lunes, 19 de agosto de 2013

EXPRIMIENDO JULIO: Segunda parte

El viaje
Recién llegados a Barcelona de Pamplona, nos tocaba emprender otro viaje. Llegamos el lunes por la tarde, y no nos podíamos quedar dormidos en los laureles, teníamos que preparar cosas. El martes teníamos que preparar la maleta y todo lo que nos quisiéramos llevar, ya que el miércoles día 10 salía nuestro vuelo hacia Menorca.
El miércoles me despedí de Kenzie y la llevé a casa de mis padres. Nos daba mucha pena no llevarla, pero…creíamos que era lo mejor para ella. A ella le encanta la playa, pero para disfrutar de ella, no para estar con el arnés sin poder bañarse y hacer la croqueta. Así que, entre que era un sitio que no conocíamos...Preferimos dejarla en casa de mis padres, que estaría bien cuidada y seguro que no pasaría tanto calor.
Con la maleta a punto, mochilas y energía cargadas, nos fuimos al metro para dirigirnos al centro. En Plaza Catalunya cogimos el Aerobus: un bus que te lleva directo al aeropuerto, de una manera cómoda y rápida. Creo que, hicimos bien en cogerlo, mejor que el tren. Llegamos bien de tiempo. De todas maneras, nos quedaba facturar la maleta. Cuando ví la cola que había para facturar casi me da algo. En todos los mostradores de Vueling, compañía con la que viajábamos, había gente esperando. Pensé que llegaría la hora de embarcar y aún estaríamos allí. Aunque ya se sabe quien espera, desespera, y eso es lo que me pasaba. Respiré mucho más tranquila una vez ya habíamos facturado. Incluso, nos sobró algo de tiempo. No mucho, pero al  menos, no teníamos que ir corriendo por los pasillos del aeropuerto. Pasamos los controles, e incluso, tuvimos que esperar a que abriesen la puerta de embarque. Los aviones de hoy día son como autobuses, ya que salen unos, y en el mismo avión, del cual acababan de bajar, nos subimos.
Cuando teníamos que subir al avión nos fijamos que  nuestros asientos  no eran correlativos. Nos tendríamos que  sentar en asientos separados. De todas maneras, tal y como nos dijo la azafata, lo podíamos intentar. Así  lo hice, hasta que alguien reclamó su asiento, y tuve que ir al asiento que me habían asignado.  Es muy raro viajar sin nadie que conozcas al lado,  parecía que viajase sola. Bueno, a ver, que estaba en la fila de delante. Además,  afortunadamente, el viaje  no es muy largo. Así que fue cerrar los  ojos, abrirlos, y estar aterrizando.

Nuestra llegada a Menorca
Una vez aterrizados fuimos a buscar la maleta. Con la maleta recogida fuimos a la oficina del renting, para alquilar el coche que habíamos reservado. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que el coche que habíamos reservado no estaba. Habíamos reservado un Seat, y nos dijeron que no tenían que no trabajaban con esa marca, entonces…¿para que ponen esa marca en la página web? Vale, sí, ponía Seat o similar, pero que pongan marcas con las que trabajen. Bueno, al final, nos tocó un Corsa.  Nos tocaba saber cómo funcionaba antes de sacarlo del parking del aeropuerto. Una vez con el coche, el GPS puesto, fuimos a buscar el apartamento. Estaba en la otra punta de la isla, ya que el aeropuerto está en Maón y nuestro apartamento estaba cerca de Ciudadela. De punta a punta.

El apartamento
Nuestro apartamento estaba situado en Ciudadela, en una urbanización llamada “Los Delfines”.  Cuando encontramos Cabo de baños, sitio donde estaba el apartamento y de ahí que llevase ese nombre, nos dirigimos a la recepción. Estaba cerrada. Ahí me entraron todos los males, entre el calor, el hambre, llegar y ver que no es que no hubiera nadie en la recepción, sino que estaba cerrada, me temí lo peor.  Afortunadamente, Carlos no se dejó llevar por los nervios y recordó que esos apartamentos, pertenecían a un complejo llamado “Los lentiscos”. Cargados, sudados y cansados fuimos caminando hacia ese complejo de apartamentos. Ese lugar era inmenso, y sí que había alguien en la recepción, la cual sin ninguna explicación- como si ya lo supiéramos, cuando no había ni un cartel, ni ninguna información- nos dio las llaves, la clave del wifi y nos dijo que podíamos hacer uso del mega complejo.
Con ganas de ver qué habitación nos había tocado, fuimos a nuestro hogar vacacional por unos días.  Abrimos y estaba bastante oscuro, fue descorrer la cortina e iluminarse una sonrisa. Teníamos terraza con vistas estupendas.  
Vistas desde el apartamento
Vistas desde el apartamento

Puesta de Sol desde el apartamento
Pero, aparte, estaba muy bien equipado: cocina, nevera grande, comedor, sofá, televisión, baño con jacuzzi, habitación con camas. Lo mejor la terraza con su mesa de plástico y sus sillas que nos dejaba ver el mar, y la piscina con la que contaba el recinto. Además, habíamos elegido ese sitio, porque al estar al oeste de la isla podríamos contemplar la puesta de Sol. ¡Qué vistas más privilegiadas!
Teníamos que completar el apartamento con comida. Así que, después de comer algo en el complejo gigantesco, nos fuimos a un Mercadona para comprar todo lo necesario, incluso compramos de más por si acaso.
Entre comprar, deshacer la maleta y organizarse el día se nos fue de las manos y no hicimos gran cosa. Tan sólo, que ya es mucho, disfrutar del apartamento, organizarnos y descansar. Mañana sería otro día.  
Piscina
Piscina


Monte Toro
Vistas desde Monte Toro
 Al día siguiente, como el día parecía no estar muy soleado. Preferimos no ir a la palaya. Cambiamos orilla de mar, por vistas de la isla. Nos dirigimos a un sitio, en medio de la isla- cerca de Es Mercadal, donde se podían observar unas vistas de la isla. Desde la montaña más alta de la isla se podría ver todo,  si no fuera porque las nueves no facilitaban la labor de la observación.  De todas maneras, pasamos una mañana tranquila, paseando por la montaña, haciendo fotos  e intentando averiguar lo que se veía.  


Puerto de Ciudadela
Esa misma tarde, acompañados por el atardecer  visitamos el puesto de Ciudadela. Me pareció muy bonito, con el mar, los barquitos y la puesta de Sol de fondo. Caminamos bastante, para ver a fondo el puerto, lo rodeamos, hasta que llegamos al punto central: donde había muchas tiendas, restaurantes y gente. Después de visitar algunas tiendas, aprovechamos para cenar por ahí una pizza.  Visitamos también un mercadillo que estaba en una cuesta y entre escaleras, muy mal ubicado, porque entre las escaleras y la aglomeración de gente, no hacía muy agradable pararte en los puestos. Después vimos la catedral, más puestecitos, en general, dimos un repaso al puerto. Este sitio nos encantó y lo visitamos en varias ocasiones, aparte de porque estaba cerca, porque nos gustó mucho pasear por ahí.  
Puerto de Ciudadela
Port de Ciutadella 


Cala Mitjana
Al tercer día tocó playa. Ya nos tocaba pisar la arena de la playa, y ver cómo era la costa menorquina. Pero, cuando estás en un sitio que no conoces…vas a l primer sitio que te llama la atención por la ubicación en el mapa.
Llegamos, aparcamos, y empezamos la caminata hasta llegar a  la cala. Una cala pequeñita y repleta de gente, casi no encontrábamos sitio para dejar la toalla- menos mal que no era agosto-.  Pero, de camino ya empezábamos a notar un olor desagradable, a agua estancada. Una vez en la cala, ese olor se hacía más presente. De todas maneras, algún baño nos dimos. No estaba realmente sucia el agua, así que no sé de dónde vendría ese olor tan desagradable. Estuvimos un poquito, hacía mucho calor y entre la cantidad de gente, el estar sin sombrilla y que con un poquito basta, ya teníamos más que suficiente.
La verdad es que Cala Mitjana, a pesar de su paraje natural, de la arena fina, de tener agua cristalina, no nos llamó mucho la atención. Más bien, nos desilusionó n poquito, quizás el hecho de que hubiera tanta gente también nos desalentó un poquitín.   
Cala Mitjana

BINIBEQUER
El sábado como el día despertó un poco nublado, optamos por ir a visitar un pueblo que nos habían recomendado. Un pueblo que estaba casi en la otra punta de donde estábamos, pero que valdría la pena visitar, y así fue. Llegamos, después de pasar por carreteras estrechas a un pueblecito pesquero. Una zona de costera con mucho encanto. Todas las coitas eran de color blanco. Paseamos entre las casitas, llegamos a la costa y observamos algunas barquitas. 
Barquitas en Binibequer
Barquitas en Binibèquer
Casitas blancas  Binibèquer
Casitas blancas de Binibèquer

A pesar de que el día estaba medio nublado, hacía un bochorno tremendo. Paseando entre las calles rodeados de casas blancas, empezamos a notar que caían gotitas…Antes de que empezase a apretar la lluvia, optamos por ir al coche no fuera a ser que se pusiera a llover con más intensidad. Pero, fue ponernos a conducir y caernos la tormenta mientras íbamos en el coche.  Conducir bajo la lluvia no es muy agradable, pero no quedaba más remedio que seguir adelante.   


MAHÓN
Llegamos a Mahón y hasta que no paró la lluvia no nos atrevimos a apearnos del coche. Una vez la cosa se tranquilizó pisamos el asfalto para recorrer las calles. Era la hora de comer y una de las formas de visitar la ciudad es buscando un sitio para comer. No teníamos ni idea de dónde ir, no conocíamos el lugar, no llevábamos mapa y teníamos hambre. No valía quedarse con el primer sitio que viésemos. Vimos algunos restaurantes que no tenían mala pinta, en los que hacían platos combinados, eso no estaría mal. Sin embargo, seguimos caminando, para dar la vuelta siempre habría tiempo. Caminando y caminando llegamos al puerto, pero no era como el de Ciudadela…no tenía tanto encanto. Pasamos por una brasería que nos cautivó con el olor que desprendía, pero estaba a tope de comensales, así que seguimos caminando. En el paseo marítimo vimos  un sitio que hacían menús. ¡Menú un sábado! Habíamos caminado bastante, y como pensamos que era un sitio perfecto nos quedamos. Menú a precio asequible, con sito para come y con muchos platos para escoger. Nos quedamos en la terracita, ya que dentro hacía el mismo calor que fuera. Al menos en el exterior podríamos ver la gente que paseaba, y vimos que muchos al ver la pizarra con el menú también se quedó. Elegimos bien, porque comimos genial.
Con el estómago lleno paseamos por la ciudad, pero, para mi gusto, no tenía la magia que tiene Ciudadela. Sin embargo, eso no lo sabes hasta que no pisas la ciudad y recorres sus calles. Hicimos fotos como turistas del lugar y emprendimos el camino hacia el coche. Nos tocaba conducir un largo trecho hasta casa.
Por ese día, aún sin playa, había sido bastante completo el día. Haciendo turismo, paseando y pasando por una tormenta veraniega.

CALA PILAR
Para el domingo teníamos planeado una excursión. Nos levantamos y vimos que lucía un Sol radiante. Nos preparamos bocadillos y cogimos las botellas de agua que teníamos en el frigorífico. Preparados, subimos al coche para dirigirnos a nuestro destino: 
Teníamos especial ilusión en ir a esa cala, ya que había leído sobre ella. Cuando nos acercábamos a la cala, por el camino observamos: vacas muy cerca del camino. 
Vacas cerca de Cala Pilar
Una vez aparcamos donde nos indicaron, empezamos el camino. Antes de empezar la caminata había un cartel donde explicaba que era una ala de difícil acceso y que aproximadamente se tardaba 45 minutos. Ni eso, ni el calor, nos echaba atrás, queríamos llegar a la cala.
La excursión: Empezamos con mucha ilusión, a pesar del calor, el bochorno, lo cargados que íbamos y las piedras que nos encontrábamos. Parecía que nunca íbamos a llegar a la playa. Estábamos en un bosque encantado, lleno de árboles centenarios, inmensos (todos ellos con su respectivo nombre escrito en un cartel).  Aparte de lo lejos que estaba, de lo difícil del camino, también tardábamos porque íbamos haciendo fotos. 
Cartel en Cala Pilar
Parecía que llegábamos, porque ya se veía el mar, pero nos quedaba bajar. Mejor sin prisas, porque si no hubiéramos bajado rodando, ya que había piedras que se movías y nos podíamos resbalar.
Cuando pisamos la arena se nos dibujó una sonrisa. ¡Habíamos conseguido llegar!. valía la pena hacer esa larga caminata por la montaña. ¡Ya estábamos! No había casi gente. No estaba aglomerada de gente, estaba limpísima y podíamos elegir dónde colocarnos. Nos pusimos cerquita de la orilla.   


Es una cala muy virgen, no hay nada alrededor que no sea naturaleza. Es una cala situada al norte de la isla, entre Ferreries y Ciudadela. Tiene arena finita y de color dorado, tirando a rojiza. El agua es totalmente transparente. Está rodeada de árboles, los que hemos dejado atrás en el bosque, pero en la cala no hay ninguna sombra donde cobijarte. Fuimos preparados para hacer el camino con deportivas y agua, pero no fuimos cargados con una sombrilla, que nos hubiera venido muy bien.
Carlos disfrutó buceando. En cuanto regresó de estar sumergido bajo el agua, fuimos al agua, necesitaba refrescarme. Estaba buenísima ¡, fresquita y limpia. Después de comer los bocadillos que habíamos llevado- allí no hay ni servicios, ni chiringuito, ni nada de nada, solamente naturaleza- empecé a notar que el Sol picaba más de lo habitual.  No paraba de embadurnarme de crema para protegerme del Sol.
Sin embargo, por la tarde mis piernas cada vez que sentían el Sol se resentían. Tenía la ligera sensación de que me abía quemado.
Por la tarde decidimos emprender el camino de vuelta, el Sol ya no me resultaba agradable y ya llevábamos bastante rato. Por el bosque encantado, cada resquicio de Sol que se colaba por los árboles, me era dañino. Buscaba las sombras podía, pero el camino seguiía siendo tan largo como para ir.
Efectivamente, me había quemado, y lo primero que hicimos, antes de subir al apartamento, fue pasar por alguna tienda para comprar alguna crema que me aliviase ese dolor.
Pero, a pesar de que  mi piel no aguantase los rayos del Sol me encantó la  calita. Si ya íbamos con ilusión,  el resultado  no nos decepcionó para nada. Pero, no encontramos el baro que habíamos leído  que se podía encontrar y servir como mascarilla para el cuerpo, no sé dónde estaría.  Nos dio igual no encontrar el barro, que hubiera bichos merodeando alrededor nuestro,  nos gustó mucho la cala.
Si vais a Menorca os recomiendo que hagáis esta excursión, merece la pena la caminata.  Eso sí, llevar deportivas para la gran caminata, agua en abundancia, comida y si podéis una sombrilla y sobre todo protector solar.

Día 15 de Julio: Mi cumpleaños
El lunes cumplía años y me levanté echa polvo. No era la edad, eran los achaques del Sol. Había pasado una noche horrible: con frío, calor, dolor por el rocé de la sábana….!buff! estaba relamente quemada. Era una gamba andante.  No paraba de hidratarme con after sun, pero seguía sintiéndome con dolor.
Carlos me despertó felicitándome y tirándome de las orejas, seguido todo ello de regalitos. Los regalos fueron: ropa, bikini y unos pendientes de plata preciosos.  La ropa no me la pude probar ese día, estaba demasiado dolorida comp ara probarme ropa.
Como era mi cumpleaños elegía yo el plan del día. Estaba tan quemada que cualquier cosa menos playa. Hicimos el vago hasta que llegó la hora de comer. Fuimos a comer paella, cerca de la playa en Cala Blanca.
Restaurante Miramar
Fuimos a un restaurante que le habían recomendado a Carlos, especiazado en paellas.  Tenia una terraza, con un techo, lo cual hacía que estuviéramos en la sombra. ¡menos mal! Necesitaba  huir del Sol. El camarero nos llevó hacia la mesa, y no sé por qué, peo supo que no veía. Me extrañó que lo supiera, ya que iba sin Kenzie, y sin bastón, pero no sé porqué pero lo sabía. Tuvo muchas atenciones conmigo, e incluso nos recomendó la paella ciega: que consiste en arroz con mariscos peldos, para no enconrarte ninguna dificultad a la hora de comer.
Pedimos una ensaladita marinera y después paella: mitad la recomendada junto con otra normal- para que nos encontrásemos alguna gamba con su cabeza-.
Nos gustó mucho el sitio, por el trato amable de los camareros, por las vistas y por la comida. El restaurante tenía un protagonista indiscutible un papagayo que era del dueño. El dueño que era muy gentil, quien se había percatado que no veía, tuvo el detalle de acercármelo para que lo pudiera tocar. Le toqué la cola, era muy larga.
En el restaurante con el papagayo
  El papagayo estaba domesticado, estaba suelto e incluso chapurreaba algunas palabras.
Pasamos un buen rato en el restaurante. Después fuimos a casa a descansar. Por la tarde empezaron las llamadas de felicitación. Hubo algunas que no las pude ni contestar, porque daba la casualidad que estaba hablando con otra persona. Se juntaron todas por la tarde-noche.
Por la noche fuimos a mi sitio preferido: el Puerto de Ciudadela. Allí después de pasear, visitar tiendas y demás, terminamos cenando una pizza a la que días atrás había echado el ojo. La pizza se llamaba Pilar, como yo, y los ingredientes eran: setas, champiñones, salsa de ceps….con esos ingredientes no me pude resistir.
Así, concluyó el día de mi cumpleaños, comiendo una fabulosa pizza, con una compañía perfecta. Eso sí, faltaba alguien especial, Kenzie, peo….todo no se puede tener, y menos cuando estás lejos de los tuyos. No cabe duda que fue un cumpleaños diferente. 

Coves d’en Xoroi 
 El martes, como aún estaba resentida por el paso del Sol en mi cuerpo, descartamos ir a la playa. Aún no estaba preparada para pasar el día bajo el Sol. Fuimos a un sitio llamado: Coves d’en Xoroi.  Unas cuevas naturales que están más cerca de Mahón que de Ciudadela. Todo el mundo nos decían que teníamos que ir, aunque fuese para verlas. Esas cuevas las han convertido en un lugar de copas. Por la noche se convierte en discoteca, pero preferimos ir por la mañana, para poder ver algo de las vistas. Está abierto todo el día. Pero, vayas a la hora que vayas, para entrar hay que pagar. Con la entrada te viene una consumición de un refresco. Por la mañana la entrada es más barata, que por la tarde, o por la noche. Pero, nosotros, no lo hicimos por el tema económico, que también, si no que preferíamos aprovechar el día allí.
Pensé que sería un sitio más grande, pero no es muy grande. Dentro de la cueva se está fresquito, más que fuera en la terraza. Pero las vistas desde la terraza son magníficas: se ve el mar.  
Vistas desde las coves
No estuvo mal la excursión a la cueva. Pero, no me lo imaginaba así. Pensé que sería un lugar más amplio, con algún guía explicándote. Pero, era como ir a un local ambientado en una cueva, que es lo que era. Me pareció algo caro, un negocio más para sacar dinero.   

Es Castell
Después de nuestra “vista obligada” a las coves, volvimos a “casa” para comer. Por la tarde, cogimos de nuevo el coche,  para ir a un pueblo que tenía muy buena pinta. Lo malo volver a hacer kilómetros en coche, estaba en la otra punta de la isla. Pasamos de nuevo por Mahón, esta vez sin bajar del coche, simplemente un pequeño despiste del GPS que quiso que visitásemos de nuevo el pueblo. Pasamos Mahón y llegamos al destino: Es Castell.
Es Castell es un pueblo situado en la parte más oriental de la isla, tocando a Mahón. Paseamos por el pueblo y vimos que estaban de fiestas. En medio de una plaza se escuchaba música. Seguimos paseando hasta llegar a un puerto pequeñito. Bajamos para ver el muelle de más de cerca. Era un lujo pasear por ese paisaje de postal. A un lado terrazas y terrazas de restaurantes y al otro el mar con sus barcas.  El muelle se llama Cales Fonts.
Cenamos en uno de los locales. Nos tocó estar dentro, porque toda la terraza estaba al completo. Creo que, incluso estuvimos más fresquitos con el aire acondicionado. 
Después contemplamos el muelle, todo iluminado y con la luna, casi completa, amenizando la noche con su luz. Entramos en laguna tienda de lo más típico de la isla: menorquinas. 
Y, entre las tiendas de arriba, paseando entre terreno empedrado, encontramos puestos de artesanos. Uno de ellos era de collares hechos a manos. Y ahí caí, me explicaron de que estaban hechos, de dónde eran y, claro, me sedujeron. Sobre todo, uno de los collares hecho con semillas de café, y aún conserva su olor. Me encanta.
Así la noche llegó a su fin, tocaba coger el coche y emprender, entre la oscuridad de la noche, el viaje de vuelta al apartamento.  

Cala Blanca
El miércoles, un poco más recuperada de mis quemaduras, me atreví a volver a la playa. Eso sí, no quería que me diera mucho el Sol, no lo hubiera soportado. Así que, fuimos a una playa cercana, Cala Blanca- mismo sitio donde habíamos ido a degustar la paella-.  No nos pusimos cerca de la orilla, no hacía falta, preferí quedarme debajo de la sombra de un árbol. Así si quería algo de Sol me movía, y si no allí con sentir la brisa marina, tenía más que suficiente. 
La playa que se veía desde el restaurante, estaba bastante llena de gente, pero eso ya lo habíamos visto el día que estuvimos comiendo allí. Pero, estaba alrededor de restaurantes, hoteles, etcétera…eso hacía que perdiera todo el encanto que en un principio debía tener. Pero, para tomar el Sol y remojarte un poquito ya está bien.   
Para remojarnos al gusto y nadar todo lo que quisiéramos teníamos la piscina. Casi siempre estaba solitaria y estaba muy bien, no muy grande, pero suficiente para nosotros.  Para secarse, teníamos para elegir: tumbonas con sol, sin sol, con sombrilla….al gusto.

Cala Galdana 
El jueves, nuestro último día, fuimos a una cala que me habían recomendado: Cala Galdana. SI había superado el día anterior en la playa, aunque debajo de un árbol, estaba convencida que el paso de los días y mis curas habían surgido efecto para aguantar un día más en la playa. 
Cala Galdana resultó ser una cala llena de gente, demasiadas personas. Sobre todo era una playa llena de extranjeros y todos en familia, demasiados niños. Una playa que no cubría nada de nada, por eso era ideal para ir con niños. Nosotros no íbamos con niños. Pero, ya que estábamos allí…no quedaba más remedio que disfrutar como niños. Aunque éstos pasasen y te llenaran de arena, aunque tuvieras a unos centímetros a una familia de extranjeros que parecía que fuésemos con ellos.
Lo mejor de la cala, la comida. Comimos en un chiringuito que había a pie de playa, podíamos comer con el pareo y el bikini, Carlos sin camiseta, y ahí ni te decían nada por las pintas, ni eras el único con esas pintas. Cada uno iba como quería. Comimos un plato combinado. 
Después, fuimos al apartamento a descansar, a aprovechar la piscina y a empezar a hacer limpieza.
Por la noche teníamos plan: ir a cenar a un sitio, que nos habían dicho que se comía de maravilla. Pero, antes quise hacer una paradita pro Ciudadela y hacer las compras que había dejado para el último día, fuimos directos, ya que tenía las tiendas fichadas.
Ya con las compras hechas pudimos dirigirnos al restaurante: Ca Na Marga.
Un restaurante situado que lleva muchos años en la isla. Está situado dentro de Fornells, en una urbanización. La verdad es que si no sabes ir, si no te fijas, es un poco lioso, porque no se ve desde la carretera. Solamente lo abren por la noche, pero está a tope, mucha gente va con reserva. Tuvimos suerte y nos atendieron, a pesar de no haber reservado. Pero, solamente éramos dos.
Comimos de maravilla, unos entrecots de buey que estaban muy tiernos. Los postres eran una pasada, aunque ya estábamos llenos, la gula pudo y nos pedimos algo de postre.  Merece ir la pena al sitio, totalmente recomendable.          
Dulce de chocolate
Delicioso postre de chocolate con chocolate


La vuelta….
Aterrizando en Barcelona y en la vida real.
El día de despedirnos de nuestro apartamento había llegado. Tocó madrugar para terminar de hacer la maleta, que ya la teníamos casi lista del día anterior. Pero, como siempre quedan cosas, pues tocaba dejarlo todo listo.  Dejando todo limpio y listo, fuimos a dejar la llave. Ya no teníamos “casa estival”.
Sobre las 11 de la mañana emprendimos el viaje hacia el aeropuerto, en Mahón. Teníamos que devolver el coche, lo tenían que revisar y teníamos que facturar. Más valía ir con tiempo. Dejamos el coche. Facturamos. ¿Y ahora? Nos sobraba tiempo. Miramos las tiendas.
Algo que me sorprendió del aeropuerto: Había una terraza, donde podías fumar. Una manera de que la espera se haga más corta, poder respirar algo de calor natural. De todas maneras, por si hay algún despistado, colocan los avisos de los vuelos también fuera. 
Se hizo eterna la espera, por llegar con tiempo y porque el vuelo venía con retraso. La puerta de embarque no se abría nunca. Al fin, una vez lo descargaron de gente, subimos nosotros. 
El viaje es corto, se tarda más en despegar y aterrizar que otra cosa.
En el aeropuerto de Barcelona nos esperaba mi padre. Llegamos a casa y mi  madre junto con Kenzie nos estaba esperando. Kenzie cuando nos reconoció se puso muy contenta al vernos. No paraba de dar saltos , y de correr, sin parar de mover la cola. ¡Qué ilusión volver a verla! 
Y ya se acabaron nuestros viajes. En Barcelona hay mucho que hacer, y aquí estamos. Estamos trabajando en verano, y siempre que podemos hace alguna escapadita aprovechando el buen tiempo.  Además,  estoy muy ilusionada con futuros proyectos, y creo que, voy a seguir viajando mucho. Pero, sobre todo,  voy a vivir muchas experiencias.

Se han acabado los viajes estivales, pero nunca se sabe….y sé que vendrán muchos más.  ¡Vamos a seguir disfrutando con lo que queda del veranito! Aún queda mucho por exprimiendo, espero que  todo lo que exprima  salga tan delicioso como este julio. 

miércoles, 7 de agosto de 2013

EXPRIMIENDO JULIO: Primera parte

Exprimiendo todo el jugo a Julio

Ahora que hemos empezado Agosto, puedo ver el resultado de este dulce e intenso zumo que nos ha regalado el mes de Julio. Os invito a rememorar mi fantástico mes de Julio. En el que he abierto y cerrado maletas en varias ocasiones. Sí, he viajado, con viajes planificados de antemano; y otros que han surgido sin previo aviso. Esos viajes que surgen de la nada, sin pensarlos, a veces, son los que mejor salen. Puedo decir que, he vivido con plena actividad este mes, sacándole el mayor partido, de ahí que haya sabido sacarle jugo, para que se haya convertido en un zumo suculento.   

JULIO:
El mes de Julio parecía que no iba a empezar con buen pie. Empezó siendo lunes y eso mina la moral a cualquiera. Bueno, a cualquiera que esté trabajando, pero por ese entonces yo aún no estaba en plena actividad laboral. A mí me daba igual que fuera lunes o viernes, viene a ser lo mismo cuando no trabajas. Aunque, no me da tanto igual, porque se nota el ambiente en todos aquellos que te rodean, y sientes la alegría de un viernes.

Dejando de lado el día de la semana en el que empezó el mes, julio tenía muy buena pinta. Carlos se había cogido vacaciones para ese mes, y ya teníamos reservado nuestro viaje a Menorca. Repetíamos destino: Islas Baleares. Esta vez, dejamos Ibiza, para ir a Menorca: la isla menos explotada de las Baleares. Tener presente que durante el mes nos iríamos era un gran aliciente para recibir el mes con los brazos abiertos. 

Los primeros días…
La primera semana de Julio retomé el contacto con Livia. Livia y yo nos conocimos hace cuatro años, cuando fuimos a buscar a nuestros perros guías. Las dos junto a cuatro personas más viajamos a Rochester, Michigan, para conocer a nuestros pequeños grandes guías. Ella y yo éramos las únicas chicas junto a nuestra intérprete. Ella volvió a España con su blanquito, Sam, y yo con mi amarilla, Kenzie. A lo largo de los años hemos hecho lo más difícil, seguir en contacto. Siempre que hemos podido hemos hecho alguna quedada para vernos. Ella es de Madrid, pero por circunstancias de la vida, aprobó unas oposiciones de lo suyo: fisioterapeuta en Navarra y ahora vive en Pamplona. 
Tal y como digo, un día de la primera sema de Julio, quedamos para hacer una charla por Skype y ponernos al día. A parte de actualizarnos, me comentó que sabiendo que Carlos cogía vacaciones el viernes día 5, por qué no íbamos a Pamplona para las fiestas.  Se lo comenté a Carlos, perol, aunque le hacía gracia, no quería tomar ninguna decisión hasta que definitivamente estuviera oficialmente de vacaciones.   

Y al final nos vamos!
El viernes, ante la insistencia de Livia, nos animamos a emprender el viaje a Pamplona. El sábado era el chupinazo, preludio de las grandes e internacionales fiestas: San Fermín. Sabíamos que no llegaríamos al chupinazo, nuestra idea era salir el sábado sin prisa, pero sin pausa.
Pensé en llevarme a Kenzie, así estaría con Sam. Pero, Livia, me aconsejó que no, que durante las fiestas todo se desmadraba, y que además, Sam no estaría, porque su compi de piso se lo llevaba a Madrid. La verdad, con tanta gente rondando por las calles de Pamplona, no era sitio para ellos. Durante esa semana de fiestas la población se triplica, y hay mucha más gente: alocada, y aunque no lo estén, es demasiada gente. Además, no solamente hay mucho gentío por todas partes, hay mucha basura, y aunque lo limpian cada día, no es plan de que nuestros perros colaboren con los servicios de limpieza, los conocemos, y al menos Kenzie se hubiera puesto en modo encendido para aspirar. No sólo eso, también podría haber pisado alguna botella rota y hacerse daño en sus patitas. En fin, que no era plan de que viviera San Fermín. Así que, con pena, pero sabiendo que era lo mejor, la dejé con mis padres, sus abuelos. Además, solamente era un par de días…  

El viaje
El sábado, realmente no madrugamos, era el primer día de vacaciones de Carlos, y por mucho que fuéramos a emprender un viaje, también era mejor que el conductor fuera descansado. Ya que, no íbamos a vivir el chupinazo, la intención era salir en cuanto lo viéramos por la tele, pero hubo un jaleo con una iturriña, y no había manera de que se inaugurasen las fiestas. Realmente, cuando ví la cantidad de gente que había en la plaza me asusté y me planteé ir o no, un poco de miedo se apoderaba de mí, ¡qué agobio! Esas manchas que veía en la tele, eran cabezas esperando la llegada del chupinazo. Quizás que el inicio de fiestas cayera en fin de semana, animó a más gente de la habitual a unirse a ella.  Me alegré de no estar entre esa masa, eso hubiera sido un tremendo  agobio.  

¡Y llegamos!
Fuese como fuese, sabía y no era un descubrimiento nuevo, habría mucha gente. Nos subimos al coche sin ver el chupinazo, ya lo escucharíamos en la radio. Después de unas cuantas horas de más, ya que el GPS hizo de las suyas y nos llevó por donde le dio la gana, llegamos. Ya estábamos en Navarra, ahora faltaba encontrar el pueblo donde vive Livia: Barañain. Muy cerquita de Pamplona ciudad. Preguntando se llega a todas partes. Así que preguntamos varias veces, porque estábamos un poco perdidos, y el GPS no ayudaba nada. Nos dijeron que para llegar teníamos que pasar por Pamplona ciudad, ¡Uy, no, gracias! Así que nos indicaron otro camino, para que no tuviéramos que meternos por todo el bullicio, sin embargo, era mucho más lioso, pero más valía hacer más recorrido que meternos en medio de la marea rojiblanca.  

El encuentro…
Nos encontramos con Livia y una amiga suya: Fátima. Nos acompañaron a su casa: nos la enseñó, nos aseamos y nos engalanamos con el tradicional traje de las fiestas. Vestidos de blanco y deportivas. Para completar el vestuario, e ir oficialmente de pamplonicas: Livia nos regaló un fajín rojo y el pañuelo de las fiestas. Ya listos, nos dirigimos a la calle, para vivir el ambiente de las fiestas. Yo estaba muy emocionada, iba a vivir en primera persona las fiestas más internacionales de España: ¡San Fermín!  
Vestidos de Pamplonicas


En el centro de la ciudad se escuchaba mucho jolgorio: música, gente animada, ruido por todas partes. Todo el mundo iba vestido de blanco y rojo… me dio la sensación de que de un momento a otro nos íbamos a perder, por eso íbamos todo el rato agarrados, sobre todo cuando pasábamos por grupos enormes de gente.
Después de hacer una paradita, para comprar algo de bebida y un bocadillo para llenar el estómago. Fuimos a un parque, para ver los fuegos artificiales. En realidad, buscábamos un concierto, pero nos enteramos de que empezaba  más tarde, así que mejor hacer tiempo y disfrutar de los fuegos artificiales.   

Yo estaba embriagada por la emoción de estar ahí, parecía estar borracha, pero todavía ni había bebido. Simplemente, estaba muy contenta de estar allí y me apetecía vivirlo con plena intensidad, absorbiendo todos los momentos. 
A pesar de que a mí, personalmente, no me llaman mucho la atención los fuegos artificiales, ni los petardos. No estuvo mal, no me asusté mucho, bueno, un poquito sí, pero porque es tan estruendoso el ruido que es sin querer. Pero, me gustó escuchar a la gente con sus: “¡Ooooh!” “¡Qué bonitoooo!”,  además Carlos y los demás me los iban describiendo, porque había de diferentes colores. Yo algunos sí que los veía y parecían estrellitas que caían.  La gente estaba muy contenta y eso alegraba.  


Después nos fuimos al concierto de Chambao. Primero le tocó el turno al telonero, que era bastante animado, pero cuando llegó el turno del grupo esperado….la verdad es que no era muy movido. El grupo me gusta, pero, quizás para otros momentos más relajados, allí queríamos bailar, y como que la música no animaba mucho a mover el cuerpo. Estuvimos un poquito, pero enseguida nos fuimos del reciento: un parque gigantesco. Volvimos al casco antiguo y nos mezclanos con el bullicio de la gente y de los bares. Livia y yo estábamos muy animadas e íbamos lanzando cánticos al aire, de los cuales algunos eran seguidos por unos cuantos, eso nos alentaba a  seguir cantando. Después de tomar algunos “cacharos” y al vernos rodeados de extranjeros “jugábamos” a adivinar de dónde serían, después de hacer apuestas, preguntábamos de dónde eran. Entramos en algún bar a pegar algún bailoteo. Pero, sobre todo, caminamos y seguimos moviendo el esqueleto. A medida que la noche iba avanzando, Carlos y Fátima estaban de bajón, mientras ellos bajaban el ritmo, Livia y yo no parábamos. Carlos estaba cansado por el viaje, él había conducido y había sido una paliza. Yo en cambio, quería aguantar hasta la hora del encierro. Sin embargo, había tal marea de gente y faltaban aún unas cuantas horas… que intentamos llegar hasta la calle Estafeta y nos resultó complicado. Fátima me preguntaba que qué quería ver allí, si no vería nada por la multitud de personas que habría, pero yo le dije que aunque fuese ver el ambiente y tocar las maderas, la barrera. Era un poco tontería, tenía razón, ni siquiera era la hora, y había gente muy desfasada, así que entre el cansancio y el no poder pasar, optamos por ir a descansar a casa. Yo quería ir, para ver mi primer encierro, aunque sé que no hubiera visto nada, pero el ambiente hubiera sido increíble. Entre otras cosas,  podría haber escuchado el cántico que realizan antes de la carrera:
“A San Fermín pedimos,
por ser nuestro patrón,
que desde el cielo,
Nos da su bendición.
¡Viva San Fermín!
¡Vivaaaa!
¡Gora San Fermín!
¡Goraaa!”

¡7 de Julio: San Fermín!
Al día siguiente, más descansados, nos vestimos de nuevo de blanco y rojo y nos fuimos a la calle. Decidimos comer por el pueblo, ya que comeríamos mejor. Comimos y nos fuimos al centro de Iruña. Era el día grande: 7 de Julio, San Fermín. Era Domingo y se notaba menos gente que el sábado noche. Pero, nosotros aún estábamos allí para poder vivir todo lo que el patrón de la  ciudad nos quisiera obsequiar. 
Se caminaba mucho mejor por  las calles, porque el tumulto de personas parecía  haber desaparecido; pero… ¡ssshhh! Más vale no decirlo muy alto, ya que en algunas ocasiones, nos encontrábamos  apelotonados en calles estrechas, en las que ni para atrás, ni para adelante, simplemente éramos movidos por la fuerza de  la marea humana. Cuando nos encontrábamos ante esas situaciones, envueltos  de peñas que iban alegrando las calles con sus charangas, era divertido, pero realmente agobiante.  


Hacía mucho calor, para estar en el norte me sorprendió encontrarme ante  esas temperaturas. Así que, después de visitar  la plaza del ayuntamiento, la plaza del castillo y, en general, hacer algo de turismo, fuimos a refrescarnos con un sorbete de limón con champán que hacían en una de las peñas. Estaba delicioso.  Me lo bebí como si fuera agua, ya que tenía muchísima sed. Saciada nuestra sed, continuamos paseando, y por fin pude ver las barreras por donde  hacen el recorrido los corredores del encierro, pasando por la famosa curva de la calle Estafeta. Acabamos nuestro recorrido, haciendo una pausa para descansar, enfrente de la Plaza de Toros, justo cuando todos entraban para ver la corrida de toros. Nosotros, sentados  bajo la sombra de un árbol, con escuchar el ambiente teníamos más que suficiente.  Con las pilas recargadas, reprendimos nuestra actividad callejera: caminando y parándonos ante espectáculos en plazas y calles.
  

Final de fiesta…
Después de no parar de ir a un lado y a otro. Cenamos un bocadillo en la calle y ya estando  en  plena actividad nocturna, nos  dirigimos  al mismo parque donde habíamos estado la noche anterior, ya que actuaba un grupo que nos gusta a Carlos y a mí:La Pegatina. Livia no los conocía, pero, de todas maneras, no dudo  en acompañarnos.  Nos llevamos una sorpresa, al ver que casi ni podíamos pasar de la cantidad de público que había. El mismo escenario que el día anterior, parecía otro sitio  por toda la gente que había. ¡Menuda diferencia!  A pesar de ser al aire libre, hacía un calor agobiante, además, estábamos a una distancia considerable, lo cual impedía que tuviéramos una buena audición…sumado a todo eso, que íbamos cargados con mochila medio rota, hielos,  y  el cansancio acumulado…Por mucho que nos gustase nos fuimos antes de que acabase No aguantábamos tanto empujón, no estábamos del todo a gusto. Por mí hubiera concluido el fin de fiesta, al  día siguiente regresábamos y teníamos que estar descansados, sobre todo el conductor. Sin embargo, Livia estaba súper animada y quería descargar adrenalina, así que fuimos a uno de los bares del día anterior, para que moviera el esqueleto, mis pies no podían seguir su ritmo.  

La vuelta
No sé qué hora sería cuando regresamos  a casa, pero cogí la cama con muchas ganas. A la mañana siguiente habíamos previsto salir a las once, sin embargo, la cosa se demoró un poquito más. Lo bueno de ir en coche, es que te da libertad y eliges tú la hora de salir.  Livia y su amiga nos acompañaron hasta Barcelona. Ellas tenían que ir hasta Sants (la estación de tren de Barcelona) para coger un tren  hacia Castellón. Y así ya que íbamos  hacia el mismo destino, pues  vinieron con nosotros en el coche. El trayecto se hizo mucho más corto,  acompañados por ellas, por Sabina y con una buena elección del trayecto -obviando las malas indicaciones del GPS-.  


Resumen: Solamente fue un fin de semana. Fue un viaje exprés. Sin embargo, fue intenso, inesperado y nos lo pasamos genial. Queremos dar las gracias a Livia por animarnos a ir, invitarnos y ofrecernos  su hospitalidad. ¡Gracias, Livia, por hacernos partícipes de las fiestas junto a ti! :)  Hacía mucho que no nos veíamos,  y reencontrarnos en un  escenario tan diferente me hizo gracia, sirvió para vernos, ponernos al día  y disfrutar de las fiestas juntas. 
Ahora puedo decir que he estado en los San Fermines, fiestas tan conocidas por: norteamericanos,  australianos, bueno, en general, conocidas en todo el mundo, y ahora también por nosotros.
Hemingway, uno de los escritores norteamericanos más reconocidos, reptitió año tras año, porque se enamoró de estas fiestas pamplonicas, y no es para menos, el ambiente que se vive es genuino.   

Fin de la primera parte de JULIO

Recomendaciones: Ir con ropa blanca vieja, que después no quieras utilizar.  Llevar calzado cómodo, tipo deportivas  y que después vayas a tirar…porque lo que llegas a pisar es mejor ni saber lo que es… (nosotros ya las hemos tirado). Y sobre todo, ir con muchas ganas de pasarlo bien, no pensar en los agobios de la gente ni nada, simplemente eres uno más de  la marea que quiere  disfrutar de las fiestas.  

Curiosidades: Visitamos muchos lavabos y estaban muy limpios. El Ayuntamiento para las fiestas  pone al servicio  público  unas casetas de lavabos que están muy limpios, con una persona que va limpiándolos.  No son los típicos  váteres que ponen en Barcelona en fiestas, no son de esos individuales prefabricados. Es una caseta con varias puertas con servicios, y después tienes tu lavabo para  lavarte las manos. Me sorprendió gratamente que pusieran:  servicios públicos, gratuitos y limpios. Fantástico, porque cuando la necesidad apremia y no tienes donde ir….eso ayuda a que la ciudad esté un poquito más limpia, a parte de todos los servicios de limpieza que tienen que salir cada día, para adecentar la capital.    

En próximos días….
Exprimiré mi memoria, para seguir relatando todo lo que Julio ha dado de sí….próximamente… 



Continuará….