"Hasta el 40 de mayo..."
Estrenamos un nuevo mes. Junio ya está aquí un año más.
Hemos dejado atrás mayo, aunque como dice el refranero español: “Hasta el
cuarenta de mayo, no te quites el sayo”.
Así que con ese refrán: podemos considerar que aún estamos en mayo. El mes de junio
nos evoca a: final de curso, de cole, declaración
de hacienda... pero, sobre todas las cosas: veranito. Para ello, visto lo visto y
según dice el refrán, aún queda un poquito.
Dejando de lado lo que nos regalará, o no, el mes de junio.
Vayamos al mes de mayo. De ese mes sí que puedo hablar, porque ya ha pasado. El mes de mayo, una vez más, como tantos otros, ha pasado
volando. Sin embargo, para no redundar un post más en lo rápido y efímero que es el
tiempo, vayamos a recordar:
El mes de mayo empieza siendo fiesta. Buen inicio para ello. Lo recibimos con alegría, porque muchas veces esa fiesta cae cerca de un fin de semana y se convierte en un puente. Esa fiesta es: “1 de Mayo, día del trabajador”. Muy irónico dado los tiempos que corren, donde una gran parte de la población está en paro. Se celebra para reivindicar los derechos de los trabajadores, que parecen estar, lamentablemente, muy de capa caída. Muchos se aprovechan de la situación, para hacer contratos que no son, pagar en negro, entre otras cosas que prefiero no mencionar. Vamos que, quien tiene trabajo, generalizando, se siente explotado y mal pagado, y quien no lo tiene no puede ni quejarse.
Seguimos…A mediados de mayo hay otra fiesta: 15 de Mayo. San
Isidro. Esta fiesta solamente afecta a la comunidad de Madrid. Sin embargo, en
Barcelona tuvimos la fortuna de tener un puente, ya que el lunes día 20 se
celebró la 2ª Pascua. ¿Por qué? Pues ni idea, pero a nosotros ya nos fue bien. Ahora
veréis por qué nos fue bien…
NOS VAMOS DE VIAJE
NOS VAMOS DE VIAJE
Buscando mis orígenes….
Tantas veces habían sido las que había escuchado el nombre
del pueblo. Sabía que pertenecía la provincia de Teruel. Pero, nunca había
tenido la oportunidad de verlo y estar in situ. Por fin, llegó el día. El gran
día para conocer el pueblo: Monreal del
Campo.
Monreal del Campo es el pueblo que vió nacer a mis abuelos
maternos, quienes pasaron allí su juventud y se casaron allí. Pero, por mucho
que mi abuelo me hubiera contado anécdotas del lugar, de sus gentes y de su vida, no te haces la idea de cómo fue, de
cómo es, hasta que llega el momento de pisar los mismos senderos que años atrás
pisaron ellos.
El pasado sábado 18 de mayo, aprovechando que el lunes 20
era festivo en Barcelona, nos adentramos en la aventura aragonesa. Una
escapadita de vez en cuando no hace daño a nadie. Respirar nuevos aires, aire
puro, ver paisajes nuevos y disfrutar de una gastronomía abundante y rica,
alegra el cuerpo a cualquiera. Lo más importante: te hace salir de una rutina y
da una chispa a la vida.
¿Por qué elegimos Aragón? ¿Más concretamente Teruel? Porque,
como he dicho anteriormente, Monreal del Campo está situado en la provincia de
Teruel, en la comarca del Jiloca. Así que, yo ya tenía el ojo echado a un hotel
en Monreal, llamado: Molino
Bajo. Así que, la mejor manera de no echarnos para atrás, y también para ir
con algo asegurado, el viernes me decidí a llamar al hotel, para recopilar más
información, sobre todo saber si tendrían habitaciones libres y el precio (algo
muy importante en los tiempos que corren). Después de meditarlo y ver que no
estaba mal de precio (40 euros por habitación con desayuno incluido), nos
decidimos. Reservamos para el sábado y para el domingo. Con el hotel reservado,
la ilusión y las ganas apunto: solamente quedaba ir para allí. Como siempre que
hago un viaje, por muy corto que sea, estaba nerviosa. Tenía que preparar todo,
en este caso no era una maleta, para tan pocos días, era mejor una
mochila.
Primer día:
Primer día:
El sábado no nos levantamos tan pronto como me hubiera
gustado. Pero, no teníamos hora para partir, íbamos con el coche, así que el conductor
ponía la hora de la salida. No teníamos prisa, lo importante era llegar al
destino. Yo intenté hacer de buena copilota, tanto yo como Kenzie, dándole
conversación al conductor, para mantenerlo despierto y activo. Pasado Lérida
hicimos nuestra primera parada, una pequeña pausa, para estirar las piernas e
ir al lavabo, lo necesitábamos los tres. Más relajaditos, proseguimos con
nuestro viaje. La siguiente parada ya fue en Zaragoza. Después de dar miles de
vueltas para encontrar aparcamiento- si ya de por si es complicado, en una
ciudad que no conoces lo es mucho más-. Acabamos dejando el coche en un
parking, justo salimos y estábamos en la Plaza del Pilar. ¡Más céntrico
imposible!. Eran las cuatro de la tarde, pero al estar en pleno centro de la
ciudad, daban de comer fuera la hora que fuese. Comimos un plato combinado cada
uno. Nos hicimos la pertinente foto delante de la Basílica del Pilar. Como no
sabíamos qué más visitar, aunque sé que debe haber mucho más que hacer y ver,
nos fuimos para el coche. No era plan de retrasarnos tanto, no había nadie
esperándonos allí, pero tampoco queríamos llegar cuando estuviera oscuro. Teníamos
que aprovechar lo que quedaba de día, y si podíamos ver algo de Monreal con
algo de luz mejor que mejor.
Foto: Pertinente foto enfrente de la Basílica del Pilar. ZARAGOZA |
Después de 116 km llegamos a Monreal del Campo. Entramos y salimos: vimos el cartel de entrada y de salida del pueblo. Eso ya nos daba una pista de que el pueblo no era muy grande, porque solamente era un pequeño tramo de la nacional. Por tanto, tuvimos que dar la vuelta y meternos en otra carretera del pueblo, que no fuera la nacional, para buscar el Hotel. No nos costó mucho encontrarlo. Gracias a las indicaciones que me había dado el dueño del hotel. Estaba cerca de un campo de fútbol, y allí estaba señalizado. Nada más salir del coche, notamos el aire fresquito, cogimos todos los bártulos y fuimos para adentro. Al entrar al hotel, salió un hombre a recibirnos, éste supo que era yo quien había hablado con él el día anterior. Ya que para ir a lo seguro, preavise que iría con Kenzie, para que después no se lleven sorpresas ni nada de eso. No sé si tendrían más reservas para ese día, pero nada más entrar supo que éramos nosotros, creo que la clave estaba en Kenzie.
Nos dio la llave para la habitación: una habitación de
matrimonio, armarios, vistas al río (con una mosquitera, para que no se cuelen
bichos), mesitas de noche, tele pequeña de plasma, escritorio,lavabo con
bañera. No muy grande, pero acogedor. ¡Ah! Y nada más llegar nos avisó de que
teníamos wifi gratis, nos facilitó la contraseña y podíamos hacer uso de la red
gratis. Dejamos las cosas, descansamos un pelín, y nos fuimos a investigar el
pueblo. ¡Ya estábamos en Monreal! Era hora de pisar las calles, los caminos y
todo lo que tuviéramos que pisar, para observar el pueblo con nuestros propios
ojos.
Lamentablemente, en la habitación del hotel es cuando
realmente me dí cuenta de que me había dejado la cámara de vídeo. Soy así de
lista, cogí el cargador de la cámara, pero no la cámara. ¡Fantástico! Menuda
poca gracia me hizo. No pasa nada, por suerte, la cámara de fotos estaba en mi
bolso y podía hacer uso de ella, también del móvil, así que sin retratar no se
iba a quedar Monreal del Campo. Me fastidió mucho darme cuenta de que se me
había olvidado, pero, bueno, gracias a la cámara de fotos podría hacer todas
las fotos que quisiera, aunque me quedase sin grabaciones, o al menos no tantas como
me hubiera gustado.
Una de las primeras fotos que hice del pueblo fue esta
panorámica, sacada desde la Plaza Mayor.
Foto: Campanario. Torre del pueblo. |
Íbamos caminando por el pueblo y me sorprendía todo . A
pesar de haber leído que tiene más de 2000 habitantes, por tanto no es un
pueblo muy pequeño. Sin embargo, seguía pensando que sería un pueblo más
pequeño de lo que es. Así que cuando ví que tenía instituto me sorprendió, ya
digo que me sorprendió todo, hasta los árboles, todo, todo y todo. Parecía que
nunca hubiera visto nada de lo que veía.
Nuestra idea era
buscar un supermercado, para comprar algo de embutido y pan, y así al día
siguiente hacernos unos bocadillos y comerlos por ahí. Sin embargo, fue inútil
pasamos por las calles más céntricas y todo lo que veíamos estaba cerrado. No
eran ni las ocho de la tarde, pero parecía que fuera domingo. No me importaba,
solamente era una excusa, como otra cualquiera, para explorar el pueblo.
Del hotel, pasamos por un campo de fútbol, de ahí por un
instituto y ya estábamos en el centro: Ayuntamiento, Casa de la Cultura e
Iglesia. Se veía un campanario muy alto, pero cuando llegamos más cerca, vimos
que estaba de obras y no se podía pasar, no podía tocar la torre, ni rodearla
solamente hacerle fotos desde la
distancia. Al lado de la Casa de la Cultura, que también es el Museo del
Azafrán, hay un cartel donde pone las cosas más significativas del pueblo, y
otro donde pone que Monreal del Campo pertenece a la ruta del Cid. Así es, por Monreal del
Campo pasó Don Rodrigo Díaz de Vivar, así queda reflejado en el Cantar del Mío
Cid.
Paseando y paseando, pasamos por el río Jiloca. Por
supuesto, llena de felicidad me quise hacer fotos con los carteles de Río
Jiloca y Monreal del Campo. He ahí una muestra de ello.
Foto: Con el cartel de RÍO JILOCA |
Foto: En el cartel de MONREAL DEL CAMPO |
Nos sentamos en una mesa de pic-nic que había en el campo.
Eso sí que era tranquilidad, ni un coche pasó en el rato que estuvimos. Ni
ruidos de vecinos, ni música, ni coches, ni…solamente las hojas de los árboles
se escuchaban. Un frío que no era dañino, más bien, era saludable nos acompañaba.
¡Qué tranquilidad! Quizás las personas que vivan allí no lo valoren tanto, pero
viniendo de Barcelona, yo al menos, lo supe valorar. |Qué encanto de sitio!. Si
quieres tranquilidad, ahí la tienes asegurada, eso sí id bien abrigados.
Llegamos al hotel, después de descansar y acicalarnos, bajamos
al comedor a cenar. Qué grata sorpresa nos llevamos: menú de 10 euros para
cenar (con bebida y postre incluido). No éramos los únicos que estábamos
cenando: habría como cuatro mesas más. Lo que más me asombró fue que había
hasta extranjeros, creo que franceses. Se me iluminó una sonrisa, al ver que
estábamos en un pueblo “famoso”. No solamente estábamos para estar en el mismo
lugar donde nacieron mis antepasados, sino que, estábamos conociendo y
descubriendo algo nuevo. Estábamos haciendo turismo rural.
2º Día: Domingo 19: Monreal-Albarracín-Teruel-Monreal del
Campo
Después de desperezarnos, escuchar los pájaros cantar desde
la cama, bajamos a que Kenzie hiciera sus necesidades matutinas. A
continuación, entramos a desayunar: Joaquín, el dueño del hotel, nos estaba
esperando en la barra. Nos ofreció un zumo, para refrescarnos, café y surtido
de pastas. Nos estuvo dando conversación sobre sitios que visitar. Le dijimos
que teníamos pensado ir a Albarracín.
La noche anterior, antes de apagar las luces, estuvimos
investigando. Además, Isa, una amiga y compañera de universidad me había
recomendado sitios. El mundo es un pañuelo, Isa y yo al poco de conocernos, en
una conversación salió que su madre y sus abuelos eran de Monreal del Campo.
Ella ha veraneado durante muchos años allí, así que conoce el pueblo como la
palma de su mano. Por tanto, podía aconsejarme sitios que ver. Aparte de hablarme
del pueblo, también me recomendó visitar: Albarracín y Daroca.
Nos decantamos por Albarracín. Hubiera estado bien ir
también a Daroca, pero era uno u otro, ya que estaban en sitios opuestos. Además,
Albarracín nos iba de camino, para después poder visitar Teruel.
- Albarracín
- Albarracín
Llegamos a la sierra de Albarracín. Albarracín está a 65 km
de Monreal, hay un poco de curvas para llegar, pero no tantas como las cuestas
del Garraf. Ni yo, ni Kenzie, nos mareamos, así que no es para tanto. Cuando
dejamos el coche, y pudimos observar el paisaje nos encantó. Unas montañas,
ríos, árboles, naturaleza 100%. No me extraña que esté declarado Patrimonio
Nacional y propuesto para la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Carlos
había visto un castillo, y empezamos a ir por caminos de cabras, subiendo y
subiendo hasta que…comprobamos que ese camino no llevaba a ningún sitio. Estaba
visto que por ahí no era el camino correcto para visitar el castillo. Bajamos
al pueblo y lo más sensato era ir a la oficina de turismo y allí fuimos a
informanos. Nos informó de cómo llegar al castillo, qué museos y qué rutas realizar.
También nos dio un mapa, algo muy útil cuando no conoces nada del sitio.
Abandonamos la idea de ir a por el castillo, ya que nos atrajo la propuesta de
hacer rutas. Primero recorrimos y observamos el pueblo, caminando cuesta para
arriba, calles estrechas y con mucho encanto. Es un pueblo precioso, antiguo y con historia,
pero, me dio la sensación de ser demasiado turístico, porque casi todos con
quienes nos cruzábamos o eran extranjeros, o eran turistas como nosotros.
Además, podíamos pasar cada dos por tres por hoteles, hostales y restaurantes.
Por supuesto que había casas, así que no me cabe duda que hay gente que habita
allí, pero también hay mucho turista. Después de explorar el pueblo, necesitábamos
pasar cerca del río. Kenzie lo estaba deseando y nosotros necesitábamos
limpiarla. En un descuido de libertad, Kenzie se había revolcado con, prefiero
no saberlo, y olía bastante mal. Así que cerca del río, sin dejarla a su
antojo, Carlos la limpió y la dejó reluciente y mojadita. Ella hubiera
preferido un baño libre, sin importarle lo helada que estaba el agua. Pero, no
era plan, no me hacía mucha gracia que por dejarle un rato de libertad, la
corriente se la llevase o cualquier cosa. Al menos, se había refrescado y lo
más importante: limpiado, ya no olía mal y podíamos proseguir. Por caminitos,
en los que a los lados había árboles, matorrales y rocas gigantes fuimos
siguiendo el río. Parecía que estuviéramos en un cuento de los “Hermanos Grimm”.
Era magnífico escuchar, sentir, caminar por esos caminos. Parecía que estuviéramos
solos en la naturaleza, hasta que pasaban otros turistas y te despertaban de
ese encantamiento. Te devolvían a la realidad, para darte cuenta que teníamos
que proseguir caminando.
Hubo momentos en los que el camino se complicó un poquito, y
Carlos se las tuvo que apañar, para pasar a Kenzie, sujetarme a mí e indicarme
y pasar él. Todo un reto que superó con éxito, a pesar de nuestro miedo.
Teníamos que colocar bien los pies en las gigantescas rocas, para poder pasar,
y pasamos. En ocasiones, nos costó lo nuestro, pero lo logramos y valió la pena.
Cada vez que pasábamos algo complicado, después había una recompensa: un canto
de un pájaro, una cascada, un puente, una casa escondida… Logramos terminar la
ruta y hambrientos fuimos a buscar un restaurante.
No sería por sitios, pero eso sí teníamos que comparar
precios y menús. Vimos uno que nos llamó la atención, porque era barato y en el
menú había algo peculiar: ciervo. Nunca lo habíamos probado y nos encanta
probar cosas nuevas. Sin embargo, no nos quedamos con la primera impresión,
teníamos que indagar más. Pero, parecía que, a medida que íbamos subiendo la
cuesta que nos llevaba a la Plaza Mayor, los precios también iban subiendo con
nosotros. Así que dimos la vuelta y nos fuimos al primer sitio. Sin embargo, a
veces las apariencias engañan. Tenía encanto el sitio: antiguo, de piedra, el
menú, el precio…pero, al entrar el dueño dijo que el perro no podía entrar. Le
dijimos que era un perro guía y que lo necesitaba. Kenzie iba con el arnés,
pero a pesar de ello, lo explicamos. Sin embargo, el dueño seguía diciendo que
no podía pasar el perro. Al final pareció que lo entendió y dijo que no tenía
sitio, y era cierto, Carlos vió que las cuatro mesas que tenía estaban
ocupadas. Pues, entonces, que hubiera dicho que no tenía sitio y ya está, va y
dice que es por el perro, por favor, si es que aunque hubiéramos ido sin Kenzie
no hubiéramos cabido. Hay cosas que no se entienden, si no cabemos, no cabemos
con o sin perro.Así que nos fuimos desengañados con el local y sobre todo con
el dueño. Ya sé que por allí no deben estar muy acostumbrados a recibir perros
guía, pero la ley es la ley, aunque sea un lugar recóndito. Si puede pasar,
puede pasar en cualquier sitio y si tiene acceso a cualquier sitio es porque
está ejerciendo una labor: ser los ojos de otra persona.
Nos fuimos a un restaurante que habíamos visto nada más
llegar, cerca de la carretera. No nos
llamaba la atención, porque estaba justo al lado de la carretera. Pero, entramos,
ningún problema con Kenzie y nos atendieron muy rápido, quizás demasiado.
Tuvimos suerte, ya que si hubiéramos llegado a entrar 10 minutos más tarde, nos
hubiéramos quedado sin sitio, ya que
había mesas reservadas. Comimos de maravilla, más bien, demasiado. Nos pasamos
bastante, pero nos ganó la gula, más que el hambre. Pudimos con todo, aunque
fuera una bestialidad. Ni siquiera lo pongo, porque prefiero omitirlo, ya que
me da vergüenza la cantidad de calorías que ingerimos. Nos pasamos, lo
reconozco. Consejo: si te pides fabada y es consistente, no es necesario un
segundo plato, ni un postre. Con el estómago pesado, nos subimos al coche dirección
a Teruel.
- Teruel
- Teruel
Teruel me pareció una ciudad muy pequeñita. Una vez nos tomamos
un café, empezamos a buscar el famoso torico.
No sabíamos qué más ver por ahí. Están los amantes de Teruel, pero
tampoco teníamos mapa, ni sabíamos dónde. Nos llamaba la atención ver el famoso
torico. Paseamos por la ciudad viendo: puentes, ayuntamiento, catedral, fuente
y al fin: el torico. Una estatua muy alta con una escultura de un toro muy
pequeña. Yo no me creía que eso fuera el famoso toro, tanto buscarlo, para
después ni verlo, ni poder tocarlo. Pero, ahí estábamos. Dejo la foto, aunque
no sé ni si se podrá apreciar el torico, porque entre lo alto que estaba y el
Sol estaba detrás, complicaba más la foto. He ahí el retrato: (Kenzie ni sale,
si hubiéramos querido sacar a Kenzie, entonces el torico no hubiera salido)
Foto: Carlos, yo y el torico a lo alto. |
Teruel no nos impresionó, ni nos sorprendió. No nos llamó la
atención. Pero ya podemos decir que hemos estado en Teruel: ¡Teruel existe! Me dio
la sensación que siendo una ciudad tan pequeña, allí se deben conocer todos, y
que te la puedes recorrer a pie. Mira, pues se ahorran el transporte y hacen
uso de los pies. Quizás fuimos nosotros que no supimos valorar la ciudad como
se merece, estábamos cansados de la excursión a Albarracín y a pesar de caminar
y caminar, seguíamos con el estómago lleno.
Así que, después de dar varias vueltas por el centro histórico de la
ciudad, volvimos al coche, para emprender la vuelta a Monreal.
Por el camino, tuvimos lluvia, pedrada y Sol. No daba la
sensación de estar en Aragón, parecía que habíamos vuelto a Irlanda: más que
nada por lo de las cuatro estaciones en un día. Por muy mal tiempo que tuviéramos,
llegamos sanos y salvos. Subimos a la habitación a descansar. Después de
reposar, ducharnos y arreglarnos estábamos dispuestos, para volver a llenar la
barriga. Bajamos a cenar. Era barato, nos gustó el día anterior y no teníamos
ganas de ir muy lejos. Un día más había
llegado a su fin, después de visitar sitios desconocidos y fabulosos. Día
redondo. Nuestra última noche en el hotel. Antes de subir a la habitación, como
cada noche, Kenzie salió con nosotros a dar un paseo. Carlos me dijo que se
veían muchas estrellas, es lo que tiene estar en un pueblo. Todo oscuro y con puntos
brillantes observándonos…!Qué bonito! Así nos fuimos a dormir.
ÚLTIMO DÍA: Monreal del Campo, decepciones, aventura
detectivesca, orígenes, alegría y adiós.
El último día había llegado. Corto, pero intenso. Nos
hubiéramos quedado más días, por supuesto que sí, pero al día siguiente Carlos
tenía que volver al trabajo. Teníamos que regresar a la rutina que Barcelona
nos da. Así que era el momento de recoger y llevar el equipaje al coche. Una
mañana más, Joaquín nos estuvo acompañando durante nuestro último desayuno en
el Molino Bajo.
El día anterior, mientras desayunábamos con él, le había
contado que en Monreal había nacido mi abuelo y había sido junto a su padre el
herrero del pueblo. Él no era de allí, y no me podía decir mucho, pero me comentó
que se lo comentaría a su mujer (ella sí que era del pueblo). Ahí quedó la
cosa, pero el domingo cuando íbamos a
cenar, su mujer se paró a hablar conmigo. Me confundió pensando que al ser
nieta del herrero era hija de no sé quién, en definitiva: una confusión. No
conocía a mi abuelo, pero es normal, mi abuelo, como siempre digo, ha estado
más tiempo en Barcelona que en su localidad natal.
Pero, a todo esto, mi madre desde que se enteró que íbamos a
Monreal, me dijo que si se ponía en contacto con su prima. Tiene primos en
Monreal del Campo. Sin embargo, yo no los conozco personalmente. Al final el
domingo intentó contactar con ella, pero no hubo manera. Resultó que el número
de teléfono al que llamaba ya no estaba en activo. Así que, ya teníamos misión
para el lunes intentar averiguar dónde vivía la prima de mi madre, verla,
conocerla, darle recuerdos y conseguir el número de teléfono para que pudieran
retomar el contacto.
Ya le dije a mi madre que no resultaría fácil, porque no era
un pueblo de cuatro habitantes. No sé cómo lo iba a hacer, pero ahora me
entraba a mí intriga saber más y descubrir qué había pasado con la prima de mi
madre.
Después de la confusión familiar con la mujer del hotel,
como acababa de hablar con mi madre y estaba reciente en mi cabecita: le
comenté el tema de la prima de madre y a ella sí que la conocía. Sabía dónde
vivía. No resultaba tan complicado localizar a la gente en ese pueblito
aragonés. Pero, como eso fue justo antes
de comer y la ví liada, le dije que si al día siguiente estaría. Pensaba encontrármela
mientras desayunábamos y hablar del tema. Sin embargo, cuando le pregunté a
Joaquín por su mujer me dijo que estaba durmiendo que si era por algo, le dije
que no, que era para despedirme. No quería que la importunase por mi afán de
descubrir más sobre un familiar. Nos despedimos del hombre y del Molino Bajo y
nos fuimos con el coche al centro de la ciudad. Aparte de saber más sobre mis
raíces, quería ver en condiciones el pueblo. Solamente lo habíamos rozado e
inspeccionado el día que llegamos. Tocaba descubrirlo en profundidad, antes de
emprender el viaje de vuelta.
Aparecimos en la Casa de la Cultura, queríamos visitar el
único museo del pueblo: el Museo del azafrán. Al entrar no vimos ninguna
recepción, solamente una señora fregando, lo cual nos paralizó: no sabíamos
dónde teníamos que ir y no queríamos pisarle lo fregado. Ella nos dijo que
dónde queríamos ir. Le dijimos que al museo y nos dijo que los lunes estaba
cerrado. ¡Qué casualidad! Queríamos resistirnos a irnos, así que le abordé con
preguntas, para saber si al menos la oficina de turismo estaba abierta (quería
un mapa del pueblo), pero parecía que no nos acompañaba la suerte, y la chica
que se encargaba de la oficina estaba fuera del pueblo. Decepcionados y sin
saber qué hacer salimos de la casa de la cultura. No habíamos podido
informarnos, ni ver el museo. Objetivo: no logrado.
Salimos y después de pensar qué hacer, entramos en el
ayuntamiento. La señora de la limpieza nos lo había recomendado. Además, no
quería irme de allí sin ningún tipo de información. Les expliqué que estaba
cerrado el museo y se quedaron sorprendidos, después de hacer unas llamadas me
confirmaron que sí que era el único día que estaba cerrado. Les pregunté si
tenían algún mapa, pero me dijeron que estaban en la oficina de turismo. Otra
voz dijo que ella tenía uno. ¡Bien! ¡Ya tenía mapa! Algo conseguido. Después,
una vez lanzada, me quise tirar de cabeza y les pregunté si era de allí. Al ser
de allí suponía que podían hacer la misma función que la chica de la oficina de
turismo. Después de preguntarles qué ver… me dio la sensación de que no había mucho que ver: la Iglesia estaba
cerrada, porque el cura se va a otros pueblos. El campanario, esa torre alta
del pueblo, estaba de obras y no se podía pasar, porque había riesgo de
desprendimiento, por eso estaba vallada. Menuda suerte la nuestra.
Entonces, les expliqué, como buena cuenta vidas que soy, que
mi abuelo tenía una herrería en el pueblo. Un hombre que lo escuchó salió de
dentro con un libro manuscrito y me dijo que si estaba en la calle Mayor. La
única información que tenía sobre dónde estaba la herrería era esa, que estaba
en la Calle Mayor. Así que, le dije que sí. Me dijo quienes fueron los últimos
propietarios, me quedé igual. Aunque saqué algo en claro, dónde había estado
ubicada la herrería. Algo conseguido. Sé que ya no era una herrería, hacía años
que no lo era, ahora es un restaurante. Sin embargo, sabían y ahora sé dónde
había estado.
Ya puestos, también les pregunté por la prima de mi madre:
con su nombre y apellidos. Sabían quién era, pero no me dijeron nada más. Supongo
que no es plan de darle la dirección a cualquiera que llega preguntando por
alguien.
Al menos sabía dónde estaba la herrería y allí que fuimos.
No me imagino que eso que es ahora un restaurante hubiera sido la casa de mi
abuelo. Pero, si en el ayuntamiento dicen que estaba allí, pues lo estaría. Total,
han pasado más de 60 años, o más. Hicimos fotos por el pueblo.
Antes de irnos quisimos llevarnos algo de recuerdo. Tenía el
mapa, pero algo más no era mala idea. ¿Qué mejor recuerdo que embutido del
pueblo? Nos fuimos a una carnicería llamada “Latasa” como el segundo apellido
de mi abuelo. Allí compramos: longanizas, chorizo y morcillas.
Carlos tenía ganas de emprender el viaje de vuelta. Nos esperaba
un largo viaje y sabía que cabía la posibilidad de coger caravana. Sin embargo,
yo no renunciaba a estar tan cerca y no encontrar. Quería encontrar a la prima
de mi madre. ¿Cómo? Ni idea. ¿Preguntando? Pues a preguntar que fuimos.
Podríamos a ver preguntado a la carnicera, pero cuando volvimos para
preguntarle estaba hablando y hablando. Al lado de la charcutería había una
farmacia, entramos cuando Carlos vio que no había nadie.
En la farmacia fue directamente al mostrador. No sé de dónde
saqué el arrojo para preguntar. Una de las primeras preguntas era si era de
allí. La boticaria me dijo que sí,
entonces empecé a contarle que mis abuelos eran de allí, que mi abuelo había
sido el herrero, pero que la herrería y ano estaba y que la madre de mi madre
era de la familia de “las revuelves”. La mujer se quedaba alucinando con mi
historia. Suerte que no le veía la cara, porque seguro que era un poema. Empezó
a entrar gente en la farmacia, y a pesar de que le dije que atendiese no lo
hizo, parecía absorta en mi historia. Unas abuelas se metieron en la
conversación y una decía que era aquella que se fue a tal sitio y otra que no. Una
se quedó sorprendida y me dijo que le repitiese el apellido y resultó que era
familia de la prima. ¡Menudo jaleo se había montado en un momento! La señora
muy amable, me dijo que si la esperaba, me acompañaba a su casa.
Cuando salimos de la farmacia, nos presentó a su marido que
resultó que había conocido a mi abuelo y me dijo que era primo de la prima de
mi madre. Yo ya estaba perdida con tanta familia. Familia que es familia de
otra familia y de tal vecino, te pierdes. No era tan complicado, pero costaba
un poco. Faltaba llevar una libreta, para ir apuntando los nombres e ir
haciendo un árbol genealógico.
Llegamos donde se suponía que vivía la prima de mi madre,
Margarita. La señora que nos acompañó llamó a la puerta y llamó. Al fin,
abrieron y nos dijo que pasáramos, le dije que preferíamos esperar fuera. No fuera
a ser que no fuese y fuera otra confusión más y nosotros dentro de casa de
alguien que ni es familia ni nada. Salió Margarita y le hizo mucha ilusión
verme, no me había visto nunca, pero habíamos hablado por teléfono y recordaba
con mucho cariño a mi madre. A mí me hizo mucha ilusión encontrarla. ¡Por fin! ¡Lo había logrado!
Me encantó conocerla, una mujer encantadora. Muy simpática y
hospitalaria. No dudo en hacernos en entrar, enseñarnos la casa, hacerse una
foto conmigo, explicarme cosas y entre todas las cosas: insistir para que nos
quedásemos a comer. Le dijimos que teníamos que volver a Barcelona y
preferíamos ir sin comer. Estábamos muy agradecidos, pero no queríamos que se
nos hicieran las mil. Resignada ante nuestras negativas, no dejó que nos
fuéramos sin llevarnos unos bocadillos para el camino. Le sabía mal que nos
fuéramos sin comer con ellos. Nos supo mal, pero nos teníamos que ir. Seguro
que le supo mal que estuviéramos tan poquito, pero al menos nos habíamos
conocido, y me dio su número de
teléfono. Mi madre podría retomar el contacto con ella. Nuestra hazaña
detectivesca había llegado a buen puerto y con ello a su fin.
Subimos al coche y emprendimos el viaje. Desde el coche
fotografié las últimas fotos del pueblo. La aventura había llegado a su fin. Un
par de días da para mucho. Me ha encantado conocer el pueblo de mis abuelos y no descarto que
volvamos. Si lo hacemos no será por curiosidad, sino que lo haremos para
disfrutar, si aún cabe, más de lo que lo
hemos hecho. Así que, más que un adiós a
Monreal del Campo es un hasta pronto. ¡Hasta pronto!
Os dejo un vídeo que he hecho, amenizado con unas canciones
típicas de Aragón: jotas. Es una
recopilación de fotos que he colgado en Youtube:
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