martes, 17 de julio de 2012

Vacaciones en Ibiza


Nuestro reencuentro con IBIZA

Hace ya una semana que estamos de vuelta. Pero el texto que leeréis a continuación está escrito desde hace unos días. Por circunstancias, no lo he subido hasta ahora. ¿Por qué? Pues ni yo misma lo sé. Sé que uno de los motivos ha sido crear una movie maker con las fotos que hicimos en Ibiza, video que colocaré al final del texto. No es que me haya llevado cuatro días hacerlo, pero al no ser una profesional en el tema he tardado mucho más de lo que pensaba en hacerlo. ¡Por fin está hecho! Y ya puedo realizar la entrada. Una semana después de nuestro regreso sí, pero al menos está aquí.   

Hace cuatro días contados que hemos regresado de nuestro viaje por Ibiza. Hemos vuelto a nuestra vida, a la rutina, a la gran ciudad y fuera del súper paisaje natural. Los urbanitas han vuelto a la gran ciudad de Barcelona acompañados por el bochorno típico de esta época y abrazados de la pequeñaza a la que tanto hemos echado en falta.
El recibimiento de Kenzie fue espectacular. Yo tenía la inquietud de que estuviera enfadada, de que se hubiera podido olvidar de nosotros, pero no ha sido así. En cuanto nos vio se lanzó a nosotros, y empezó a saltar de un lado para otro para saludarnos. Aunque primero saludó a Carlos, a mí no me había olvidado. En cuanto me vio vino corriendo hacia a mí y saltó para saludarme, después iba hacía él y así un buen rato. Se puso como loca, como la loquilla que es.
En parte, me alegro de que no viniera, porque no hemos parado de visitar playas y calitas, y si nosotros hemos pasado calor, No me quiero ni imaginar cómo lo hubiera pasado ella. Ella, como perra guía que es, hubiera podido estar en la playa con nosotros, pero comportándose como tal, y no hubiera podido aguantar estar quietecita en la toalla asándose sin poder pegarse un remojón con nosotros.

Lo mejor del viaje fue el reencuentro con Cris, Dani, la isla. Ya habíamos estado en esa encantadora isla blanca, pero todos los viajes son diferentes. Las circunstancias hacen que lo sean. Además, había llovido bastante desde nuestra última estancia por la isla. Cuatro años sin visitarla, desde entonces han pasado muchas cosas, entre ellas, la aparición de Kenzie en nuestras vidas.
Otra de las diferencias de este viaje ha sido que no hemos estado en un hotel. Gracias a Dani y Cris hemos estado como en casa, ya que hemos estado conviviendo con ellos en su hogar. Hemos estado apartados de la aglomeración de turistas que conlleva estar en San Antonio, hemos estado en la otra punta de la isla en Santa Eulalia. Un lugar mucho más tranquilo, rodeados de naturaleza por todas partes. Aunque en toda la isla, como bien dice su nombre pitiusa del griego, se respira por todas partes esa abundancia de pinos, de flora y natura por todas partes.

Aunque para algunos la isla sea sinónimo de fiesta, juerga, discotecas y todo eso. Nosotros hemos llevado otro estilo de vida mucho más apaciguado, más calmado lleno de chill out. No sé si es que nos hacemos mayores o es que valoramos otras cosas. La vez que vinimos no es que estuviéramos todo el día de discotecas, porque nunca nos han llamado mucho la atención, pero a alguna que otra sí. Pero este año no hemos rozado el suelo de ninguna. Primero por los precios escandalosos, segundo porque no me va la música estruendosa de tales y tercera hemos optado por otro estilo de fiesta.

Principalmente nos dedicamos a visitar playitas y calitas, para ello alquilamos un coche. En la isla si no es con transporte casi no puedes llegar a ningún sitio. Lo mejor, tener a unos guías oriundos de Ibiza que nos aconsejaban a que lugares ir. Ellos hacían todo lo posible por estar con nosotros, pero no siempre podían ya que trabajaban. Además, estando en temporada alta el trabajo, aunque ellos no se dediquen al sector turístico, de una manera u otra les afecta como a todos los que viven en la isla.  Por las noches, cuando estábamos todos reunidos en casa disfrutábamos de grandes e interesantes conversaciones: filosóficas, divertidas, llena de anécdotas, recuerdos y un poquito de todo. En esas charlas se nos hacían las tantas de la noche, me supo mal, ya que al día siguiente ellos tenían jornada laboral por delante, pero valía la pena disfrutar de ellos. Sé que les robamos horas de sueño, pero espero que no nos lo tengan en cuenta. Sirvió para ponernos al día del hoy, ayer y mañana. Durante el fin de semana sí que disfrutamos de ellos a tope, Teniendo en cuenta que eran los guías por excelencia, que tenían de enseñarnos sitios encantadores y que por otro lado, ya no teníamos coche, ya que lo alquilamos por tres días para que no se nos escapase el presupuesto para el viaje.

El primer día nos vino a recoger Cris al aeropuerto, fue genial volver a verla. Me encantan los reencuentros. Vino con su coche, nunca lo había visto y tampoco la había visto conducir. De allí nos llevó a su casa para que pudiéramos dejar las cosas, al final con la cosa del por si acaso, para variar me había pasado con el maletón y había puesto de todo, cosas que ni me puse, pero lo llevaba por si acaso. Ahí nos encontramos con Dani y nos fuimos a cenar por el centro del pueblo, Santa Eulalia.
Al día siguiente teníamos que madrugar para poder bajar al pueblo con Dani. Los dos trabajaban, pero él hizo un esfuerzo para dejarnos en el pueblo y de ahí teníamos que encontrar un sitio para alquilar un coche que seguro que había algún sitio. Y así fue, encontramos un sitio. Alquilamos el coche más barato que había, un coche de color verde pistacho, para mí de color naranja por mucho que digan. Era un Chevrolet. Para Carlos como si era un Mercedes no se hacía la idea de conducir otro coche que no fuera el suyo. Era la primera vez que cogía otro coche que no fuera el suyo. Le costó cogerle el tranquillo, porque tenía que manipularlo de forma más suave, ya que era mucho más nuevo que el suyo. Pero, al cabo de los días se fue haciendo con él. Con el coche ya entre nuestras manos, elegimos el destino y pusimos el GPS en marcha. Fuimos a Cala Nova, eso creíamos. Allí estuvimos hasta que nos entró hambre y decidimos ir a comer a Es Canar que estaba al lado, antes de elegir sitio para comer decidimos dar una vuelta por el pueblo, aprovechando que hacían el mercadillo hippy. Comimos algo por ahí, algún plato combinado y volvimos a coger el coche. Nos decantamos por Cala de Sant Vicent, muy tranquila. De ahí nos dirigimos para casa. El día ya estaba relleno de sol y playa, nuestra piel necesitaba alter sun.
La maratón de sol y playa prosiguió al día siguiente. Empezando por las Salinas: playa en la que cuando no era uno era otro promotor el que venía a ofrecerte diferentes alternativas de ocio nocturno. Allí la tranquilidad no estaba tan asegurada como en otros sitios en los que estuvimos. Es un sitio muy turístico, empezando porque ya en el parking te clavan 5 euros por dejar el coche, al menos con sombrita. Después fuimos a comer a un sitio de menú por Ibiza, lugar en el que nos sentimos como en casa, un trato exquisito: muy amables y preguntándonos si nos gustaba o si nos habíamos quedado con hambre. De ahí fuimos a una cala muy acogedora, pequeñita, pero con aguas cristalinas y como siempre, como a mí me gusta: no cubría. A diferencia de la playa en la que habíamos estado por la mañana, ahí sí que se estaba a gusto, con mucha tranquilidad, el nombre si no recuerdo mal era: Sa Caleta. Ya que estábamos cerca de Ibiza y ese día nos tocaba la zona del sur, no queríamos desperdiciar la oportunidad de visitar Ibiza ciudad. Aunque habíamos estado para comer, casi no la habíamos visitado, porque con el calorín que pegaba no apetecía tanto pasear como ir a la playa, ahora que el Sol se había relajado era la oportunidad de visitar la muralla. No paseamos mucho por la ciudad, ya que estábamos como cangrejos, necesitábamos una ducha, cambiarnos y volver a nuestra salvación: el alter sun.  Jornadas de playa, sal, arena y sol acaba con el cuerpo de cualquiera. Lo bueno de llegar a casa reventado es poder darte un baño en la piscina para relajarte del día y acabar con el día súper redondo.
El viernes para no variar y aprovechando que el Sol no nos dejaba tregua, volvimos a la carga con más playa. Esta vez nos tocaba ruta por el norte. Estuvimos en una calita cerca de San Antonio. Nos entró hambre, cogimos el coche y fuimos a un pueblo llamado Santa Inés, comimos de lujo, dándonos un gran homenaje con paella ibicenca y frita de pulpo- típico de allí- terminando con las famosas y típicas hierbas ibicencas que tanto nos gustan. Terminamos la maratón de playas, en una cala muy tranquila, pero que no me gustó tanto, porque no era de arena era de piedrecitas. Preciosa, seguro de eso no cabe duda, pero para estar tumbada o para entrar sin que te cubra no es tan agradable. En cambio, Carlos disfrutó buceando con sus gafas y viendo peces enormes, que pasaban muy cerca de él y que eran muy bonitos. Llegamos a casa, cenamos y bien entrada la noche decidimos ir a tomar algo acompañados de la Luna- casi llena- y que mejor sitio para ello? La playa no la íbamos a abandonar por la noche, así que fuimos a Cala Martina. Ahí entre risas y cachondeo pasó la noche, sin que antes los chicos se pegasen un remojón en el agua, según decían muy calentita.  
A la mañana siguiente teníamos que ir a devolver el coche. Era sábado y podíamos disponer de Cris y Dani todo lo que quisiéramos. Estaban disponibles al 100% para nosotros. Primero fuimos nosotros a devolver el coche y les esperamos en un bar que está muy bien para desayunar. Esperándoles y con café de por medio nos despejamos un poquito. Ya que eso de acostarse cuando sale el sol y tener que madrugar para devolver el coche puede con todo menos con las legañas. Una vez vinieron, nos llevaron a una cala muy bonita, quizás la que más me ha gustado: Cala d’Hort. Desde esa cala con aguas cristalinas, con peces, con tranquilidad y en plena montaña se veía Esvedrà: un peñón que está protegido para que no lo dañen por ser patrimonio natural de la isla. Estuvimos más de cinco horas, casi hasta que el sol empezaba a despedirse. Después del día intenso de playa, cenando decidimos qué hacer por la noche, sábado noche. Optamos por bajar a Ibiza a tomar algo, pero entre el agobio de la gente, los timos de te regalo una consumición si antes te tomas una (una en la que ya entra el precio de una y de la siguiente) y sabiendo que teníamos bebida en el coche. Preferimos ver un poco el puerto, donde había cada barco que quitaba el hipo,  y de ahí ir a una calita que había cerquita: Talamanca. Ahí estaban amigos de Cris y Dani, así que con ellos, musiquita, playita, luna y bebida estábamos mejor servidos que en cualquier bar que se precie cualquier botella de cava. El agua estaba caldo, pero al final no tuvimos el valor de meternos, aunque casi terminamos por hacerlo, el miedo era al salir que sin toallas, sabíamos que el airecillo que corría iba a poder con nosotras. Los chicos, para no hacer excepciones con ninguna playa, se metieron, incluso hicieron un casteller dentro del agua.  

Al día siguiente era Domingo, no teníamos ningún plan en concreto.  Nos levantamos casi justo para comer, nos llevaron a un sitio cercano en el que se comía muy bien, servían comida típica ibicenca, pero no quisimos envalentarnos y fuimos a lo seguro a por una paella. Resulta que hay un plato típico: Peix bullit con arroz a banda que debe estar muy rico. Sin embargo, soy una cobarde y el hecho de que el pescado, como todos los pescados, lleve espinas me tiró para atrás. Primero te sirven una bandeja con diferentes variedades de pescados y después te sirven una capa fina de arroz que ha sido hecho con el pescado que antes te has comido. Así que, tiene un sabor muy sabroso. Nos pusimos las botas. Para hacer la digestión las hierbas ibicencas nos acompañaron. El domingo fue en plan relax, aunque terminamos en un chiringuito en el que actuaban en directo, encima era rumbilla, eso anima a cualquiera. Pero el sueño y el cansancio acumulado iban haciendo de las suyas.

El lunes, último día, pasamos el día por Santa Eulalia. Ya no teníamos coche, pero al tener playa, pudimos aprovechar el día como quisimos, de compras, de playita, comida y siesta en playa. Después nos recogió Cris para enseñarnos un sitio mágico desde el cual se puede observar el show que el sol realiza cuando despide el día. Vimos una puesta de sol preciosa, el día no estaba nublado y se veía muy bien. Además el bar donde nos llevó no estaba lleno de gente, se estaba con una calma encantadora, y para acompañar el culmen en el que el Sol se va, ponen una música de película como si de una obra de teatro se tratase y termina con los aplausos del público- incluidos los nuestros-.  Hablando de despedidas, la del Sol no fue la única que hubo ese día. Por la noche y después de una cena especial que nos deleito Dani, comida india, llegaba el momento de despedirnos con Cris. Con sobremesa y charla hasta las tantas estuvimos retrasando la despedida todo lo que pudimos, pero el momento se acercaba. De todas maneras, tuve la oportunidad de decirle un adiós rápido por la mañana, en un momento en el que nos encontramos. Bueno, como siempre digo, no hay despedidas hay hasta pronto. 

El día de la marcha había llegado. Antes teníamos que arreglar el mercadillo que habíamos montado en nuestra maleta, eso ya no era ni maleta. Así que, tocó arreglar toda la ropa para poder colocarla como debía. Después tuvimos tiempo  de llevarnos un remojón soleado en la piscina y de ahí, bien fresquitos, Dani tuvo el detallazo de llevarnos al aeropuerto. Él tenía que ir a trabajar, pero nos acercó antes de empezar.  

Sé que les hemos mareado de un sitio para otro, que no les hemos dejado descansar como debían, pero se lo agradecemos mucho. Empezando por el alojamiento, por la compañía, por los desplazamientos y terminando por el cansancio acumulado que deben llevar a las espaldas por los desfases que les hemos ocasionado. Pero, si leéis esto que sepáis que estamos muy agradecidos y que sepáis que Ibiza sin vosotros no hubiera tenido la misma magia, no hubiera significado lo que ha significado. Gracias por enseñarnos la verdadera isla y por sacarnos de nuestra rutina de urbanitas. Gracias por todo! :D 




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