DESCUBRIENDO NAVARRA UN VIAJE AL VALLE DEL BAZTÁN
El pasado puente de noviembre fuimos a descubrir el Valle
del Baztán. Gracias a Dolores Redondo y su trilogía de El guardián Invisible, ya
habíamos viajado a ese lugar tan mágico a través de sus descripciones y de
nuestra imaginación. Pero, nos apetecía pasear por esas montañas, sentir la
naturaleza y esos elementos mitológicos como el Basajaun que ella describía en
sus novelas.
Antes de ir estuvimos mirando alojamientos, para ir ya con
la reserva hecha, pero parecía que todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo
para visitar esa zona durante ese puente, y no encontrábamos ni una habitación.
Finalmente a pocos días de nuestra escapada, encontramos un sitio en Lesaka, que no sabíamos ni
dónde estaba. Mirando por Internet nos convenció la localización, porque más o
menos estaba cerca de todo, y, sobre todo, del pueblo que, sin duda, no podía
faltar en nuestra visita al Baztán que era: Elizondo. Uno de los escenarios de
la trilogía, el pueblo natal de la protagonista, Amaia Salazar.
A ese pueblo no es que quisiéramos ir porque sí, si no que a
raíz de leernos la novela y descubrir que hasta se hacían rutas literarias en
Elizondo, contratamos una de ellas, para que nos contasen más sobre Elizondo,
la novela y empaparnos de todo lo que los guías nos contasen.
EL VIAJE
El 29 de octubre madrugamos para aprovechar el día que nos
esperaba en coche. No sabíamos si tendríamos muchas horas a causa de las
caravanas, pero, afortunadamente no estuvimos atrapados durante mucho rato en
ningún atasco. Aunque al llegar a Lleida tuvimos que reducir bastante la
velocidad e ir a paso de tortuga, porque la niebla hacía que no se viera nada,
empapaba los cristales y la carretera estaba resbaladiza. Suerte que Carlos es
muy precavido y no le gusta ir pegado al coche de delante, porque en más de una
ocasión tuvimos que dar algún que otro frenazo a causa de los coches de delante
que también lo hacían. Vimos bastantes coches que habían visto su puente
frustrado, por algún choque, más de un accidente debido a la niebla que no
facilitaba la conducción.
En Aragón ya hicimos alguna pausa, para estirar las piernas
y para comer algo. Seguimos nuestro camino y llegamos a la Comunidad Foral de
Navarra, ya quedaba menos. El pueblo donde nos alojaríamos estaba muy cerca de
Euskadi, así que estaba bien al norte de Navarra.
LA LLEGADA
Al llegar al hostal nos quedamos petrificados al ver que la
puerta estaba cerrada y no había ni un alma rondando por ahí. Después de llamar
a la puerta en varias ocasiones, nos abrieron y en seguida nos reconocieron por
ser la pareja que venía con un perro guía, una gran pista. Nos llevó arriba,
nos enseñó la habitación y nos dijo que siempre que saliéramos teníamos que
cerrar la puerta de abajo con llave. El sitio era un caserío, donde los
dueños del hostal también hacían vida allí, pero habrían arreglado unas cuantas
habitaciones para que funcionase como hospedaje.
LESAKA
Estábamos cansados del viaje, sobre todo Carlos que había
estado conduciendo, pero más que cansados lo que nos apetecía realmente era
pasear y estirar las piernas. Así que, seguimos el consejo de la dueña del
Hostal y fuimos a una vía verde que había justo al lado. Era un camino bastante
transitado de peatones, coches, pero por los lados del camino era todo verde,
prados, campos y caseríos. Caminamos un buen rato hasta que nos cansamos y el
frío empezaba a dejarse notar más. Entonces fuimos a la habitación, nos
acicalamos y fuimos al pueblo de Lesaka que estaba a menos de cinco minutos en
coche. Era un pueblo con mucho movimiento, gente por las calles, paseando o
incluso, a pesar de la época del año: tomando algo en terrazas. Nos sorprendió
escuchar que muchos de los habitantes hablaban euskera como si tal cosa, como
si en vez de estar en Navarra ya estuviéramos en Euskadi. Sé que en Navarra
también hay ikastolas, escuelas donde aprenden euskera, pero no sabía que lo
hablasen con tanta fluidez, creo que el hecho de que sea una zona norteña,
limítrofe con el País Vasco, hace que mucha gente haya hablado siempre
euskera.
Al ir bastante abrigados, al ir con Kenzie, no queríamos
meternos en una de esas tabernas que están llenas de gente, y optamos por una
terraza que, como digo, estaba bastante llena, y ahí respirando el aire del
norte, nos tomamos algo. Después cenamos prontito en un restaurante, y
volvimos al hotel. Antes de volver tuvimos que esperar a que los cristales del
coche se desempañasen, ya que por la noche se nota que bajan las
temperaturas.
Al día siguiente, domingo, nos esperaba visitar el pueblo
de Elizondo, que se ha catapultado a la fama gracias a la trilogía de Dolores Redondo, donde describe
de maravilla y muy fiel el pueblo.
ELIZONDO
El domingo día 30 teníamos reservada una ruta literaria, que
habíamos reservado con anterioridad en Visitas de El guardián Invisible nos dieron
hora para las 11 de la mañana, el lugar donde se había quedado era en la Plaza
de los Fueros de Elizondo, en la plaza del Ayuntamiento, ahí empezaría la ruta.
Llegamos pronto, después de haber desayunado en el hostal, haber emprendido el
viaje en coche por montañas hasta Elizondo y haber aparcado en el pueblo. Al
poco empezó a llegar más y más gente, hasta que hicimos un corro con la guía,
Beatriz, quien iba apuntando los nombres de las personas que estábamos ahí,
para ver si estábamos en la lista o no. Una vez estábamos todos, empezó a
relatar con un micrófono, la cual cosa ayudaba a que todos pudiéramos escucharle
muy bien.
LA RUTA DE LA TRILOGÍA
Empezó la ruta en la plaza del Ayuntamiento,
presentándose y contándonos cómo empezaron las rutas, ya que vieron que al poco
de salir la primera publicación del libro, ya había gente merodeando por el
pueblo, intentando saber dónde vivía la protagonista, por dónde andaba y muchos
curiosos ajenos al pueblo se acercaban, para hacer visitas y descubrir in situ
el escenario de El guardián invisible, preguntando aquí y allá dónde estaba el
obrador, la casa de tía Engrasi y otros puntos clave de la novela. Entonces, se
les ocurrió que podría ser una buena idea contar más curiosidades sobre el
pueblo y los enclaves del libro, hablaron con la autora, Dolores Redondo, y les
ayudó a fijar los puntos que habían inspirado los escenarios: algunos reales,
con descripciones fidedignas y otros, no tanto, porque es una escritora y puede
crear escenarios que solamente estén en la imaginación de ella y del
lector.
Después de contarnos cómo comenzó todo, siguió leyendo algún
pasaje del libro, para ubicarnos y ver qué el lugar dónde estábamos salía en el
libro. Y así era enfrente nuestro teníamos el Ayuntamiento con el escudo
baztanés: un blasón con cuadros, tipo ajedrez, que significaba la hidalguía de
los habitantes del valle. Este escudo no solamente se encuentra en la fachada
del Ayuntamiento, sino que muchos habitantes aún hoy día lo muestran en las
puertas de sus casas, como un recuerdo de quién fueron y quiénes son.
Justo en esa plaza, en una esquina encontramos el botil
harri, la piedra por dónde siempre que pasaba la protagonista de la novela,
Amaia Salazar, la tocaba y le recordaba el pasado de Elizondo y decían que
simbolizaba la fuerza.
Después de contarnos por qué estaba ahí esa piedra, el
significado y leernos un pasaje donde se menciona esa piedra, todos,
absolutamente todos, fuimos a tocarla, para ver si nos daba fuerza y por el
simbolismo que tiene. La guía se reía y decía que poco a poco desde el éxito de
la obra de Dolores Redondo, y después de tantas visitas, y las que vendrán, con
tanto roce, no se sabe si se va a ir desgastando.
Seguimos la ruta adentrándonos por callejuelas con todo el
encanto de Elizondo, íbamos haciendo paradas, para escuchar atentos lo que la
guía nos iba narrando, acompañando las explicaciones con imágenes que nos iba
enseñando, con curiosidades y con historia real de lo acontecido en esos puntos
clave, como, por ejemplo: cuando nos contó la gran inundación que sufrió
Elizondo en 1913, que también se cuenta en el libro, y nos mostró que en
algunas partes del pueblo está la marca, para recordar hasta dónde llegó el
agua, también hay fotografías antiguas colgadas por el pueblo, para ver cómo ha
cambiado. A raíz de esa inundación y sus consecuencias, algunos edificios
históricos de Elizondo sufrieron grandes daños y tuvieron que construirlos de
nuevo en otros lugares, como es el caso de la Iglesia.
Poco a poco, el Sol iba haciendo acto de presencia, y entre
el buen tiempo y la caminata, nos fuimos quitando los abrigos, para continuar
descubriendo más y más Elizondo. Todo nos parecía curioso y apasionante, como
que en el suelo había iniciales grabadas y ya pensábamos que era algo oculto, y
simplemente estaban ahí, porque alguien, seguramente algún crío le habría dado
por firmar cuando el cemento aún estaba fresco.
Seguramente los vecinos de Elizondo ya deben estar
acostumbrados a la peregrinación de lectores que guiados por la trilogía
aparecen allí, para descubrir sus calles y que todo les parece sorprendente,
parándonos delante de sus casas y haciendo fotografías, como cuando nos paramos
delante de una casa, solamente porque en la puerta tenían un eguzkilore,
que es una flor, como si fuera una especie de girasol, que sirve para protegerse
de los malos espíritus y de las brujas. Ahí vimos que la superstición
perdura, porque por muy bonito que sea tener una flor colgada en la
puerta de entrada de una casa, sin duda, la siguen conservando, porque aún
creen en las tradiciones: donde las brujas, los espíritus y hechiceros siguen
estando ahí y creen en ello.
RUTA SENSORIAL
Sí, porque, a pesar de no ver los escenarios los sentía.
Primero, por las buenas explicaciones que nos iban narrando con muy buen
acústica y de forma muy cercana. Además, Carlos, Kenzie y yo en algunos sitios
nos quedábamos más rezagados, para poder tocar el elemento que había hecho
referencia la guía, como es el caso de la piedra que simbolizaba para los
supersticiosos la fuerza, y aunque no lo somos, más valía tocarla por si acaso.
Además quería hacerme la idea de cómo era esa piedra, que no era muy grande,
pero se notaba el paso de los años y su tacto frío.
Puente de Muniartea
Al llegar al puente de Muniartea un ensordecedor ruido nos
atrapó. Las presas del río Baztán, que en otras partes se llama río Bidasoa,
hacía que pocas explicaciones nos pudiera dar la guía, por mucho micrófono que
llevase, la fuerza del río y su magia nos cautivó. Descubrimos el sitio
recogido, donde Amaia Salazar, protagonista del libro, iba a pensar, a
refugiarse y dejarse llevar como hacía el río. Desde ese puente, aparte de
notar la fuerza del agua, también había unas vistas preciosas de todas las
casas cercanas al río, y se veía el barrio de Txocoto. Además el puente
de Muniartea tenía una inscripción en la baranda, donde estaba reflejado el
nombre del puente Muniartea, así que podías recorrer con los dedos el
nombre, tal y como tantas veces en la novela había hecho la protagonista.
No solamente el oído disfrutaba de estar en un paraje como
Elizondo, gracias a las explicaciones y la naturaleza que nos rodeaba. El tacto
también, porque como digo, todo lo que se podía tocar, lo tocamos, más que nada
para hacerme más a la idea.
El olor de Elizondo estaba presente cuando por algunas casas
se notaba la presencia de chimeneas, y ese típico olor a leña, que entran ganas
de estar ahí dentro y quedarte mirando el fuego de la chimenea, calentándote y
dejándote llevar por el fuego. Recordamos que en la novela, Amaia siempre que
podía y estaba en casa de su tía Engrasi se quedaba absorta ante la chimenea,
mirando el fuego.
El gusto tuvo un papel importante cuando llegamos a la pastelería Malkorra.
A esa pastelería llegamos cuando terminaba la primera parte de la ruta.
Entramos y había dulces para probar, chocolate típico de la zona, pero sobre
todo un producto que gracias a la novela se ha convertido en el producto estrella:
el txantxigorri. Es un pastelito típico de la zona, pero que no se
comercializaba, la gente los preparaba en casa, es un dulce muy contundente
hecho de chicharrones de cerdo. Tuvimos la oportunidad de probarlo y estaba muy
rico, pero no me lo imaginaba así, no sé por qué, pero creía que llevaría crema
por dentro y no era así.
Al entrar por turnos en la pastelería, muchos aprovecharon
para realizar compras en la pastelería mítica de Elizondo, nosotros después de
degustar los dulces no lo hicimos, porque pensamos en pasarnos en otro momento
que no estuviera tan llena de gente. Y seguimos con la ruta, en este caso
fuimos a la Iglesia que estaba dentro de un parque, y es la que a piedra a
piedra cambiaron de ubicación después de la gran inundación sufrida en
1913.
Kenzie se portó muy bien durante toda la ruta, a pesar de no
entender nada, ya que caminábamos y al rato nos parábamos todos, para escuchar
a la guía. Ella no debía entender el hecho de ir sin rumbo y pararnos cada dos
por tres. Pero, no se quejó en ningún momento y siguió nuestros pasos sin
rechistar. Eso sí, no guió mucho, porque al no conocerme el entorno y no saber
dónde íbamos a parar, prefería que fuera Carlos quien nos llevase. En otras
ocasiones la directriz que le daba era que siguiera a la gente. Hay que decir,
que Kenzie no fue el único can durante la visita, había otra persona que
también había querido acercar a su perro a Elizondo.
CONTINUAMOS CON LA RUTA
Paseamos durante más de tres horas por todas las calles
como: Braulio Iriarte, calle de Santiago, Jaime Urrutia, Antxitonea, Txocoto,
pasando por el restaurante favorito de James, el marido de Amaia Salazar: Santxo Tena
y pasando por la comisaría de la policía foral de Navarra- un edificio moderno
que huía de la arquitectura común del valle, un edificio muy
singular.
EL CEMENTERIO DE ELIZONDO
Una de las últimas paradas de la ruta fue el cementerio de
Elizondo. Y en “El guardián Invisible” primer libro de la trilogía de Dolores
Redondo, encontramos lo siguiente:
“Del mismo modo que sobre las puertas de una ciudad se
coloca un escudo con sus armas y sus valías, en la puerta del cementerio
presidía una calavera que vigilaba desde sus cuencas vacías a los visitantes,
avisándoles de que entraban en los dominios de aquel particular gobernador de
la ciudad de los muertos”
Entramos en la ciudad de los muertos, que tanto sale en la
trilogía por la cantidad de entierros a los que tienen que asistir. Paseamos
entre tumbas, algunas con esculturas muy bonitas. Nos cuentan que, antes de
hacer la visita guiada por el cementerio pidieron permisos, porque es un lugar
que quizás familiares no quieren que sea visitado. No se opusieron a ello,
incluso lo veían bien que las tumbas de familiares fueran visitadas. De hecho,
incluso la adaptación cinematográfica de “El guardián Invisible” se rodó en el
mismo cementerio.
FIN DE LA RUTA
Terminó la ruta en el mismo sitio donde había empezado en la
Plaza de los Fueros. Ahí nos despedimos, aunque me hubiera gustado que le
hubiéramos dado un gran aplauso a nuestra guía, Beatriz, por lo bien que nos
guió por todo el pueblo, de una manera muy cercana y destapando curiosidades
que sabemos que sin la ruta no nos hubiéramos enterado. Al terminar,
esperamos a que muchos le felicitasen y se fueran, cuando nos quedamos solos,
llegó nuestro turno de agradecerle lo bien que lo había hecho y lo ameno que
había pasado el recorrido, preguntamos unas cuantas curiosidades que no nos
habían quedado muy claras y, siendo ya pasadas las dos de la tarde, le pedimos
consejo para comer bien por ahí cerquita. Nos recomendó un asador, ya que le
habíamos dicho que nos apetecía un buen entrecot del norte. Con su consejo
gastronómico y con un buen sabor de haber descubierto un pueblo tan bucólico y
literario nos fuimos a saciar nuestro hambre, ya que después de tanto caminar
el apetito ya hacía acto de presencia.
OÑASKA:
Un asador en plena montaña de Elizondo
Después de la ruta nos dirigimos al asador que nos había
recomendado nuestra guía, para ello tuvimos que coger el coche, ya que estaba
cerca, pero no como para ir caminando. Nuestra sorpresa fue cuando el dueño nos
dijo que tenían todo reservado dentro, para más de 80 comensales, así que,
cuando ya casi nos íbamos, no sé si le debimos dar pena, pero nos comentó que
si queríamos podríamos estar fuera. Así que, por pelos, pero tanto una pareja,
también catalana, como nosotros, tuvimos suerte, justo había solo dos mesas.
Aprovechamos el buen tiempo que hacía, y que no había otra opción que comer
fuera sí o sí. Kenzie se dio una buena siesta, estaba cansada después de
tanto caminar, así que después de beber toda el agua que le trajeron, se dedicó
a dar un buen descanso en el césped. Nosotros empezamos a degustar platos
típicos de la zona: marmitako, judías y unos buenos entrecots a la brasa. Creo
que, particularmente, en el norte es donde mejor se come.
Después de una buena comilona, no quedaba otra que caminar
para bajar la comida un poquito. Así que seguimos adentrándonos en las calles
de Elizondo, esta vez por nuestra cuenta, recorriendo otra vez las mismas
calles que habíamos visto con la ruta, pero quedándonos el tiempo que queríamos,
disfrutando de cada momento y cada detalle. Más tarde, vimos un banco, en uno
de los lados del río, que nos atrajo. Nos apetecía descansar escuchando los
pajaritos, el pasar de la gente, el río- que a esas horas era la balsa de unos
cuantos patos que también se oían-. Descansamos y por último: tomamos
algo antes de volver al hotel en Lesaka. El día había terminado,
estábamos cansados, pero muy contentos de todo lo que habíamos descubierto.
ÚLTIMO DÍA DE LA ESCAPADA 31 de octubre
Era lunes, y aún nos quedaba un día de fiesta, pero ya
regresábamos, para descansar el último día en nuestra casa. Aún teníamos todo
el día por delante y no nos apetecía coger ya carretera y manta y volver a
casa, así que teníamos toda la mañana. No sabíamos si ir a San Sebastián, que
no nos quedaba muy lejos, pero optamos por dejar Euskadi, para otra escapada y
centrarnos en Navarra y sus pueblos. Desayunamos con la calma, recogimos las
mochilas y nos fuimos del hostal. La primera parada fue en Lesaka para ver el
pueblo con luz y buscar un supermercado, para comprar las típicas magdalenas
baztanesas, pero no hubo suerte con la búsqueda.
Con nuestra bolsa de magdalenas, recuerdo de Elizondo, nos
fuimos a Zugarramurdi.
URDAX
Antes de llegar a Zugarramurdi pasamos por Urdax, un
pueblecito pequeño y conocido por sus cuevas. Solamente nos paramos para pasear
por el pueblo y respirar tranquilidad y naturaleza. Cuenta la leyenda que los
habitantes de Urdax por miedo no entraban en las cuevas, ya que se creía que en
ellas habitaban las lamias, dentro de la mitología vasca, eran como unas
sirenas. Nosotros no entramos por miedo, simplemente tampoco las vimos.
ZUGARRAMURDI
Era ya la hora de comer y pensamos que Zugarramurdi sería
una buena opción. No pensamos que, como nosotros, mucha gente habría pensado en
ir al pueblo de las brujas el día de Halloween, y así debió ser, porque había
más coches y visitantes que casas. Casi no sabíamos ni dónde dejar el coche,
finalmente encontramos un aparcamiento. La misión era encontrar un buen
restaurante, sin embargo, todos estaban llenos, con gente esperando. Nos
arrepentimos de no habernos quedado en Urdax con lo tranquilo que parecía.
Después de ver todas las opciones, visitar casi todos los
restaurantes, vimos que daba igual dónde comiéramos, porque no sé si para no
hacerse la competencia o como política del pueblo, en todos ofrecían casi el
mismo menú.
Así que nos quedamos con el primero que vimos, que estaba
cerca del aparcamiento, y a pesar de que había gente, había una mesa en el
porche. Tardaron mucho en atendernos, sabíamos que pasaría, porque estaba a
tope, así que nos colmamos de paciencia y fuimos degustando los platos, que
nada tuvieron que ver con los del día anterior, escuchando el ambiente. Nos
sorprendía que las camareras tan pronto hablaban euskera, como español o
francés, pasaban de una lengua a otra sin ninguna dificultad. Al ser un lugar
fronterizo los habitantes tienen la suerte de dominar con fluidez las tres
lenguas, ya que también observamos que muchos visitantes eran franceses, y
seguramente también sean una fuente de turismo.
Después de comer, paseamos sin prisa y con calma por los
alrededores, viendo: vacas, cabras, cerdos y una especie de caballos pequeños.
Son animales sin más, pero para nosotros que somos urbanitas, todo aquello nos
apasionaba, porque nos sacaba de la rutina. Eso sí, no estamos muy acostumbrados
a ese olor. Después, nos adentramos por los caseríos, por las callejuelas
por donde siglos atrás habrían caminado las brujas del lugar.
Llegamos al museo de las brujas, sí, porque ese pueblo se
siente orgulloso de su tradición, de su historia, y sabe que también ello
conlleva que muchos visitantes vayan allí. No llegamos a entrar al museo, a
pesar de que no era muy caro, pero nos comentaron que eran vídeos, salas
multimedia, así que mucha gracia no nos hacía, porque yo tampoco lo hubiera
podido disfrutarlo, ya que si era muy visual me hubiera perdido mucho.
Seguimos caminando y vimos las cuevas, la entrada donde se
tenía que pagar, pero también vimos que muchos perros estaban atados en
árboles, ya que no permitían entrada a perros. En mi caso, hubiera sido
diferente, porque Kenzie es mucho más que un perro, es una guía y como perro
guía tiene derecho a entrar allá donde yo vaya. Sin embargo, quedaban 15
minutos para que cerrasen, así que pensando que teníamos un largo camino hasta
casa, tampoco entramos.
En esas cuevas se dice que era donde las brujas celebraban
sus aquelarres. No sabemos si fue el miedo a entrar, pero no lo hicimos.
Básicamente fue una cuestión de realismo no nos daba tiempo a ver todo,
sabiendo que ya cerraban. Algunas personas que sí que han estado me
comentan que dentro se sienten cosas, yo no sé si es verdad o no, porque no
entramos. Pero, cabe decir, que mientras paseábamos solos por los alrededores
del pueblo, no solamente se escuchaban a todos aquellos animales que he
comentado, también se escuchaba un especie de tintineo, que sería el viento que
movía…. No sé qué, pájaros que piaban al unísono de una manera muy peculiar, y
la verdad, que también la sugestión y el saber que han ocurrido tantas cosas en
un lugar con tanta magia, también te crea ese tipo de sensaciones.
LA VUELTA A CASA
Emprendimos el regreso a casa desde Zugarramurdi, empezaba a
anochecer, pero el hecho de que justo ese fin de semana hubieran cambiado la
hora, ya se notaba. No eran ni las seis de la tarde y ya estaba oscureciendo.
Nos quedaba un buen camino hasta casa, pero íbamos con la calma, sabiendo que
no importaba a la hora que llegásemos, las pausas que tuviéramos que hacer, lo
más importante era llegar, ya tendríamos al día siguiente para descansar todo
lo que deseásemos.
Mientras íbamos en el coche recordábamos todos los lugares
que esconde Navarra y que quizás, si no nos hubiéramos adentrado en la novela
de Dolores Redondo, jamás hubiéramos descubierto. Fue una escapada breve,
pero intensa: llena de bucólicos recuerdos, magia, encanto y algo de superstición.
Sin duda, ni el frío, ni la niebla, ni la distancia elimina el encanto de
visitar lugares así, donde el basajaun vigila parajes donde la naturaleza es la
verdadera protagonista.
NUESTRO VÍDEO DE LA ESCAPADA
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