Hace una semana que Leia y yo llegamos a casa. Yo llegaba a
mi casa con los míos, pero para ella todo y todos eran nuevos, solamente me
tenía a mí como alguien conocido. Sin embargo, los míos ya sabían que no
queríamos agobios, primero porque yo estaba más que muerta y porque Leia no los
conocía. Así que el recibimiento, tal y como recomiendan, fue suave.
El viaje
Debíamos salir de Leader
Dogs for the Blind, Rochester, el miércoles día 6 de febrero, sin embargo y
para sorpresa de muchos, nos marchamos antes de la escuela. El martes por la
tarde, en nuestra última clase antes de cenar (a las 17:30h) nuestro
instructor, Kevin, nos comunicó que el pronóstico
del tiempo para esa madrugada había empeorado, y para asegurar que
pudiéramos llegar al aeropuerto, la organización había pensado que era mejor
que esa misma noche nos fuéramos a un hotel en Detroit muy cerca del
aeropuerto. Nos quedamos de piedra, no podíamos imaginar que eso era una
despedida, una inminente adiós. Y yo sin la maleta sin hacer, suerte que el día
anterior había hecho un simulacro y la tenía a medio hacer, pero no me lo podía
creer. Ya sé que tampoco hubiera cambiado nada estar unas horas más en la
escuela, pero sí que lo hubiera hecho, porque hubiéramos tenido tiempo de pasar
una noche más todos juntos en la sala del piano, de hacer la maleta con calma y
de despedirnos de una manera más calmada. Sin embargo, hubiera seguido
siendo un adiós de una experiencia que llegaba a su fin, de unas personas
maravillosas que aunque tengo la esperanza de coincidir con ellas en otra ocasión ya no será en el mismo escenario, ni bajo las mismas circunstancias. No
quería decir adiós tan pronto. Un sentimiento de tristeza, de agradecimiento y
un montón de emociones se agolparon en mí.
He vivido muchas despedidas a lo largo de mi vida, ciclos
que terminan y otros que empiezan, incluso había estado ahí diez años atrás,
pero no sé si estaba más sensiblona de lo habitual, pero no podía parar de
llorar. Sé que hoy día gracias a las tecnologías nadie está lejos, y hace que las
personas estén mucho más cerca que las que tienes al lado. No obstante,
toda la lógica no estaba en mi mente, solamente pensaba en rematar el equipaje,
que me cupiera todo, sin excederme de peso, y sobre todo al pensar que todo se
acababa…se me hacía un mundo. Ahora era el momento de arrancar y volver al
mundo real con Leia, de dejar atrás a mi instructor, mi súper Kevin, quien fue
mi instructor hace una década cuando fui a buscar a Kenzie, y ahora no estaría
para decirme qué tal posición no era correcta u otra sí, o que algo era:
“Awesome!”. Creo que dejar la escuela me hubiera costado igual si nos
hubiéramos ido el miércoles, pero al menos ya te haces a la idea. Ahora todo
eran prisas y miles de emociones en la montaña rusa, con el vértigo de no
llegar a tiempo, de tener que decir adiós y subirnos a un autocar hacia
Detroit.
La última cena
Con la maleta casi lista, llegó la hora de cenar. Pero,
¿quién podía cenar cuando tienes un nudo en el estómago? Yo soy de tener buen
apetito, incluso el menú de aquella noche era espectacular: entrecot, patatas,
espárragos, gambas y pastel de queso; pero no me entraba nada. Solamente podía
beber y beber agua. Eso sí, lo probé y una vez más el menú era de diez. Las
gambas se las dí a Kevin y en esta ocasión solamente pude repetir de agua.
Despedida con mi instructor
Kevin ya nos había anunciado que antes de irnos le gustaría
tener un minuto con nuestros peludos, tener la oportunidad de darles un abrazo,
ya que habían sido muchos meses trabajando con ellos. Fue decirnos eso y
crearnos otros nudo en la garganta. Pero, el nudo se desató en cuanto llamó a
la puerta de la habitación, y es que ver a alguien tan gran como él tan emocionado, bueno, y
para que nos vamos a engañar yo también lo estaba. Y es que él no solamente me
ha dado a Leia, no solamente hemos compartido: desayunos, comidas y
entrenamientos, sino que me ha regalado a los dos mejores regalos de mi vida:
Kenzie y Leia. Él me las entregó y me dio pautas para seguir adelante con
ellas. Casualidades de la vida hizo que volviéramos a coincidir por el camino
de la vida y encima en una de las grandes experiencias como es que te den a una
parte de ti, a esa parte que te hace ganar: seguridad, confianza y seguir
adelante con autonomía. Así que después de que se despidiera de
Leia, fue muy emocionante escucharle hablar con ella, me dio un abrazo y
solamente pude decirle GRACIAS.
Hice un último recorrido acompañada de Esther, mi compañera
de aventura, por el pasillo que unía el comedor a las habitaciones. No
queríamos ir a la sala del piano, sabíamos que si llegábamos allí, estaríamos
todos y el viaje empezaría tomar forma. Pero, no quedaba más remedio que
ir a nuestro punto de encuentro. Las maletas ya estaban en el autocar, así que
poco a poco fuimos subiendo. Nos despedimos de todos los que estaban ahí en ese momento, sin embargo nos quedó personal de la escuela de quienes me hubiera gustado darles un gran abrazo y desearles lo mejor, así que desde la distancia les mando un fuerte abrazo a: Ana, Aurora, Reina, Astrid y a todos los que contribuyeron que nuestra estancia en la escuela fuera maravillosa.
Sin embargo, no nos dejaron abandonados a nuestra suerte,
íbamos acompañados de nuestros guías, de nuestras intérpretes y de dos
instructoras (Katie y Ashley). Los estudiantes americanos también venían con
nosotros, porque al día siguiente también tenían que coger un vuelo para
regresar a sus casas. Así que mi “smoker friend” Nicky también venía, así
que aún no me tocaba decirle adiós.
En el autocar
El viaje en el autocar fue triste, recordando las despedidas
y gastamos muchos pañuelos. No sabíamos adónde nos llevaban, pero sabíamos que
nos íbamos alejando de la escuela con todas las emociones a flor de piel. Me
senté con Teresa una de las traductoras y le contagié mi emoción, y es que para
ella también había sido toda una experiencia en todos los sentidos, me decía
que había aprendido mucho de nosotros y a mí me emocionaba que alguien que de
forma voluntaria se pida una excedencia en su trabajo, para darnos todo su
tiempo y conocimiento es de admirar y agradecer. Ese tipo de gestos te hace
pensar que aún existe la gente buena, que aún se puede confiar en ellas y que
este mundo merece la pena.
En Detroit
Llegamos a un hotel, en el que aceptaban mascotas, así que a
cada rato nos avisaban de “perro extraño”. Teníamos nuestras habitaciones con
dos camas, pero estuvimos poco tiempo en ellas. Porque quisimos pasar la última
noche reunidos en “nuestra improvisada sala del piano”. Todos los compañeros no
vinieron, estarían cansados después de tantas emociones. Pero, mi grupo de
trabajo: José, Esther y Tamara estaban al pie del cañón, junto con los
americanos y Ashley, una de las instructoras. Pasamos un rato divertido
hablando de todo y de nada, simplemente estando juntos e intentando hacer que
el hipo de Esther le cesase, pero fue imposible. Después de unas risas y
de que volviera a hacer la pregunta del millón: “¿Le habéis encontrado el
ombligo a vuestros perros?” nos fuimos a la cama. Antes de ir a mi habitación
fui a hacer el último cigarro de la noche con Nicky, hacía frío pero aún no
había empezado a caer la famosa lluvia helada, la culpable de nuestra ida
repentina de la escuela.
Miércoles día 6
Después de desayunar un gran waffle con sirope de arce
(riquísimo, pero muy pringoso) empezamos a traer las maletas al hall del hotel.
Casi sin darnos cuenta estábamos todos en un autocar diferente al que habíamos
venido, conducido por alguien del hotel o de alguna compañia, que nos
transportaba a todos al aeropuerto. Entonces empezó el show: trasladarnos
a todos con nuestros guías a la terminal para facturar, alguien se quedó con
las maletas para agilizar el traslado. Sin embargo, después tuvieron que hacer
varios viajes para traerlas, se dieron un buen trajín Tamara y Katie.
Afortunadamente todos pudimos facturar las maletas sin
problemas y sin exceso de equipaje. Me hice la última foto con Nicky, porque
sabía que el momento de decirnos adiós llegaba y quería un recuerdo de mi
compañera de fumar. En muchas ocasiones coincidimos en la zona reservada de la
escuela, el pabellón, para fumar, y en esos ratos es cuando nos contábamos
sobre nuestras vidas, a pesar de mi inglés nos entendíamos. Justo después de
pasar el control de seguridad, en el que me revisaron con algo las manos (yo
creo que el sirope hizo de las suyas y me las quisieron limpiar bien) llegó el
momento de despedirnos de Nicky, ella se iba a otra puerta de embarque, así que
tocó decirle también a ella adiós. Ashley le acompañó. Nosotros nos asentamos
cerca de nuestra puerta de embarque y cuando ya estaban abriendo para embarcar,
unos minutos antes, apareció Ashley corriendo, ella también quería despedirse,
sobre todo de su grupo de españoles (Rubén, Juan, Pilar y su intérprete Teresa
y de sus peludos). Sin embargo, aunque no hubiéramos sido de su grupo, por
supuesto también tuvo unas palabras para nosotros, y como ya había tenido
bastantes adiós, preferí decirle: “Hasta mañana!” así era menos dura la
despedida y porque quien sabe, quizás un mañana volvamos a coincidir.
En el avión
Aún me sigo con quien me pregunta si el perro viaja en cabina o en bodega, pero un perro guía no es un perro cualquiera. Los perros guías y de asistencia sí pueden viajar en cabina, están ejerciendo la función de acompañarnos.
Cuando ví dónde me tocaba sentarme con la pequeña de Leia, pensé que no sería tan complicado. Sin embargo, sentarte en un asiento de avión de tres con otros compañeros con perro y además un poquito más grandes que Leia era todo un espectáculo nada agradable. No podíamos ponernos a nuestro antojo, porque el avión estaba a tope, estábamos en los últimos asientos. Y después de varios cambios tipo Tetris, y gracias a las ocurrencias de Tamara (la experiencia de más viajes con más peludos es un grado) supimos colocarnos, de forma intercalada. Yo viajaba con Juan y su peludo y en medio Teresa, así evitábamos a tres perros tan juntos y con tan poco espacio. Los otros compañeros estaban en asientos de dos, y otros dos con personas sin perro. Fuera como fuera logramos colocarnos y volar de Detroit a Atlanta (3 horitas).
Cuando ví dónde me tocaba sentarme con la pequeña de Leia, pensé que no sería tan complicado. Sin embargo, sentarte en un asiento de avión de tres con otros compañeros con perro y además un poquito más grandes que Leia era todo un espectáculo nada agradable. No podíamos ponernos a nuestro antojo, porque el avión estaba a tope, estábamos en los últimos asientos. Y después de varios cambios tipo Tetris, y gracias a las ocurrencias de Tamara (la experiencia de más viajes con más peludos es un grado) supimos colocarnos, de forma intercalada. Yo viajaba con Juan y su peludo y en medio Teresa, así evitábamos a tres perros tan juntos y con tan poco espacio. Los otros compañeros estaban en asientos de dos, y otros dos con personas sin perro. Fuera como fuera logramos colocarnos y volar de Detroit a Atlanta (3 horitas).
En Atlanta
Estar en ese aeropuerto tantos años después de aquella
visita con mi padre me traía muchos recuerdos. Seguro que aquella vez que
estuve con mi padre en 2003 no me hubiera imaginado que finalmente la
enfermedad avanzaría, ni mucho menos que estaría ahí unos cuantos años después
con mi segunda perra guía. Casualidades de la vida, hacía que volviera a estar
ahí, pero ahora no para someterme a pruebas médicas, simplemente para esperar a
que llegase la hora de embarcar para el segundo vuelo. El tiempo de espera no
se hizo muy largo, porque entre que llevamos a los peludos al parktime (había
una zona específica dentro del aeropuerto, para que los peludos pudieran hacer
sus necesidades, un lavabo para ellos) y entre que es uno de los aeropuertos
más transitados, en el que tienes que coger un metro para moverte de un lado a
otro, el tiempo pasó volando.
Así que enseguida estábamos volando de Atlanta a Madrid,
casi 8 horas de vuelo, que pasaron bastante rápido, ya que cuando no estábamos
durmiendo, estábamos controlando a nuestros peludos que ni se movían, y si no,
nos servían algo para comer y si no veíamos una película. Afortunadamente en
este vuelo más largo, no me dolieron tanto los oídos con en el anterior, además
de tener algo más de espacio. Tuvimos la suerte de viajar en asientos de
tres dos personas, es decir teníamos un asiento en medio, por tanto los
peludos podían tener algo más de espacio,, sobre todo cuando pasaban con el
carrito por los pasillos. A mí me daba miedo que le fueran a pillar la cola o
alguna patita, e intentaba protegerla con mis pies, en verdad no sobresalía,
pero la azafata también iba con mucho cuidado porque decía que al ser negritos
no se veían con la moqueta del mismo color.
En Madrid
Muertos de sueño, con ganas de estirar las piernas y
habiendo desaparecido el miércoles de nuestras vidas llegamos a Madrid. Allí
nos estaban esperando de asistencia, para llevarnos a buscar las maletas. Sin
embargo, cada uno venía a buscar a uno de nosotros y no se daban cuenta que
íbamos en grupo. Yo me dejaba llevar, sin perder de vista a Teresa y Pilar, no
fuera a ser que me quedase por ahí sola en el aeropuerto.
Salimos y los peludos pudieron hacer sus necesidades y de
ahí al coche que nos estaban esperando, para llevarnos corriendo a la Fundación ONCE del Perro Guía. La
verdad es que cuando las cosas ocurren tan rápido parece que sea un sueño,
porque lo recuerdo de forma muy borrosa. Estás en Rochester, en Detroit,
Atlanta, en el avión y de repente llegas a Madrid te suben a un coche y
apareces en Boadilla del Monte. Ahí tuvimos que escuchar charlas y firmar
contratos, pero no éramos personas. Antes de todo ello nos dejaron unos minutos
de tranquilidad, mientras se iban llevando a nuestros peludos, para que
corriesen y se desfogasen. Después unas veterinarias junto a su pasaporte y
vacunas nos iban trayendo a nuestros peludos. Ese día fue agotador, sabíamos
que eran las últimas horas todos juntos, el equipo Michigan, pero no
teníamos tiempo, ni fuerzas para contarnos nada. Las reuniones venían una
detrás de otra.
Despedidas, despedidas
y más despedidas
Después de comer, llegó el turno de despedirnos de nuestras
ángeles de la guardia. Sí, tocaba decirles adiós a Tamara y a Teresa, quienes
nos han ofrecido de forma desinteresada todo su tiempo y conocimiento, poniéndonos
todo mucho más fácil, y ahora deprisa y corriendo tocaba desearles todo lo
mejor y ver como se iban. Sin embargo, apenas pude decirles nada, simplemente
gracias, porque una vez más la sensiblería se apoderaba de mí. Me
fastidió que nos metieran tanta prisa, porque nos estábamos aún despidiendo de
nuestra traductora y ya nos decían que fuéramos al parktime, quizás no
entendían nuestras emociones, quizás les daba igual, quizás tenían que irse ya
y por eso nos metían prisa. Sin embargo,, fue algo triste. Aunque como le dije
a Tamara, igual que a Ashley: “See you tomorrow” porque no sé dónde, ni cuándo,
pero sé que volveremos a coincidir, o al menos espero volver a hacerlo, por
haber compartido tanto.
Por último llegó la despedida con los compañeros, cada uno
de una parte diferente de España. Le dí un entrañable abrazo a mi vecina,
Pilar, ya que aunque ella no estuviera en mi grupo de entreno, era mi vecina de
habitación, así que a la hora del parktime siempre coincidíamos. Y si ella no
estaba le avisaba y nos contábamos qué planes había para ese día. Yo
siempre le decía que cogiera como referencia una papelera que tenía a su lado
izquierdo, y creo que le fue bien, para tener alguna referencia. Ella se iba a
su Asturias, patria querida con su Larkin. Después le tocó el turno a
Rubén, y como le dije sin sus bromas y comentarios esta experiencia no hubiera
sido lo mismo. Y, cuando nos quisimos despedir de José, quien había formado
parte del nuestro equipo, nos dimos cuenta que ya estaba subido en el coche, y
es que él siempre con las prisas y las ganas de no quedarse parado, casi hace
que nos fuéramos sin un abrazo y sin desearle lo mejor a él y a su perrita
Nellie. Ellos tres se iban con Miguel Ángel del Club de Leones, los tres iban a
diferentes puntos de Madrid.
Atocha
Esther, Juan y yo íbamos juntos, ya que íbamos hacia el
mismo punto: Estación de Atocha.
Vimos como se iban los compañeros y nos quedamos esperando a que subieran nuestras
maletas a la furgoneta. Más tarde de camino, me empezaron a llamar del servicio de Atendo,
para confirmar la asistencia. Me llamaron dos veces más y a la tercera me
empecé a preocupar, y es que me decían que eran menos cuarto y el tren salía a
en punto. Si me quedaba algo de uñas en esos instantes no podía parar de
mordérmelas, y es que estaba de los nervios. El conductor me decía que no podía
hacer nada, que había tráfico. Cuando estábamos llegando, les dí un beso a
Juan y otro a Esther. Eso no se pudo considerar una despedida, de lo rápido que fue todo. Nada más llegar bajé corriendo, me bajaron la
maleta, y me acompañaron a asistencia. No sé cómo, pero corriendo como si no
hubiera un mañana, y pasando el control de seguridad de la forma más rápida, le
hice hacer un Follow a Leia que no tiene precio, la de asistencia corriendo
llevando mi maleta y yo siguiéndola con Leia. Subimos la maleta, le dí las
gracias por la carrera y se cerraron las puertas. No sé ni dónde me tenía que
sentar, pero me ayudaron unos pasajeros que me vieron con la cara desencajada y
resoplando. Les dí las gracias y les conté que es que pensaba que lo
perdía. Uno de los pasajeros, me dejó el asiento, para que estuviera más
cómoda, dos asientos para mí y para Leia y él se cambiaba. Ese hombre que
estaba aen unos asientos cercanos, me ayudó mucho. Pasé muchos nervios, pero la
ansiedad fue desapareciendo con el traqueteo del tren y el pensar que ya me
acercaba a casa.
En Barcelona
En Sants me esperaba Carlos y le gustó mucho conocer a la
pequeña princesa Leia. Antes de ir al coche, fuimos a ver si quería hacer algo
Leia, pero parecía que no estaba por la labor y nos dirigimos a casa. Carlos
estaba cansado de todo el día de trabajo y máster y yo parecía una zombi.
Los dos estábamos contentos del reencuentro, después de tantos días y
encima venir con una peluda que no paraba de mover la cola.
Al llegar al barrio, Carlos subió el equipaje, mientras yo
me quedaba con Leia a que volviera con Kenzie. La sorpresa es que mis padres
también quisieron ver el reencuentro, aunque más que reencuentro con Kenzie fue
más bien encuentro. Kenzie fue directamente a saludar a Leia, pasando
totalmente de mí, a pesar de que yo la llamaba, sin embargo: primero quería
averiguar con quién venía. Cuando paró de olerle, sí que intento dar un saltito
para darme la bienvenida.
¡Bienvenida a casa,
Leia!
Welcome to my house!
Entramos las tres en casa, Kenzie a un lado y Leia a otro.
Ahora que llevamos una semana, parece que hicimos bien la presentación, porque
parece que se llevan bien, no es que se lleven genial, porque Kenzie está algo
celosa, pero sí que a veces duermen juntas y se buscan, para estar cerca. Así
que, aunque a Leia todo le parezca desconocido, al menos ahora mi casa, Kenzie,
Carlos y yo ya les parecemos un poquito más familiares. Y, espero que poco a
poco con la fase de adaptación todo vaya a mejor, hasta que note que es una más
y que no es mi casa, es su casa. Aún no llevamos ni un mes juntas, nos
toca conocernos mucho más, y seguro que será también mi sombra, bueno, mucho
más.
Ahora toca empezar y seguir caminando juntas, nuevas rutas
que pronto dejarán de ser nuevas, para convertirse en rutinas. Vamos a ir
creándolas y conociéndonos.
Pili, ¡Me has emocionado!!!! ¡Cuántas emociones juntas y qué recuerdos! Ahora a seguir vuestro camino juntas y seguro que os va genial! ¡Enhorabuena!
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