero enfrentarme a la realidad. Esa realidad es que me he quedado
sola, en una casa que huele a soledad, tristeza y pasado. Sacando algo de
valentía, me giro y miro hacia esa mesa, ahora vacía, ni siquiera tiene un
mantel, está tan sola como yo. Ahora es un desierto en el que antes reinaban
pirámides de papel. Me quedo fija en ese escenario, donde tantas alegrías
habíamos compartido: comidas, cenas, desayunos, siempre había estado repleta de
buenos manjares, o sino de historias, risas y secretos. Como si se tratase de una
máquina de fotografías, mi mente se activa y reactiva los recuerdos olvidados. Vuelvo
a mi infancia y mientras yo escondida juego a espías, mi madre es ajena a mi
presencia y sigue escribiendo a mano historias. Escribe a lápiz, como si su
muñeca bailase un tango con ese instrumento, dejando marcas imborrables.
Entonces vuelvo a la realidad y quiero saber qué fue de aquellas hojas
garabateadas por las dos caras. Seguramente, hoy día, esas hojas ya se habrán
vuelto amarillentas, quizás ahora son ilegibles, porque el paso del tiempo ha
hecho que la mina del lápiz se haya borrado. Pero, en mis recuerdos sigue mi
madre escribiendo y quiero saber qué escribía, para quién, por qué nunca dejó
que lo leyera. Hay miles de interrogantes rondando por mi cabeza, quizás para
encontrar una vía de escape a pensamientos funestos, quizás para saciar mi curiosidad,
quizás…
Como si un ataque de
locura se hubiera apoderado de mí, empiezo a abrir todos los cajones del
comedor en busca de esas hojas. Son un tesoro, el recuerdo de su puño y letra,
sus vivencias, sus escritos. Sé que tienen que estar en alguna parte. Nunca
quiso contarme qué era lo que escribía y ahora…nunca lo hará. Pero yo quiero
averiguar qué era, seguro que me responden muchas cosas. Cabe la posibilidad
que fueran cartas y que las enviase a un destinatario que ahora será un
misterio, puede que solamente fueran letras sin sentido, puede que…pero no
puedo desperdiciar la oportunidad de resolver la gran duda, trepar hasta ese
volcán y mezclarme con la lava de palabras, cabe alguna posibilidad de que aún
estén ahí. Así que continúo buscando sin cesar.
Después de revolver toda
la casa, me siento en el sofá:,destrozada, agotada y sin ganas de seguir
rebuscando. Mi madre se ha ido a la tumba sin contarme nada. Ahora odiaba a mi
madre por haberme abandonado, dejándome sola y desamparada, por no haber
confiado en mí, por haber sido tan reservada. Me derrumbo y me pongo a llorar
como una niña, como aquella niña escondida tras las cortinas. Lloro desconsolada,
implorando a mi madre que vuelva, que la necesito, que vuelvo a ser aquella
niña. Para mí mi madre lo había sido, ya que nunca conocí a mi padre, por tanto
hizo los dos papeles tan bien como pudo. Siempre tuve una relación muy cercana,
hasta que los estudios y el trabajo me llevaron a otras tierras lejanas,
siempre intentaba llamarle, estar lo más lejos a su lado, pero la distancia y
el día a día me lo perdía, no me quedaba otro remedio si quería trabajar. En
contadas ocasiones regresaba a mi hogar con ella, y ella, a pesar de insistirle
nunca conoció mi casa en Indiana, alegaba que le daba miedo coger un avión, y
ahora sin más se había ido volando con el pasaporte de los años. Después de
divagar en lo qué podía haber hecho por ella, en lo que podríamos haber hecho
juntas y demás, el agotamiento y el estrés de los días anteriores, sumado al efecto
narcótico que tenía ese sofá, hizo que me amodorrase. A penas descanso, porque
una vez mis ojos se cierran, pequeñas escenas de mi vida entremezcladas por la
fantasía de los sueños, hace que vuelva a recordar a mi madre. En algunos la
sigo viendo como era de joven, sentada en la silla, escribiendo sin cesar y yo
la observo desde las cortinas, después la veo desde otras perspectivas, viendo
la estantería de casa, donde hay muchos retratos familiares. Todos los sueños
remiten sin que terminen del todo. Me despierto con dolor de cabeza, aún
descolocada por dónde estoy y entonces recuerdo todo, la llamada, la
notificación de fallecimiento, el vuelo más eterno de mi vida, preparar el
funeral, llamadas, encuentros familiares, papeleo y ahora…de vuelta en España,
en la casa que me vió crecer. Miro a mi alrededor y me siento una extraña, por
estar en casa de mi madre sin que ella esté, hay mucho que hacer, pero la
nostalgia quiere seguir jugando. Me levanto y me acerco a la estantería que
está al lado de la mesa redonda del comedor, ahí están las fotos familiares. Para
ver mejor las fotografías, cojo uno de los marcos: en una aparezco yo sola de
pequeña, medio mellada y riendo, en otra aparecen mis abuelos muy sonrientes y
abrazados, otra de mi graduación. Ninguna de ella. Todos los retratos,
espejismos del pasado, a la vez que los miro
los voy dejando en esa mesa vacía. Cuando he acabado de ver el último,
veo que quedan muchos libros al descubierto, detrás de las fotografías hay
muchas encuadernaciones. Libros que jamás antes había visto, o que no había
reparado en ellos. Estaban escondidos tras la cortina de retratos, como yo
cuando era pequeña. Estupefacta por la sorpresa de ese aparecimiento, observo
los lomos de esos libros y cojo uno al azar, después de haber pasado la yema de
mis dedos por cada uno de ellos. Lo más sorprendente es que en la portada no
aparece ningún título, ni imagen, no hay nada, solamente una cobertura lisa de
color marrón, se notaba que había sido encuadernado a mano, forrado con piel y
acolchado, antes de abrirlo, cojo otro y es idéntico. Todos son iguales, sin
ninguna referencia, ni al principio, ni
al final. Abro uno, la primera página
está en blanco, la siguiente también y en la tercera….
“Para mi hija, Claudia,
que siempre me observaba mientras escribía y fue la gran inspiración de mi vida
y de mis relatos. Gracias por existir. Sigue tu camino que aún es muy largo por
recorrer, yo siempre, aunque tú no me veas te estaré observando allá donde
estés. Te quiere, tu madre”
Las lágrimas me impiden
continuar. Lo leo y releo. Mi madre me había estado observando siempre, a pesar
de que yo pensase que no. Ella había sido más observadora que yo. Ella había
querido regalarme lo que mejor sabía hacer y ahora no está para poder darle las
gracias.
Bonito relato, un poco triste, pero interesante parece que estas contando un sueño que hayas tenido, las cortinas te han servido de punto de inicio de la trama, ahora queda continuar más historias de Claudia
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