PESTAÑAS

sábado, 16 de febrero de 2019

Volviendo a casa con Leia



Hace una semana que Leia y yo llegamos a casa. Yo llegaba a mi casa con los míos, pero para ella todo y todos eran nuevos, solamente me tenía a mí como alguien conocido. Sin embargo, los míos ya sabían que no queríamos agobios, primero porque yo estaba más que muerta y porque Leia no los conocía. Así que el recibimiento, tal y como recomiendan, fue suave.

El viaje

Debíamos salir de Leader Dogs for the Blind, Rochester, el miércoles día 6 de febrero, sin embargo y para sorpresa de muchos, nos marchamos antes de la escuela. El martes por la tarde, en nuestra última clase antes de cenar (a las 17:30h) nuestro instructor, Kevin, nos comunicó que el pronóstico del tiempo para esa madrugada había empeorado, y para asegurar que pudiéramos llegar al aeropuerto, la organización había pensado que era mejor que esa misma noche nos fuéramos a un hotel en Detroit muy cerca del aeropuerto. Nos quedamos de piedra, no podíamos imaginar que eso era una despedida, una inminente adiós. Y yo sin la maleta sin hacer, suerte que el día anterior había hecho un simulacro y la tenía a medio hacer, pero no me lo podía creer. Ya sé que tampoco hubiera cambiado nada estar unas horas más en la escuela, pero sí que lo hubiera hecho, porque hubiéramos tenido tiempo de pasar una noche más todos juntos en la sala del piano, de hacer la maleta con calma y de despedirnos de una manera más calmada.  Sin embargo, hubiera seguido siendo un adiós de una experiencia que llegaba a su fin, de unas personas maravillosas que aunque tengo la esperanza de coincidir con ellas en otra ocasión ya no será en el mismo escenario, ni bajo las mismas circunstancias. No quería decir adiós tan pronto. Un sentimiento de tristeza, de agradecimiento y un montón de emociones se agolparon en mí. 
He vivido muchas despedidas a lo largo de mi vida, ciclos que terminan y otros que empiezan, incluso había estado ahí diez años atrás, pero no sé si estaba más sensiblona de lo habitual, pero no podía parar de llorar. Sé que hoy día gracias a las tecnologías nadie está lejos, y hace que las personas estén mucho más cerca que las que tienes al lado. No obstante, toda la lógica no estaba en mi mente, solamente pensaba en rematar el equipaje, que me cupiera todo, sin excederme de peso, y sobre todo al pensar que todo se acababa…se me hacía un mundo. Ahora era el momento de arrancar y volver al mundo real con Leia, de dejar atrás a mi instructor, mi súper Kevin, quien fue mi instructor hace una década cuando fui a buscar a Kenzie, y ahora no estaría para decirme qué tal posición no era correcta u otra sí, o que algo era: “Awesome!”.  Creo que dejar la escuela me hubiera costado igual si nos hubiéramos ido el miércoles, pero al menos ya te haces a la idea. Ahora todo eran prisas y miles de emociones en la montaña rusa, con el vértigo de no llegar a tiempo, de tener que decir adiós y subirnos a un autocar hacia Detroit.

La última cena

Con la maleta casi lista, llegó la hora de cenar. Pero, ¿quién podía cenar cuando tienes un nudo en el estómago? Yo soy de tener buen apetito, incluso el menú de aquella noche era espectacular: entrecot, patatas, espárragos, gambas y pastel de queso; pero no me entraba nada. Solamente podía beber y beber agua. Eso sí, lo probé y una vez más el menú era de diez. Las gambas se las dí a Kevin y en esta ocasión solamente pude repetir de agua.  

Plato de nuestra última cena

Despedida con mi instructor


Kevin ya nos había anunciado que antes de irnos le gustaría tener un minuto con nuestros peludos, tener la oportunidad de darles un abrazo, ya que habían sido muchos meses trabajando con ellos. Fue decirnos eso y crearnos otros nudo en la garganta. Pero, el nudo se desató en cuanto llamó a la puerta de la habitación, y es que ver a alguien tan gran como él tan emocionado, bueno, y para que nos vamos a engañar yo también lo estaba. Y es que él no solamente me ha dado a Leia, no solamente hemos compartido: desayunos, comidas y entrenamientos, sino que me ha regalado a los dos mejores regalos de mi vida: Kenzie y Leia. Él me las entregó y me dio pautas para seguir adelante con ellas. Casualidades de la vida hizo que volviéramos a coincidir por el camino de la vida y encima en una de las grandes experiencias como es que te den a una parte de ti, a esa parte que te hace ganar: seguridad, confianza y seguir adelante con autonomía. Así que después de que se despidiera de Leia, fue muy emocionante escucharle hablar con ella, me dio un abrazo y solamente pude decirle GRACIAS

Pasillo de la escuela
Hice un último recorrido acompañada de Esther, mi compañera de aventura, por el pasillo que unía el comedor a las habitaciones. No queríamos ir a la sala del piano, sabíamos que si llegábamos allí, estaríamos todos y el viaje empezaría tomar forma. Pero, no quedaba más  remedio que ir a nuestro punto de encuentro. Las maletas ya estaban en el autocar, así que poco a poco fuimos subiendo. Nos despedimos de todos los que estaban ahí en ese momento, sin embargo nos quedó personal de la escuela de quienes me hubiera gustado darles un gran abrazo y desearles lo mejor, así que desde la distancia les mando un fuerte abrazo a: Ana, Aurora, Reina, Astrid y a todos los que contribuyeron que nuestra estancia en la escuela fuera maravillosa.  

Sin embargo, no nos dejaron abandonados a nuestra suerte, íbamos acompañados de nuestros guías, de nuestras intérpretes y de dos instructoras (Katie y Ashley). Los estudiantes americanos también venían con nosotros, porque al día siguiente también tenían que coger un vuelo para regresar a sus casas. Así que mi “smoker friend” Nicky también  venía, así que aún no me tocaba decirle adiós.  

En el autocar

El viaje en el autocar fue triste, recordando las despedidas y gastamos muchos pañuelos. No sabíamos adónde nos llevaban, pero sabíamos que nos íbamos alejando de la escuela con todas las emociones a flor de piel. Me senté con Teresa una de las traductoras y le contagié mi emoción, y es que para ella también había sido toda una experiencia en todos los sentidos, me decía que había aprendido mucho de nosotros y a mí me emocionaba que alguien que de forma voluntaria se pida una excedencia en su trabajo, para darnos todo su tiempo y conocimiento es de admirar y agradecer. Ese tipo de gestos te hace pensar que aún existe la gente buena, que aún se puede confiar en ellas y que este mundo merece la pena.

En Detroit

Llegamos a un hotel, en el que aceptaban mascotas, así que a cada rato nos avisaban de “perro extraño”. Teníamos nuestras habitaciones con dos camas, pero estuvimos poco tiempo en ellas. Porque quisimos pasar la última noche reunidos en “nuestra improvisada sala del piano”. Todos los compañeros no vinieron, estarían cansados después de tantas emociones. Pero, mi grupo de trabajo: José, Esther y Tamara estaban al pie del cañón, junto con los americanos y Ashley, una de las instructoras. Pasamos un rato divertido hablando de todo y de nada, simplemente estando juntos e intentando hacer que el hipo de Esther le cesase, pero fue imposible.  Después de unas risas y de que volviera a hacer la pregunta del millón: “¿Le habéis encontrado el ombligo a vuestros perros?” nos fuimos a la cama. Antes de ir a mi habitación fui a hacer el último cigarro de la noche con Nicky, hacía frío pero aún no había empezado a caer la famosa lluvia helada, la culpable de nuestra ida repentina de la escuela.

Miércoles día 6

 Me desperté temprano, no había podido dormir bien. Cuando me levanté casi no sabía ni dónde estaba. Le dí la ración que me habían preparado para darle a Leia, y enseguida nos llamaron a la puerta, sabía que era la hora del parktime. Sin embargo, venían las dos instructoras y nos decían que les diéramos a los perros, las traductoras nos contaron que estaba todo tan helado que era peligroso que fuéramos nosotros. En unos minutos volví a tener a Leia conmigo y me notificaron que había hecho el 1 y el 2. Se dieron una gran paliza sacando a todos los perros y en un tiempo récord. Se nota que tienen experiencia con los peludos, pero estando el handicap del suelo resbaladizo tiene aún mayor mérito que sacasen a nuestros peludos a esa velocidad.

Después de desayunar un gran waffle con sirope de arce (riquísimo, pero muy pringoso) empezamos a traer las maletas al hall del hotel. Casi sin darnos cuenta estábamos todos en un autocar diferente al que habíamos venido, conducido por alguien del hotel o de alguna compañia, que nos transportaba a todos al aeropuerto.  Entonces empezó el show: trasladarnos a todos con nuestros guías a la terminal para facturar, alguien se quedó con las maletas para agilizar el traslado. Sin embargo, después tuvieron que hacer varios viajes para traerlas, se dieron un buen trajín Tamara y Katie. 

Afortunadamente todos pudimos facturar las maletas sin problemas y sin exceso de equipaje. Me hice la última foto con Nicky, porque sabía que el momento de decirnos adiós llegaba y quería un recuerdo de mi compañera de fumar. En muchas ocasiones coincidimos en la zona reservada de la escuela, el pabellón, para fumar, y en esos ratos es cuando nos contábamos sobre nuestras vidas, a pesar de mi inglés nos entendíamos. Justo después de pasar el control de seguridad, en el que me revisaron con algo las manos (yo creo que el sirope hizo de las suyas y me las quisieron limpiar bien) llegó el momento de despedirnos de Nicky, ella se iba a otra puerta de embarque, así que tocó decirle también a ella adiós. Ashley le acompañó. Nosotros nos asentamos cerca de nuestra puerta de embarque y cuando ya estaban abriendo para embarcar, unos minutos antes, apareció Ashley corriendo, ella también quería despedirse, sobre todo de su grupo de españoles (Rubén, Juan, Pilar y su intérprete Teresa y de sus peludos). Sin embargo, aunque no hubiéramos sido de su grupo, por supuesto también tuvo unas palabras para nosotros, y como ya había tenido bastantes adiós, preferí decirle: “Hasta mañana!” así era menos dura la despedida y porque quien sabe, quizás un mañana volvamos a coincidir.

Foto de grupo en el aeropuerto con bandera de EEUU de fondo

En el avión 

Aún me sigo con quien me pregunta si el perro viaja en cabina o en bodega, pero un perro guía no es un perro cualquiera. Los perros guías y de asistencia sí pueden viajar en cabina, están ejerciendo la función de acompañarnos. 
Cuando ví dónde me tocaba sentarme con la pequeña de Leia, pensé que no sería tan complicado. Sin embargo, sentarte en un asiento de avión de tres con otros compañeros con perro y además un poquito más grandes que Leia era todo un espectáculo nada agradable. No podíamos ponernos a nuestro antojo, porque el avión estaba a tope, estábamos en los últimos asientos. Y después de varios cambios tipo Tetris, y gracias a las ocurrencias de Tamara (la experiencia de más viajes con más peludos es un grado) supimos colocarnos, de forma intercalada. Yo viajaba con Juan y su peludo y en medio Teresa, así evitábamos a tres perros tan juntos y con tan poco espacio. Los otros compañeros estaban en asientos de dos, y otros dos con personas sin perro. Fuera como fuera logramos colocarnos y volar de Detroit a Atlanta (3 horitas).   

En Atlanta 

Estar en ese aeropuerto tantos años después de aquella visita con mi padre me traía muchos recuerdos. Seguro que aquella vez que estuve con mi padre en 2003 no me hubiera imaginado que finalmente la enfermedad avanzaría, ni mucho menos que estaría ahí unos cuantos años después con mi segunda perra guía. Casualidades de la vida, hacía que volviera a estar ahí, pero ahora no para someterme a pruebas médicas, simplemente para esperar a que llegase la hora de embarcar para el segundo vuelo. El tiempo de espera no se hizo muy largo, porque entre que llevamos a los peludos al parktime (había una zona específica dentro del aeropuerto, para que los peludos pudieran hacer sus necesidades, un lavabo para ellos) y entre que es uno de los aeropuertos más transitados, en el que tienes que coger un metro para moverte de un lado a otro, el tiempo pasó volando.

Así que enseguida estábamos volando de Atlanta a Madrid, casi 8 horas de vuelo, que pasaron bastante rápido, ya que cuando no estábamos durmiendo, estábamos controlando a nuestros peludos que ni se movían, y si no, nos servían algo para comer y si no veíamos una película. Afortunadamente en este vuelo más largo, no me dolieron tanto los oídos con en el anterior, además de tener algo más de espacio. Tuvimos la suerte de viajar en asientos de tres  dos personas, es decir teníamos un asiento en medio, por tanto los peludos podían tener algo más de espacio,, sobre todo cuando pasaban con el carrito por los pasillos. A mí me daba miedo que le fueran a pillar la cola o alguna patita, e intentaba protegerla con mis pies, en verdad no sobresalía, pero la azafata también iba con mucho cuidado porque decía que al ser negritos no se veían con la moqueta del mismo color.   

En Madrid 

Muertos de sueño, con ganas de estirar las piernas y habiendo desaparecido el miércoles de nuestras vidas llegamos a Madrid. Allí nos estaban esperando de asistencia, para llevarnos a buscar las maletas. Sin embargo, cada uno venía a buscar a uno de nosotros y no se daban cuenta que íbamos en grupo. Yo me dejaba llevar, sin perder de vista a Teresa y Pilar, no fuera a ser que me quedase por ahí sola en el aeropuerto. 

Salimos y los peludos pudieron hacer sus necesidades y de ahí al coche que nos estaban esperando, para llevarnos corriendo a la Fundación ONCE del Perro Guía. La verdad es que cuando las cosas ocurren tan rápido parece que sea un sueño, porque lo recuerdo de forma muy borrosa. Estás en Rochester, en Detroit, Atlanta, en el avión y de repente llegas a Madrid te suben a un coche y apareces en Boadilla del Monte. Ahí tuvimos que escuchar charlas y firmar contratos, pero no éramos personas. Antes de todo ello nos dejaron unos minutos de tranquilidad, mientras se iban llevando a nuestros peludos, para que corriesen y se desfogasen. Después unas veterinarias junto a su pasaporte y vacunas nos iban trayendo a nuestros peludos. Ese día fue agotador, sabíamos que eran las últimas horas todos juntos, el equipo  Michigan, pero no teníamos tiempo, ni fuerzas para contarnos nada. Las reuniones venían una detrás de otra.

Despedidas, despedidas y más despedidas 

Después de comer, llegó el turno de despedirnos de nuestras ángeles de la guardia. Sí, tocaba decirles adiós a Tamara y a Teresa, quienes nos han ofrecido de forma desinteresada todo su tiempo y conocimiento, poniéndonos todo mucho más fácil, y ahora deprisa y corriendo tocaba desearles todo lo mejor y ver como se iban. Sin embargo, apenas pude decirles nada, simplemente gracias, porque una vez más la sensiblería se apoderaba de mí.  Me fastidió que nos metieran tanta prisa, porque nos estábamos aún despidiendo de nuestra traductora y ya nos decían que fuéramos al parktime, quizás no entendían nuestras emociones, quizás les daba igual, quizás tenían que irse ya y por eso nos metían prisa. Sin embargo,, fue algo triste. Aunque como le dije a Tamara, igual que a Ashley: “See you tomorrow” porque no sé dónde, ni cuándo, pero sé que volveremos a coincidir, o al menos espero volver a hacerlo, por haber compartido tanto.

Por último llegó la despedida con los compañeros, cada uno de una parte diferente de España. Le dí un entrañable abrazo a mi vecina, Pilar, ya que aunque ella no estuviera en mi grupo de entreno, era mi vecina de habitación, así que a la hora del parktime siempre coincidíamos. Y si ella no estaba le avisaba y nos contábamos  qué planes había para ese día. Yo siempre le decía que cogiera como referencia una papelera que tenía a su lado izquierdo, y creo que le fue bien, para tener alguna referencia. Ella se iba a su Asturias, patria querida con su Larkin.  Después le tocó el turno a Rubén, y como le dije sin sus bromas y comentarios esta experiencia no hubiera sido lo mismo. Y, cuando nos quisimos despedir de José, quien había formado parte del nuestro equipo, nos dimos cuenta que ya estaba subido en el coche, y es que él siempre con las prisas y las ganas de no quedarse parado, casi hace que nos fuéramos sin un abrazo y sin desearle lo mejor a él y a su perrita Nellie. Ellos tres se iban con Miguel Ángel del Club de Leones, los tres iban a diferentes puntos de Madrid.

Atocha 

Esther, Juan y yo íbamos juntos, ya que íbamos hacia el mismo punto: Estación de Atocha. Vimos como se iban los compañeros y nos quedamos esperando a que subieran nuestras maletas a la furgoneta. Más tarde de camino, me empezaron a llamar del servicio de Atendo,  para confirmar la asistencia. Me llamaron dos veces más y a la tercera me empecé a preocupar, y es que me decían que eran menos cuarto y el tren salía a en punto. Si me quedaba algo de uñas en esos instantes no podía parar de mordérmelas, y es que estaba de los nervios. El conductor me decía que no podía hacer nada, que había tráfico. Cuando estábamos llegando, les dí un beso a Juan y otro a Esther. Eso no se pudo considerar una despedida, de lo rápido que fue todo. Nada más llegar bajé corriendo, me bajaron la maleta, y me acompañaron a asistencia. No sé cómo, pero corriendo como si no hubiera un mañana, y pasando el control de seguridad de la forma más rápida, le hice hacer un Follow a Leia que no tiene precio, la de asistencia corriendo llevando mi maleta y yo siguiéndola con Leia. Subimos la maleta, le dí las gracias por la carrera y se cerraron las puertas. No sé ni dónde me tenía que sentar, pero me ayudaron unos pasajeros que me vieron con la cara desencajada y resoplando. Les dí las gracias y les conté que es que pensaba que lo  perdía. Uno de los pasajeros, me dejó el asiento, para que estuviera más cómoda, dos asientos para mí y para Leia y él se cambiaba. Ese hombre que estaba aen unos asientos cercanos, me ayudó mucho. Pasé muchos nervios, pero la ansiedad fue desapareciendo con el traqueteo del tren y el pensar que ya me acercaba a casa.

En Barcelona 

En Sants me esperaba Carlos y le gustó mucho conocer a la pequeña princesa Leia. Antes de ir al coche, fuimos a ver si quería hacer algo Leia, pero parecía que no estaba por la labor y nos dirigimos a casa. Carlos estaba cansado de todo el día de trabajo y máster y yo parecía una zombi.  Los dos estábamos contentos del reencuentro, después de tantos días y encima venir con una peluda que no paraba de mover la cola.

Al llegar al barrio, Carlos subió el equipaje, mientras yo me quedaba con Leia a que volviera con Kenzie. La sorpresa es que mis padres también quisieron ver el reencuentro, aunque más que reencuentro con Kenzie fue más bien encuentro. Kenzie fue directamente a saludar a Leia, pasando totalmente de mí, a pesar de que yo la llamaba, sin embargo: primero quería averiguar con quién venía. Cuando paró de olerle, sí que intento dar un saltito para darme la bienvenida.  

¡Bienvenida a casa, Leia!
Welcome to my house! 



Foto de Leia y Kenzie juntasEntramos las tres en casa, Kenzie a un lado y Leia a otro. Ahora que llevamos una semana, parece que hicimos bien la presentación, porque parece que se llevan bien, no es que se lleven genial, porque Kenzie está algo celosa, pero sí que a veces duermen juntas y se buscan, para estar cerca. Así que, aunque a Leia todo le parezca desconocido, al menos ahora mi casa, Kenzie, Carlos y yo ya les parecemos un poquito más familiares. Y, espero que poco a poco con la fase de adaptación todo vaya a mejor, hasta que note que es una más y que no es mi casa, es su casa.  Aún no llevamos ni un mes juntas, nos toca conocernos mucho más, y seguro que será también mi sombra, bueno, mucho más.  

Ahora toca empezar y seguir caminando juntas, nuevas rutas que pronto dejarán de ser nuevas, para convertirse en rutinas. Vamos a ir creándolas y conociéndonos.


1 comentario:

  1. Pili, ¡Me has emocionado!!!! ¡Cuántas emociones juntas y qué recuerdos! Ahora a seguir vuestro camino juntas y seguro que os va genial! ¡Enhorabuena!

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