El viaje
Recién llegados a Barcelona de
Pamplona, nos tocaba emprender otro viaje. Llegamos el lunes por la tarde, y no
nos podíamos quedar dormidos en los laureles, teníamos que preparar cosas. El
martes teníamos que preparar la maleta y todo lo que nos quisiéramos llevar, ya
que el miércoles día 10 salía nuestro vuelo hacia Menorca.
El miércoles me despedí de Kenzie
y la llevé a casa de mis padres. Nos daba mucha pena no llevarla, pero…creíamos
que era lo mejor para ella. A ella le encanta la playa, pero para disfrutar de
ella, no para estar con el arnés sin poder bañarse y hacer la croqueta. Así
que, entre que era un sitio que no conocíamos...Preferimos dejarla en casa de
mis padres, que estaría bien cuidada y seguro que no pasaría tanto calor.
Con la maleta a punto, mochilas y
energía cargadas, nos fuimos al metro para dirigirnos al centro. En Plaza
Catalunya cogimos el Aerobus: un bus
que te lleva directo al aeropuerto, de una manera cómoda y rápida. Creo que,
hicimos bien en cogerlo, mejor que el tren. Llegamos bien de tiempo. De todas
maneras, nos quedaba facturar la maleta. Cuando ví la cola que había para
facturar casi me da algo. En todos los mostradores de Vueling, compañía con la que viajábamos,
había gente esperando. Pensé que llegaría la hora de embarcar y aún estaríamos
allí. Aunque ya se sabe quien espera, desespera, y eso es lo que me pasaba.
Respiré mucho más tranquila una vez ya habíamos facturado. Incluso, nos sobró algo
de tiempo. No mucho, pero al menos, no
teníamos que ir corriendo por los pasillos del aeropuerto. Pasamos los
controles, e incluso, tuvimos que esperar a que abriesen la puerta de embarque.
Los aviones de hoy día son como autobuses, ya que salen unos, y en el mismo avión,
del cual acababan de bajar, nos subimos.
Cuando teníamos que subir al
avión nos fijamos que nuestros
asientos no eran correlativos. Nos
tendríamos que sentar en asientos separados.
De todas maneras, tal y como nos dijo la azafata, lo podíamos intentar.
Así lo hice, hasta que alguien reclamó
su asiento, y tuve que ir al asiento que me habían asignado. Es muy raro viajar sin nadie que conozcas al
lado, parecía que viajase sola. Bueno, a
ver, que estaba en la fila de delante. Además,
afortunadamente, el viaje no es
muy largo. Así que fue cerrar los ojos,
abrirlos, y estar aterrizando.
Nuestra llegada a Menorca
Una vez aterrizados fuimos a
buscar la maleta. Con la maleta recogida fuimos a la oficina del renting, para
alquilar el coche que habíamos reservado. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que
el coche que habíamos reservado no estaba. Habíamos reservado un Seat, y nos
dijeron que no tenían que no trabajaban con esa marca, entonces…¿para que ponen
esa marca en la página web? Vale, sí, ponía Seat o similar, pero que pongan
marcas con las que trabajen. Bueno, al final, nos tocó un Corsa. Nos tocaba saber cómo funcionaba antes de
sacarlo del parking del aeropuerto. Una vez con el coche, el GPS puesto, fuimos
a buscar el apartamento. Estaba en la otra punta de la isla, ya que el
aeropuerto está en Maón y nuestro apartamento estaba cerca de Ciudadela. De
punta a punta.
El apartamento
Nuestro apartamento estaba
situado en Ciudadela, en una urbanización llamada “Los Delfines”. Cuando encontramos Cabo de baños, sitio donde
estaba el apartamento y de ahí que llevase ese nombre, nos dirigimos a la
recepción. Estaba cerrada. Ahí me entraron todos los males, entre el calor, el
hambre, llegar y ver que no es que no hubiera nadie en la recepción, sino que
estaba cerrada, me temí lo peor.
Afortunadamente, Carlos no se dejó llevar por los nervios y recordó que
esos apartamentos, pertenecían a un complejo llamado “Los lentiscos”. Cargados,
sudados y cansados fuimos caminando hacia ese complejo de apartamentos. Ese
lugar era inmenso, y sí que había alguien en la recepción, la cual sin ninguna
explicación- como si ya lo supiéramos, cuando no había ni un cartel, ni ninguna
información- nos dio las llaves, la clave del wifi y nos dijo que podíamos
hacer uso del mega complejo.
Con ganas de ver qué habitación
nos había tocado, fuimos a nuestro hogar vacacional por unos días. Abrimos y estaba bastante oscuro, fue
descorrer la cortina e iluminarse una sonrisa. Teníamos terraza con vistas
estupendas.
Vistas desde el apartamento |
Puesta de Sol desde el apartamento |
Pero, aparte, estaba muy bien
equipado: cocina, nevera grande, comedor, sofá, televisión, baño con jacuzzi,
habitación con camas. Lo mejor la terraza con su mesa de plástico y sus sillas
que nos dejaba ver el mar, y la piscina con la que contaba el recinto. Además,
habíamos elegido ese sitio, porque al estar al oeste de la isla podríamos
contemplar la puesta de Sol. ¡Qué vistas más privilegiadas!
Teníamos que completar el
apartamento con comida. Así que, después de comer algo en el complejo
gigantesco, nos fuimos a un Mercadona para comprar todo lo necesario, incluso
compramos de más por si acaso.
Entre comprar, deshacer la maleta
y organizarse el día se nos fue de las manos y no hicimos gran cosa. Tan sólo,
que ya es mucho, disfrutar del apartamento, organizarnos y descansar. Mañana
sería otro día.
Piscina |
Monte Toro
Vistas desde Monte Toro |
Puerto de Ciudadela
Esa misma tarde, acompañados por
el atardecer visitamos el puesto de
Ciudadela. Me pareció muy bonito, con el mar, los barquitos y la puesta de Sol
de fondo. Caminamos bastante, para ver a fondo el puerto, lo rodeamos, hasta
que llegamos al punto central: donde había muchas tiendas, restaurantes y
gente. Después de visitar algunas tiendas, aprovechamos para cenar por ahí una
pizza. Visitamos también un mercadillo
que estaba en una cuesta y entre escaleras, muy mal ubicado, porque entre las
escaleras y la aglomeración de gente, no hacía muy agradable pararte en los puestos.
Después vimos la catedral, más puestecitos, en general, dimos un repaso al
puerto. Este sitio nos encantó y lo visitamos en varias ocasiones, aparte de
porque estaba cerca, porque nos gustó mucho pasear por ahí.
Port de Ciutadella |
Cala Mitjana
Al tercer día tocó playa. Ya nos
tocaba pisar la arena de la playa, y ver cómo era la costa menorquina. Pero,
cuando estás en un sitio que no conoces…vas a l primer sitio que te llama la
atención por la ubicación en el mapa.
Llegamos, aparcamos, y empezamos
la caminata hasta llegar a la cala. Una
cala pequeñita y repleta de gente, casi no encontrábamos sitio para dejar la
toalla- menos mal que no era agosto-.
Pero, de camino ya empezábamos a notar un olor desagradable, a agua
estancada. Una vez en la cala, ese olor se hacía más presente. De todas
maneras, algún baño nos dimos. No estaba realmente sucia el agua, así que no sé
de dónde vendría ese olor tan desagradable. Estuvimos un poquito, hacía mucho
calor y entre la cantidad de gente, el estar sin sombrilla y que con un poquito
basta, ya teníamos más que suficiente.
La verdad es que Cala Mitjana, a
pesar de su paraje natural, de la arena fina, de tener agua cristalina, no nos
llamó mucho la atención. Más bien, nos desilusionó n poquito, quizás el hecho
de que hubiera tanta gente también nos desalentó un poquitín.
BINIBEQUER
El sábado como el día despertó un
poco nublado, optamos por ir a visitar un pueblo que nos habían recomendado. Un
pueblo que estaba casi en la otra punta de donde estábamos, pero que valdría la
pena visitar, y así fue. Llegamos, después de pasar por carreteras estrechas a
un pueblecito pesquero. Una zona de costera con mucho encanto. Todas las coitas
eran de color blanco. Paseamos entre las casitas, llegamos a la costa y
observamos algunas barquitas.
Barquitas en Binibèquer |
Casitas blancas de Binibèquer |
A pesar de que el día estaba
medio nublado, hacía un bochorno tremendo. Paseando entre las calles rodeados
de casas blancas, empezamos a notar que caían gotitas…Antes de que empezase a
apretar la lluvia, optamos por ir al coche no fuera a ser que se pusiera a
llover con más intensidad. Pero, fue ponernos a conducir y caernos la tormenta
mientras íbamos en el coche. Conducir
bajo la lluvia no es muy agradable, pero no quedaba más remedio que seguir
adelante.
MAHÓN
Llegamos a Mahón y hasta que no
paró la lluvia no nos atrevimos a apearnos del coche. Una vez la cosa se
tranquilizó pisamos el asfalto para recorrer las calles. Era la hora de comer y
una de las formas de visitar la ciudad es buscando un sitio para comer. No
teníamos ni idea de dónde ir, no conocíamos el lugar, no llevábamos mapa y
teníamos hambre. No valía quedarse con el primer sitio que viésemos. Vimos
algunos restaurantes que no tenían mala pinta, en los que hacían platos
combinados, eso no estaría mal. Sin embargo, seguimos caminando, para dar la
vuelta siempre habría tiempo. Caminando y caminando llegamos al puerto, pero no
era como el de Ciudadela…no tenía tanto encanto. Pasamos por una brasería que
nos cautivó con el olor que desprendía, pero estaba a tope de comensales, así
que seguimos caminando. En el paseo marítimo vimos un sitio que hacían menús. ¡Menú un sábado!
Habíamos caminado bastante, y como pensamos que era un sitio perfecto nos
quedamos. Menú a precio asequible, con sito para come y con muchos platos para
escoger. Nos quedamos en la terracita, ya que dentro hacía el mismo calor que
fuera. Al menos en el exterior podríamos ver la gente que paseaba, y vimos que
muchos al ver la pizarra con el menú también se quedó. Elegimos bien, porque
comimos genial.
Con el estómago lleno paseamos
por la ciudad, pero, para mi gusto, no tenía la magia que tiene Ciudadela. Sin
embargo, eso no lo sabes hasta que no pisas la ciudad y recorres sus calles.
Hicimos fotos como turistas del lugar y emprendimos el camino hacia el coche. Nos
tocaba conducir un largo trecho hasta casa.
Por ese día, aún sin playa, había
sido bastante completo el día. Haciendo turismo, paseando y pasando por una
tormenta veraniega.
CALA PILAR
Para el domingo teníamos planeado
una excursión. Nos levantamos y vimos que lucía un Sol radiante. Nos preparamos
bocadillos y cogimos las botellas de agua que teníamos en el frigorífico.
Preparados, subimos al coche para dirigirnos a nuestro destino:
Teníamos especial ilusión en ir a
esa cala, ya que había leído sobre ella. Cuando nos acercábamos a la cala, por
el camino observamos: vacas muy cerca del camino.
Una vez aparcamos donde nos
indicaron, empezamos el camino. Antes de empezar la caminata había un cartel
donde explicaba que era una ala de difícil acceso y que aproximadamente se
tardaba 45 minutos. Ni eso, ni el calor, nos echaba atrás, queríamos llegar a
la cala.
La excursión: Empezamos con mucha
ilusión, a pesar del calor, el bochorno, lo cargados que íbamos y las piedras
que nos encontrábamos. Parecía que nunca íbamos a llegar a la playa. Estábamos en
un bosque encantado, lleno de árboles centenarios, inmensos (todos ellos con su
respectivo nombre escrito en un cartel).
Aparte de lo lejos que estaba, de lo difícil del camino, también
tardábamos porque íbamos haciendo fotos.
Parecía que llegábamos, porque ya
se veía el mar, pero nos quedaba bajar. Mejor sin prisas, porque si no
hubiéramos bajado rodando, ya que había piedras que se movías y nos podíamos
resbalar.
Cuando pisamos la arena se nos
dibujó una sonrisa. ¡Habíamos conseguido llegar!. valía la pena hacer esa larga
caminata por la montaña. ¡Ya estábamos! No había casi gente. No estaba
aglomerada de gente, estaba limpísima y podíamos elegir dónde colocarnos. Nos
pusimos cerquita de la orilla.
Es una cala muy virgen, no hay
nada alrededor que no sea naturaleza. Es una cala situada al norte de la isla,
entre Ferreries y Ciudadela. Tiene arena finita y de color dorado, tirando a
rojiza. El agua es totalmente transparente. Está rodeada de árboles, los que
hemos dejado atrás en el bosque, pero en la cala no hay ninguna sombra donde
cobijarte. Fuimos preparados para hacer el camino con deportivas y agua, pero
no fuimos cargados con una sombrilla, que nos hubiera venido muy bien.
Carlos disfrutó buceando. En
cuanto regresó de estar sumergido bajo el agua, fuimos al agua, necesitaba
refrescarme. Estaba buenísima ¡, fresquita y limpia. Después de comer los
bocadillos que habíamos llevado- allí no hay ni servicios, ni chiringuito, ni
nada de nada, solamente naturaleza- empecé a notar que el Sol picaba más de lo
habitual. No paraba de embadurnarme de crema
para protegerme del Sol.
Sin embargo, por la tarde mis
piernas cada vez que sentían el Sol se resentían. Tenía la ligera sensación de
que me abía quemado.
Por la tarde decidimos emprender
el camino de vuelta, el Sol ya no me resultaba agradable y ya llevábamos
bastante rato. Por el bosque encantado, cada resquicio de Sol que se colaba por
los árboles, me era dañino. Buscaba las sombras podía, pero el camino seguiía
siendo tan largo como para ir.
Efectivamente, me había quemado,
y lo primero que hicimos, antes de subir al apartamento, fue pasar por alguna
tienda para comprar alguna crema que me aliviase ese dolor.
Pero, a pesar de que mi piel no aguantase los rayos del Sol me
encantó la calita. Si ya íbamos con
ilusión, el resultado no nos decepcionó para nada. Pero, no
encontramos el baro que habíamos leído
que se podía encontrar y servir como mascarilla para el cuerpo, no sé
dónde estaría. Nos dio igual no
encontrar el barro, que hubiera bichos merodeando alrededor nuestro, nos gustó mucho la cala.
Si vais a Menorca os recomiendo
que hagáis esta excursión, merece la pena la caminata. Eso sí, llevar deportivas para la gran
caminata, agua en abundancia, comida y si podéis una sombrilla y sobre todo
protector solar.
Día 15 de Julio: Mi cumpleaños
El lunes cumplía años y me
levanté echa polvo. No era la edad, eran los achaques del Sol. Había pasado una
noche horrible: con frío, calor, dolor por el rocé de la sábana….!buff! estaba
relamente quemada. Era una gamba andante.
No paraba de hidratarme con after sun, pero seguía sintiéndome con
dolor.
Carlos me despertó felicitándome
y tirándome de las orejas, seguido todo ello de regalitos. Los regalos fueron:
ropa, bikini y unos pendientes de plata preciosos. La ropa no me la pude probar ese día, estaba
demasiado dolorida comp ara probarme ropa.
Como era mi cumpleaños elegía yo
el plan del día. Estaba tan quemada que cualquier cosa menos playa. Hicimos el
vago hasta que llegó la hora de comer. Fuimos a comer paella, cerca de la playa
en Cala Blanca.
Restaurante Miramar
Fuimos a un restaurante que le
habían recomendado a Carlos, especiazado en paellas. Tenia una terraza, con un techo, lo cual
hacía que estuviéramos en la sombra. ¡menos mal! Necesitaba huir del Sol. El camarero nos llevó hacia la
mesa, y no sé por qué, peo supo que no veía. Me extrañó que lo supiera, ya que
iba sin Kenzie, y sin bastón, pero no sé porqué pero lo sabía. Tuvo muchas
atenciones conmigo, e incluso nos recomendó la paella ciega: que consiste en
arroz con mariscos peldos, para no enconrarte ninguna dificultad a la hora de
comer.
Pedimos una ensaladita marinera y
después paella: mitad la recomendada junto con otra normal- para que nos
encontrásemos alguna gamba con su cabeza-.
Nos gustó mucho el sitio, por el
trato amable de los camareros, por las vistas y por la comida. El restaurante
tenía un protagonista indiscutible un papagayo que era del dueño. El dueño que
era muy gentil, quien se había percatado que no veía, tuvo el detalle de
acercármelo para que lo pudiera tocar. Le toqué la cola, era muy larga.
El papagayo estaba
domesticado, estaba suelto e incluso chapurreaba algunas palabras.
Pasamos un buen rato en el
restaurante. Después fuimos a casa a descansar. Por la tarde empezaron las
llamadas de felicitación. Hubo algunas que no las pude ni contestar, porque
daba la casualidad que estaba hablando con otra persona. Se juntaron todas por
la tarde-noche.
Por la noche fuimos a mi sitio
preferido: el Puerto de Ciudadela. Allí después de pasear, visitar tiendas y
demás, terminamos cenando una pizza a la que días atrás había echado el ojo. La
pizza se llamaba Pilar, como yo, y los ingredientes eran: setas, champiñones,
salsa de ceps….con esos ingredientes no me pude resistir.
Así, concluyó el día de mi
cumpleaños, comiendo una fabulosa pizza, con una compañía perfecta. Eso sí,
faltaba alguien especial, Kenzie, peo….todo no se puede tener, y menos cuando
estás lejos de los tuyos. No cabe duda que fue un cumpleaños diferente.
Coves d’en Xoroi
El martes, como aún estaba resentida por el
paso del Sol en mi cuerpo, descartamos ir a la playa. Aún no estaba preparada
para pasar el día bajo el Sol. Fuimos a un sitio llamado: Coves d’en Xoroi. Unas cuevas naturales que están más cerca de
Mahón que de Ciudadela. Todo el mundo nos decían que teníamos que ir, aunque
fuese para verlas. Esas cuevas las han convertido en un lugar de copas. Por la
noche se convierte en discoteca, pero preferimos ir por la mañana, para poder
ver algo de las vistas. Está abierto todo el día. Pero, vayas a la hora que
vayas, para entrar hay que pagar. Con la entrada te viene una consumición de un
refresco. Por la mañana la entrada es más barata, que por la tarde, o por la
noche. Pero, nosotros, no lo hicimos por el tema económico, que también, si no
que preferíamos aprovechar el día allí.
Pensé que sería un sitio más
grande, pero no es muy grande. Dentro de la cueva se está fresquito, más que
fuera en la terraza. Pero las vistas desde la terraza son magníficas: se ve el
mar.
No estuvo mal la excursión a la
cueva. Pero, no me lo imaginaba así. Pensé que sería un lugar más amplio, con
algún guía explicándote. Pero, era como ir a un local ambientado en una cueva,
que es lo que era. Me pareció algo caro, un negocio más para sacar dinero.
Es Castell
Después de nuestra “vista
obligada” a las coves, volvimos a “casa” para comer. Por la tarde, cogimos de
nuevo el coche, para ir a un pueblo que
tenía muy buena pinta. Lo malo volver a hacer kilómetros en coche, estaba en la
otra punta de la isla. Pasamos de nuevo por Mahón, esta vez sin bajar del
coche, simplemente un pequeño despiste del GPS que quiso que visitásemos de
nuevo el pueblo. Pasamos Mahón y llegamos al destino: Es Castell.
Es Castell es un pueblo situado
en la parte más oriental de la isla, tocando a Mahón. Paseamos por el pueblo y
vimos que estaban de fiestas. En medio de una plaza se escuchaba música.
Seguimos paseando hasta llegar a un puerto pequeñito. Bajamos para ver el
muelle de más de cerca. Era un lujo pasear por ese paisaje de postal. A un lado
terrazas y terrazas de restaurantes y al otro el mar con sus barcas. El muelle se llama Cales Fonts.
Cenamos en uno de los locales. Nos
tocó estar dentro, porque toda la terraza estaba al completo. Creo que, incluso
estuvimos más fresquitos con el aire acondicionado.
Después contemplamos el muelle,
todo iluminado y con la luna, casi completa, amenizando la noche con su luz.
Entramos en laguna tienda de lo más típico de la isla: menorquinas.
Y, entre las tiendas de arriba,
paseando entre terreno empedrado, encontramos puestos de artesanos. Uno de
ellos era de collares hechos a manos. Y ahí caí, me explicaron de que estaban
hechos, de dónde eran y, claro, me sedujeron. Sobre todo, uno de los collares
hecho con semillas de café, y aún conserva su olor. Me encanta.
Así la noche llegó a su fin,
tocaba coger el coche y emprender, entre la oscuridad de la noche, el viaje de
vuelta al apartamento.
Cala Blanca
El miércoles, un poco más
recuperada de mis quemaduras, me atreví a volver a la playa. Eso sí, no quería
que me diera mucho el Sol, no lo hubiera soportado. Así que, fuimos a una playa
cercana, Cala Blanca- mismo sitio donde habíamos ido a degustar la
paella-. No nos pusimos cerca de la
orilla, no hacía falta, preferí quedarme debajo de la sombra de un árbol. Así si
quería algo de Sol me movía, y si no allí con sentir la brisa marina, tenía más
que suficiente.
La playa que se veía desde el
restaurante, estaba bastante llena de gente, pero eso ya lo habíamos visto el
día que estuvimos comiendo allí. Pero, estaba alrededor de restaurantes,
hoteles, etcétera…eso hacía que perdiera todo el encanto que en un principio
debía tener. Pero, para tomar el Sol y remojarte un poquito ya está bien.
Para remojarnos al gusto y nadar
todo lo que quisiéramos teníamos la piscina. Casi siempre estaba solitaria y
estaba muy bien, no muy grande, pero suficiente para nosotros. Para secarse, teníamos para elegir: tumbonas
con sol, sin sol, con sombrilla….al gusto.
Cala Galdana
El jueves, nuestro último día, fuimos
a una cala que me habían recomendado: Cala Galdana. SI había superado el día
anterior en la playa, aunque debajo de un árbol, estaba convencida que el paso
de los días y mis curas habían surgido efecto para aguantar un día más en la
playa.
Cala Galdana resultó ser una cala
llena de gente, demasiadas personas. Sobre todo era una playa llena de
extranjeros y todos en familia, demasiados niños. Una playa que no cubría nada
de nada, por eso era ideal para ir con niños. Nosotros no íbamos con niños. Pero,
ya que estábamos allí…no quedaba más remedio que disfrutar como niños. Aunque éstos
pasasen y te llenaran de arena, aunque tuvieras a unos centímetros a una
familia de extranjeros que parecía que fuésemos con ellos.
Lo mejor de la cala, la comida. Comimos
en un chiringuito que había a pie de playa, podíamos comer con el pareo y el
bikini, Carlos sin camiseta, y ahí ni te decían nada por las pintas, ni eras el
único con esas pintas. Cada uno iba como quería. Comimos un plato
combinado.
Después, fuimos al apartamento a
descansar, a aprovechar la piscina y a empezar a hacer limpieza.
Por la noche teníamos plan: ir a
cenar a un sitio, que nos habían dicho que se comía de maravilla. Pero, antes
quise hacer una paradita pro Ciudadela y hacer las compras que había dejado
para el último día, fuimos directos, ya que tenía las tiendas fichadas.
Ya con las compras hechas pudimos
dirigirnos al restaurante: Ca Na Marga.
Un restaurante situado que lleva
muchos años en la isla. Está situado dentro de Fornells, en una urbanización.
La verdad es que si no sabes ir, si no te fijas, es un poco lioso, porque no se
ve desde la carretera. Solamente lo abren por la noche, pero está a tope, mucha
gente va con reserva. Tuvimos suerte y nos atendieron, a pesar de no haber reservado.
Pero, solamente éramos dos.
Comimos de maravilla, unos
entrecots de buey que estaban muy tiernos. Los postres eran una pasada, aunque
ya estábamos llenos, la gula pudo y nos pedimos algo de postre. Merece ir la pena al sitio, totalmente
recomendable.
Delicioso postre de chocolate con chocolate |
La vuelta….
Aterrizando en Barcelona y en la vida real.
El día de despedirnos de nuestro
apartamento había llegado. Tocó madrugar para terminar de hacer la maleta, que
ya la teníamos casi lista del día anterior. Pero, como siempre quedan cosas,
pues tocaba dejarlo todo listo. Dejando
todo limpio y listo, fuimos a dejar la llave. Ya no teníamos “casa estival”.
Sobre las 11 de la mañana
emprendimos el viaje hacia el aeropuerto, en Mahón. Teníamos que devolver el
coche, lo tenían que revisar y teníamos que facturar. Más valía ir con tiempo.
Dejamos el coche. Facturamos. ¿Y ahora? Nos sobraba tiempo. Miramos las
tiendas.
Algo que me sorprendió del
aeropuerto: Había una terraza, donde podías fumar. Una manera de que la espera
se haga más corta, poder respirar algo de calor natural. De todas maneras, por
si hay algún despistado, colocan los avisos de los vuelos también fuera.
Se hizo eterna la espera, por
llegar con tiempo y porque el vuelo venía con retraso. La puerta de embarque no
se abría nunca. Al fin, una vez lo descargaron de gente, subimos nosotros.
El viaje es corto, se tarda más
en despegar y aterrizar que otra cosa.
En el aeropuerto de Barcelona nos
esperaba mi padre. Llegamos a casa y mi
madre junto con Kenzie nos estaba esperando. Kenzie cuando nos reconoció
se puso muy contenta al vernos. No paraba de dar saltos , y de correr, sin
parar de mover la cola. ¡Qué ilusión volver a verla!
Y ya se acabaron nuestros viajes.
En Barcelona hay mucho que hacer, y aquí estamos. Estamos trabajando en verano,
y siempre que podemos hace alguna escapadita aprovechando el buen tiempo. Además,
estoy muy ilusionada con futuros proyectos, y creo que, voy a seguir
viajando mucho. Pero, sobre todo, voy a
vivir muchas experiencias.
Se han acabado los viajes
estivales, pero nunca se sabe….y sé que vendrán muchos más. ¡Vamos a seguir disfrutando con lo que queda
del veranito! Aún queda mucho por exprimiendo, espero que todo lo que exprima salga tan delicioso como este julio.
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