domingo, 25 de febrero de 2018

Cuarta parada en Japón: Hiroshima


Hiroshima: Una ciudad de recuerdos para recordar
La llegada

El 19 de octubre salimos de Osaka para plantarnos en Hiroshima. Una de las ciudades de Japón más tristemente conocidas por la tragedia que sufrió a finales de la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad que acabó devastada, pero que supo reponerse. No sabíamos qué nos encontraríamos, ni cómo sería Hiroshima. Teníamos ganas de llegar, y con el Shinkansen una vez más llegamos en un tiempo récord.  Una vez llegamos al destino nos sentimos algo perdidos. Ahora no contábamos con Google Maps, ya que habíamos consumidos los datos contratados con el PocketWifi. Así que era el momento de buscar una oficina de turismo, pedir un mapa y preguntar cómo podíamos llegar a nuestro hotel. No sé si por su inglés o por el nuestro, pero no nos enteramos de mucho. Así que acabamos justo enfrente: en otra estación de tren, pensando que allí podríamos coger algún metro, para llegar a nuestra meta. Afortunadamente había otra oficina de turismo y volvimos a preguntar, nos comentaron que teníamos dos maneras de llegar:
Una a través del bus, que además era gratuito con el JRP ó con tranvía. Finalmente hablando con la chica de la oficina de turismo nos decidimos por el tranvía, ya que tal y como íbamos de cargados, sería más cómodo. Además nosotros somos más de metro que de autobús, y quieras que no, un tranvía es como un metro, pero al aire libre. Nos enteramos que en Hiroshima no hay metro, solamente: bus, tranvía o ferrocarril. Nos parecía raro que no contase con líneas de metro, como había ocurrido en las otras ciudades que habíamos visitados, pero más tarde me enteré que por la situación que tiene Hiroshima y al estar en un delta es complicado la construcción de líneas de metro subterráneas.
Da igual, fuese como fuese, sabíamos que teníamos que coger el tranvía número 6 para llegar a nuestro alojamiento.  
La estación del tranvía estaba relativamente cerca de la estación de tren. Eso sí, tuvimos que bajar unas cuantas escaleras (no había ni ascensor, ni mecánicas), así que Carlos tuvo que hacer varios viajes, para ir bajando las maletas y después acompañarme a mí, es lo que tiene ir cargados. 

Carlos con el tranvía


El trayecto en tranvía se hizo un poco eterno, porque eran más de doce paradas. Nos hizo gracia escuchar en el tranvía a compatriotas que hablaban nuestro idioma, pero no intercambiamos mucho, porque no estaban por la labor, pero nos dibujó una sonrisa. Una vez bajamos del tranvía, Carlos pudo rescatar con mi móvil algo de señal wifi y activando el Pocket wifi con Google Maps, más los mapas que llevamos y gracias a su orientación: encontramos nuestro alojamiento.
Esta vez el alojamiento que habíamos escogido era algo diferente, era un Ryokan: hospedaje tradicional japonés. Teníamos muchas ganas de comprobar si dormir en el suelo es tan incómodo como nos imaginamos, y de sentirnos cómo japoneses en su tierra. Nuestro Ryokan se llamaba: Ikawa Ryokan

en la puerta del hotel Ryokan

El alojamiento: Ryokan
 Al entrar, en lo que pensábamos que era la puerta principal, no había nadie. A pesar de estar un rato esperando y que alguien más también lo hiciera ante una barra desierta. Desistimos y salimos, nos dimos cuenta que justo la puerta de la recepción estaba al lado. Más tarde supimos que habíamos entrado por una puerta que es para los clientes, pero con horario, sin embargo, la puerta de la recepción está las 24 horas abierta. Lo que parecía quera una barra, lo era, pero era tipo barra de bar, ya que también era restaurante y servían desayunos, aunque, como digo, no había nadie para atenderte, ni orientarte. Una vez en la recepción, nos pareció un poco extraño que nos pidieran los pasaportes de los dos, se hicieran fotocopias y casi no nos explicasen nada, eso sí, entre ellas, que nos pareció que eran familia sí que hablaban en japonés, sin entender nosotros nada de nada. Solamente había una chica joven que sí que sabía inglés, y nos explicó el tema de la puerta, los horarios y nos llevó hasta nuestra habitación, que se tenía que acceder mediante ascensor. 
 Dentro de la habitación alucinamos. Nunca habíamos visto un alojamiento similar, ¿dónde estaban las camas?  No había camas, solamente una especie de colchón, finísimo en el suelo, un colchón doblado, que más tarde, una vez fueras a dormir tendrías que desdoblar, para que cupieras. Pero, no nos sorprendió solamente eso. Nada más entrar a la izquierda estaba el lavabo que tampoco era nada del otro mundo, nos sorprendió más el de Kitoo con su televisión en la bañera, éste era pequeño, y, aunque también tuviera  los típicos botones de limpieza en el váter, no nos sorprendió. Un lavabo sin más. Antes de entrar en la habitación, separada con una puerta corredera, como ya era costumbre, había un escalón pequeño, que significaba que tenías que dejar el calzado ahí, cerca de la puerta. Al descorrer la perta entendimos el porqué, ya que todo el suelo era de tatami, era como si todo el suelo fuera una esterilla gigante, y estaba muy limpio. Esa era nuestra habitación: un tatami con dos futones en el suelo, un escritorio y un armario gigante. Un armario con puerta corredera en el que cabías dentro, incluso alguien podría dormir allí dentro poniendo una almohada un nórdico, doy fe, porque lo comprobé, sintiéndome el gato cósmico de los dibujos, Doraemon. No tenía televisión, pero ni falta que nos hacía, lo que sí que tenía y nos iba de maravilla para organizar horarios y demás, era wifi. 

Doraemon en el armario y Nobita en el suelo. AnimePili probando a hacer de gato cósmico, Doraemon, dentro del armario

Una vez dejamos el equipaje en nuestro tatami y vimos un poco por Internet que ruta tomar, nos fuimos a la calle. Parecía que volvía a llover, la lluvia quería acompañarnos y no había manera de sacarla de encima. Por suerte eran gotitas sin importancia, y después de las tormentas que tuvimos que soportar en Kioto eso no era nada y se podía sobrellevar. Al ser al mediodía optamos por ir en busca de un sitio para comer. No sabía adónde ir, porque tampoco teníamos antojo de nada en particular, simplemente queríamos comer. Quisimos alejarnos un poco del parque de la Paz que lo teníamos muy cerca, para encontrar algo que no fuera muy turístico. A pesar de que en Japón puedes comer a cualquier hora, tampoco queríamos que se nos hiciera muy tarde. Y después de barajar diferentes posibilidades optamos por uno, en el que no había mucha gente, no había ni mesas, ya que se comía en la barra y en taburetes, y ahí comimos. Realmente  no me acuerdo ni el qué, no es que fuera una comida deliciosa, además el suelo estaba algo pegajoso, eso sí que lo recuerdo. Pero, el trato fue correcto, y una vez más, como ya era costumbre, nos sirvieron té. Sea como fuere, aunque no fuera un menú pera recordar, nos sirvió para ponernos en marcha y empezar nuestra ruta.

Parque Conmemorativo de la Paz
El primer sitio que visitamos fue el Parque Conmemorativo de la Paz, un parque amplio, muy grande y en el que reina el silencio. Es uno de las atracciones más visitadas de la ciudad, y en el que cada 6 de Agosto se reúnen para recordar a las víctimas del bombardeo atómico. A pesar de que un parque muy extenso, cada año en agosto se llena de gente, y no cabe ni un alfiler. De hecho cuando llegamos vimos a más turistas como nosotros, pero también vimos a grupo de colegiales, que a Carlos le hacía gracia que fueran todos con gorras amarillas, todos en silencio, con la cabeza para abajo y guardando respeto a las víctimas, todos ellos enfrente de un monumento a las víctimas. Impresionaba ver el silencio, y es que aunque notases que tenías gente a tu alrededor, podías notar su presencia, pero también escuchar el silencio. Sé que parece raro lo que digo, pero es cierto que a Carlos y a mí nos daba  esa sensación, de hecho  si hablábamos era casi con susurros, ya que el lugar daba respeto y porque si te fijabas nadie levantaba la voz.
El parque se construyó en la zona más afectada de la ciudad el 6 de agosto de 1945, era el centro neurálgico, el centro de negocios y justo donde cayó la bomba. Ahora es un lugar, en el que se respira el silencio,  se respetan a las víctimas y se les homenajea con monumentos, y símbolos de paz.
Paseando por el parque vimos una llama:  La llama de la paz que está encendida desde 1964 es un homenaje más a las víctimas del bombardeo atómico que sufrió la ciudad. Este fuego permanecerá encendido hasta que todas las bombas nucleares del planeta desaparezcan.
Seguimos paseando por el parque, porque allá por donde mirases encontrábamos algún monumento que representaba un símbolo o un recuerdo de la tragedia. Cerca del parque vimos la famosa imagen de la cúpula de la
Pili y cúpula de la bomba atómica
bomba atómica, un edificio que quedó solamente parte de la cúpula y su estructura de acero. Si te quedas mirándola, desde fuera, por seguridad no se puede entrar, de hecho no puedes ni acercarte mucho, ya que está totalmente rodeado por verjas, para que nadie pueda entrar, te puedes hacer a la idea de lo que fue que cayera un bomba como Little Boy en una ciudad como Hiroshima, haciendo desaparecer a miles de personas y convirtiendo en cenizas edificios. Esa cúpula de 25 metros no es solamente un edificio, no es solamente unas ruinas, es mucho más, es todo un símbolo de la ciudad, de lo que quedó, y cómo supo recuperarse ante las adversidades. La verdad, es que aunque no lo viera del todo, podría contemplar el silencio, las descripciones de Carlos , y lo cierto, es que impresionaba: estar en el mismo lugar en el hace más de 70 años ocurrió una tragedia como la que vivieron.

Antes de que se hiciera más tarde, queríamos entrar en el museo conmemorativo de la paz: un museo que narra el antes, el durante y el después del bombardeo atómico. Vimos que todavía nos daba tiempo de entrar, el museo cerraba a las seis de la tarde, así que teníamos tiempo de recorrerlo con calma. Además el precio no era muy elevado, como la mayoría de museos en Japón. Además, por muy duro que fuera, no podíamos estar ahí y no entrar. De hecho, hasta cogimos una audio guía, para completar nuestra visita, lo malo, entre comillas, es que la audio guía solamente estaba en inglés, pero ya nos serviría para ir completando lo que veíamos. Solamente cogimos una, no por el precio, sino porque con que la tuviera uno, que fui yo la que iba con el auricular a todas partes, ya era más que suficiente. Nos guardamos los abrigos en las mochilas y empezamos a sumergirnos en lo que era Hiroshima. Nada más entrar, había una recreación vía imágenes que impresionaba mucho, a pesar de que no lo pudo disfrutar con exactitud, sí que cuando me acercaba a una especie de círculo que había en el suelo, veía como se iluminaba el suelo: era cómo era Hiroshima, y llega un momento que hay una gran explosión, y todo se funde a negro. Realmente impresiona, y si lo ves supongo que mucho más. Creo que ahí estuvimos durante varias recreaciones, porque no podíamos ni movernos. Fuimos viendo imágenes que había desde cuadros, fotografías a vídeos. El museo cuenta con varias plantas, y cada vez que Carlos veía un vídeo, me pasaba el número de audio que me tocaba, y después compartíamos impresi0ones: con lo que yo había entendido en inglés en la audio guía con lo que él había visto. Una de las plantas que más me gustó fue la tercera porque aparte de imágenes que Carlos iba viendo y leyendo, yo me apartaba y me quedaba absorta escuchando el audio. Además, muchas de las explicaciones estaban en Braille, lo malo es que yo aún no lo domino y creo que el kan ji no ayudaba mucho a que pudiera entender ni una letra, pero lo mejor es que esas explicaciones accesibles estaban tanto en inglés como en japonés, y describían los objetos que había. Uno de los objetos que más me impactaron fue tocar una botella de cristal de cómo era, original, a cómo quedó después del ataque atómico. Otro objeto que agradecí mucho es tocar cómo era el edificio de la Cúpula antes y el después, en el que solamente se podía casi detectar la cúpula, aunque ya no era la misma y el esqueleto de acero del edificio, cambiaba mucho.  
Pili ante la maqueta de la Cúpula en el museo


La verdad, es que, a pesar de que fuera un museo duro por la tragedia que narraba, me gusto mucho en cuanto a accesibilidad y el detalle de poder tocar las cosas, toda la información que te facilitaban y ayudaba mucho a entender lo ocurrido. Además de concienciar a la  población de todo lo que sufrió unos habitantes de Japón, y como poco a poco fueron reponiéndose: y la ayuda que han facilitado en otros puntos del planeta que también han sufrido las consecuencias de un catástrofe nuclear, como fue el caso de Chernóbil. Así que no solamente es un museo que cuenta qué pasó y se basa en el morbo, sino que conciencia a todos y cuenta las consecuencias y cómo investigan en todo lo relacionado con las enfermedades que vinieron después. La parte de abajo puede que me gustase menos, ya que sí que era más dura con recreaciones de niños, ropa y fotografías, contando en cada vitrina la vida de cada uno de aquellos seres humanos que perdieron la vida. Vimos gente con  lágrimas y a nosotros se nos quebró la voz en más de una ocasión.

Necesitábamos salir, tomar el aire y nos sentamos en un banco del parque, casi sin palabras, pero compartiendo impresiones sobre lo impresionante del museo y todo lo que había ocurrido. Después de coger aliento, seguimos caminando por el parque, aún quedaba mucho por ver. Yo quería ver un monumento que había leído sobre las mil grullas de papel. Es un monumento que tiene historia: es un memorial a Sadako Sasaki. Sadako tenía dos años cuando la bomba atómica
Pili bajo las patas del monumento
cayó en Hiroshima, ella quedó expuesta a la radiación y a los diez años vio las consecuencias. Después de varios desmayos y encontrarse mal, sus padres le llevaron al hospital y le diagnosticaron el mal de la bomba atómica, leucemia. Estaba bastante avanzado y había poco que hacer, le quedaban meses de vida. Una amiga le regaló un papel dorado y le hizo un origami, contándole una leyenda sobre la magia de éstos: quien hiciera mil grullas de papel podría pedir un deseo que se le concedería. Eso alentó a la pequeña Sadako a tener algo de esperanza e ilusión y cada día con cualquier trozo de papel, aunque fuera con la caja de medicamentos hacía uno. A la edad de doce años y con más de 620 grulla Sadako no pudo ver cumplido su deseo de curarse y falleció. Fue enterrada con todos los origamis que había hecho. Todos sus compañeros de colegio, desolados, quisieron rendirle un gran homenaje: haciendo las mil grullas de Sadako, después hicieron campañas de recaudación para hacerle un monumento en recuerdo a ella y a todos los niños que perdieron la vida por el bombardeo. Doce años después consiguieron que se levantase un monumento para Sadako, en la que aparece encima de un origami, extendiendo las alas. El día de la inauguración estaba repleto de niños, había mil grullas y muchos niños homenajeando a todos los niños que habían perdido la vida a consecuencia de la bomba atómica.
El monumento es precioso, aunque muy alto. La base son unas patas de bronce de un origami, en el que dentro se encuentra una campana que con el viento se escucha repicar, arriba del todo hay un ángel extendiendo las alas. Abajo del todo, en una losa negra hay una inscripción en japonés que pone:

"Este es nuestro llanto, esta es nuestra plegaria: para construir paz en el mundo".  

Monumento de Sadako

Alrededor del monumento, Carlos me fue contando que había vitrinas con muchos tipo de origami, de colores, grandes, pequeños, de todo tipo. Eran de niños que siempre que van a visitar el monumento llevan las grullas que han construido en honor a Sadako. Este monumento es un homenaje, pero simboliza la paz, por eso es llamado: Monumento de la paz a los niños. Fue un monumento construido para una en concreto, pero es para todos los niños que cayeron por consecuencia del bombardeo, y además fue llevado a cabo gracias al ímpetu de los compañeros de Sadako que querían que se le hiciera algún monumento de recuerdo. Es muy bonito, ya no por el monumento en sí, sino por toda la historia que hay detrás.

Después de visitar ese monumento y de ver más del parque, porque en cualquier esquina encuentras algún recuerdo, nos alejamos de la zona. Queríamos ver el castillo de Hiroshima, pero entre que ya era de noche, estaba oscuro, no sabíamos muy bien dónde estaba y se ponía a llover. Lo intentamos y a Carlos le pareció verlo a lo lejos, pero dada la hora que era estaría cerrado. Así que nos queda pendiente para otra visita, porque, sin duda, tendrá otra visita nuestra en ocasión. Eso sí, si volvemos iremos por la mañana con luz, para disfrutar de la ciudad con más intensidad.

Hondori: paseo comercial por Hiroshima
A pesar de las gotas que empezaban a caer, empezamos a caminar sin cesar, sin ningún destino concreto. Era casi uno de nuestros últimos días en Japón y aún queríamos hacer algunas compras, así que fuimos en búsqueda de alguna zona comercial. Llegamos a Hondori. Encontramos un paseo repleto de tiendas de todo tipo, además con la ventaja de que estaba cubierto y no nos mojábamos. Entramos en algunas tiendas y algún que otro suvenir nos llevamos. No de la ciudad en sí, pero sí de Japón. Después de entrar en  varias tiendas y quedarnos una vez alucinados con la variedad que había, quisimos encontrar algún sitio para comer. Sabíamos que si volvíamos a la zona del Ryokan no encontraríamos nada y por ahí parecía que había movimiento y mucho para elegir.

Había bastantes restaurantes, pero también muchos que ya estaban llenos. En algunos nos hubiera entrado ganas de entrar por lo escondidos que estaban y el encanto tan tradicional que desprendía, al estilo izakayas, pero estaban a tope de gente, así que no tuvimos suerte y descartamos algunos. Finalmente a Carlos le dio por ver uno que tenía un cartel, pero era muy raro, porque teníamos que subir unas escaleras. Nos aventuramos a entrar y ver qué nos encontrábamos. Y, resultó ser una Izakaya similar a la que habíamos estado en Tokio con Jiwon. Era un sitio de esos que entras, te dirigen a una mesa, o más bien sala, y tienes una tablet, para ver qué quieres pedir. Era muy íntimo una mesa con sofá solamente para nosotros, sin nadie que hablase más alto que otro, porque todo el resto de mesas estaban separadas por biombos, y aunque sí que se escuchaba que había gente cada uno iba a lo suyo, porque era como estar en una sala para ti. Carlos empezó a mirar en la tablet, pero todo estaba en japonés. Había una opción de llamar al camarero y le llamamos para preguntarle por los takoyakis y nos ayudó a pedirlo. De hecho, sin haber pedido aún nada, o sí, nos trajeron una especie de pinchos de pollo, aunque estaba un poco fríos, creemos que fue un detalle del camarero, porque no nos suena que lo pidiéramos. En este tipo de establecimientos, aparte de repetir las veces que quieras y lo rápidos que son, puedes beber lo que quieras, nosotros pedimos unas cervezas japonesas y además puedes fumar, con la ventaja de no molestar a nadie, ya que no hay nadie a tu lado. Pedimos bolitas de pulpo, takoyakis, que enseguida volaron, y algunos pinchos más. Por último repetimos de esas bolitas rellenas de pulpo, porque estaban muy ricas, calentitas y bien de precio. Nos quedamos saciados con las veces que repetimos, además e descansados. Tardamos en irnos, porque estábamos muy a gusto en ese sofá, hablando de lo que haríamos al día siguiente y de los días que nos quedaban.

Una vez repusimos fuerzas, nos enfrentamos al frío nocturno de la noche y nos dirigimos al Ryokan, por primera vez dormiríamos en el suelo. Durante el trayecto a pie nos fuimos parando en muchas tiendas, no para entrar, porque a esas horas ya estaban cerradas, pero sí para contemplar algunos escaparates. Nos seguía sorprendió todo, sobre todo en un restaurante que había un robot. Carlos dijo de hacerme una foto, me puso al lado de lo que yo pensaba que era un muñeco o estatua, y me pegué un gran susto cuando el robot se movió y encima Carlos me decía que me miraba, me daba un poco de mal rollo. 

Pili con un robot


Carlos durmiendo en el futón, en el sueloEn el Ryokan todo estaba en silencio, se notaba que era un lugar de tranquilidad y de reposo. Abrimos nuestra cama en el suelo, un colchón finito, con un nórdico y nos pusimos a dormir. Nos costó un poco, porque se nos hacía raro estar estirados en el suelo, con los cables de todos los aparatos cargándose al lado, y nosotros ahí intentando dormir, pero nos entraba la risa. Sin embargo, el cansancio nos venció y enseguida sucumbimos en los brazos de Morfeo. 


Al día siguiente sería otro día, en el que tendríamos que madrugar, porque queríamos aprovechar el día y hacer una excursión a una isla cercana a Hiroshima. No os diré que isla es, para dejar la intriga, pero adelanto que es mágica, tiene un torii flotante y muchos ciervos.



Continuará…


domingo, 11 de febrero de 2018

Retomando la aventura japonesa: 3ª parada: Osaka



REANUDANDO LA RUTA POR JAPÓN

¡Por fin! retomó una entrada que tenía pendiente, y es que, a pesar del tiempo transcurrido, las memorias sobre nuestro viaje a Japón y Corea del Sur no han terminado. Y, aunque, reconozco que me hubiera gustado tenerlas listas en un tiempo menor, a veces el día a día y los horarios lo complican un poquito más todo, además de que el hecho de ir dejándolo rompe el ritmo, también cuesta más hacer un ejercicio de memoria.
Sin embargo, a pesar de todos los impedimentos, no voy a dejar de relatar nuestras aventuras asiáticas.
Así que, después de Kioto retomamos la odisea japonesa con nuestra tercera parte: ¡arrancamos!  


NUESTRA TERCERA PARADA EN JAPÓN: 2 DÍAS EN OSAKA

El día 17 de octubre viajamos de Kioto a Osaka en el shinkansen, tren bala, y en un momento llegamos: no tardamos ni una hora. Cuando llegamos a Osaka, casi no nos lo podíamos creer, no llovía. Así que, como el hotel estaba más o
Pili en la puerta del hotel con las maletas
menos cerca de la estación, a pesar de ir cargados con las maletas, nos aventuramos a ir caminando al hotel. En este caso el alojamiento elegido fue Hotel Shin Osaka, seleccionamos este hotel por la cercanía de la estación de tren, como en casi todos nuestros destinos. Cuando llegamos, en la recepción nos dijeron que no podíamos ir a la habitación, aún no era la hora del check-in, así que decidimos dejar el equipaje, que nos lo guardasen, y ponernos en marcha, para aprovechar el día sin lluvia en Osaka.



Nuestra primera parada teníamos claro que iba a ser visitar el Castillo de Osaka. No estaba realmente cerca, así que tuvimos que ir al metro y al bajar del metro, parecía una zona con muchos edificios altos, poca gente y nada de castillo a la vista. Pensamos que nos habríamos equivocado de parada, pero el google maps no se suele equivocar, y así era, solamente teníamos que caminar un poquito y, en seguida empezamos a ver gente haciéndose fotos, y a lo lejos Carlos ya divisó lo que sería el castillo. 

Carlos y Pili en unas escaleras y con el Castillo de fondo


Tuvimos que subir unas cuantas escaleras, y a cada rato nos íbamos parando para hacer fotos y contemplar las vistas. Una vez llegamos a la puerta principal, no sabíamos si entrar o no , pero una vez estás allí, tienes que entrar. A pesar de que tienes que pagar, pero tampoco nos parecía tan caro: 600 yenes.  Nada más entrar, entre el calor que llevábamos y la cantidad de gente que había dentro, tuvimos que arreglárnoslas para despojarnos de nuestras chaquetas, suerte de ir a cuestas con la mochila, que puede hacer milagros. Había ascensor, pero era para gente que lo necesitaba, así que fuimos por las escaleras, subiendo todos los pisos. En cada planta había una explicación histórica sobre el castillo. Sin embargo, al ser un castillo pensábamos que sería un museo al estilo de antigüedades, esa preconcepción fue omitir que estábamos en Japón y que ahí, la tecnología es la reina, así que había multitud de recursos multimedia, como pantallas en los que había vídeos, reconstrucciones, etc. En ese sentido nos llevamos un poco de desilusión, porque por muchas reconstrucciones por ordenador que puedan hacer, lo bonito es ver los tesoros que guardaba el castillo. Además, en algunos pisos entre el inglés y el japonés no nos enterábamos mucho, por muchos dibujos que hubiera, por mucho que me lo contase Carlos, a mí lo que me gusta de un museo es que sea interactivo y, sobre todo que se pueda toquitear.

Cuando llegamos al último piso, el octavo, había un balcón, desde donde se podían divisar muy buenas vistas de Osaka, y, sobre todo, notar el fresquito. Dimos una vuelta alrededor del estrecho balcón, y en cada punto, habían un cartel con lo que se podía ver desde ahí, Carlos me lo iba leyendo y me decía si lo veía o no .  Después entramos y compramos un suvenir, que poco tenía que ver con el Castillo, pero que nos hizo mucha gracia, porque debe ser muy típico de ahí, ya que pudimos notar que mucha gente los compraba y los llevaba colgados como si fueran amuletos, y no es otra cosa que unos cascabeles. Compramos unos cascabelitos de gato, los dos iguales, para ponerlos en  nuestras mochilas, así si Carlos se alejaba yo sabría donde estaba. Lo malo que nos duraron poquito, no pasaron de Osaka, ya que no tenían un enganche apropiado para llevarlos en la mochila, bueno, ni en ninguna parte, solamente era un hilo al que tenías que hacerle un nudo, así que, como comprenderéis no duró mucho.

Al salir del castillo, un poco decepcionados por lo que había dentro, casi que es más bonito por fuera y sus alrededores que lo que hay dentro, nos encontramos en un parque del que no sabíamos salir. Google maps dentro de un recinto se vuelve un poco loco, y no había manera de encontrar la salida a la calle, así que creo que recorrimos todo el parque hasta encontrar la puerta que nos llevaba a la calle. Si no hubiéramos tenido hambre, si hubiera sido más pronto, no nos  hubiera importado quedarnos un poquito más por el parque y sus alrededores, ya que también visitamos sin querer un templo que había cerca del parque, pero el hambre acechaba y necesitábamos salir de ahí, para saciar nuestro hambre. 


Selfie de Carlos, Pili y el Castillo de Osaka desde el parque



Una vez salimos del parque, nos entró ganas de comer en un Mc Donald, sé que estábamos en Japón y lo normal es ir a un restaurante típico japonés o envolvernos en la gastronomía japonesa, sin embargo, y no preguntéis el porqué, nos apetecía probar un restaurante de esos de comida rápida, para ver qué tal era en Japón. Según el marketing en cada país es diferente y hace gracia ver cómo es en cada sitio y qué especialidad tienen. Google Maps marcaba que estaba cerca, pero eso de cerca y lejos a veces es muy relativo, cuando caminas por calles que no conoces, cuando lo único que te acompaña en una ciudad es el tráfico, que a cada paso te va contaminando y parece que no llegues al destino. Finalmente llegamos a un Mc Donald, nos sorprendió lo  pequeño que era, pero tenía otro piso y arriba era mucho más grande, tampoco exagerado, pero teníamos sitio para estar sentados y degustar nuestra hamburguesa de teriyaki. Como me imaginaba tenían su propia especialidad y en este caso fue la hamburguesa teriyaki, con una salsa peculiar, que hacía que estuviéramos en un restaurante de comida rápida y que puedes encontrar en todo el mundo, pero con una hamburguesa que no es típica en todas partes. Lo que más me sorprendió es que no pudiéramos elegir tamaño del menú, había el estándar y ya está, ni menú grande, ni gigante, ni nada por el estilo, eso es lo que había. Quizás por ello, por la buena gastronomía que tienen y porque no abusan de las cantidades no hay tanta obesidad como ocurre en otros países.  

Después de descansar y degustar una hamburguesa, sin destino claro, nos pusimos a caminar y a callejear. Teníamos que aprovechar que aún no se había hecho de noche, para caminar, sin rumbo, pero al fin y al cabo caminar por las calles de Osaka. Nuestro primer objetivo fue buscar una cafetería, para mantenernos más despiertos, sin embargo, la elección no me gustó mucho. Era una cafetería, en la que había zona de fumadores, pero yo, según me dijo Carlos, era la única mujer del establecimiento, además, como he dicho en ocasiones, soy fumadora rara, y el hecho de que el lugar no estuviera bien ventilado no me gustaba, porque no era agobiante, pero no había buena ventilación y cuando eso ocurre, parece que te fumes tu cigarro y el del resto. Fuese como fuese, eso solamente fue una parada, para centrarnos y ver hacia dónde nos dirigíamos. Pensamos en ir caminando al hotel, aunque tuviéramos más de una hora caminando, no teníamos otro objetivo,  y lo bueno, de hacer turismo o visitar un país sin prisas, es que las horas del reloj no tienen importancia y te da la libertad de hacer lo que quieras.

Así que caminamos con el GPS activado, pero sin saber exactamente por dónde pasábamos, hasta que llegamos a una zona comercial con tiendas de esas que tanto le gustan a Carlos. Sin darnos cuenta, habíamos llegado a Namba, a un barrio muy concurrido y donde puedes encontrar de todo, pero, sobre todo: estábamos en una de esas calles que salías de una tienda de muñecos de anime y te encontrabas al lado otra casi  igual. Para Carlos fue el paraíso y descubrió muñecos de One Piece a mucho mejor precio que los que había visto en Akihabara en Tokio . Así que no lo dudo, y se compró varios. Entramos en todas o en casi todas las tiendas, en alguna de ellas, tenían a todos los personajes de un anime que veía cuando era pequeña que era Arale, pero no me compré ninguno, porque después son pongos que no sé qué hacer con ellos, y no es que fueran baratos precisamente.

Seguimos caminando y Carlos con la mochila cargada y más contento que unas castañuelas llegamos al hotel, lo habíamos logrado, todo el día danzando de un día para otro y ya podíamos subir a nuestra habitación. El hotel era peculiar, porque resulta que en algunas habitaciones se podía fumar, en la nuestra no, pero en los pasillos olía a tabaco y a rancio. Por suerte, la habitación era más amplia que en Tokio, pero el lavabo, que para el cual tenías que subir un escalón, era bastante pequeño, nunca llegando al extremo que lo que habíamos tenido en Tokio, pero era pequeño. En cambio las camas eran inmensas, como dos de matrimonio y tenían el detalle, como en todos los demás, de darte un kimono como pijama y unas zapatillas. Todo un detalle.


No quisimos pasar mucho rato en la habitación, queríamos ver más y sobre todo salir a cenar. Al llegar al hotel de camino habíamos visto uno de esos restaurantes en los que aparecen los platos en el escaparate y no tenía mala pinta, nuestra sorpresa fue que estaba cerrado. Sabemos que no suelen tener el mismo horario que tenemos en España para comer, pero tampoco estamos hablando que fueran las once de la noche, simplemente debían ser las nueve, una hora más que razonable para cenar, pero nos quedamos con las ganas de cenar ahí.

Así que, como habíamos leído que allí era muy típico el Okonomiyaki, quisimos ir a probarlo. El okonomiyaki es una especie de tortilla que le echan un poquito de todo, una tortilla francesa, elaborada en plancha y que según la que elijas te puedes encontrar  que lleve marisco, pollo, cerdo o un poquito de todo. Muy cerca del hotel, encontramos muchos restaurantes, casi escondidos del tráfico, como si fueran tesoros gastronómicos, encontramos uno que nos llamó la atención, ya que se llamaba Okonomiyaki, o al menos lo ponía por ahí, así que, sin dudarlo entramos. Era un restaurante estrecho, con muchos taburetes en la barra, pero más al fondo, donde nos dirigían había mesas. Sin embargo, nos colocaron en unos taburetes, delante teníamos una plancha, y enfrente nuestro elaboraban las comidas. En primera fila del espectáculo gastronómico. Me hace gracia que en los restaurantes, debajo del taburete o la silla, normalmente encontrábamos cajas o cestas, para dejar nuestras pertenencias. Así que, ahí coloqué mi abrigo y mi bolso. 
Había una carta bastante extensa, pero sin dibujos, la cual cosa dificultaba que pedirnos, aunque sí que estaba en inglés. De todas maneras, se notaba un lugar muy auténtico, al estilo izakaya, taberna, y según dijo Carlos, éramos los únicos occidentales del establecimiento. Teníamos que arriesgarnos y probar, ya que nos dimos cuenta enseguida que no tenían mucha idea de inglés, ya que a la hora de pedir la bebida, preguntamos qué era el Spirit wáter, y el camarero tuvo que hacer que viniera un cocinero, que resultaba que debía tener más idea de inglés, pero nos dijo que era una especie de bebida japonesa, así que nos hizo gracia y la pedimos. Nuestra sorpresa fue que eso no era agua, ni coca-cola como nos habían dicho, eso era Whisky con agua, además servido en vaso de tubo, como si fuera un cubata. Nos entró una risa tremenda al descubrir que íbamos a cenar una especie de tortilla con whisky,, y eso que a mí esa bebida no me gusta mucho, pero no podíamos devolverla, suerte que estaba rebajado con agua, y como hay que probar de todo, pues adelante.
En el restaurante se podía fumar en todas partes, no es que hubiera zona de fumadores y no fumadores, se podía fumar en  todo el establecimiento. La cual cosa la aprovechamos, aunque nos sabía mal fumar al lado de la cocina, pero debía ser lo más normal del mundo allí, ya que los de al lado también lo hacían. Se notaba que era una taberna, entre que servían bebidas con alcohol, se podía fumar y estábamos en taburetes, era todo muy auténtico. Cuando nos sirvieron el okonomiyaki, no sabíamos ni qué habíamos pedido, no sabíamos de qué eran. Nos la pusieron en la plancha, pero no sabíamos qué debíamos hacer, porque era la primera vez que lo probamos. A Carlos le dio la sensación que teníamos que esperar a que se hiciera un poco más, y darle la vuelta con una espátula que nos habían dejado. Ese experimento estaba buenísimo, pero llenaba que da gusto. Carlos se había pedido una con pulpo y en general con marisco, yo fui más tradicional y me pedí una con cerdo y queso. Fuimos probando de las dos, pero me gustó mucho más la mía, de hecho yo me la terminé y Carlos no, y no porque no le gustase, si no por lo que llenaba. 


Pili en la puerta del restaurante

Con el estómago lleno nos fuimos a dormir, al día siguiente teníamos que madrugar, ya que íbamos a un parque de atracciones. De hecho habíamos elegido pasar noche en Osaka, solamente por el objetivo de ir al parque un poco más descansados.

Segundo día en Osaka: Universal Studios Japan

Por la mañana lo primero que hicimos fue ir a desayunar, a un lugar  que estaba enfrente del hotel y que tenía  buena pinta, cada mañana lo veíamos y teníamos ganas de probarlo  no sabíamos ni cómo se llamaba porque los caracteres eran en japonés, lo único que entendíamos era cafetería y creíamos que era una buena opción para desayunar.  
La cafetería fue un buen acierto, a pesar de que ni sabían hablar inglés, ni casi sabíamos dónde estábamos, tenían las cartas en inglés, y nos dimos un buen homenaje para empezar el día. Un desayuno con huevos fritos, además podíamos repetir la bebida todas las veces que quisiéramos, siempre y cuando te levantases a rellenar el vaso. Y tuve la gran suerte de sentarme en una mesa que tenía cubiertos.
Con  energía y con ganas nos fuimos al metro, concretamente a la estación con el nombre más largo que he escuchado nunca,  Nishinakajima Minami-gata Station

Estación con nombre muy largo: Nishinakajima Minami-gata Station
De ahí tuvimos que hacer transbordo en Osaka Station y de ahí esperar un metro que ya  iba directo a Universal Studios. Alucinamos con la cantidad de gente que iba al mismo destino, la mayoría gente joven, adolescentes, pero no muchos extranjeros, aunque alguna voz con nuestro idioma nos pareció escuchar. Suerte que pudimos viajar con el JRP y no tuvimos que hacer tanta cola para salir de la estación, ya que hacíamos otra cola, para salir con el Japan Rail Pass.  Una vez allí, empezamos a ver hoteles, restaurantes, y tiendas, todo esto antes de llegar a las taquillas. Las taquillas costaba divisarlas, por la cantidad de colas que había. M esentí como cuando habíamos ido alguna vez a Port Aventura. Después de esperar un rato, pudimos comprar nuestras entradas, fue  un precio que picaba en el bolsillo, no sé si al cambio eran 75 euros, un precio bastante desorbitado, pero que no nos sorprendió, porque ya lo sabíamos y ya íbamos predispuestos a gastar  esa cantidad de dinero.  Sin embargo, realmente, aunque lo sepas, me parece caro, pero ya se saber que los parques temáticos, precisamente baratos no lo son. Este Universal Studios  fue construido en Japón en 2001 y es uno de los más visitados en Japón, sobre todo  desde que en 2014 inauguraron la nueva área destinada a Harry Potter, con el castillo de Hogwarts. 
Carlos y Pili con la popular bola de Universal Studios en la entrada


Una vez dentro, a pesar de llevar un mapa del parque temático, no sabíamos ni por dónde empezar.  Había tantas áreas, que nos dejamos llevar. Alucinábamos con todo, desde los personajes, personas como tú y como yo que iban ambientados para la ocasión, disfrazados de Minion, Super Mario o Snoopy. Suponemos que ya venían vestidos de sus casas así, lo bueno, es que cada uno iba vestido como le daba la gana, sin que nadie dijera nada, a nosotros nos hacía gracia, pero era divertido. También había multitud de tiendas, desde una que vendían gorros gigantescos, ya fuera de Snoopy, Spiderman u otro personaje, como de peluches. No compramos nada, porque debemos ser unos sosos, y porque eran precios demasiado elevados, para algo que probablemente casi ni nos pondremos. 




Pili sonriente con gorro de Minion

A la primera atracción que fuimos fue a Terminator, a Carlos le hizo gracia, ir a la atracción de la película de Schwarzenegger. A mí no me hizo tanta gracia: primero colas para entrar, después un monólogo en japonés que si aún hubiéramos dominado el idioma, aún hubiera estado bien, y después nos sentamos en unos asientos, para ver una especie de espectáculo combinado con pantallas, la cual cosa hacía que me perdiera mucho. El  idioma y las pantallas fue un gran hándicap a la hora de disfrutar por completo de la atracción. Lo único que noté es que hubo un momento que los asientos se movían, pero no sabías por qué, y aunque Carlos hacía esfuerzo por explicármelo, creo que él, a pesar de haber visto qué ocurría, tampoco se enteraba mucho, porque nos habíamos perdido los diálogos. Aunque no fue lo único que perdí, al salir de la atracción me dí cuenta que mi cascabel ya no estaba en una de las cremalleras de mi mochila. Me dí cuenta un poco más tarde, y por muchos esfuerzos que hicimos para recuperar un mini cascabel, volviendo a los lugares en los que habíamos estado y Carlos mirando por todo el suelo, no hubo manera de encontrarlo. Así que, de momento solamente quedaba el cascabel que llevaba Carlos en su mochila.  

Recorrimos todo el parque, vimos casi todas las atracciones, pero había algunas que por la temporada en la que fuimos o no sabemos exactamente el porqué estaban sin servicio, como fue el caso de una montaña rusa, que tenía muy buena pinta, y estaba en el área de Jurassic Park. Nos quedamos con las ganas y no entendíamos el porqué de que no estuviera en funcionamiento. Justo en esa área vimos un espectáculo de dinosaurios amenizado con la música de la película de Jurassic Park.   


Carlos con el coche de Jurassic Park

Carlos en Hogwarts
En la zona de Harry Potter, en el que se encontraba la escuela de Hogwarts, era

increíble la cantidad de gente que había, creo que era en la zona donde más personas había por todas partes. Entramos en algunas tiendas en las que llegaban a vender desde búhos, hasta trajes de Harry Potter. En esa área probamos la popular cerveza mágica, una cerveza de mantequilla, apta para todos los públicos, ya que no lleva alcohol. Es una bebida que tiene un gusto, a nuestro parecer, demasiado dulce. Nos la bebimos sentados y contemplando el espectáculo de personas viniendo y yendo y con trajes de todo tipo, ya en sí estar dentro del parque era todo un espectáculo. Reconozco que nos costó terminarnos la bebida, ya que era demasiado empalagosa.   
Butter Beer: Cerveza de Harry Potter


Vimos también un desfile de carrozas con personajes del parque, como Snoopy que, realmente no sé qué pintaba en el parque, pero tiene su propia área, dedicada más para niños pequeños. Ese espectáculo lleno de carrozas y público a los lados, estaba amenizado con música que estaba a un volumen bastante alto, nos sorprendió que la música fuera española, aunque realmente no conocíamos esa canción.

Después de recorrer todo el parque, a pesar de que no estábamos con ánimos de subirnos a ninguna otra atracción, quizás por la decepción de la primera, quizás por las horas de colas que había en cada una de ellas, fuera por lo que fuese, no volvimos a subir en ninguna otra. Llegaba la hora de comer, y después de visitar algunos chiringuitos, también repletos de gente esperando a que les atendieran, optamos  por comer fuera del parque, sin tantas esperas y mucho más barato.  Nos dimos cuenta que ya somos mayores, a pesar de que no hay edad para los parques temáticos, pero no lo disfrutamos como niños. Nos cansan las esperas, la impaciencia se adueña de nosotros y optamos por no disfrutar cómo se merecía el parque. Puede que fuéramos con las expectativas demasiado altas y, quizás, por ello nos desilusionó más que otra cosa.

Fuera del parque, como he dicho estaba repleto de: tiendas, restaurantes y hoteles, elegimos uno que tenía menú. Comimos  unos tallarines con algo de carne y nos pusimos en marcha. Fuimos al metro, y ya que estábamos decidimos que aún era pronto para retirarnos al hotel. Así que nos bajamos en el centro y visitamos el barrio de Dotonbori: un paseo comercial, repleto de luces, sonido, tiendas y gente por todas partes. Quisimos ver el famoso cartel luminoso de Glico man. Este cartel de luces de neón, es un cartel publicitario, en el que sale un atleta corriendo los 300 metros, es famoso porque lleva en el barrio desde 1935, y se ha convertido en todo un símbolo de Osaka. Este cartel publicitario, no solamente por su antigüedad y sus luces de neón, sino porque no es solo un cartel publicitario más, sino que anuncia un local de alimentación llamada Ezaki Glico. Sabíamos que no éramos los únicos que buscábamos ver esa publicidad de luces de neón, ya que más turistas en la avenida iban mirando todos los carteles en búsqueda del más popular. 


Carlos haciendo de Glico Man con carteles publicitarios y luminosos detrás


A pesar de que vimos  muchos establecimientos, donde no hubiera estado mal hacer la última cena en Osaka, no teníamos mucho hambre. Habíamos comido tarde, y comer por comer, a pesar de que sea uno de nuestros placeres, lo dejamos para más tarde. Optamos por ir al hotel y descansar, teníamos que preparar la maleta, al día siguiente volvíamos a coger el tren hacia otro destino. Sin embargo, después de estar un rato haciendo el puzle en la maleta, ya que, a veces, aunque saques un par de cosas, después ya no encaja todo tan bien. Nos entró un poco de hambre y fuimos al único sitio que teníamos cerca y estaba abierto, una convenience store, una de esas tiendas que están casi 24 horas abiertas y puedes encontrar casi de todo. Además preparaban algo de comida, y nos pedimos unos pinchos de carne con verdura. No mucho, pero era para engañar el estómago. 

Al día siguiente, abandonamos el hotel, y volvía a llover. Parecía que la lluvia quería ser nuestra compañera de viaje, así que antes de coger ningún tren, preferimos tomarlo con calma e ir a desayunar al mismo restaurante que habíamos ido el día anterior. Esa cafetería al estilo americano tenía encanto, porque tenía algo en lo que no nos habíamos fijado antes. En todas las mesas había unos botones, uno era para llamar al camarero siempre que lo necesitases, como, por ejemplo: una vez ya supieras que querías pedir, y otro botón era para la cuenta, no te traían la cuenta a la mesa, tenías que ir al mostrador a pagar, pero al darle al botón ya te la tenían preparada. Un buen sistema y algo atípico que no habíamos visto antes. Estando en el restaurante desayunando, quisimos comprobar la ruta a seguir con el GPS, y nos dimos cuenta que nos habíamos quedado sin datos en el Pocket Wifi. No podíamos creerlo, aún nos quedaban unos días por Japón y habíamos excedido los gigas que teníamos. No sabíamos cómo sería a partir de ahora nuestra aventura, pero la verdad es que no lo entendíamos cómo había podido ocurrir. Con mochilas, maletas, paraguas y acompañados de la incertidumbre de ir sin Internet nos fuimos a la calle a por un taxi. La estación estaba cerca, de hecho para ir al hotel habíamos hecho el trayecto a pie, pero ahora con la lluvia era otro cantar. En un momento, menos de diez minutos llegamos a la estación de tren de Shin Osaka. Tocaba volver a sacar los pases del JRP y volver a uno de los mejores transportes que hemos conocido: Shinkansen. El tren bala nos llevaría al siguiente destino. Un lugar, que ya avanzo, nos sorprendió gratamente y  nos dio mucha paz. 




domingo, 4 de febrero de 2018

Tecleando: nuevo teclado, nuevos horizontes



¡ARRANCAMOS: EMPEZAMOS A TECLEAR!

Acabamos de darle la vuelta a la hoja del calendario, y ya estamos en otro mes. El mes de Enero ha pasado casi sin darnos cuenta, como hace tiempo ocurre con los días, que se van volando, y cuando te das cuenta, estás en otro mes. Me hubiera gustado estrenar el mes con una entrada estelar, o con cualquier post. Sin embargo, el día a día, la falta de tiempo y la presión de querer hacer una buena entrada, para estrenar el año, ha hecho que el mes de Enero pasase sin dejar rastro por el blog. 
Sé que tengo entradas sobre nuestro Viaje a Japón y Corea que están pendientes de publicar, y, aunque el tiempo vuele, no renuncio a dejarlas por escrito en el blog, ya que sirven de recuerdo. Sé que cada vez me costará plasmarlas, porque la memoria es selectiva, pero cueste lo que cueste, lo haré. Tarde o temprano todo llega, lo que cuesta es arrancar y ya lo estoy haciendo. 

Mi nuevo teclado
Hoy os voy a hablar de mi nuevo teclado, desde donde estoy tecleando esta entrada. Es un teclado de sobremesa, grande y robusto, pero sobre todo es un teclado mecánico.  

¿Qué es un teclado mecánico?
La diferencia principal entre los teclados convencionales y estos es el material que se utiliza. Los teclados que casi todo el mundo suele utilizar son de membrana, más suaves y ligeros. En cambio los teclados mecánicos son aquellos que surgieron con los primeros ordenadores, eran grandes, robustos y se notaban muchos las teclas. Con el tiempo, para abaratar gastos en la producción empezaron a utilizar materiales más sencillos, en los que la estética predominaba y la comodidad a la hora de escribir quedaba relegaba a un segundo plano.
Los teclados dejaban de ser tan pesados, para ser casi imperceptibles al tacto, estando las teclas muy juntas, sencillos y suaves. No se escuchaba el típico ruido que producían los antiguos teclados, similares a los que producían las máquinas de escribir. Muchos debieron agradecer la falta de sonido, pero no se dieron cuenta que la precisión y la durabilidad en los teclados de membrana se esfumaba junto el ruido de las teclas.
Los teclados mecánicos suelen producir tanto ruido, porque tienen un mecanismo parecido al de las máquinas de escribir: cada tecla funciona de forma independiente, teniendo su propio interruptor debajo de cada tecla, como si fueran botones. En cambio, en los teclados de membrana funcionan de forma electrónica.   

¿Por qué me decanté por un teclado mecánico?
Resulta que en el trabajo me querían cambiar de teclado, sin embargo yo estaba muy contenta con el que tenía. Entonces fue cuando por primera vez escuché eso de que a mí me gustaban más los teclados mecánicos. Yo ni siquiera sabía que tenía uno, pero me dijeron la diferencia, y me intentaron convencer que el que me querían poner era más nuevo, pero yo argumenté que se notaban mucho menos las teclas. Una de las principales diferencias entre uno y otro. Así que logré que me pusieran uno, pero igual que el que ya tenía, es decir: manteniendo mi teclado mecánico. Se notan mucho más las teclas, incluso el que tengo, puede parecer una tontería, pero en la tecla Windows tiene una redondita, la cual cosa la distingo a la perfección.
Siempre que íbamos a tiendas de electrónica, me encantaba pasar por la sección de teclados y ordenadores, para ver cuál se notaba más las teclas. Pero, sin intención de comprarme ninguno, simplemente por el gusto de que los dedos jugueteasen por los teclados. Sí, parece  de niña pequeña, toquiteando todo, pero el espíritu de Peter Pan me acompaña. Dejando de lado esta anécdota, finalmente me decidí darme el capricho de comprarme uno. Aunque para ello, tenía que informarme un poquito: descubrí que hay muchos tipos, dependiendo del switch, que no sabía ni lo qué era, y es el tipo de interruptor, si no estoy equivocada. Descubrí que dependiendo del switch te daba más precisión o menos. Muchos de estos teclados están orientados para Gamers, ya que necesitan mucha precisión a la hora de pulsar las teclas y no perder tiempo. No obstante, leí que uno de los swtch que también eran compatibles para escritores eran los blue, que son más ruidosos y notas el clic a la hora de teclear la letra en cuestión.
El teclado escogido fue el: STINGER RX 1000K  

Mi teclado mecánico STINGER RX1000K


Es un teclado mecánico que, aunque esté orientado, para gamers, al tener el interruptor blue también puede servir para otros usuarios, como es mi caso. Además tiene un precio que no es desorbitado, y aún te lo puedes permitir. Tiene multitud de funciones, aunque no he probado las teclas de función rápida. Está iluminado y tiene diferentes modelos de iluminación en las teclas, la cual cosa aún no he probado, ni tengo mucha intención de hacerlo, porque el hecho de que las teclas tengan luz, sinceramente a mí me trae un poco sin cuidado y no lo compré por esa razón. Además, puede parecer una nave espacial. Sin embargo, lo que me gustó es que se notan mucho las teclas, y los dedos más que escribir parecen que estén bailando con las teclas al compás del sonido del tecleo, ya casi imperceptible para mí. Las teclas no es que estén diseñadas, para los dedos, sino que están muy salidas, más de lo habitual y eso favorece que los dedos a ciegas encuentren todas las teclas sin equivocaciones, con más agilidad y facilidad.

El cambio
Eso sí, no todo iba a ser un camino de rosas, por el camino me he encontrado alguna que otra espina. Y es que mis brazos, mis muñecas, se resienten. Había leído que podía ocurrir, no sé si es por mi postura, porque es otra plataforma en la que mis dedos se apoyan y presionan, porque tengo que hacer más fuerza, porque voy más rápido o no sé el porqué, pero desde hace unos días tengo dolores en los brazos a la hora de teclear. Sin embargo, estoy convencida que esto debe ser un tema de ejercicio, de habituarse a un cambio y de darle más a las teclas. Debe ser como cuando vas los primeros días al gimnasio, al principio las agujetas pueden contigo, pero poco a poco, y la mejor manera de combatirlas es haciendo más deporte, pues en este caso será lo mismo, tendré que escribir con más frecuencia para  que mis dedos se habitúen al cambio y no lo vean como algo raro. Además de que cuando lo utilice con más frecuencia, menos diferente me parecerá. Al principio no podré estar más de una hora, después una hora se me habrá pasado como en un abrir y cerrar de ojos, o al menos eso espero.  
Lo malo, entre comillas, y lo sé, y lo reconozco, es mi postura. Aunque realmente esto me pasaría con cualquier teclado.  Intento utilizar mi resto visual, intento ver lo que escribo, a pesar de que me cueste lo mío. Así que hemos incorporado al teclado, una pantalla más grande. Así que tengo el portátil encendido, pero con un teclado mecánico y una pantalla, así que el portátil solamente es como si fuera la torre del PC, está a un lado y ni lo miro, y me centro en mi nuevo teclado, y, sobre todo, y ahí está el problema en la pantalla. Por muy grande que sea necesito tenerla cerca, pero si la tengo tan cerca como la necesitaría,  casi que no me cabe el teclado, ya que la pantalla tiene un pie bastante ancho que impide que me la acerque más, y además necesito espacio para que el teclado esté bien apoyado en la mesa, sin que se suba al pie de la pantalla, si lo hago pierde estabilidad y no puedo escribir de forma cómoda.  Finalmente consigo acercarme lo suficiente la pantalla, pero:  ni la espalda, ni los brazos están en la posición que deberían estar. Sé que debería tener los brazos estirados, relajados, y dejándome llevar y no centrándome tanto en lo que sale en la pantalla. Realmente, aunque tengo un contraste (la pantalla negra y las letras en blanco) intento escribir tan rápido que finalmente, por muy cerca que tenga la pantalla, no llego a distinguir que aparece en la pantalla. Al final son  solamente manchas blancas que se mueven en un fondo negro. Suerte que tengo de apoyo el sintetizador de voz del software que utilizo en el ordenador, ya que el magnificador que tengo, el Zoomtext también cuenta con una voz como el Jaws.

El teclado abre otro tema
Y ahora abro otro tema, que para los que vean y para los que no vean, no entenderán a los que estamos en el limbo entre el ver y no ver. Pero eso ya sería otro capítulo, no obstante, entiendo que no sea fácil entenderlo. Muchos pensaréis que si no veo lo que hay en la pantalla, para qué me la acerco tanto, más aún cuando hay un sintetizador de voz que me va cantando lo que sale en la pantalla. Otros pensaréis que no acepto mi baja visión y además estropeo mi salud por el tema postural y visual, ya  que mis ojos se pueden cansar, y así es. Sin embargo, no quiero renunciar a mi resto visual, me gusta ver esas manchas blancas que se mueven al compás del son del teclear. Me gusta poder utilizar mi resto visual. Además me gustan poco los cambios radicales.

Algo positivo para el futuro
 Además al utilizar la voz como apoyo, e intentar ir incorporando el pleno sintetizador de voz, quizás, algún día, y quién sabe, quizás gracias al nuevo teclado, me atreverá a utilizar todo tipo de comandos de teclado, sin miedo a equivocarme, haciéndolo a ciegas y con una mejor postura y estando mucho más relajada. Puede que mi miedo a la hora de no abandonar el magnificador, sea no saber si estoy escribiendo o no, a pesar de que la voz vaya hablando, a veces la inseguridad gana, además de la fuerza de no querer renunciar al resto visual, aunque mis ojos acaben llorosos.
 Se aceptan todo tipo de consejos, para todos aquellos que hayáis tenido que pasar por una transición similar, y no me refiero a cambio de teclado, ya sabéis a qué me refiero.
  
Y, aunque me haya ido de tema, pero las cosas van surgiendo a medida que van saliendo, en el fondo tiene que ver.  Os dejo estas líneas, sin obviar que tengo entradas pendientes. Sin embargo, hoy quería presentaros mi nuevo instrumento de escritura. Espero que os haya gustado, a pesar de que he explicado otras cosas que poco tienen que ver, aunque al fin y al cabo forman parte de mí, y sí que en cierta manera guardan relación con el teclado mecánico: gracias a su percepción táctil, y porque estoy convencida que gracias a él, conseguiré dar el paso que me hace falta, para prescindir por completo del ratón.

¡Hasta la próxima!