CUMPLEAÑOS DE KENZIE: 10 AÑOS
El 18 de septiembre Kenzie, mi perra guía, cumplió 10 años.
Una década en esta vida no se cumple cada día. Son más de 3650 días en este
mundo, son más de 87.600 horas, y no sigo, porque no son las cifras lo que
componen el álbum de los recuerdos, sino que son los momentos. Junto con
Kenzie, a pesar de no conocerla cuando ella nació, he vivido muchos instantes,
algunos alegres y otros no tantos. Ella me ha dado mucha libertad, seguridad,
pero sobre todo un cariño que, sin buscar nada a cambio, te lo da todo y más.
Tiene días mejores, otros de rebeldía, pero al fin y al cabo es ella. Ella
desde que la conozco tiene mucho carácter y cuando se le mete algo en la
cabeza, cuesta mucho sacárselo. Es muy testaruda, como la dueña, es cariñosa,
pero sin ser empalagosa y es muy centrada cuando tiene que serlo.
Ahora a petición de ella, le cedo este espacio para que deje
unas palabras.
Palabras de Kenzie
Dicen que he cumplido 10 años, pero sinceramente no voy
contando los años que voy cumpliendo. Muchos humanos se piensan que tengo 70
años. Cuando le preguntan a Pili cuántos años tengo, enseguida hacen una
multiplicación por siete y se asombran, diciendo que entonces es como si
tuviera tal edad u otra. No entienden que no todas las razas de perros tenemos
la misma edad, y si no, mirad este enlace.
Realmente me da igual qué edad
tengo, solamente sé que me voy haciendo mayor. Hay veces que ya no sigo el
ritmo a otros perros tal y cómo me gustaría hacerlo. En otras ocasiones, sí que
doy unas carreras tremendas, dignas de mis años de cachorra, pero después si
Pili no me da una pastilla a tiempo, todo mi cuerpo se queda entumecido y
después mis patas no responden como siempre. A veces tengo muchos dolores de
espalda, otras de patas y parece que cojee, por suerte se me pasa y no es algo
permanente. Llevo meses que tengo problemas de oído, me pica, me duele, según he escuchado es una otitis provocada por una alergia. Por suerte, aunque no me guste
nada ir al veterinario, cuando voy, me ponen un líquido que me alivia bastante
y mejora mucho mi calidad auditiva y parece que los dolores desaparecen. A parte de estos achaques de la edad, no me puedo quejar de
nada. Me dan muchos mimos, y solamente tengo que guiar a Pili, que es algo que
me enseñaron a hacer casi desde que nací, creo que ir sin arnés es algo raro para
mí. Aunque también me lo quitan, en casa estoy sin él, y tengo mis días de fiesta y, por supuesto, mis momentos de diversión en el parque. Cuando llego al puesto de trabajo de Pili, me quita mi uniforme, el arnés, y me quedo casi todo el rato
durmiendo en mi cama, así que repongo fuerzas, para cuando tengo que guiarle.
Hay veces que se enfada porque voy recogiendo palitos que hay por la calle,
pero yo no le digo nada a ella cuando va masticando un caramelo, así que no
debería decirme nada. Aunque reconozco que, a veces, es tan fuerte la tentación
que me tiro de cabeza a por aquello que me llama la atención, pero es que no lo
puedo remediar. Me gusta cuando voy con mis abuelos, los padres de Pili, porque
con ellos sí que voy limpiando el suelo y encima le dicen a Pili que me tiene
muerta de hambre, no puedo disimular la gracia que me hace y empiezo a mover la
cola.
Ahora que dicen que he cumplido una edad tan redonda y
significativa, me gustaría lanzar la vista atrás y ver todo lo que me ha ocurrido:
Nací en Estados Unidos, en la escuela Leader Dogs for
the Blind. No pude estar mucho tiempo con mi madre, ya que con meses
me llevaron con una familia humana. Estuve con Terry Mackay y su familia en una
casa cerca del lago Michigan, donde, por cierto, me encantaba darme unos
fabulosos baños. Fue genial ser cachorro y corretear en el campo, me llevaban a
todas partes, y tenía que ir con un chaleco que me favorecía mucho.
Más tarde
la cosa se complicó, me separaron de la familia que tanto cariño y tantos
buenos ratos me habían regalado y tenía que ir a una escuela. Parecía que todo
lo bueno se acabase, hasta que en la escuela me encontré con mis hermanos:
Molly, Lily y otros. Además me dí cuenta que no todo era seguir las
instrucciones absurdas de un humano que era muy severo y me llevaba por las
calles, sin dejarme suelta, sin correr y sin que pudiera coger nada del suelo,
también había momentos para disfrutar, correr y jugar con otros compañeros.
Según decían íbamos a ser futuros perros guías. Yo no sé qué significaba, pero
era divertido, porque si seguía las directrices que me marcaban y lo hacía
bien, me daban una galleta, una chuche o una caricia, y eso me motivaba cada
día a superarme más y más. Fueron pasando los meses y el instructor salía a la
calle con algo que le tapaba los ojos, y, entonces es cuando teníamos que
trabajar mejor y mejor, porque si no se podía hacer daño. A provechando que no
veía intentaba hacer trampas y llevarlo por donde se me antojase, o incluso
coger algo de comida que viera en el suelo, pero él enseguida lo sabía y me
reñía, así que tuve que mejorar mi comportamiento.
Los días fueron pasando, hasta que en marzo de 2009 conocí a Pili. Ese día estábamos muy alterados, porque nos iban sacando de las perreras de uno en uno, y a mí tardaron mucho en sacarme, pensé que me quedaría ahí sin nadie. Por suerte, llegó Ana Williams, quien me había enseñado a ser una buena perra guía, y como de costumbre me llevó a correr, para que gastase energías. Mi sorpresa fue que el camino de vuelta no fue el de cada día, y me dirigió al edificio misterioso, en el que había muchos humanos. Ella se acercó a una puerta, llamó, y en esa habitación, desconocida para mí, estaba un instructor que había visto en ocasiones, una intérprete, quien traducía todo lo que los instructores decían a un idioma desconocido para mí, y una chica que estaba casi llorando y emocionada por mi presencia, esa resultó ser Pili. Yo nada más quería descansar, pero ya que me ofrecía galletitas, me acerqué a ella. Esa noche, Pili, sin casi conocerme durmió conmigo en la colchoneta que tenía para mí. No me desagradó, pero no entendía el porqué. Me gustaba estar con Pili, porque no era tan severa, y en más de una ocasión le robé de los bolsillos algún que otro pañuelo, eso me llevó a la fama, y los otros humanos me llamaban: “La pañuelos”. No es que fuera mala, a eso se le llama aprovechar la oportunidad, y si había un pañuelo de papel que sobresalía de un bolsillo, si veía uno en una papelera, o en el suelo era la oportunidad, no era solamente para comérmelo, sino para masticarlo y saborearlo. Los humanos no entienden esa costumbre, que aún rememoro cuando alguna servilleta de algún bar cae cerca de mis patas, pero es algo muy sabroso y me trae muchos recuerdos, me hace sentir como si aún fuera una cachorro, y hay cosas que nunca cambiarán.
Los días fueron pasando, hasta que en marzo de 2009 conocí a Pili. Ese día estábamos muy alterados, porque nos iban sacando de las perreras de uno en uno, y a mí tardaron mucho en sacarme, pensé que me quedaría ahí sin nadie. Por suerte, llegó Ana Williams, quien me había enseñado a ser una buena perra guía, y como de costumbre me llevó a correr, para que gastase energías. Mi sorpresa fue que el camino de vuelta no fue el de cada día, y me dirigió al edificio misterioso, en el que había muchos humanos. Ella se acercó a una puerta, llamó, y en esa habitación, desconocida para mí, estaba un instructor que había visto en ocasiones, una intérprete, quien traducía todo lo que los instructores decían a un idioma desconocido para mí, y una chica que estaba casi llorando y emocionada por mi presencia, esa resultó ser Pili. Yo nada más quería descansar, pero ya que me ofrecía galletitas, me acerqué a ella. Esa noche, Pili, sin casi conocerme durmió conmigo en la colchoneta que tenía para mí. No me desagradó, pero no entendía el porqué. Me gustaba estar con Pili, porque no era tan severa, y en más de una ocasión le robé de los bolsillos algún que otro pañuelo, eso me llevó a la fama, y los otros humanos me llamaban: “La pañuelos”. No es que fuera mala, a eso se le llama aprovechar la oportunidad, y si había un pañuelo de papel que sobresalía de un bolsillo, si veía uno en una papelera, o en el suelo era la oportunidad, no era solamente para comérmelo, sino para masticarlo y saborearlo. Los humanos no entienden esa costumbre, que aún rememoro cuando alguna servilleta de algún bar cae cerca de mis patas, pero es algo muy sabroso y me trae muchos recuerdos, me hace sentir como si aún fuera una cachorro, y hay cosas que nunca cambiarán.
Pili era tan cabezota como yo, pero por no hacerme caso en
algún que otro recorrido, algún golpe se llevó y entendió, o al menos eso
espero, que a pesar de que tuviera resto visual, no tenía que hacerle caso, que
para eso estaba yo. Creo que con los años, lo ha entendido, porque a veces miro
para atrás y me ha dado la sensación que va con los ojos cerrados, y
eso me encanta, porque demuestra una confianza en mí que me hace sentir muy bien
y orgullosa. Además si ella va relajada y no va tensa e insegura, yo también puedo ir tranquila y sin preocupaciones,
ya que por la correa se trasmite todo.
Tuvimos suerte y nos graduamos las dos, ella como usuaria de
perro guía y yo como su perra guía. Viajamos a España, un país que nunca había
estado y en el que hablaban otro idioma, pero el mismo que el de Pili, así que
enseguida me fui familiarizando con algunas palabras como: “calle”, “metro”,
“mama”, “papa”, “comer”, “agua”, entre otras. Cuando llevaba un año y medio en
Barcelona, Pili junto con Carlos tomaron la decisión de cambiar de aires. En
octubre de 2010 nos fuimos a Irlanda. En Dublín disfruté mucho, comiendo nieve,
corriendo y trotando con hierba de por medio, jugando con otros perros,
escuchando mi idioma natal y teniendo un jardín solo para mí. Por supuesto,
cabe destacar que en más de una ocasión me bañé en un río pequeño que había,
aunque hubiera hielo. Lo que no me gustó tanto de esa época fue que siempre me
mojaba, si no era porque nevaba, era porque caía una tormenta y si no un
chubasco, pero siempre llovía. Nuestra etapa por Dublín duró un año. Así que a
finales de 2011 ya estábamos de vuelta en la ciudad de Pili, Barcelona. Unos años después, en 2014, Pili y yo nos
metimos en otra aventura juntas: viajando por muchos rincones de España,
conociendo a mucha gente y realizando actividades peculiares, fuera de nuestra
rutina. Íbamos acompañados por un equipo que siempre iban con nosotras y en
muchas ocasiones nos hacían repetir una y otra vez las mismas secuencias, tenía
que guiar a Pili en un recorrido muy pequeño, volvíamos al punto de origen y decían
que lo volveríamos a hacer, yo no entendía nada. Unos meses después salíamos
por la tele en un programa que se llamaba “Con mis ojos”.
Los años han ido pasando, a veces con alegría y diversión, y
en otras asistiendo a despedidas de seres queridos. Me gusta haber conseguido
mi objetivo y ser una perra guía, me gusta estar con quienes estoy y seguir
realizando mi función para sentirme realizada y conseguir la recompensa diaria:
seguir trabajando lo mejor posible para llevarme mi galletita diaria.
Los años han pasado, lo sé, y parece que después de tantos
cambios que he sufrido durante toda mi vida, la cosa se ha estabilizado.
Tengo una familia desde hace años que me quiere, un hogar, una rutina, un sitio
donde ir y sobre todo alguien a quien guiar.
Gracias a todos los que de algún modo u otro habéis formado
parte de mi vida, es de bien nacidos ser agradecidos. Yo me siento muy
agradecida de haber vivido tantas experiencias, pero aún me queda mucha guerra
por dar. Así que me da igual que sean 10 años, que sea una cifra redonda, que
sean muchos, me da igual, porque aún, a pesar de los achaques, tengo mucho que
dar, mucho que aprender y mucho camino por recorrer.
Os dejo con un vídeo que me han preparado Carlos y Pili para mi cumpleaños.
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