Nuestro reencuentro
con IBIZA
Hace ya una
semana que estamos de vuelta. Pero el texto que leeréis a continuación está
escrito desde hace unos días. Por circunstancias, no lo he subido hasta ahora. ¿Por
qué? Pues ni yo misma lo sé. Sé que uno de los motivos ha sido crear una movie
maker con las fotos que hicimos en Ibiza, video que colocaré al final del
texto. No es que me haya llevado cuatro días hacerlo, pero al no ser una
profesional en el tema he tardado mucho más de lo que pensaba en hacerlo. ¡Por
fin está hecho! Y ya puedo realizar la entrada. Una semana después de nuestro
regreso sí, pero al menos está aquí.
Hace cuatro días contados que hemos regresado de nuestro viaje por Ibiza.
Hemos vuelto a nuestra vida, a la rutina, a la gran ciudad y fuera del súper
paisaje natural. Los urbanitas han vuelto a la gran ciudad de Barcelona
acompañados por el bochorno típico de esta época y abrazados de la pequeñaza a
la que tanto hemos echado en falta.
El recibimiento de Kenzie fue espectacular. Yo tenía la inquietud de que
estuviera enfadada, de que se hubiera podido olvidar de nosotros, pero no ha
sido así. En cuanto nos vio se lanzó a nosotros, y empezó a saltar de un lado
para otro para saludarnos. Aunque primero saludó a Carlos, a mí no me había
olvidado. En cuanto me vio vino corriendo hacia a mí y saltó para saludarme,
después iba hacía él y así un buen rato. Se puso como loca, como la loquilla
que es.
En parte, me alegro de que no viniera, porque no hemos parado de visitar
playas y calitas, y si nosotros hemos pasado calor, No me quiero ni imaginar
cómo lo hubiera pasado ella. Ella, como perra guía que es, hubiera podido estar
en la playa con nosotros, pero comportándose como tal, y no hubiera podido
aguantar estar quietecita en la toalla asándose sin poder pegarse un remojón
con nosotros.
Lo mejor del viaje fue el reencuentro con Cris, Dani, la isla. Ya habíamos
estado en esa encantadora isla blanca, pero todos los viajes son diferentes.
Las circunstancias hacen que lo sean. Además, había llovido bastante desde
nuestra última estancia por la isla. Cuatro años sin visitarla, desde entonces
han pasado muchas cosas, entre ellas, la aparición de Kenzie en nuestras vidas.
Otra de las diferencias de este viaje ha sido que no hemos estado en un
hotel. Gracias a Dani y Cris hemos estado como en casa, ya que hemos estado
conviviendo con ellos en su hogar. Hemos estado apartados de la aglomeración de
turistas que conlleva estar en San Antonio, hemos estado en la otra punta de la
isla en Santa Eulalia. Un lugar mucho más tranquilo, rodeados de naturaleza por
todas partes. Aunque en toda la isla, como bien dice su nombre pitiusa del griego,
se respira por todas partes esa abundancia de pinos, de flora y natura por
todas partes.
Aunque para algunos la isla sea sinónimo de fiesta, juerga, discotecas y
todo eso. Nosotros hemos llevado otro estilo de vida mucho más apaciguado, más
calmado lleno de chill out. No sé si es que nos hacemos mayores o es que
valoramos otras cosas. La vez que vinimos no es que estuviéramos todo el día de
discotecas, porque nunca nos han llamado mucho la atención, pero a alguna que
otra sí. Pero este año no hemos rozado el suelo de ninguna. Primero por los
precios escandalosos, segundo porque no me va la música estruendosa de tales y
tercera hemos optado por otro estilo de fiesta.
Principalmente nos dedicamos a visitar playitas y calitas, para ello
alquilamos un coche. En la isla si no es con transporte casi no puedes llegar a
ningún sitio. Lo mejor, tener a unos guías oriundos de Ibiza que nos
aconsejaban a que lugares ir. Ellos hacían todo lo posible por estar con
nosotros, pero no siempre podían ya que trabajaban. Además, estando en
temporada alta el trabajo, aunque ellos no se dediquen al sector turístico, de
una manera u otra les afecta como a todos los que viven en la isla. Por
las noches, cuando estábamos todos reunidos en casa disfrutábamos de grandes e
interesantes conversaciones: filosóficas, divertidas, llena de anécdotas,
recuerdos y un poquito de todo. En esas charlas se nos hacían las tantas de la
noche, me supo mal, ya que al día siguiente ellos tenían jornada laboral por
delante, pero valía la pena disfrutar de ellos. Sé que les robamos horas de
sueño, pero espero que no nos lo tengan en cuenta. Sirvió para ponernos al día
del hoy, ayer y mañana. Durante el fin de semana sí que disfrutamos de ellos a
tope, Teniendo en cuenta que eran los guías por excelencia, que tenían de
enseñarnos sitios encantadores y que por otro lado, ya no teníamos coche, ya
que lo alquilamos por tres días para que no se nos escapase el presupuesto para
el viaje.
El primer día nos vino a recoger Cris al aeropuerto, fue genial volver a
verla. Me encantan los reencuentros. Vino con su coche, nunca lo había visto y
tampoco la había visto conducir. De allí nos llevó a su casa para que
pudiéramos dejar las cosas, al final con la cosa del por si acaso, para variar
me había pasado con el maletón y había puesto de todo, cosas que ni me puse,
pero lo llevaba por si acaso. Ahí nos encontramos con Dani y nos fuimos a cenar
por el centro del pueblo, Santa Eulalia.
Al día siguiente teníamos que madrugar para poder bajar al pueblo con Dani.
Los dos trabajaban, pero él hizo un esfuerzo para dejarnos en el pueblo y de
ahí teníamos que encontrar un sitio para alquilar un coche que seguro que había
algún sitio. Y así fue, encontramos un sitio. Alquilamos el coche más barato
que había, un coche de color verde pistacho, para mí de color naranja por mucho
que digan. Era un Chevrolet. Para Carlos como si era un Mercedes no se hacía la
idea de conducir otro coche que no fuera el suyo. Era la primera vez que cogía
otro coche que no fuera el suyo. Le costó cogerle el tranquillo, porque tenía
que manipularlo de forma más suave, ya que era mucho más nuevo que el suyo.
Pero, al cabo de los días se fue haciendo con él. Con el coche ya entre
nuestras manos, elegimos el destino y pusimos el GPS en marcha. Fuimos a Cala
Nova, eso creíamos. Allí estuvimos hasta que nos entró hambre y decidimos ir a
comer a Es Canar que estaba al lado, antes de elegir sitio para comer decidimos
dar una vuelta por el pueblo, aprovechando que hacían el mercadillo hippy.
Comimos algo por ahí, algún plato combinado y volvimos a coger el coche. Nos
decantamos por Cala de Sant Vicent, muy tranquila. De ahí nos dirigimos para
casa. El día ya estaba relleno de sol y playa, nuestra piel necesitaba alter
sun.
La maratón de sol y playa prosiguió al día siguiente. Empezando por las
Salinas: playa en la que cuando no era uno era otro promotor el que venía a
ofrecerte diferentes alternativas de ocio nocturno. Allí la tranquilidad no
estaba tan asegurada como en otros sitios en los que estuvimos. Es un sitio muy
turístico, empezando porque ya en el parking te clavan 5 euros por dejar el
coche, al menos con sombrita. Después fuimos a comer a un sitio de menú por
Ibiza, lugar en el que nos sentimos como en casa, un trato exquisito: muy
amables y preguntándonos si nos gustaba o si nos habíamos quedado con hambre.
De ahí fuimos a una cala muy acogedora, pequeñita, pero con aguas cristalinas y
como siempre, como a mí me gusta: no cubría. A diferencia de la playa en la que
habíamos estado por la mañana, ahí sí que se estaba a gusto, con mucha
tranquilidad, el nombre si no recuerdo mal era: Sa Caleta. Ya que estábamos
cerca de Ibiza y ese día nos tocaba la zona del sur, no queríamos desperdiciar
la oportunidad de visitar Ibiza ciudad. Aunque habíamos estado para comer, casi
no la habíamos visitado, porque con el calorín que pegaba no apetecía tanto
pasear como ir a la playa, ahora que el Sol se había relajado era la
oportunidad de visitar la muralla. No paseamos mucho por la ciudad, ya que
estábamos como cangrejos, necesitábamos una ducha, cambiarnos y volver a
nuestra salvación: el alter sun. Jornadas de playa, sal, arena y sol
acaba con el cuerpo de cualquiera. Lo bueno de llegar a casa reventado es poder
darte un baño en la piscina para relajarte del día y acabar con el día súper
redondo.
El viernes para no variar y aprovechando que el Sol no nos dejaba tregua,
volvimos a la carga con más playa. Esta vez nos tocaba ruta por el norte.
Estuvimos en una calita cerca de San Antonio. Nos entró hambre, cogimos el
coche y fuimos a un pueblo llamado Santa Inés, comimos de lujo, dándonos un
gran homenaje con paella ibicenca y frita de pulpo- típico de allí- terminando
con las famosas y típicas hierbas ibicencas que tanto nos gustan. Terminamos la
maratón de playas, en una cala muy tranquila, pero que no me gustó tanto,
porque no era de arena era de piedrecitas. Preciosa, seguro de eso no cabe
duda, pero para estar tumbada o para entrar sin que te cubra no es tan
agradable. En cambio, Carlos disfrutó buceando con sus gafas y viendo peces
enormes, que pasaban muy cerca de él y que eran muy bonitos. Llegamos a casa,
cenamos y bien entrada la noche decidimos ir a tomar algo acompañados de la Luna- casi llena- y que mejor sitio para ello? La playa no la íbamos a abandonar por
la noche, así que fuimos a Cala Martina. Ahí entre risas y cachondeo pasó la
noche, sin que antes los chicos se pegasen un remojón en el agua, según decían
muy calentita.
A la mañana siguiente teníamos que ir a devolver el coche. Era sábado y
podíamos disponer de Cris y Dani todo lo que quisiéramos. Estaban disponibles
al 100% para nosotros. Primero fuimos nosotros a devolver el coche y les
esperamos en un bar que está muy bien para desayunar. Esperándoles y con café
de por medio nos despejamos un poquito. Ya que eso de acostarse cuando sale el
sol y tener que madrugar para devolver el coche puede con todo menos con las
legañas. Una vez vinieron, nos llevaron a una cala muy bonita, quizás la que
más me ha gustado: Cala d’Hort. Desde esa cala con aguas cristalinas, con
peces, con tranquilidad y en plena montaña se veía Esvedrà: un peñón que está
protegido para que no lo dañen por ser patrimonio natural de la isla. Estuvimos
más de cinco horas, casi hasta que el sol empezaba a despedirse. Después del
día intenso de playa, cenando decidimos qué hacer por la noche, sábado noche.
Optamos por bajar a Ibiza a tomar algo, pero entre el agobio de la gente, los
timos de te regalo una consumición si antes te tomas una (una en la que ya
entra el precio de una y de la siguiente) y sabiendo que teníamos bebida en el
coche. Preferimos ver un poco el puerto, donde había cada barco que quitaba el
hipo, y de ahí ir a una calita que había cerquita: Talamanca. Ahí estaban
amigos de Cris y Dani, así que con ellos, musiquita, playita, luna y bebida
estábamos mejor servidos que en cualquier bar que se precie cualquier botella
de cava. El agua estaba caldo, pero al final no tuvimos el valor de meternos,
aunque casi terminamos por hacerlo, el miedo era al salir que sin toallas, sabíamos
que el airecillo que corría iba a poder con nosotras. Los chicos, para no hacer
excepciones con ninguna playa, se metieron, incluso hicieron un casteller
dentro del agua.
Al día siguiente era Domingo, no teníamos ningún plan en concreto. Nos levantamos casi justo para comer, nos
llevaron a un sitio cercano en el que se comía muy bien, servían comida típica
ibicenca, pero no quisimos envalentarnos y fuimos a lo seguro a por una paella.
Resulta que hay un plato típico: Peix bullit con arroz a banda que debe estar
muy rico. Sin embargo, soy una cobarde y el hecho de que el pescado, como todos
los pescados, lleve espinas me tiró para atrás. Primero te sirven una bandeja
con diferentes variedades de pescados y después te sirven una capa fina de arroz
que ha sido hecho con el pescado que antes te has comido. Así que, tiene un
sabor muy sabroso. Nos pusimos las botas. Para hacer la digestión las hierbas
ibicencas nos acompañaron. El domingo fue en plan relax, aunque terminamos en
un chiringuito en el que actuaban en directo, encima era rumbilla, eso anima a
cualquiera. Pero el sueño y el cansancio acumulado iban haciendo de las suyas.
El lunes, último día, pasamos el día por Santa Eulalia. Ya no teníamos
coche, pero al tener playa, pudimos aprovechar el día como quisimos, de
compras, de playita, comida y siesta en playa. Después nos recogió Cris para
enseñarnos un sitio mágico desde el cual se puede observar el show que el sol
realiza cuando despide el día. Vimos una puesta de sol preciosa, el día no estaba
nublado y se veía muy bien. Además el bar donde nos llevó no estaba lleno de
gente, se estaba con una calma encantadora, y para acompañar el culmen en el
que el Sol se va, ponen una música de película como si de una obra de teatro se
tratase y termina con los aplausos del público- incluidos los nuestros-.
Hablando de despedidas, la del Sol no fue la única que hubo ese día. Por
la noche y después de una cena especial que nos deleito Dani, comida india,
llegaba el momento de despedirnos con Cris. Con sobremesa y charla hasta las
tantas estuvimos retrasando la despedida todo lo que pudimos, pero el momento
se acercaba. De todas maneras, tuve la oportunidad de decirle un adiós rápido
por la mañana, en un momento en el que nos encontramos. Bueno, como siempre
digo, no hay despedidas hay hasta pronto.
El día de la marcha había llegado. Antes teníamos que arreglar el
mercadillo que habíamos montado en nuestra maleta, eso ya no era ni maleta. Así
que, tocó arreglar toda la ropa para poder colocarla como debía. Después
tuvimos tiempo de llevarnos un remojón soleado en la piscina y de ahí,
bien fresquitos, Dani tuvo el detallazo de llevarnos al aeropuerto. Él tenía
que ir a trabajar, pero nos acercó antes de empezar.
Sé que les hemos mareado de un sitio para otro, que no les hemos dejado
descansar como debían, pero se lo agradecemos mucho. Empezando por el
alojamiento, por la compañía, por los desplazamientos y terminando por el
cansancio acumulado que deben llevar a las espaldas por los desfases que les hemos
ocasionado. Pero, si leéis esto que sepáis que estamos muy agradecidos y que
sepáis que Ibiza sin vosotros no hubiera tenido la misma magia, no hubiera
significado lo que ha significado. Gracias por enseñarnos la verdadera isla y
por sacarnos de nuestra rutina de urbanitas. Gracias por todo! :D
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