La felicidad que da un payaso
Soy Willy y me declaro culpable, culpable de
despertar sonrisas a niños que lo necesitan. Siempre he querido hacerlo y ahora
que tengo cuarenta y cuatro años parece que lo he conseguido. No sé si soy
feliz, porque eso es muy relativo, pero sé que cuando veo esas miradas
ilusionadas, esas risas contagiosas y esos aplausos suenan tan fuerte,
parece que si algo de tristeza albergaba en mí, desaparece, aunque sea por esos
momentos de felicidad contagiosa. Saber que soy el culpable
de esa felicidad me genera un orgullo que nadie puede quitarme.
Puedo tener a toda mi familia en contra por
decidir ser quien soy hoy día, pero no me arrepiento de la decisión que tomé y
mucho menos de acabar siendo quien soy. Para mí dedicarme a lo que me dedico es
todo un orgullo y puedo decir en voz alta y gritando a los cuatro vientos
que soy un payaso, un payaso que lleva la cara pintada, la ropa de
colores y que con la máscara de la alegría y mis múltiples
locuras hago que esos niños que están atados día y noche a un hospital, se
olviden de dónde están, de las caras tristes de sus familiares y del dolor.
Hubo un antes y después, para que al fin
viviera sin miedos, sin inseguridades, después de aquel día en que todo cambió,
me dí cuenta que ciertamente mi vocación era real, a pesar de llevar años
creyéndolo. Algo hizo que con más fuerza
aún mi alter ego de payaso me sacase del pozo: de eso donde tanto tiempo
había estado solo, pero luchaba por mi sueño, ser quien soy, a pesar de
todo. Y puedo decir bien alto que valió
la pena, porque al final el tiempo me
dio la razón, y como tantas otras veces, mi profesión dio tanto y siguió
ayudando.
Esa mañana como tantas otras me llamaron al
teléfono de empresa, para ir al Clínico. Había un caso de un paciente que
quería verme, yo sabía que normalmente en ese hospital no había niños y me
extrañó mucho que solicitasen mis servicios, sin embargo, tampoco
iba sobrado de trabajo, como para rechazar cualquier oferta laboral.
Además, era todo un lujo que quisieran que fuera especialmente yo. Cuando
finalicé la llamada, me dispuse a preparar toda la ropa- no tenía coche y por
muy orgulloso que estuviera de mi trabajo no me apetecía ir ya vestido de
payaso, prefería, desde que me había adentrado en este mundo, cambiarme en el
lavabo de la habitación, aunque rompiera un poco el encanto y me vieran tal y cómo
soy: calvo, bajito, con gafas y sin nada de pinta de ser el loco payaso
Willy. Llegué a la hora que me dijeron, casi con el tiempo justo para entrar
en escena, antes de ello la enfermera, como siempre hacían, me quiso poner en antecedentes:
Estábamos ante un caso de un enfermo terminal, le quedaban semanas, pero
quería evadirse del mundo. Decía que con tanta morfina estaba un
poco adormilado, pero sino la tomaba era incapaz de soportar los
dolores que esa enfermedad le generaban. Yo asentí y preparé el
número de las ilusiones y los sueños, al menos, ya que quizás era la última vez
que esa persona iba a ver un espectáculo que fuera el más mágico y
pudiera pedir los sueños que no se le habían cumplido.
Me pareció raro que no me dijeran el nombre,
ni la edad del paciente, simplemente era un varón de edad avanzada, pero con
ilusión de ver un gran espectáculo y sabía que yo era uno de los mejores.
No hay nada más triste que ver a un
payaso llorando, pero en cuanto entré por esa habitación y ví a ese
hombre en la cama, con un pijama y con la mirada perdida, por muchos años que
hubieran pasado, lo reconocí. Mi padre, quien tanto había renegado de mi
profesión, quería verme actuar ante él, solo para él. Tantos años sin querer hacerlo y su último
deseo era verme en acción. Me sentí traicionado por el tiempo perdido,
por la situación y porque no sabía si lo que quería era reírse de mí, o
era cierto que estaba, aunque fuera un poco, orgulloso de mí. Principalmente
lloré por saber de él, por saber que le quedaba poco tiempo y que
habíamos desperdiciado el tiempo: por rencillas, por desacuerdos, por ser cada
uno como somos. Testarudos, cabezones, orgullosos, sin dar el brazo nunca a torcer,
todo eso había hecho que se hubiera
abierto una brecha, donde la distancia del tiempo hizo de las suyas. Mis lágrimas seguían haciendo de las
suyas y el maquillaje enseguida sería un borrón, una mancha que
desdibujaría la sonrisa pintada con cera de color rojo. Intenté
controlarme y ser un profesional, no sé si la enfermera estaba enterada de
quién era yo, y no quería que mi reputación quedase por los suelos, me
jugaba más contratos. Pero sé que si me habían llamado de ese hospital había
sido por ese paciente, ese que al verme, al contrario que yo, dibujó una
sonrisa y abrió los brazos esperando un abrazo que nunca llegó. Me olvidé
del payaso loco y divertido que era, de mi traje coloreado, y solamente
recordé: el dolor pasado, la soledad, la incomprensión, y solamente veía a un hombre que no había
estado a mi lado y que pretendía que ahora yo le abrazase como si el cariño, que sí que lo tenía si no, no hubiera arrojado esas lágrimas de
niño pequeño, permaneciera ahí como el día que me echó de casa por
decirle que quería ser payaso. Los años habían pasado, yo había
cumplido mi sueño, pero con un fuerte sacrificio, por tanto no era tan
completo como hubiera deseador, la
perdida de mis padres, de mi familia, de su apoyo, de su cariño, de saber qué eran
unas Navidades en familia, de saber qué era un abrazo en los momentos
en que más lo necesitas, y ahora él solamente me pedía uno de esos
abrazos que tanto yo había anhelado, pero estaba paralizado.
Me tuve que quitar la nariz de espuma,
para sonarme los mocos, se estaba empapando, suerte que llevaba de repuesto. La
enfermera al notar la tensión que se respiraba en la habitación y al ver
que algún vínculo nos unía, se esfumó diciendo que le parecía escuchar el
timbre de otra habitación. Casi agradecí quedarme a solas con él, el gran
desconocido, el conservador e intolerante padre que nunca perdonó que su
hijo, yo, no siguiera sus pasos y se dejase llevar por su vocación. Me quedé
mudo, serio, y me alegré de que las lágrimas hubieran borrado la sonrisa de mi
máscara. No estaba como para sonreír, ni para hacer el numerito, pero tampoco
quería echarle toda la mierda acumulada que me hubiera gustado echarle,
porque entendí que ese hombre, mi padre, no estaba en condiciones de
rebobinar y recuperar el tiempo perdido, lo único que le faltaba
era tiempo. Además, la rabia, la impotencia y el no esperar encontrármelo ahí,
hizo que me convirtiese en un mimo paralizado ante la situación. Entendí que
aunque mi número no fuera bueno, por no decir que no había
número, entendí que ese hombre no quería vivir un último espectáculo,
quería recuperar los abrazos perdidos. Mientras yo estaba
estático y observándole, y no paraba de darle al pañuelo, él en ningún momento se rindió, en ningún
momento bajó los brazos, ni hizo
desaparecer su sonrisa, ni se apagó la ilusión de su mirada. Al final,
ante esa mirada de niño perdido en cuerpo de un anciano, me rendí y le abracé.
Si era payaso era para hacer feliz a los
demás, llevaba el traje y tenía que comportarme como lo que era, un payaso
que es sumiso ante los deseos de los demás, abnegándose a los
suyos. Cedí y no sé cuánto tiempo estuvimos abrazados como si de
esa manera pudiéramos retroceder al pasado y recuperar todos los
que no nos dimos. Me reconfortó, pero a la vez me sentí triste por no
haberlo hecho antes, por saber dónde estábamos y recordar las palabras de la
enfermera, sabía que le quedaban meses, semanas ó días, quién sabe y él había
querido verme.
Cuando nos soltamos me pidió que me sentase
en la cama, me hizo saber lo mucho en falta que me había
echado, me puso al día y me dolió mucho enterarme que mi madre no estaba
con él, porque había fallecido hacía dos años. Mi cara era de rabia, de
dolor, de incredulidad, ¿cómo podía ser que nadie me hubiera avisado?. Al
menos me hubiera gustado despedirme de ella. Tenía ganas de salir huyendo y
dejarle solo, tal y cómo e´l años atrás me había dejado, no se merecía ni mi
respeto, ni mucho menos mi compasión. Mi padre se estaba sincerando, demasiado,
y la verdad escocía mucho, demasiado para una vida como la mía. Él
relatándome todo lo que contaba también iba perdiendo la voz,
el cansancio, el recuerdo y la culpabilidad de no haber sido cómo
debería haber sido para un hijo hacía que se fuera debilitando cada
vez más… y los sentimientos empezasen a aflorar. Sentía que todo lo
que me decía lo decía de verdad, me extrañaba ver a un hombre tan
mayor llorando, pero más aún saber que ese hombre enfermo que no tenía perdón,
me lo estaba suplicando. Yo era incapaz de mirarle a la cara, me
daba pena verle en esa situación, pero me daba asco todo lo que me decía,
porque por mucho que se le partiera el alma, a mí me la estaba
machacando. Entre lo cansado que estaba el paciente y lo harto que estaba de escuchar a ese loco
anciano, cogí mis bártulos y me fui, sin
otro abrazo, sin una despedida y sin mirarle. Me daba la sensación de
estar perdiendo el tiempo, dedicándoselo a una persona que no se había
arrepentido de nada, y que
solamente ahora que estaba ante el
abismo de la soledad y la muerte, solamente ahora era capaz de recordar que había tenido un hijo.
Ese día fue un shock enterarme de tantas
noticias sucedidas durante tantos años en un par de horas. Enterarme de todo lo que me había
perdido, saber que no tenía madre y que casi no me quedaba padre. Mi cabeza no
paraba de darle vueltas a todo, saber
que había sido mal hijo por elegir un camino con el que mis progenitores no
habían estado de acuerdo, solamente una decisión sobre mi propio camino hizo que me desterrasen de casa, de la
familia, del cariño. Hacía años, más de veinte que no sabía
nada de ellos, y en un acto de redención, de culpabilidad, de irse en
paz, mi padre contacta con mi empresa para verme como payaso:
el hilo que cosió nuestra separación.
Esa noche no pude dormir, no paraba de darle
vueltas a todo lo que me había dicho, todo lo que había vivido y no sabía qué
hacer. Mis ojos estaban hinchados, mi cabeza era un tambor que no paraba de
retumbar palabras y yo era un manojo de nervios. En mi foro interior sabía
que como buen cristiano, como hijo, como ser humano con sentimientos,
debía perdonarle, pero era todo tan reciente, tan difícil de superar que
no sabía si hacerlo o no, porque en cierto modo, para mí, aunque
fuera mi sangre, aunque algo de cariño perdurase, era un extraño que
había hecho que me encontrase muchas espinas doloras en mi camino y
que nadie me las curase, había permitido que estuviera solo, sin familia. Y ahora
egoístamente quería recuperar al hijo que alguna vez tuvo, pero del que se
desprendió en cuanto quiso ser valiente y llevarle la contraria. Ahora
que se ve solo en una cama, quiere el perdón, no quiere morir solo, pero
yo soy incapaz de perdonar, aunque fuese lo que tuviera que
hacer.
En algún momento de la madrugada me debí
dormir, pero me desperté como si me hubieran pegado una paliza. En cierta
manera la paliza me la habían pegado el día anterior, una de esas que no se
olvidan y hacen mucho daño: sicológicamente , moralmente y en el
corazón. Estaba roto, no sé ni de dónde había sacado las fuerzas
para levantarme, debieron ser las ganas de tomarme mi café matutino. Me
lo tomé a solas, en silencio y una voz interior me dijo que me olvidase
del pasado, porque ya no se podía hacer nada y que fuera a ver a ese hombre que
tanto me necesitaba, si lo hacía por los niños también lo podía hacer por él,
me tenía que olvidar de quién había sido ese hombre y pensar en quien era:
un hombre a punto de morir, sin familia y que quiere cariño.
Me vestí corriendo: unos tejanos y una camisa
blanca, y antes de que cambiase de idea, tenía que hacer caso a mi
conciencia, seguro que era lo mejor que podía hacer. Subí a la séptima
planta y busqué la habitación 704 pero cuando entré ya no había nadie. Había
llegado demasiado tarde y me derrumbé, se había ido sin que yo aceptase su
perdón, sin darle otro abrazo y sin hacerlo feliz. La
enfermera del día anterior entró en la habitación y al verme casi
desmayado en el suelo, se preocupó, me incorporó y me dijo que quién era
yo. Por lo visto no recordaba la corta conversación antes de convertirme
en payaso, y con ropa de calle no me reconocía. Le conté que era el hijo
de Juan Antonio, omitiendo que era el payaso del día anterior - si quería atar cabos que lo hiciera
ella sola-. Entonces se me quedó mirando cómo interrogándome con la
mirada, extrañada de no haberme visto antes por ahí, después de unos segundos
de sentirme muy observado, me dijo que
esperase un momento y se fue. Pensé que iba a avisar a seguridad, así que antes
de que viniera alguien me escapé por el pasillo. Cuando estaba avisando al
ascensor alguien me llamó por mi nombre de pila, me giré instintivamente, sin
esperar a nadie conocido por ahí. En una de esas butacas enfrente del ascensor,
con la luz de los grandes ventanales que daban a la playa, estaba mi
padre, con el oxigeno colgando de un palo, con el pijama y la mirada
ilusionada de quien ve a un hijo que ha recuperado. Mi cara
fue la de ver a un fantasma, demasiadas emociones para quien lleva
una vida tranquila como yo. Sin embargo, una vez recuperado del shock,
fui corriendo a abrazar a ese hombre que con los años había recuperado la cordura
y había asumido que se había equivocado, había querido que estuviera allí con él, no
podía abandonarle. Willy tenía que hacerle feliz, porque para eso era un
payaso.
No me arrepiento de la decisión que un día
tomé, a pesar de haber sacrificado muchas cosas, ya que me ha dado más satisfacciones que penas. Ahora
si cabe, valoro aún más mi
profesión. A veces, cuando recuerdo aquel episodio en mi vida, ahora ya hace
más de cinco de aquella casualidad que
reconcilió con la vida, pienso que tal vez el impulso de aparecer en el
hospital no fuera por mi conciencia, sino que fue mi otro yo, Willy, mi alter ego, quien habló
por mí y me guió hacia la buena obra de
mi vida. La mejor que he hecho y la que
día a día, dibujando sonrisas me hace ser mejor persona.
Pili,me ha gustado mucho el mini cuento que has publicado no se de donde has sacado la inspiración, en cualquier caso te ánimo a continuar con otros escritos.
ResponderEliminarPili,me ha gustado mucho el mini cuento que has publicado no se de donde has sacado la inspiración, en cualquier caso te ánimo a continuar con otros escritos.
ResponderEliminarMe alegro que te lo hayas leído y que te haya gustado, aún hay que mejorar cosas, pero la única manera de mejorar es seguir practicando, seguir escribiendo, así que sigo en ello. :)
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