Hiroshima: Una ciudad de recuerdos para recordar
La llegada
El 19 de octubre salimos de Osaka para plantarnos en Hiroshima. Una de
las ciudades de Japón más tristemente conocidas por la tragedia que sufrió a finales de la Segunda
Guerra Mundial. Una ciudad que acabó devastada, pero que supo reponerse. No
sabíamos qué nos encontraríamos, ni cómo sería Hiroshima. Teníamos ganas de
llegar, y con el Shinkansen
una vez más llegamos en un tiempo récord. Una vez llegamos al destino nos
sentimos algo perdidos. Ahora no contábamos con Google
Maps, ya que habíamos consumidos los datos contratados con el PocketWifi. Así
que era el momento de buscar una oficina de turismo, pedir un mapa y preguntar
cómo podíamos llegar a nuestro hotel. No sé si por su inglés o por el nuestro,
pero no nos enteramos de mucho. Así que acabamos justo enfrente: en otra
estación de tren, pensando que allí podríamos coger algún metro, para llegar a
nuestra meta. Afortunadamente había otra oficina de turismo y volvimos a
preguntar, nos comentaron que teníamos dos maneras de llegar:
Una a través del bus, que además era gratuito con el JRP ó
con tranvía. Finalmente hablando con la chica de la oficina de turismo nos
decidimos por el tranvía, ya que tal y como íbamos de cargados, sería más
cómodo. Además nosotros somos más de metro que de autobús, y quieras que no, un
tranvía es como un metro, pero al aire libre. Nos enteramos que en Hiroshima no
hay metro, solamente: bus, tranvía o ferrocarril. Nos parecía raro que no
contase con líneas de metro, como había ocurrido en las otras ciudades que
habíamos visitados, pero más tarde me enteré que por la situación que tiene
Hiroshima y al estar en un delta es complicado la construcción de líneas de
metro subterráneas.
Da igual, fuese como fuese, sabíamos que teníamos que coger
el tranvía número 6 para llegar a nuestro alojamiento.
La estación del tranvía estaba relativamente cerca de la
estación de tren. Eso sí, tuvimos que bajar unas cuantas escaleras (no había ni
ascensor, ni mecánicas), así que Carlos tuvo que hacer varios viajes, para ir
bajando las maletas y después acompañarme a mí, es lo que tiene ir
cargados.
El trayecto en tranvía
se hizo un poco eterno, porque eran más de doce paradas. Nos hizo gracia escuchar
en el tranvía a compatriotas que hablaban nuestro idioma, pero no
intercambiamos mucho, porque no estaban por la labor, pero nos dibujó una
sonrisa. Una vez bajamos del tranvía, Carlos pudo rescatar con mi móvil algo de
señal wifi y activando el Pocket wifi con Google Maps, más los mapas que
llevamos y gracias a su orientación: encontramos nuestro alojamiento.
Esta vez el alojamiento que habíamos escogido era algo
diferente, era un Ryokan: hospedaje tradicional japonés.
Teníamos muchas ganas de comprobar si dormir en el suelo es tan incómodo como
nos imaginamos, y de sentirnos cómo japoneses en su tierra. Nuestro Ryokan se
llamaba: Ikawa
Ryokan
El alojamiento:
Ryokan
Una vez dejamos el equipaje en nuestro tatami y vimos un
poco por Internet que ruta tomar, nos fuimos a la calle. Parecía que volvía a
llover, la lluvia quería acompañarnos y no había manera de sacarla de encima.
Por suerte eran gotitas sin importancia, y después de las tormentas que tuvimos
que soportar en Kioto eso no era nada y se podía sobrellevar. Al ser al
mediodía optamos por ir en busca de un sitio para comer. No sabía adónde ir,
porque tampoco teníamos antojo de nada en particular, simplemente queríamos
comer. Quisimos alejarnos un poco del parque de la Paz que lo teníamos muy
cerca, para encontrar algo que no fuera muy turístico. A pesar de que en Japón
puedes comer a cualquier hora, tampoco queríamos que se nos hiciera muy tarde.
Y después de barajar diferentes posibilidades optamos por uno, en el que no
había mucha gente, no había ni mesas, ya que se comía en la barra y en
taburetes, y ahí comimos. Realmente no me acuerdo ni el qué, no es que
fuera una comida deliciosa, además el suelo estaba algo pegajoso, eso sí que lo
recuerdo. Pero, el trato fue correcto, y una vez más, como ya era costumbre,
nos sirvieron té. Sea como fuere, aunque no fuera un menú pera recordar, nos
sirvió para ponernos en marcha y empezar nuestra ruta.
Parque Conmemorativo de la Paz
El primer sitio que visitamos fue el Parque Conmemorativo
de la Paz, un parque amplio, muy grande y en el que reina el silencio. Es
uno de las atracciones más visitadas de la ciudad, y en el que cada 6 de Agosto
se reúnen para recordar a las víctimas del bombardeo atómico. A pesar de que un
parque muy extenso, cada año en agosto se llena de gente, y no cabe ni un
alfiler. De hecho cuando llegamos vimos a más turistas como nosotros, pero
también vimos a grupo de colegiales, que a Carlos le hacía gracia que fueran
todos con gorras amarillas, todos en silencio, con la cabeza para abajo y
guardando respeto a las víctimas, todos ellos enfrente de un monumento a las
víctimas. Impresionaba ver el silencio, y es que aunque notases que tenías
gente a tu alrededor, podías notar su presencia, pero también escuchar el
silencio. Sé que parece raro lo que digo, pero es cierto que a Carlos y a mí
nos daba esa sensación, de hecho
si hablábamos era casi con susurros, ya que el lugar daba respeto y
porque si te fijabas nadie levantaba la voz.
El parque se construyó en la zona más afectada de la ciudad
el 6 de agosto de 1945, era el centro neurálgico, el centro de negocios y justo
donde cayó la bomba. Ahora es un lugar, en el que se respira el silencio,
se respetan a las víctimas y se les homenajea con monumentos, y símbolos de
paz.
Paseando por el parque vimos una llama: La llama de la
paz que está encendida desde 1964 es un homenaje más a las víctimas del
bombardeo atómico que sufrió la ciudad. Este fuego permanecerá encendido hasta
que todas las bombas nucleares del planeta desaparezcan.
Seguimos paseando por el parque, porque allá por donde
mirases encontrábamos algún monumento que representaba un símbolo o un recuerdo
de la tragedia. Cerca del parque vimos la famosa imagen de la cúpula de
la
bomba atómica, un edificio que quedó solamente parte de la
cúpula y su estructura de acero. Si te quedas mirándola, desde fuera, por
seguridad no se puede entrar, de hecho no puedes ni acercarte mucho, ya que
está totalmente rodeado por verjas, para que nadie pueda entrar, te puedes
hacer a la idea de lo que fue que cayera un bomba como Little
Boy en una ciudad como Hiroshima, haciendo desaparecer a miles de
personas y convirtiendo en cenizas edificios. Esa cúpula de 25 metros no es
solamente un edificio, no es solamente unas ruinas, es mucho más, es todo un
símbolo de la ciudad, de lo que quedó, y cómo supo recuperarse ante las
adversidades. La verdad, es que aunque no lo viera del todo, podría contemplar
el silencio, las descripciones de Carlos , y lo cierto, es que impresionaba:
estar en el mismo lugar en el hace más de 70 años ocurrió una tragedia como la
que vivieron.
Antes de que se hiciera más tarde, queríamos entrar en el museo
conmemorativo de la paz: un museo que narra el antes, el durante y el
después del bombardeo atómico. Vimos que todavía nos daba tiempo de entrar, el
museo cerraba a las seis de la tarde, así que teníamos tiempo de recorrerlo con
calma. Además el precio no era muy elevado, como la mayoría de museos en Japón.
Además, por muy duro que fuera, no podíamos estar ahí y no entrar. De hecho,
hasta cogimos una audio guía, para completar nuestra visita, lo malo, entre
comillas, es que la audio guía solamente estaba en inglés, pero ya nos serviría
para ir completando lo que veíamos. Solamente cogimos una, no por el precio,
sino porque con que la tuviera uno, que fui yo la que iba con el auricular a
todas partes, ya era más que suficiente. Nos guardamos los abrigos en las
mochilas y empezamos a sumergirnos en lo que era Hiroshima. Nada más entrar,
había una recreación vía imágenes que impresionaba mucho, a pesar de que no lo
pudo disfrutar con exactitud, sí que cuando me acercaba a una especie de
círculo que había en el suelo, veía como se iluminaba el suelo: era cómo era
Hiroshima, y llega un momento que hay una gran explosión, y todo se funde a
negro. Realmente impresiona, y si lo ves supongo que mucho más. Creo que ahí
estuvimos durante varias recreaciones, porque no podíamos ni movernos. Fuimos
viendo imágenes que había desde cuadros, fotografías a vídeos. El museo cuenta
con varias plantas, y cada vez que Carlos veía un vídeo, me pasaba el número de
audio que me tocaba, y después compartíamos impresi0ones: con lo que yo había
entendido en inglés en la audio guía con lo que él había visto. Una de las
plantas que más me gustó fue la tercera porque aparte de imágenes que Carlos
iba viendo y leyendo, yo me apartaba y me quedaba absorta escuchando el audio.
Además, muchas de las explicaciones estaban en Braille, lo malo es que yo aún
no lo domino y creo que el kan ji no ayudaba mucho a que pudiera entender ni
una letra, pero lo mejor es que esas explicaciones accesibles estaban tanto en
inglés como en japonés, y describían los objetos que había. Uno de los objetos
que más me impactaron fue tocar una botella de cristal de cómo era, original, a
cómo quedó después del ataque atómico. Otro objeto que agradecí mucho es tocar
cómo era el edificio de la Cúpula antes y el después, en el que solamente se
podía casi detectar la cúpula, aunque ya no era la misma y el esqueleto de
acero del edificio, cambiaba mucho.
La verdad, es que, a pesar de que fuera un museo duro por la
tragedia que narraba, me gusto mucho en cuanto a accesibilidad y el detalle de
poder tocar las cosas, toda la información que te facilitaban y ayudaba mucho a
entender lo ocurrido. Además de concienciar a la población de todo lo que
sufrió unos habitantes de Japón, y como poco a poco fueron reponiéndose: y la
ayuda que han facilitado en otros puntos del planeta que también han sufrido
las consecuencias de un catástrofe nuclear, como fue el caso de Chernóbil. Así que no solamente es un museo
que cuenta qué pasó y se basa en el morbo, sino que conciencia a todos y cuenta
las consecuencias y cómo investigan en todo lo relacionado con las enfermedades
que vinieron después. La parte de abajo puede que me gustase menos, ya que sí
que era más dura con recreaciones de niños, ropa y fotografías, contando en
cada vitrina la vida de cada uno de aquellos seres humanos que perdieron la
vida. Vimos gente con lágrimas y a nosotros se nos quebró la voz en más de una ocasión.
Necesitábamos salir, tomar el aire y nos sentamos en un
banco del parque, casi sin palabras, pero compartiendo impresiones sobre lo
impresionante del museo y todo lo que había ocurrido. Después de coger aliento,
seguimos caminando por el parque, aún quedaba mucho por ver. Yo quería ver un
monumento que había leído sobre las mil grullas de papel. Es un monumento que
tiene historia: es un memorial a Sadako Sasaki. Sadako tenía dos años
cuando la bomba atómica
cayó en Hiroshima, ella quedó expuesta a la radiación y
a los diez años vio las consecuencias. Después de varios desmayos y encontrarse
mal, sus padres le llevaron al hospital y le diagnosticaron el mal de la bomba
atómica, leucemia. Estaba bastante avanzado y había poco que hacer, le quedaban
meses de vida. Una amiga le regaló un papel dorado y le hizo un origami,
contándole una leyenda sobre la magia de éstos: quien hiciera mil grullas de
papel podría pedir un deseo que se le concedería. Eso alentó a la pequeña
Sadako a tener algo de esperanza e ilusión y cada día con cualquier trozo de
papel, aunque fuera con la caja de medicamentos hacía uno. A la edad de doce
años y con más de 620 grulla Sadako no pudo ver cumplido su deseo de curarse y
falleció. Fue enterrada con todos los origamis que había hecho. Todos sus
compañeros de colegio, desolados, quisieron rendirle un gran homenaje: haciendo
las mil grullas de Sadako, después hicieron campañas de recaudación para
hacerle un monumento en recuerdo a ella y a todos los niños que perdieron la
vida por el bombardeo. Doce años después consiguieron que se levantase un
monumento para Sadako, en la que aparece encima de un origami, extendiendo las
alas. El día de la inauguración estaba repleto de niños, había mil grullas y
muchos niños homenajeando a todos los niños que habían perdido la vida a
consecuencia de la bomba atómica.
El monumento es precioso, aunque muy alto. La base son unas
patas de bronce de un origami, en el que dentro se encuentra una campana que
con el viento se escucha repicar, arriba del todo hay un ángel extendiendo las
alas. Abajo del todo, en una losa negra hay una inscripción en japonés que
pone:
"Este es nuestro llanto, esta es nuestra
plegaria: para construir paz en el mundo".
Alrededor del monumento, Carlos me fue contando que había
vitrinas con muchos tipo de origami, de colores, grandes, pequeños, de todo
tipo. Eran de niños que siempre que van a visitar el monumento llevan las
grullas que han construido en honor a Sadako. Este monumento es un homenaje,
pero simboliza la paz, por eso es llamado: Monumento de la paz a los
niños. Fue un monumento construido para una en concreto, pero es para
todos los niños que cayeron por consecuencia del bombardeo, y además fue
llevado a cabo gracias al ímpetu de los compañeros de Sadako que querían que se
le hiciera algún monumento de recuerdo. Es muy bonito, ya no por el monumento
en sí, sino por toda la historia que hay detrás.
Después de visitar ese monumento y de ver más del parque,
porque en cualquier esquina encuentras algún recuerdo, nos alejamos de la zona.
Queríamos ver el castillo de Hiroshima, pero entre que ya era de noche, estaba
oscuro, no sabíamos muy bien dónde estaba y se ponía a llover. Lo intentamos y
a Carlos le pareció verlo a lo lejos, pero dada la hora que era estaría
cerrado. Así que nos queda pendiente para otra visita, porque, sin duda, tendrá
otra visita nuestra en ocasión. Eso sí, si volvemos iremos por la mañana con
luz, para disfrutar de la ciudad con más intensidad.
Hondori: paseo
comercial por Hiroshima
A pesar de las gotas que empezaban a caer, empezamos a
caminar sin cesar, sin ningún destino concreto. Era casi uno de nuestros
últimos días en Japón y aún queríamos hacer algunas compras, así que fuimos en
búsqueda de alguna zona comercial. Llegamos a Hondori. Encontramos un
paseo repleto de tiendas de todo tipo, además con la ventaja de que estaba
cubierto y no nos mojábamos. Entramos en algunas tiendas y algún que otro suvenir
nos llevamos. No de la ciudad en sí, pero sí de Japón. Después de entrar
en varias tiendas y quedarnos una vez alucinados con la variedad que
había, quisimos encontrar algún sitio para comer. Sabíamos que si volvíamos a
la zona del Ryokan no encontraríamos nada y por ahí parecía que había
movimiento y mucho para elegir.
Había bastantes restaurantes, pero también muchos que ya
estaban llenos. En algunos nos hubiera entrado ganas de entrar por lo
escondidos que estaban y el encanto tan tradicional que desprendía, al estilo
izakayas, pero estaban a tope de gente, así que no tuvimos suerte y descartamos
algunos. Finalmente a Carlos le dio por ver uno que tenía un cartel, pero era
muy raro, porque teníamos que subir unas escaleras. Nos aventuramos a entrar y
ver qué nos encontrábamos. Y, resultó ser una Izakaya
similar a la que habíamos estado en Tokio con Jiwon. Era un sitio de esos que
entras, te dirigen a una mesa, o más bien sala, y tienes una tablet, para ver
qué quieres pedir. Era muy íntimo una mesa con sofá solamente para nosotros,
sin nadie que hablase más alto que otro, porque todo el resto de mesas estaban
separadas por biombos, y aunque sí que se escuchaba que había gente cada uno
iba a lo suyo, porque era como estar en una sala para ti. Carlos empezó a mirar
en la tablet, pero todo estaba en japonés. Había una opción de llamar al
camarero y le llamamos para preguntarle por los takoyakis y nos ayudó a
pedirlo. De hecho, sin haber pedido aún nada, o sí, nos trajeron una especie de
pinchos de pollo, aunque estaba un poco fríos, creemos que fue un detalle del
camarero, porque no nos suena que lo pidiéramos. En este tipo de
establecimientos, aparte de repetir las veces que quieras y lo rápidos que son,
puedes beber lo que quieras, nosotros pedimos unas cervezas japonesas y además
puedes fumar, con la ventaja de no molestar a nadie, ya que no hay nadie a tu
lado. Pedimos bolitas de pulpo, takoyakis, que enseguida volaron, y algunos
pinchos más. Por último repetimos de esas bolitas rellenas de pulpo, porque
estaban muy ricas, calentitas y bien de precio. Nos quedamos saciados con las
veces que repetimos, además e descansados. Tardamos en irnos, porque estábamos
muy a gusto en ese sofá, hablando de lo que haríamos al día siguiente y de los
días que nos quedaban.
Una vez repusimos fuerzas, nos enfrentamos al frío nocturno
de la noche y nos dirigimos al Ryokan, por primera vez dormiríamos en el suelo.
Durante el trayecto a pie nos fuimos parando en muchas tiendas, no para entrar,
porque a esas horas ya estaban cerradas, pero sí para contemplar algunos
escaparates. Nos seguía sorprendió todo, sobre todo en un restaurante que había
un robot. Carlos dijo de hacerme una foto, me puso al lado de lo que yo pensaba
que era un muñeco o estatua, y me pegué un gran susto cuando el robot se movió
y encima Carlos me decía que me miraba, me daba un poco de mal rollo.
En el Ryokan todo estaba en silencio, se notaba que
era un lugar de tranquilidad y de reposo. Abrimos nuestra cama en el suelo, un
colchón finito, con un nórdico y nos pusimos a dormir. Nos costó un poco,
porque se nos hacía raro estar estirados en el suelo, con los cables de todos
los aparatos cargándose al lado, y nosotros ahí intentando dormir, pero nos
entraba la risa. Sin embargo, el cansancio nos venció y enseguida sucumbimos en
los brazos de Morfeo.
Al día siguiente sería otro día, en el que tendríamos que
madrugar, porque queríamos aprovechar el día y hacer una excursión a una isla
cercana a Hiroshima. No os diré que isla es, para dejar la intriga, pero
adelanto que es mágica, tiene un torii flotante y muchos ciervos.
Continuará…
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