UN DÍA DE MATSURI CON WASABI EN
BARCELONA
Al llegar el buen tiempo muchos habréis escuchado que
Japón se llena de celebraciones, ya que tienen el Matsuri: Festivales
tradicionales, en los que danza, gastronomía y cultura se dan la mano.
Imaginaros que una cultura tan lejana y en forma de festival llega a vuestra
ciudad, ¿Sí? ¿Os lo imagináis? Pues, no hace falta forzar mucho la imaginación,
ya que por fortuna, gracias a una Asociación cultural japonesa acerca la cultura
nipona a Barcelona.
Barcelona durante un fin de semana se llena de actividades,
música, danza, obsequios y gastronomía japonesa. Esta asociación ya lleva más
de cinco ediciones celebrándolo. Este año 2017 no queríamos perder la
oportunidad de visitar este festival por nosotros mismos y disfrutar del V Festival Matsuri
en Barcelona.
No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar, no sabíamos cómo
sería, qué harían. A pesar de que leas el programa de actividades, de escuchar
comentarios, de saber que habrá carpas y espectáculo, hasta que no llegas no
sabes qué es. Cuando llegamos al Moll de la Fusta nos dimos cuenta que ese sábado 10 de junio, a pesar de no estar en verano era como si lo fuera, y
Kenzie no estaba por la labor, con toda la razón del mundo en que nos parasemos
a cada momento a contemplar como tontos las tiendecitas que habían
colocado, ni mucho menos a que nos parásemos a escuchar la música tradicional.
No es que no le gustase el ambiente japonés, ni le molestase la música, ni
tampoco las personas que paseaban envolviéndose del ambiente nipón, sino que
con altas temperaturas Kenzie deja de ser un perro guía, para ser un perro
jadeante, y si a eso le sumas que el suelo quemaba como el mismísimo infierno,
ella solamente estaba pendiente en hacer un baile, para no quemarse las
almohadillas, y buscaba con ansiedad una sombra.
Finalmente, después de dar un paseo rápido con el fin de que
Kenzie aguantase lo mejor posible, buscamos un lugar donde sentarnos, por
supuesto ella eligió sombra. Allí Kenzie y yo esperábamos a que Carlos viniera
con exquisitos manjares del lejano oriente, mientras ella y yo nos intentábamos
relajar y sofocar esos calores con un abanico que nos habían regalado.
Probamos algunas cosas, pero, sinceramente, con un calor tan
agobiante no apetece comer nada, pero me gustaron algunos sabores que jugaban
con los contrastes. No duramos mucho, porque ni nuestro cuerpo, ni el de
nuestra peluda estaba para nada más. Así que nos fuimos para casa, para retomar
fuerzas y sobre todo para refrescarnos.
Con las pilas cargadas y sin rendirnos en nuestra aventura
de adentrarnos en Japón estando en Barcelona, volvimos por la tarde noche a la
andadas, volviendo al lugar donde se celebraba todo el festival cultural: Moll
de la Fusta de Barcelona. En esta ocasión dejamos a Kenzie a buen recaudo, bien
cuidada por los pajaritos, en casa descansando y con la tele. Nosotros nos
fuimos a descubrir qué era eso del Matsuri, cuando nos íbamos acercando ya se
escuchaba la música de fondo, una música que jamás hubieras pensado escuchar,
japonesa, tradicional, alegre y divertida. A todo eso hay que sumarle toda la
cantidad de gente que como nosotros se había animado a acercarse al festival,
casi era imposible moverse, pero sin llegar al agobio. Pudimos pararnos
tiendecita por tiendecita, viendo lo que vendían: kimonos, abanicos, figuritas,
monederos, llaveros. Esas paraditas era de tiendas ubicadas en diferentes
puestos de Barcelona, habían salido para mostrar sus obsequios, ya que están
centrados en la cultura japonesa.
Llegamos al escenario, donde pudimos escuchar en directos
algunas canciones tradicionales, cantadas por japoneses. Al lado del escenario,
japoneses, y gente afín bailaba un especie de coreografía, no sé si serían de
alguna escuela, pero lo que no cabía duda era de lo bien que se lo estaban
pasando, y cuando la gente se lo pasa bien es contagioso y da muy buen rollo.
Paseamos por las mismas mesas que habíamos estado al
mediodía con Kenzie, y seguían estando a tope. Sin ningún sitio para sentarse,
tampoco pretendíamos hacerlo, así que nos dedicamos a ver todas las paraditas
de comida que había, fijándonos a qué se dedicaban cada una de ellas. Una
estaba especializada en helados, otra en té, otra en tallarines, otra en sushi,
otra en ramen, y así sucesivamente hasta ver todas. Nos entró ganas de algo
dulce, Carlos de un helado ya que estaba sediento y a mí de un mochi, ya que lo
he descubierto hace poco gracias a una compañera de trabajo.
Después de hacer algo de cola en una de las paradas que
vendían lo que ambos queríamos, nos dimos cuenta que habíamos estado perdiendo
el tiempo, porque se necesitaba primero hacer cola en otro sitio para conseguir
un ticket y poder después hacer la cola para pedir. Nos desanimamos después de
ese funesto descubrimiento, pero con ganas de comer algo japonés.
La noche era calurosa, pero apetecible para pasear por el
centro de Barcelona. Recorrimos calles y callejuelas hasta llegar a un
restaurante japonés: Machiroku muy pequeñito, pero acogedor y
con un trato muy agradable, además japonés, japonés, no de esos que hay ahora
que son medio chinos y tienen poco de cultura nipona. Después de degustar unos
cuantos sushis, sobre todo de los que más me gustan a mí, los de salmón y de
comer otras cosas que soy incapaz de recordar, llegó el momento del postre y
pedí mi ansiado mochi, mi gozo en un pozo, no tenían.
Sin embargo, rematamos el día japonés en Barcelona de la
mejor manera, dejándonos llevar por los olores de esa comida tan sabrosa,
escuchando música alegre, tocando detalles con forma de totoros, viendo un
ambiente mágico y degustando platos provenientes del Sol naciente. Un día
redondo, con un toque de wasabi, como a mí me gusta. Esos son los días
diferentes en la ciudad, esos que por muy pequeños detalles que haya, hacen
grande y diferente un día.
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