PERSIGUIENDO SUEÑOS INCOMPLETOS
Manu siempre se había dedicado a
conducir. Primero, aprendió a conducir un coche de carreras de esos de niños
pequeños, siempre le había apasionado la libertad que le daba ir en un vehículo.
Más tarde, cuando ya tuvo edad, pudo conducir su primera moto, aunque realmente
lo que él anhelaba era conducir un coche, pero, para ello aún tendría que
esperar dos años más. Cuando llegó a los dieciocho, la edad que esperaba con
todas sus ganas para poder sacarse el carnet de conducir, en su vida habían
cambiado muchas cosas, tantas que no pudo apuntarse a una academia para
estudiar. Desde que había fallecido su padre, unos meses antes de su
cumpleaños, el desanimo y la situación en casa era un poco precaria, así que se
ató los caprichos y se puso a remar como un buen remero. No le quedaba otra que
dejar los estudios y ponerse a trabajar, él quería trabajar de repartidor, para
poder llevar su moto, pero al final le salió trabajo como mozo de almacén y así
se fue ganando la vida, siempre apartando algo de dinero para algún día poder
cumplir su gran sueño.
Algunas veces le tocaba trabajar
de noche en aquel inmenso almacén repleto de cajas de ropa. A él le encantaba
poder ayudar a descargar cuando venían los camiones repletos de material.
Acababa baldado, pero le encantaban aquellos monstruos de la carretera. Lo que
hubiera dado él por subirse en esa cabina y conducir aquel gigante volante,
pero se tenía que conformar con seguir conduciendo su moto, a la que odiaba en
los días de lluvia, pero que no le quedaba otro remedio, si quería llegar a su
puesto de trabajo en un polígono alejado de su barrio.
Mientras trabajaba por las
noches, durante el día estudiaba por su cuenta, haciendo exámenes tipo test por
internet. Cuando se vio más que preparado, seguro y sabiendo que tenía dinero
de sobra para apuntarse, lo hizo- En unos meses ya tenía su carnet, no tardó
casi nada, porque las ganas, el estudio que había llevado a cabo y el dominar
la conducción – aunque fuera porque alguna vez siendo adolescente su padre le
había dado alguna lección- hizo que tuviera el carnet en menos tiempo de lo
habitual. Estaba feliz, radiante, pero, ahora solamente quedaba ahorrar para
poder comprarse un coche.
Una noche en el almacén, le dijo
a Pepe, un amigo suyo que conducía uno de los camiones del reparto, que si le
dejaría subirse a la cabina. Pepe, se le quedó mirando muy serio, y enseguida
le sonrió lanzándole las llaves.
-
Toma, pero, a ver qué haces, que esa volante y
ese asiento es mi vida. Haz lo que quieras, Manu, pero yo me voy a fumar un
cigarro, que después de más de cuatro horas ahí dentro, necesito tomar el aire.
-
Tranqui, tú, tómate tu tiempo.
Manuel que estaba a punto de
hacer veinte años, y a pesar de haber conseguido un coche de segunda mano,
cuando se subió en ese coche tan grande, tuvo una sensación de un volante
enorme en la carretera. Se dio cuenta que quería conducir un camión, todo se
veía desde otra perspectiva subido ahí arriba. Dio una vuelta a la manzana del
polígono y se sentía que nadie le podría parar. Así que, después de esa
experiencia, se le acentuó más la idea de estudiar para tener el carnet de
grandes vehículos. Su madre no lo veía muy claro, porque, aunque supiera que le
podría abrir muchas puertas en el futuro, sabía que era muy caro y no se lo
podían permitir. Luis, el hermano de Manu, era anti coches y no entendía la
manía de su hermano, cuando en bici, según él se podía ir a todas partes. Manu
intentó darle la vuelta a la tortilla, y le dijo que sí que era saludable ir en
bici, pero que a todas partes no llegaría, y que él con un camión podría ir
donde se propusiera, con un autobús podría ofrecer un servicio, etc.… Les
convenció de tal manera que, aunque fuera un sacrificio para toda la familia,
todos aportaron algo a final de mes, para que Manu pudiera cumplir otro sueño
más.
Ahora, viendo el tiempo desde el
retrovisor, y en una noche fría como la
de aquel día en el almacén, Manu recordaba lo que le había costado estar
conduciendo su Pegaso, su segunda, o más bien, su casa. Sonreía mientras
recordaba todo el esfuerzo que hicieron, lo que le costó y las lagrimas de
impotencia al ver que ese día no llegaba. Le encantaba conducir, pero lo que no
sabía era que la carretera era tan solitaria, sobre todo en noches oscuras como
esa. Se pasaba mucho tiempo fuera de casa y Luis le recriminaba que no prestase
más atención a su madre. Sin embargo, el trabajo era el trabajo, es lo que
solía repetir Manu, con un suspiro. Manu no es que no llamase a su madre, no es
que no estuviera en casa, porque siempre que iba a Madrid estaba en su casa, en
casa de su madre, pero no vivía el día a día que Luis con su paciencia
aguantaba. Su madre tenía Alzheimer y a veces, después de largas temporadas por
Alemania, cuando llegaba a casa su madre no le recordaba con claridad. A él se
le caía el alma al suelo, pero no la pisoteaba, porque no estaba haciendo nada
malo, simplemente trabajar, tal y como había hecho toda su vida.
Al ver que su madre se iba
apagando, pensó en ver qué otras rutas podría hacer que le permitieran estar
más en casa. Busco una que iba solamente los fines de semana, pero con un
sueldo similar. A él le sorprendió el salario tan elevado, pero en aquellos
momentos no quiso preguntar nada más, porque podría estar durante toda la
semana cuidando de su madre y teniendo algo más de vida social. Luis le
agradeció el cambio de actitud y empezó a liberarse un poquito más, dejándole
más responsabilidades a Manu. La madre no pudo agradecérselo, porque a pesar de
verlo con más frecuencia lo seguía confundiendo con su padre, hasta que en los
momentos de lucidez se alegraba de verlo y siempre le preguntaba que dónde
estaba su camión. Él sonreía y pensaba que mientras lo relacionase con el
camión, tan mal no iba.
Llegó el viernes y le tocaba
enfrentarse a su nuevo puesto de trabajo…ahora sabía porque era un sueldo tan
elevado, no tenía que transportar material ilegal, pero sí, pasar por
territorios en los que vivían gente que anhelaba vivir otra vida, tenía
esperanza de salir de la pobreza y soñaban por una Europa de oportunidades.
Había veces, que se le tiraban en el camión, les daba igual morir, solamente
querían desaparecer y cambiar de vida. Un día se tuvo que bajar del camión,
para pedirles que se retirasen de su camino, que tenía que entregar fruta en
Almería y no podía llegar tarde, ellos llorando le suplicaron que les llevase,
pero, él con las lagrimas a punto de caer, dio media vuelta, se subió al
camión, hizo maniobras para no llevarse a nadie por delante y los dejó ahí. En
la soledad de su cabina, llorando, se reprochaba a ver sido un cabrón y no
haber ayudado a esa gente. Pero, el sueño que perseguían no existía, se
repetía mil y una veces, para perdonarse. Además, se decía, que si hubieran ido
con él a España, hubieran sido unos ilegales, sin papeles, sin casa, sin
familia, y muchos tendrían que mendigar, y si alguna vez se encontrase con
ellos por la calle, éstos no le perdonarían haberles llevado a un sitio sin
oportunidades.
Con el tiempo se fue
acostumbrando, aunque era muy complicado vivir ese tipo de situaciones, donde
niños se juegan la vida por pasar la frontera. Tenía que hacer largas colas y
supervisiones al pasar la aduana, muchos intentaban colarse. Algún compañero
suyo había tenido que dejar la profesión por llevarse a niños, pensando que
hacía el bien, pero le pillaron con toda la mercancía viva. Otros en cambio,
sin saberlo, pasaron por situaciones más desagradables, como encontrarse a
niños dentro casi del motor y ver que estaban en el destino de sus sueños, pero
no lo podrían disfrutar.
Manu no había corrido nunca con ese
tipo de situaciones, sin embargo, cuando se iba los viernes era como si se
fuera a la muerte. Iba con miedo, no quería dejar a su madre sola, que llegase
de vuelta y su madre no le recordase o peor aún que se hubiera apagado para
siempre. Le daba miedo encontrarse con gente que deseaba cumplir sueños que no
existían, pero querían huir y que él fuera su oportunidad.
A sus 43 años se dio cuenta que toda su vida había estado
persiguiendo sueños. A base de esfuerzo y sacrificio los había conseguido, pero
¿a cabio de qué? De no poder formar una familia, de no poder estar con los
suyos y lo peor no poder cumplir los sueños de otros. Cada lunes después de su
ruta llegaba desmoralizado, sin ganas de seguir ejerciendo su profesión. Él
siempre había querido conducir, primero un coche de carreras, después una moto,
un coche y un camión, pero, en realidad, el volante de su vida no era un
volante físico, sino que estaba en su cabeza y no había conducido nunca su
vida, porque siempre había estado alejado de los suyos, siempre había estado en
la carretera solo. Y, como no pensaba renunciar a todo el fruto de años, a
pesar de darse cuenta de sus errores, seguiría igual. Mucho le había costado
sacarse ese carnet, conseguir ese camión que adoraba y tener un trabajo con el que, aunque le diera
demasiado tiempo para darle vueltas a la cabeza, le permitía conducir ese
volante, el de la carretera.
Veía sufrimiento en aquellos que intentaban huir en busca de
algo mejor, pero él, con los años aprendió a verlo de otra manera, de algunos
se hizo amigos y les contaba cómo estaba la cosa por España, que aunque
quisieran escapar, esa no era la solución. Ellos decían que él lo decía porque
lo tenía todo, él sarcásticamente les decía: “¿y entonces, dónde están mis
hijos, mi mujer, mi vida? Solamente trabajo persiguiendo un sueño y ese sueño
sigue en la carretera.”
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