martes, 20 de noviembre de 2018

Sueños que son reales: nuestra boda


Nuestra boda: Una realidad que supera a los sueños


La ficción, los sueños, las historias, parecen reales. Aunque a veces lo real, parece un cuento de hadas, una canción, una película o un sueño.


Hoy hace un mes decía el: “Sí, quiero” más rotundo, más alto y claro que he podido decir nunca, y es que convencida lo estaba un rato. No era para menos, después de 15 años de relación estaba más que segura del paso que estaba dando, aunque no me lo hubieran preguntado lo hubiera gritado a los cuatro vientos, porque Carlos, quien es ahora mi marido forma parte de mi vida. No concibo estar sin él, y es que los mejores y los peores momentos los he vivido a su lado. Él siempre está para apoyarme, para ser ese bálsamo necesario en los días menos buenos. 

Y, es que, por fin el 20 de octubre, después de meses de preparativos y de nervios, había llegado. Llegó de sopetón sin darnos cuenta, pero tan rápido como llegó se esfumó. Ya me habían advertido que el día de la boda pasa volando, y es cierto en un abrir y cerrar de ojos se fue, como cuando despiertas de un sueño. Y es que era como un sueño, ver que había estado lloviendo y apareció el Sol, y es que todos los días sale el Sol, pero es que además estábamos muy bien arropados por nuestros familiares, por Kenzie, por amigos cercanos y compañeros. Todos estaban de punta en blanco, pendientes de nosotros y siendo testigos de nuestro gran día. 

Carlos estaba mucho más nervioso que yo, y eso que yo suelo ganarle en alteración de estados anímicos, sin embargo; yo ya había pasado por todos ellos los meses antes. Ahora solamente quedaba disfrutar del gran día, el más esperado por nosotros. Me lo tomé como un evento familiar, en el que estarían los nuestros y nosotros seríamos los anfitriones. Y nada, ni nadie haría que la sonrisa se me desdibujase de la cara, porque era una jornada para disfrutarla y exprimirla al máximo.

Ahora que ha pasado un mes, que he cambiado de estado civil, sigo estando feliz y cuando recuerdo el evento no puedo evitar que se me escape una sonrisilla bobalicona, pero es que fue un día muy especial. Puede que me arrepienta de no haber hecho más cosas: más fotos, dedicar más canciones o haber bailado más, pero como no se puede rebobinar, y los nervios pueden ser traicioneros, me quedo con lo vivido que no es poco. Hubiera podido ser más excepcional, seguro, pero también podría haber llovido y no lo hizo, también podría haber salido todo peor, y fue genial. Puede que no fuese una boda 10, pero sí que fue la nuestra, la que recordaremos con cariño cuando pasen los años.

Puede que Kenzie no me perdone en tiempo (aunque sé que lo hará, porque no
Carlos, Kenzie y yo: vestidos para la ocasión

es rencorosa) que: en la habitación hubiera parquet, que no estuviera durante el banquete, con lo que hubiera disfrutado siendo una pedigüeña, pero no era sitio para ella con la música y no quería someterle a más estrés del que ya vivió. Pero, es que para nosotros era muy importante que ella estuviera presente en el día en el que formalizábamos con una firma nuestra relación. Egoístamente necesitábamos que ella fuese quien nos trajese los anillos, que estuviera en las fotografías y estuviera dándonos calor. A pesar de que no pudimos estar todo el tiempo que nos hubiera gustado con ella, porque no parábamos de ir de un lado para otro, el tiempo que estuvo fue muy importante. Y, aunque seguro que ella no comprendía nada, tanta gente que le sonaba reunida, tan elegantes, y ella sin poder ir a sus anchas.. seguro que respiraba en el ambiente: emoción, alegría y excitación.  

La verdad es que antes de la ceremonia lo pasé un poco mal, primero: conociendo a mi padre, y viendo lo nervioso que estaba, además de no hacer caso al GPS, pensaba que no llegábamos al destino, porque cada vez dábamos más vueltas por la carretera sin encontrar la ruta correcta. Pero, a pesar de los imprevistos llegamos, con el tiempo justo, pero llegamos. Nada más llegar nos atrapó la peluquera, para ponerse manos a la obra con mi peinado. Después llegó el turno de la maquilladora. A todo esto, entre arreglos, preparativos y demás, yo veía que la habitación se iba encogiendo, porque cada vez había más gente: la peluquera, la maquilladora, mis padres con mi padre que iba y venía, Kenzie que no sabía dónde ponerse, porque no le gustaba el suelo, ya que era de parquet. Y a todo esto, faltaba ponerme el vestido, pero mi madre que era la única que sabía ponerlo, se puso nerviosa y se agobió siendo el centro de atención y no pudo con la presión, hasta que mi padre aparcó los tembleques y supo atarme con paciencia el corset, pasando tira a tira hasta cumplimentar el vestido y tapando mi espalda. Y, es que a pesar de las zancadillas que nos quiso poner las emociones, a contratiempo, las superamos. Los fotógrafos esperando a que estuviera arreglada, Kenzie colocándose en la cola de mi vestido y mascándose en el ambiente la tensión de luchar contra el tiempo, pudimos con todo ello. Así que, aunque la habitación estuviera llena de gente, de un reloj que hacía que los minutos avanzasen sin cesar, logramos hacer un reportaje lleno de imágenes, momentos y anécdotas. Parecía que la ceremonia,  el ver a mi futuro esposo y a todos los invitados no llegaba nunca. Pero, antes llegaba la parte en la que recibiría el ramo, un ramo escogido por mí, pero que quería que me hiciera entrega de él, quien me llevaría por la alfombra, quien me ha acompañado por el camino de la vida y que no quiero que lo deje de hacer: mi padre. Aunque a él le pilló de sopetón, porque se lo dije unos días antes, así que no tenía nada preparado, y  aunque no me dijo ninguna poesía, fue igual de emocionante, porque hay frases que por muy cortas que sean significan mucho, y escucharle con la voz temblorosa, tan emocionado, tan elegante y tan mi padre, no tiene precio.

Finalmente como el tiempo nos acompañó pudimos hacer la ceremonia al aire libre, la cual cosa mejoró mucho las expectativas.  Yo esperaba ansiosa la gran entrada, en la que iría acompañada del brazo de mi padre.  Mientras esperábamos, sin saber a qué lado tendría que ir uno y otro, escuché varios errores de Windows y me temí lo peor, la música no sonaba. Todo se resolvió en segundos, pero para mi fueron minutos. Hasta que escuché la canción elegida por Carlos para su entrada y me fastidiaba perderme verle acompañado de su madre. Al poco dejé de escuchar música, y nos dijeron que nos preparásemos para salir y empecé a escuchar la melodía para mi entrada y nos pusimos a caminar, aunque no recuerdo mucho el recorrido, pero en nada supe que estaba frente a Carlos y me lancé a sus brazos, como si hiciera siglos que no lo hubiera visto. Fue un impulso que no pude controlar, alegre de que estuviera allí plantado, esperándome. Me ayudó a tomar asiento y todo tomó un calibre diferente.
Tuvimos un juez de paz que improvisaba, pero que se le notaba los años de experiencia a la espalda, sabiendo capear la situación sin aburrir al público. Mientras lo escuchaba, sin ver quién estaba detrás de mí, escuchaba risas que reconocía, pero sobre todo notaba la presencia de Carlos sentado a mi lado y sin dejar de acariciar mi mano, como si yo fuera a desaparecer de un momento a otro.    
Reencuentro: Pili lanzándose en los brazos de Carlos


Después vinieron las sorpresas, discursos llenos de cariño destinados a nosotros.  
Mis amigas, quienes hicieron un recordatorio de lo vivido y lo que nos queda por vivir. Siendo las tres marías, quienes entre emocionadas, nerviosas y risas dibujaron anécdotas y experiencias vividas.   
Después vino el turno de una de las testigos, la hermana de Carlos, mi cuñada, quien recordó con afecto todo lo vivido con su hermano, incluso recordando cuando descubrió cartas que me escribía Carlos, y después hizo hincapié de cuando me conoció y qué le parecí, acabando en nuestra relación y que siente cuándo nos ve. Un discurso emotivo, que puede que me llegue más adentro, porque siempre he envidiado a aquellos que tienen hermanos y la relación que crece entre ellos.
Sin embargo, después llegó el turno de quien es para mí como una hermana, y es que mi prima Susana, a pesar de que la distancia del tiempo haga que cada una tenga que hacer su vida, siempre ha estado a mi lado, porque tenga mi edad, porque seamos como somos o sea por lo que sea, siempre hemos estado muy unidas. Y ella no quiso salir y hacer el discurso, sino que quiso salir acompañada. Yo no sabía con quién, ni siquiera me lo imaginaba, pero salió muy bien escoltada: por mi prima Encarni, quien demostró que se pueden superar todas las barreras si uno quiere, y mi prima Eva quien remató la faena por todo lo alto: remarcando que habíamos ido a: reír, saltar, cantar, bailar, comer y beber, como una gran fiesta, que es de lo que se trata. Entre las anécdotas que contó mi prima Susana estaba la inocente mentira que durante años me creí, y es que yo creía que la canción de los payasos de la tele, en la que decía: que Susanita tenía un ratón que comía bolitas de anís, lo tenía ella, y es que ella me decía que dormía cerca del radiador, y yo siempre lo buscaba y nunca lo encontraba, y es que me decía que era muy tímido. Risas aparte, todos los parlamentos fueron muy bonitos, porque supieron caricaturizarnos a la perfección, hecho que significa que nos conocen muy bien.  

Por supuesto hubieran faltado unas palabras dedicadas de los novios, uno al otro. Durante toda la semana Carlos me había estado preguntando si diría algo, pero yo le decía que no, que no se preocupase, le conozco y sé que ya el  hecho de ser el protagonista durante el día era mucho para él. Además, sinceramente si tenía que hablar lo haría, pero no leería nada, porque no me hace falta, todo lo que le tengo que decir lo tengo escrito en el corazón e improvisaría. Así que, cuando el juez de paz nos preguntó si queríamos decir algo, dijimos que no. Días posteriores, estando ya de luna de miel,  me enteré que Carlos sí que tenía algo preparado para mí, él tenía bolsillo y ahí tenía un papel con unas líneas dedicadas a mí. Sin embargo, con los nervios a flor de piel,  lo que él quería era que pasase ese trago. Creo que nunca lo había visto tan alterado, y eso que a veces puede parecer impasible, pero hay situaciones que le superan y ésta fue una de ellas. Aunque los invitados no fueran testigos de nuestras palabras, creo que a veces sobran, y los gestos, las miradas y los hechos dicen mucho más que simples palabras cargadas de emoción. Puede que ese día me arrepienta de muchas cosas, entre ella no haber tenido el arrojo de haberme levantado y haber dicho en público lo mucho que lo quiero, lo mucho que me ha dado y lo mucho que significa para mí. Sin embargo, se lo digo con frecuencia y se lo intento demostrar en el día a día, y creo y espero, que eso vale más que un instante lleno de buena voluntad. Puede que no quisiera desnudarme del todo delante de todos, pero él que me conoce, a veces mejor que yo misma, sabe que si él se hubiera lanzado, yo hubiera ido de cabeza.  

No todo fueron parlamentos, sino que cuando el juez de paz dijo la palabra anillos, sabía que era la intervención de nuestra peluda. No sabía dónde había estado durante toda la ceremonia, pero no se le había escuchado. No sabía si aparecería o no, si se escaparía y tendríamos que ir todos detrás de ella. Así que empezó a sonar su canción, la canción de los anillos y apareció. Necesitó ayuda de una compañera de trabajo, quien la conoce muy bien, ya que estaba un poco aturdida con tanto jaleo, pero cuando la llamé, entonces sí que hizo acto de presencia en un santiamén. Y me emocionó saber que mi peluda, nuestra niña, estaba siendo partícipe de nuestro día.

Las sorpresas con sus intervenciones solamente habían sido el aperitivo, ya que para mí: cada abrazo, cada beso que recibía después de que nos llenasen de pétalos y arroz, era toda una incógnita por resolver. Y, es que se me acercaban, me felicitaban y me arropaban con sus abrazos, y, sinceramente entre que iba de un abrazo a otro, a veces ya no sabía quién era quién, y ahí nacía una emoción nueva: averiguar a quién besaba, a quien abrazaba y quien me felicitaba. Hubo abrazos sentidos que recordaré toda mi vida, besos en los que sentía lágrimas en las mejillas, y es que a veces no es necesario hablar, para sentir que son abrazos verdaderos, sentidos y en los que reinan la emoción.  A pesar de que yo quise controlar mis emociones, creo que si hubiera llevado el contador de pulsaciones hubiera pitado de lo rápido que bailaba mi corazón.

Después de felicitaciones, fue el turno de fotos, no sé cuántas personas se ponían a nuestro lado, y hasta que no tenía a alguien a mi lado y me decía cualquier cosa no sabía quién era, y cuando lo averiguaba alguna frase cómplice nos decíamos, y es que con todas y cada una de las personas que estuvieron presentes hay anécdotas, algunas más cercanas y otras que permanecen en el recuerdo para siempre. Después de posar con nosotros ellos se iban a por el aperitivo, a nosotros aún nos quedaba un rato para poder juntarnos con todos ellos, y es que era el momento de inmortalizar más momentos para la posterioridad. Yo vestida de novia total, de blanco y Carlos muy elegante de azul marino con traje de novio.  Finalmente después de fotos y fotos, de bajar la barbilla en muchas ocasiones, para que las imágenes saliesen como nos indicaba el fotógrafo, pudimos unirnos a la fiesta.

Nos habían reservado una mesa solamente para nosotros, en una esquinita y con aperitivo y bebida. Aunque enseguida vino gente a hacerse fotos, a felicitarnos y a hablar, y tan pronto como llegaban, nos empezamos a dispersar, para ver a nuestros amigos, abrazarnos de nuevo y que nos contasen cómo lo estaban viviendo, queríamos tener contacto con los nuestros, para ver que aquello no era un sueño, era real y estaban ahí. Sin reloj, sin control del tiempo, no sé cuánto tiempo estuvimos ahí, pero para mí es como si hubieran sido 5 minutos de reloj, un cigarro y enseguida todos desaparecieron, y es que tenían que entrar al salón, donde celebraríamos el banquete. Me quedé sola con Carlos, los dos emocionados, incrédulos, bebiendo agua, porque estábamos sedientos. Y, a todo esto Kenzie también había desaparecido y no nos habíamos dado ni cuenta, y es que mis padres se la habían llevado a la habitación. Y esos minutos los dos solos, se podía escuchar el bombeó de nuestros corazones, con las montañas de Montserrat de fondo, y queriendo entrar con todos, pero necesitaban sentarse y estar listos para recibirnos. Y nosotros deseando que sonase la canción escogida para darlo todo y sacar toda la euforia y energía acumuladas durante los momentos previos. Y llegó el momento de la entrada: “Don’t stop me now” de Queen sonaba y sabíamos que debíamos entrar, y así lo hicimos rodeando todas las mesas, yendo tan rápido que tenía que frenar a Carlos, se notaba que él no llevaba tacones, ni tenía un vestido con cola, pero éramos felices. Todos estaban animados, nos jaleaban, nos animaban y sentía el fervor de quienes estaban, además de que me dijo Carlos que estaban moviendo las servilletas, así que no sé cuántas vueltas dimos alrededor de las cinco mesas que formaban parte del salón, y es que la canción animada contribuía a que no parasemos. 

Con resoplidos y contentos nos sentamos en nuestra mesa, la mesa presidencial: con nuestros padres y la abuela de Carlos. Nosotros en medio, como anfitriones, como protagonistas de ese día. Y, como para cada plato habíamos elegido una canción, empezó el espectáculo. Aunque a todo esto: nadie sabía lo que iba a comer, habíamos puesto un menú falso, idea del restaurante que enseguida nos atrajo. El menú era de broma, muy gracioso, en el que ponía que comeríamos: potaje, huevos fritos con chistorra, agua del tiempo y vino Don Simón. Pues, a pesar de que ya de por sí parezca chistoso, muchos se lo creyeron, porque no se lo leyeron entero, y esperaban un gran potaje de garbanzos. Sin embargo, a pesar de que no les hubiera importado nada ponerse las botas con aquel plato, fue otra cosa más moderna como: una escalibada con queso de cabra lo que comieron, digo que comieron, porque nosotros con tantos nervios teníamos el estómago cerrado. Aunque algo probamos, nada comparado como el día que fuimos para escoger el menú. Y mientras intentábamos comer, cada dos por tres se escuchaba: “Viva los novios!”  

Entre cada plato había una canción, y una de las canciones que no sabíamos si pegaba mucho o no, como es: “La Barbacoa” de Georgi Dann fue la que más éxito tuvo, y es que una canción que es popular, que la conoce todo el mundo y se la sepa o no, ánima a que todo el mundo despierte y colabore con sus voces a coro. Y nosotros riéndonos, viendo a la gente alegre y viendo que habíamos acertado con la canción. Y así sucesivamente, entre griterío, canciones, comida y bebida fue pasando el turno de la comida, hasta llegar al momento del pastel.

Y cuando llegó ese momento, nos trajeron un pastel enorme, y nos dijeron que nos levantásemos y no entendía nada, y Carlos y un camarero me ayudaron a subir, no entendía dónde, pero subí a unas escaleras, y esas escaleras te llevaban a la cima del pastel. Y estábamos los dos, Carlos y yo, arriba de un pastel gigante, en medio de todos. No veía a nadie, pero sabía que estaban ahí, expectantes, observándonos, y al servirnos unas copas de cava, creíamos que era el momento de dedicarles un gran brindis, y es que sin ellos no hubiera sido lo mismo. Algunos de los invitados habían tenido que coger un avión para llegar, otros un tren, otros cambiar turnos de trabajo, otros pedirse fiesta, pero todos estaban ahí, apoyándonos y siendo partícipes de nuestro día. Así que, me lancé sin micrófono, con la euforia que llevaba no me hacía falta, me daba igual quedarme sin voz, era un día  para darlo todo. Al ver nuestra intención nos dieron un micrófono, pero yo ya me había quedado a gusto diciendo lo que tenía que decir, pero el turno de Carlos, que a pesar de su timidez, sabía que era el momento de aparcarla y dedicar unas palabras a nuestros invitados. Después yo me vine arriba y le robé el micro, aunque no fue muy buena idea, porque casi dejé a todos sordos, así que bajé el nivel y solamente me quedó decir que continuase la fiesta, y es que era totalmente una fiesta lo que estábamos viviendo.

Después era el turno de devolver sorpresas, y teníamos algunas preparadas. Por supuesto, nos hubiera gustado hacer muchas más, pero tampoco queríamos aburrir al personal, y saben que algunas de las personas que no recibieron regalo personalizado, también son personas muy, muy, muy importantes para nosotros. Sin embargo, teníamos que elegir un número de personas, para que tampoco se hiciera eterno.  
Así que… ¡maestro que empiece la música!
La primera canción que sonó fue la banda sonora de Harry Potter, nosotros no somos muy fans, pero sabíamos que a ellos, quienes habían tenido que pedir fiesta, quienes habían tenido que hacer kilómetros, incluso embarazada, para venir a nuestro evento, y sobre todo por la amistad que me une con él desde hace años, por ser de la tierra que me adoptó durante veranos, la tierra del vino y donde residieron mis abuelos, no podía faltar hacer un regalo a Alfonso y Eva. Y es que nada más ver ese body de bebé nos acordamos de ellos, era el uniforme de Gryffindor, una escuela de Harry Potter, y es que ellos, sobre todo él es muy fan de la saga.

Pero, después de un tema tan instrumental, tocaba levantar el ánimo a todo el mundo y no podía faltar una rumba.  Y es que, qué mejor tema para los amigos, que: “Amigos para siempre” de Los Manolos. Y ahí que los sacamos a bailar y empezamos a regalarles unas tazas a cada pareja. Unas tazas que si las unes, pone que tras una boda sale otra, a ver si se animan. Nuestros amigos siempre están ahí, para reír, para llorar, para celebrar barbacoas, para ir de camping, y para ser un gran apoyo. Ellos habían venido sin los hijos, demasiado pequeños, y querían darlo todo en nuestro día sin estar pendientes de los peques, así que, como querían darlo todo, era el momento de sorprenderles, de animarles a dar el paso y de bailar.

Después de la animación, era el momento de que la emoción y las lagrimas de alegría empezasen a asomar, y esa fue la intención. Carlos le hizo un regalo muy especial a su hermana. Y es que el regalo en sí, puede que no fuera gran cosa, era un ramo de flores, ni siquiera era el mío, el de la novia, pero fue especial el momento. Más que nada, por la canción escogida: “Canción a mi hermana”  íbamos por todas las mesas y nadie se imaginaba, para quién sería la sorpresa, de eso se trataba. Carlos clavó el momento, llegando justo enfrente de ella cuando la canción decía: “…y sentir el orgullo de ser…. Tu hermano” y ese momentazo fue aún, si cabe, más emotivo, porque Carlos lo cuadró. Ella se levantó y se tiró en los brazos de su hermano, como si hiciera tiempo que no lo hubiera visto, y eso me alegró, me hizo llorar, me hizo sentir bien, porque fue la unión de dos hermanos que saben que se tienen. Seguro que las flores también le gustaron, pero la canción y que pensásemos en ella, sin que ella se lo imaginase, fue más grande que todo el resto, y es que la vida son momentos.

Pero, no era momento de guardar los pañuelos, porque después llegó un momento que hizo llorar hasta al apuntador.  Y es que decidimos casarnos, ya sabíamos para quien sería mi ramo. El ramo de la novia, el más codiciado, el que se supone que es para la siguiente persona que va a dar el paso, no queríamos que fuera lanzado al aire, ni dárselo a la próxima, sino que queríamos dárselo a alguien muy importante para nosotros. Y si el ramo se supone que forma parte imprescindible de la novia, ella lo es para nosotros. Así que no dudamos, y enseguida nos pusimos de acuerdo los dos, en dárselo a su abuela. Ella se merece todo, por haber estado en un momento tan importante para nosotros, y por estar siempre que la necesitamos. Así, que elegimos una canción de una novela que veíamos, tanto ella como nosotros, y después de dar unas cuantas vueltas nos acercamos a darle una fotografía enmarcada, en la que salimos con ella, y, por supuesto el ramo. No pudimos evitar que las lagrimas se nos cayesen, al verla tan emocionada, tan agradecida y tan guapa.

Y, por supuesto, no podía faltar un detalle personalizado para nuestros padres con la canción de fondo de Joan Manuel Serrat “Esos locos bajitos” y es que, como dice la canción: “a menudo los hijos se nos parecen…” y es que por mucho que digamos de nuestros padres,  siempre acabamos pareciéndonos a ellos: sus gestos, sus manías, sus latiguillos, todo absolutamente todo lo hemos copiado de ellos. Sin ellos no hubiéramos tenido la educación, el cariño y no seríamos quienes somos. Así que, qué mejor regalo que una fotografía enmarcada en la que salíamos con ellos. Creímos que era un regalo inmortalizado del día. Además, cuando ya habíamos dado el retrato llegó otra sorpresa: un vídeo editado por nosotros, en el que Carlos decía: “¡Gracias por haber creado a la mejor novia del  mundo!”  y salía yo de pequeña con mis padres, y a la inversa. Lo malo, entre comillas, es que el sonido no fue muy bueno, pero lo importante fue el detalle y el cariño con el que se lo dedicamos. Así que, en toda regla fue un detalle fotográfico, fotos de un pasado recopiladas en un vídeo y la fotografía del presente. Y es que, aunque los años pasen, aunque se piensen que ya no los necesitamos, los necesitamos mucho, pero sobre todo los necesitamos ver bien, felices, sonrientes y siguiendo adelante, porque ellos son nuestro ejemplo a seguir.

Pero, todo no había terminado, muchos seguro que pensasen que sí, pero era el momento de nuestro baile. Aunque, primero teníamos que marcar los tempos, así que se fue Carlos a organizarlo con el Dj, y es que no haríamos una canción entera, sino que lo mejor era mezclar. Así que mientras lo preparaba era el momento de dispersión, saludar mesa por mesa, preguntar cómo lo llevaban, cómo estaban y saber que estaban presentes. Cuando llegó el turno del baile, nos empezamos a poner nerviosos, porque no habíamos practicado tanto como nos hubiera gustado. Nada más entrar, nos pusimos a bailar, sin ir al centro de la pista, pero no caímos y yo me dejaba llevar, porque no sabía dónde estaba situada exactamente. Nuestra canción fue: “La rosa de los vientos” de Mago de Oz.  La del baile fue una de las canciones que más nos costó elegir. Puede que no sea una de las canciones más románticas, ni más típicas, pero fue durante mucho tiempo una de nuestras canciones, así que no podía faltar. Sea popular o no, es nuestra canción, era nuestro baile y nuestra boda, así que no podía faltar una de las canciones que hace tiempo Carlos me dedicó.  
Pero, no todo iba a ser bailar como si fuera la primera vez, como si estuviéramos solos, necesitábamos bailar y saltar, así que enseguida empezó a sonar de fondo unas flautas, típica de Mago de Oz, y es que habíamos hecho mezcla y empezaba a sonar de fondo: “Fiesta pagana”  y con cada acorde fuimos marcando el ritmo, acercándonos al centro de la pista, hasta aproximarnos  a los nuestros, para que se uniesen. Si era una fiesta, era para que bailásemos todos, y sí que bailamos, saltamos y cantamos como si no hubiera un mañana. Hasta me sentí volar, y es que Carlos me había levantado en brazos, y en volandas me sentía en el cielo. Feliz, feliz y más que feliz al sentirme casada, y tan bien rodeada,  y con música alegre,  y con ímpetu de fondo.

Empezaron a animarse todos, y es que hasta que no hiciéramos el baile de pareja no se abría la barra libre, así que vieron que las barreras de la bebida se abrían y en seguida todos empezaron a pedir bebidas, a bailar, a beber, a juntarse, a cantar, a dialogar, a reír, ya que la fiesta continuaba y no podía cesar.  Aunque, como he dicho al principio, me arrepiento de algunas cosas, y una de las cosas fue no bailar con mi padre cuando aún estaban los fotógrafos, y es que en ese día estás como flotando en una nube. Pero, gracias a una amiga que me hizo hincapié en ello, bailé con mi padre, quien me acompañó en la ceremonia hasta quien es ahora mi marido, quien me ha acompañado y ha luchado para quitarme todas las barreras que me he podido encontrar en el camino: y es que él siempre quiere allanarme el camino, sin darse cuenta que tropezándome también aprendo mucho, pero se siente en la gran responsabilidad de facilitarme la senda que he de pisar. Así que bailé con él la canción de: “Mediterráneo” de Serrat, porque sé que es una canción que le gusta, porque el mar Mediterráneo lo tenemos cerca y es testigo de nuestro caminar por la vida. ¿Sabéis qué? Ese momento, esté grabado o no por los fotógrafos, quedará grabado en el recuerdo. 

No de todo tiene que haber testimonio gráfico, porque eso te facilita a la hora de recordar, pero hay instantes que pellizcan el corazón.  Y, puede que una frase, un abrazo, un beso o un baile queden en la memoria. Esos grandes inolvidables que al recordarlos se te eriza la piel, porque han significado algo importante para ti. Y, en general, tenga fotos, vídeos, audios de lo vivido, como decía El Principito: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”  
Así que: pueda ver o no , se haya grabado o no, haya documento gráfico o no, ese día lo recordaré en mi memoria. Es por  ello que lo he querido relatar, porque no podía faltar en mi maleta, en esa que se va llenando con experiencias, vivencias y anécdotas, uno de los días más esenciales de mi vida.

Sin embargo, la fiesta no puede terminar con un evento, tiene que continuar. Los años no pueden calmar las ansias por seguir recopilando anécdotas. Y, es que no se puede quedar en un día… algún día nos volveremos a juntar todos, no para ser de nuevo protagonistas, sino por el puro placer de estar juntos, reír, bailar y brindar por lo que venga.  De momento, Carlos y yo seguiremos como estamos siguiendo adelante, planificando viajes, batallando contra las adversidades, pero juntos, porque todo es más fácil cuando se hace junto con tu otra mitad, esa quien cuando te ve caer te ofrece la mano, esa que le borra los problemas con la mágica goma de borrar de los abrazos, de las palabras y de la sensatez. Esa que sabe estar cuando lo necesitas siendo la luz  que alumbra la oscuridad del camino, y aún tenemos mucho por recorrer. 
Kenzie, Carlos y Pili con un corazón y Montserrat detrás


Fue un día estupendo y no me queda otra que dar las GRACIAS  a todas las personas que sufrieron mis estados anímicos, cambiantes y alterados durante los meses y días previos al evento. Gracias a todas aquellas personas que vinieron para demostrarnos su cariño y arroparnos con su calor. Gracias a nuestros padres que supieron estar a la altura, aunque estando en ocasiones más nerviosos que nosotros mismos y no sabían cómo actuar. Gracias a mi peluda, por haber superado ese día con éxito, a pesar de que es una situación de estrés para cualquier perro. Y, sobre todo gracias a quien es ahora mi marido, por haber estado en todo momento a mi lado, por ser mi gran apoyo y por estar ahí. 


Un día que recuerdo como si fuera un sueño, del que no quiero despertar, por si acaso se desvanece todo. Pero, sé que no fue un sueño, ni una película, porque a veces la realidad superar a la ficción, ¿o sí?  
Ya decía Pedro Calderón de la Barca en La vida es sueño:
“… ¿Qué es la vida? 
Un frenesí
¿Qué es la vida?
Una sombra, una ilusión, una ficción.
Y el mayor bien es pequeño: la vida es sueño.  
Y los sueños, sueños son”