¡Mierda! ¡Vaya suerte la de aquel día!
Ana llevaba meses sin
salir de fiesta, ya casi ni recordaba la última vez que lo había hecho. Había estado
anclada durante años en una relación, y si salía siempre lo hacía con él. De
repente se veía con 36 años, sin pareja y sin experiencia a la hora de vivir la
noche. Ese día salió con la única amiga soltera, la divorciada del grupo. Esa
amiga estaba más que acostumbrada a salir y tenía ya un posgrado en la noche
madrileña. Así que, era la mejor opción con quien ir de marcha, pero lo que no
sabía era que su amiga llevaba tal carrera que, al poco de empezar la noche, en
la tercera canción, desapareció con un chico. Ella no iba a renunciar a su gran
noche, ya que había dado un paso importante haciéndolo, quería sentir la fiebre
del sábado noche y darlo todo. Lo decidió, se iba a quedar, aunque estuviera
sola. Sin embargo, bailar le encantaba, pero eso de hacerlo sola, no iba mucho
con ella… Y enseguida fue a la barra de
la discoteca, y empezó a pedir cubata tras cubata, se los bebía como si fueran agua,
pero más que agua eran vodka con naranja y no eran ningún zumo, para que se los
bebiera de aquella manera. El exceso de bebida, la locura de salir, y el hecho
de sentirse libre después de tanto tiempo hizo que sus bailes frenéticos le
llevasen hasta donde estaba un chico muy apuesto. Un chico demasiado joven para
ella, pero muy atractivo e interesante. Le resultaba muy apetecible. Así que,
como el chaval parecía seguirle el ritmo y no paraba de bailar con ella todas
las canciones que sonaban, una cosa llevó a otra y se acabó yendo a casa de él,
acabando en su cama.
Al día siguiente cuando Ana se despertó se sobresaltó al
ver que no estaba en su casa. No sabía dónde estaba, pero se asustó más al ver
que al lado suyo había un torso desnudo roncando como un cerdo, al verle la
cara, recordó algunos fragmentos de la noche anterior y quiso morirse. No podía
creer lo que había hecho. En realidad, no sabía si había llegado a hacer algo o
no, pero no quería pensarlo, simplemente el hecho de saber que estaba en una
casa ajena, mejor dicho, en una cama que no era suya, le ponían los pelos de punta. Ella nunca había
sido de esas que en la primera noche se va con el primero que encuentra, con un
desconocido. Aparte de estar aterrada por su comportamiento, tenía un dolor de
cabeza tremendo, la resaca estaba llamando a su cabeza y ella parecía no
comunicar. Le entraron muchas ganas de ir al lavabo, pero no sabía ni siquiera
dónde estaba el baño. Desde la cama observó por la habitación, pero era tan
pequeña y tan recargada de posters que, pensó que se había acostado con un
adolescente, por un momento se le pasó por la cabeza que quizás ese chavalín le
habría traído a casa de sus padres, si era así entonces sí que se moriría ahí
mismo. No aguantaba más y salió a la
aventura de adentrarse en una casa que no conocía, por suerte parecía que no
había nadie, al menos solamente se escuchaban los ronquidos continuos del
chico. Al salir de la habitación se encontró con un comedor pequeño que se
comunicaba con la cocina americana, a la izquierda había una puerta y supuso
que era el lavabo, se apresuró y fue a abrirla. Afortunadamente sí que era la
puerta que llevaba al lavabo, un lavabo diminuto, con una pica, una ducha en la
que solamente cabía una persona y un váter. Ni bidet, ni armarios, solamente
estanterías debajo del espejo de la pica.
Respiró aliviada al verse que nadie más habría en la casa y que había
encontrado el lavabo. Iba descalza, solamente con unas braguitas, y no sabía si porque habría cogido frío, si
por los nervios, si por el exceso de alcohol del día anterior o por qué, pero
le entró un apretón. Unos retortijones hacían que se sintiera fatal. Era una
lucha entre el dejarse llevar y el sentido común, quería aguantar hasta que llegara
a su casa y evacuar tranquilamente. Sin embargo, cuando la naturaleza da
señales evidentes no se pueden omitir... Se resignó y se dejó llevar, no podía
evitarlo. Estaba la puerta cerrada, así que el chico no tenía por qué saber lo
que estaba haciendo. Miró en el pequeño habitáculo, deseó que hubiera un
ambientador. Si hubiera llevado su súper bolso de diario, hubiera podido sacar
una colonia fresca que siempre llevaba, pero llevaba un bolso tan diminuto que
solamente cabía el monedero y poco más. Se maldijo porque no encontró ningún
ambientador, pero vio un desodorante y eso le serviría para engañar el
ambiente. Le alivió localizarlo, porque echaría desodorante y todo solucionado.
Mientras investigaba con qué iba a perfumar la estancia, ella seguía a lo suyo
sin poder remediarlo. Se moría de vergüenza por estar haciendo lo que hacía,
pero no podía controlarlo. Pensó en que si el chaval por un casual se
despertaba, lo primero que haría sería ir al lavabo y se encontraría que una
desconocida estaría cagando en su trono, porque si el chico también iba tan
borracho como ella podía ser que ni la recordase… ¡Sería terrible! Pero, y si
el chico iba sereno y alguno de sus encantos le habían encandilado, se le
borraría por completo con la imagen que vería. ¡Buuuf! Tenía que darse prisa
antes que alguna de las dos situaciones, a cuál más patética y bochornosa,
ocurriese.
Terminó y por suerte el yogurín no se había despertado,
seguía escuchando la orquesta que provenía de la habitación. Echó el
desodorante y tiró de la cadena, pero para su sorpresa no salió ni una gota de
agua. Pensó que le habría dado mal y volvió a apretar el botón, y nada de nada.
Quiso mantener la calma, aunque su cara era de pánico, no podía ser que no
funcionase la cisterna. No quería estropear una casa ajena, pero levantó la
tapa de la cisterna y vió que todo estaba en orden. Después de varios intentos
más de darle al botón de la cadena, y
que no le hiciera ni caso, abrió el grifo del lavabo y nada, abrió el grifo del
agua caliente y tampoco. Fue a la ducha, ya con desesperación, y tampoco salió
nada de nada, ni siquiera un intento, ni un ruido, las tuberías parecían estar
vacías. Ella nerviosísima se preguntaba que por qué había tenido que salir esa
maldita noche con lo a gusto que hubiera estado viendo una película en casa,
que por qué había tenido que beber tanto, que por qué había acabado ahí y por
qué le tenía que pasar eso a ella. Pero, ¿Con quién se había acostado? ¿Pero
quién no tiene agua en el lavabo? Todas esas preguntas y muchas más le rondaban
por la cabeza, cuando las lágrimas de impotencia ya asomaban por sus ojos, se
le ocurrió ir a la cocina, recordó que estaba al lado. Cruzó los dedos para que
allí sí que funcionase el grifo, pero la suerte no estaba de su lado. No podía
ser lo que estaba viviendo, no podía creérselo. Por un momento se quedó mirando
la nevera sin saber qué hacer, y en esa nevera podría estar la solución. La
abrió sin pensárselo dos veces y busco por todas partes, aunque no le costó
mucho, porque estaba casi vacía, quería encontrar líquidos para echarlos en el
váter. Sin embargo, con una lata de cerveza y un tetra brick de leche no podría
hacer mucho, y menos sin presión. No resultaría y no era plan de hacer un
mejunje y estropear más la cosa, a ver si iba a ser peor el remedio que la
enfermedad. Entre tanto nerviosismo, impotencia y malestar no sabía qué hacer.
Se fue corriendo a la habitación, suerte que iba descalza
y no hacía casi ruido, así el chico seguiría en sus sueños sin darse cuenta de
su presencia, al menos esa era su intención. Cogió deprisa su ropa desparramada
por el suelo, los zapatos y el bolsito y salió de la habitación. Antes de
cerrar la puerta, se le quedó mirando y vió que dormía tan plácidamente que
parecía un angelito, se sintió culpable y le susurró desde la puerta que lo
sentía, y salió de la habitación, pero cuando estaba cerrando la puerta poco a
poco, el corazón se le paró cuando él dejó de roncar y como si le hubiera
escuchado se giró, pensó que le diría algo, quería volverse invisible, esperó… 1,
2, 3 y al poco volvió a escuchar la respiración profunda de un dormilón como
era aquel. Sin respirar, cerró la puerta y salió, en el comedor, respiró
aliviada y con un gran suspiro pareció recobrar la serenidad, pero sin
demorarse más se vistió lo más rápido posible. Los zapatos al llevar tacón
prefirió ponérselos en el rellano. Con prisas cogió la puerta y la abrió. Con
la única mano libre, en la otra llevaba sus zapatos y el bolsito, empezó a
cerrar la puerta poco a poco, con cuidado, para que el chico no se despertara.
Al cerrar la puerta, con el corazón a mil se apoyó en la puerta, para
cerciorarse que no se abriera o más bien para tomar aire y apoyarse a la hora
de calzarse. Con los zapatos ya puestos se dirigió al ascensor, no sabía ni en
qué piso estaba, vió que en la puerta había un cartel:
“Atención:
Domingo 10 de julio corte del suministro del agua durante
todo el día en todo el edificio. Sentimos las molestias.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, no olvides indicar tu nombre.