Felicidades a mis incondicionales peludas
Recientemente mis peludas han cumplido años. Mi yin yang se va haciendo grande, van ganando experiencia y van conociéndonos más
Este año salido como de una novela de Stephen King está
siendo raro y terrorífico para todos. Las peludas también han sufrido sus
consecuencias. Ellas a su manera también lo han pasado mal con el
confinamiento. Sacándoles de su rutina. Viéndonos con angustia y sin poder
hacer nada. Ellas que son parte de la familia, se han contagiado de nuestros
nervios, nuestra incertidumbre y nuestro miedo. Ellas, a pesar de todo, han
estado apoyándonos: moviendo la cola, dándonos más mimos de lo habitual,
trayéndonos peluches y pelotas para distraernos, y siendo nuestras mantas donde
abrigarnos y calmar nuestra ansiedad. Ellas han estado a nuestro lado en
aquellas noches de vigía. Vigilando que estuviésemos, intentando que
durmiéramos, lamiéndonos esas lágrimas que caían. Ellas han estado a la altura
sin que nadie se lo pidiese, sin recibir recompensas ni aplausos de más. Ellas,
sobre todo Kenzie, han notado que faltaba alguien en casa. Se olían que la cosa
no iba bien, lo buscan. No entienden qué ha pasado. Nosotros tampoco. Mi padre,
quien se atrevía a sacar a las dos a la vez y después me enviaba el informe de
lo que habían hecho, ya no podrá sacarlas más. A él cada vez que las veía se le
dibujaba una sonrisa, le hacía ilusión verlas porque enseguida iban a
saludarle. Ellas no pudieron verlo en el hospital. Nosotras tampoco, excepto
cuando íbamos a despedirlo. En aquellas ocasiones ellas nos abrazaban y nos
daban ánimos: se quedaban solas en casa, esperando a que apareciésemos. Seguro
que esperando a que viniéramos de nuevo con él. No pudo ser.
Si siempre les he agradecido que estuvieran a mi lado, que me
guiasen y me dieran la autonomía que necesitaba; ahora si cabe estoy mucho más
orgullosa y más agradecida de tenerlas junto a mí. Son parte de mí. Son quien de
verdad me conocen, más que guías, más que peludas; son mis ángeles protectores,
mis guardianas.
El pasado 6 de agosto Leia cumplió 3 años. Ya se nota que
está más alta, más ancha, en definitiva: ha dado un estirón. Aunque sigue
teniendo alma de cachorra.
Se hace grande, está más alta, más robusta y más adulta. Y,
el viernes día 18 de septiembre su hermana, Kenzie, cumplió 13 años. Ya se ha
convertido en una yaya, pero parece que haya rejuvenecido gracias con la
llegada de Leia.
Gracias a su apoyo incondicional, estos meses tan difíciles
los hemos podido ir sobrellevando.
Ahora están más, por mí y por mi madre, sin
alejarse de nosotras. Saben que las necesitamos más que nunca y ellas no dudan
en ser nuestra sombra, agasajándonos con movimientos incesantes de cola,
mostrándonos su cariño y haciendo monerías para evitar que caigamos en
pensamientos que ahogan.
Ellas son nuestra salvación. Siempre lo han sido, pero no
puedo estar más orgullosa de tenerlas y de que estén a mi lado. No son simples
perras, no son perra guía, son mucho más que familia. Se podría decir que son una
prolongación de mí, ella saben, con un sexto sentido lo que ocurre, a veces
hasta me atrevería a decir que saben lo que pensamos y saben transformar
nuestras emociones.
En el mes de agosto cuando Leia cumplió 3 años quisimos que
fuera un día especial para ellas. No lo estábamos pasando bien, pero se
merecían que fuera un día especial, fuera de casa. Tuvo sus regalos. Juguetes
con los que se distrae, como un peluche que le ha cogido cariño. También fuimos
a un parque, donde se desfogó a lo lindo corriendo con otros peludos.
En cambio, el cumpleaños de Kenzie no ha sido tan especial,
aunque se lo merezca, incluso más. Pero, la vuelta a la “nueva normalidad”
y la climatología no ayudó. Muchas personas la felicitaron, aunque ella se
quedase igual. Tendrá su momento para disfrutar corriendo, porque a pesar de
sus años y de la artrosis aún tiene arrebatos de correr.
Los años pasan para todos, para ellas también. Es un regalo
tenerlas a mi lado. Gracias a las casualidades de la vida me tocó conocerlas y
con Kenzie ya son casi doce años a su lado, conociéndonos día a
día. Y Leia, aunque tenga otro carácter y lleve menos tiempo con nosotros
también es cariñosa y va siendo una más de la familia.
Orgullosa de tenerlas. No tan solo por facilitarme la vida en
mi autonomía, porque, como he dicho, son mucho más. Son amores incondicionales.
Cómo me gusta leerte, Pili. Con tanta dulzura siempre y verdad. Tus angelitos, tus guardianas, tus tesoros! No podían tener mejor persona como mamá. Felicidades por los cumples y por el amor compartido. Un fuerte abrazo, guapiña.
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